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Desde los principios de
la divulgación del Evangelio, aparecieron pequeñas figuritas, formando parte de
Belenes de Navidad, o de pinturas, frescos y mosaicos, creados en las
catacumbas romanas y basílicas en los albores del Cristianismo: el Niño Jesús
entre María y José. Durante mucho tiempo, la figurita del Niño en la iconografía
cristiana estuvo algo «eclipsado» por las esculturas de mayor formato de Jesús
como Crucificado o Nazareno y la Madre de Dios. En las épocas del Arte Románico
y Gótico, casi solamente forma parte de escenarios navideños, y apenas aparece
como escultura individual.
En la Antigüedad, el Arte Romano nos ha dejado muestras de representaciones
de carácter religioso, en las que se puede apreciar cierta analogía con la
forma de realizar posteriormente las imágenes del Niño Jesús, ya que en ambas
se ve englobado el sentido del dominio universal. Podemos citar las figuras de
dos infantes: uno de la familia del Emperador Trajano y el otro, del también
Emperador, cuando niño, Marco Aurelio. Se les representa con el globo imperial
en la mano, corona laureada y reclinados sobre troncos de palmera. La presencia
del globo pudiera estar explicada por las propias palabras de Marco Aurelio en
sus «Soliloquios»: «La esfera es viva imagen del alma, cuando
ésta no se extiende a lo que está fuera de sí». Estas figuras se
encuentran integradas en la colección Brummer, de Nueva York, y en la Galería
Borghese, de Roma, respectivamente[1].
Es patente que desde
tiempos muy antiguos los católicos hemos tenido mucha devoción al Divino Niño
Jesús, y hemos honrado su santa infancia, considerando esta edad de Jesucristo
como una maravilla de inocencia y amabilidad. El culto al Niño Jesús es muy
antiguo, uno de los ejemplos más arcaicos le encontramos en la iglesia de San
maría de Aracoeli (Roma), que según la tradición, fue esculpido en un trozo de
olivo del Huerto de Getsemaní, obra del siglo VII y se expone durante las
fiestas navideñas en el Belén.
Hacia el año 1200 San Francisco de Asís dispuso recordar con mucha
solemnidad la Navidad haciendo un pesebre lo más parecido posible al de Belén y
celebrando así entre pastores, ovejas, bueyes y asnos la misa de la medianoche,
y haciendo él mismo un hermoso sermón de Nochebuena recordando la gran bondad
del Hijo de Dios al quererse hacer hombre en Belén por salvar nuestra alma[2]. En el siglo XVII el
padre Borély nos relata en un libro la ternura con la que se veneraba al Niño
Jesús en la iglesia de Greccio, como uno de los ejemplos barrocos de la
devoción a las imágenes infantiles del Señor.
También, San Antonio de Padua fue un devoto tan entusiasta del Niño Jesús
que según las imágenes que de él se conservan, mereció que el Divino Niño se le
apareciera[3]. La representación de
Antonio de Padua en el arte pictórico o escultórico ha conocido una cierta
evolución en algunos de los símbolos característicos. Antonio aparece en las
primeras representaciones, además de vestido con el hábito franciscano (sayal y
cíngulo que lo ciñe), con el libro de los Evangelios. Ya en el siglo XIV se le
representa con un elemento que es recogido de San Antonio Abad: la «llama»,
símbolo del amor divino, y en algunas ocasiones aparece la variante del
«corazón en llamas». En el siglo XV se le representa con el «lirio», símbolo de
la pureza; y a finales del mismo siglo XV aparece en su iconografía la figura
del «Niño Jesús». Hoy en día, San Antonio es representado vestido de
franciscano, en la variedad de la Primera Orden, con los símbolos -generalmente
unidos- del libro, el Niño Jesús y el lirio.
Casi todas las órdenes religiosas cuentan con un santo o santa a quienes se
les atribuye una aparición del Niño y por eso se nos representa en los brazos
con él. Otro santo al que se le presenta en las imágenes teniendo entre sus
brazos al Niño Jesús es San Cayetano, el cual lo que necesitaba lo pedía por
los méritos de la infancia de Jesús. Posteriormente los santos que más
contribuyeron a difundir la devoción al Niño de Belén fueron Santa Teresa y San
Juan de la Cruz[4]. Santa Teresa de Jesús
le tenía un amor tan grande al Divino Niño que un día al subir una escalera
obtuvo tener una visión en la que contemplaba al Niño Jesús tal cual había sido
en la tierra[5]. En recuerdo de esta
visión la santa llevó siempre en sus viajes una estatua del Divino Niño, y en
cada casa de su comunidad mandó tener y honrar una bella imagen del Niño Jesús
que casi siempre ella misma dejaba de regalo al despedirse[6]. A medida que se avanza
en el tiempo y se dejan atrás los siglos medievales, surge el Renacimiento,
factor principal del cambio absoluto en la concepción del mundo. El hombre
experimenta una evolución que le lleva a preocuparse de motivos más cercanos a
su propia vida, al estrato humano. Es entonces cuando aparece el
«Antropocentrismo», fiel reflejo de ese Humanismo imperante: la individualidad.
El Niño hierático del Románico y más sensible del Gótico, sentado siempre en
los brazos y rodillas de su madre, empieza a jugar y se despega de todo lo que
le rodea, volviéndose, en pocas palabras, más niño.
Por tanto, esto iba a
cambiar en el Renacimiento, cuando en Italia, Flandes y España comenzaron a
crearlo como estatua exenta para ponerlo en el foco de la devoción religiosa.
Durante el manierismo, en Sevilla se creó lo que podemos llamar el prototipo
del Niño Jesús como escultura exenta destinada al culto, un paradigma muchas
veces copiado (sin lograr del todo su calidad expresiva) y «exportado» a muchas
regiones del Imperio Español. Se trata de una magnífica obra de Juan Martínez
Montañés quien esculpió su famoso Niño Jesús de madera de cedro en el año 1606
o 1607. Hoy se encuentra en la Iglesia del sagrario al lado de la Catedral
sevillana.
En el año 1636 Nuestro
Señor le hizo a la venerable Margarita del Santísimo Sacramento esta promesa:
«Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y tu oración
será escuchada».
Millones de creyentes
han hecho la experiencia de pedir favores a Dios por los méritos de la infancia
de Jesús y han conseguido maravillas.
En el Barroco tardío y Rococó, el motivo comercial parecía lentamente
llegar a ser superior a las ambiciones estéticas y teológicas. Mientras que los
maestros del Barroco se dejaban guiar por ideas teológicas y filosóficas cuando
crearon imágenes del Niño Jesús, en el transcurso de los siglos siguientes se
puede observar cierta decadencia – también a causa de la enorme demanda que
provocó una producción en serie. Esas creaciones ya no parecían preocupadas por
principios de teología y se alejaron cada vez más del aura de lo sagrado, ya
que como artículos de gran consumo se basaron en el gusto popular de las masas
de clientes quienes sobre todo querían comprar un Niño Jesús que fuera
gracioso. La manera de concebir los temas es la causa principal del
enfrentamiento entre los artistas, y el origen de abundantes protestas,
reflejadas algunas en la obra del P. Mercedario Juan Interiam de Ayala, quien
escribe en 1730: «El pintor christiano o tratado de los errores frecuentemente
en pintar y esculpir las imágenes sagradas»[7].
Desde hace unos
trescientos años la devoción al Niño Jesús se ha extendido rápidamente por
Europa, América, Asia, África y Oceanía. Las gentes empezaron a experimentar
que cuando piden favores a Dios por los méritos de la infancia de Jesús
consiguen maravillas. Mientras que antes el escultor quería imponer su visión,
luego los clientes dictaron como querían la apariencia del Niño Divino. También
los pintores en varias ocasiones plasmaron en sus lienzos esta imagen,
dotándola de un carácter emotivo y propio, análogo al de la escultura, y son
bastantes los cuadros sobre el Niño Jesús, aunque las representaciones difieren
en algunos aspectos.
En el Siglo XIX
(romanticismo burgués) y durante el Neobarroco del Siglo XX, había una amplia
producción del Niño Jesús como regalos de primera comunión o destinados a
decorar retablillos domésticos. Niños Jesús de dudoso valor estético o
francamente de mal gusto invadieron lugares tan profanos como decoraciones de
escaparates, libros o tiendas de juguetes.
Paralelamente con la
decadencia de la estética, también podemos observar el empleo de materiales
cada vez menos prestigiosos y duraderos. Mientras que Martínez Montañés y sus
contemporáneos del siglo XVII esculpieron sus obras en madera de cedro que por
su dureza se conserva muy bien, a partir del siglo XVIII, y especialmente
durante el siglo XX, utilizaron materiales menos valiosos que no prometen dar
vida centenaria a los esculturitas del Niño, como el barro, yeso, cera o
plástico.
Desde esta perspectiva,
conviene resaltar que el Niño Jesús tardó en penetrar en su expresión,
iconográfica. Hubo épocas largas, muy largas, en la humanidad, la debilidad
infantil del hombre, estuvo absorbida por al apariencia multiforme de la
divinidad. Y cuando se acudía a Jesucristo, se hacía más fijándose en la
persona de la Trinidad que en su realidad terrena. La predicación cristiana
primitiva, se fijó antes en los misterios de la Pasión, de la cruz, de la
Resurrección que en los de la infancia de Jesús. Cuando entraron en crisis
estas formas de piedad con el Renacimiento. Los humanistas se impusieron el
objetivo de purificar las expresiones abigarradas, valorando al hombre, y por
lo mismo, en acentuar una religiosidad más atenta a la realidad humana de Dios,
buscar la humanidad de Jesús, la ternura del Niño Jesús. Los talleres de
escultura comenzaron a producir al por mayor para satisfacer la demanda de
conventos, de iglesias, de particulares que podían encargar imágenes del Niño
Jesús, o de las colectividades tan populares como fueron las cofradías del
Antiguo Régimen, donde descubrimos esa catequesis vivida de familiaridad con
Dios, en aquellas sociedades que habían roto las barreras entre lo sobrenatural
y lo natural, entre lo divino y lo humano.
Y ahí está esa colección
heterogénea y dispar que hemos localizado en algunos conventos de Trujillo como
es este el caso, Niños Jesús con simbolismos y anuncios -y rasgos a veces- de
su madurez trágica de pasión; Niños frágiles y desnudos, en los que a veces se
perciben aún los ingenuos y monjiles disimulos de la cándida desnudez; Niños
con atuendos que constituyen testimonios del arte de vestir de la época
respectiva, en los que sus propietarias del convento femenino de RR. Dominicas
volcaron maternidades sublimadas.
Los escultores
castellanos anónimos de estos Niños Jesús prefieren la madera a cualquier otro
material, madera con la que consiguen una fuerza y dramatismo acusados, que le
dan ese carácter tan expresivo a las figuras y que les permite la posibilidad
de una posterior corrección, fijando nuestra atención en el encarnado (consiste
en la pintura o policromía de las partes del cuerpo que están al descubierto:
cabezas, brazos, manos, torsos y piernas). El color no se daba directamente
sobre la madera, sino en una primera capa que constituía el aparejo. En segundo
lugar iba el dorado, no afectando para nada al encarnado. Se aplicaban algunas
veces panes de oro. Una vez dorada la escultura se procedía, al estofado,
pintando encima con colores planos y trabajados, o labores a punta de pincel. El
aparejo de la encarnación era distinto y más delgado que el empleado en el
estofado, a base de albayalde (óleo y barniz, producto este último que daba el
brillo). Durante la primera mitad del siglo XVII, se empleará otra técnica en
algunos Niños Jesús del Convento de San Miguel: encarnar primero a pulimento y
después a mate: ya que el pulimento daba consistencia a la encarnación y el
mate restringía el excesivo lustre, matizando la piel. Lo cierto es que la
encarnación del siglo XVII posee un tono oscuro. El naturalismo de este siglo,
dio origen al empleo de elementos postizos, para dar la impresión de vida y
realidad, como los ojos de pasta vítrea, pestañas, lágrimas, pelos naturales,
orillas de encaje y letras bordadas. En cuanto a los ojos, primero se usó el
procedimiento de pintarlos y después de recubrirlos con una lámina de cristal
adaptada a su forma.
Los Niños Jesús exentos
del Convento de San Miguel tienen importancia decisiva tanto por su novedad
iconográfica como por el hecho de encontrarse en ellos varias representaciones
o tipos distintos. No obstante, he de destacar que a pesar de haber realizado
el estudio de los Niños Jesús exentos del cenobio de religiosas dominicas de
Trujillo, en la ciudad y en concreto en otros conventos como en Santa Clara o
San Pedro, existen varios Niños Jesús de distinta tipología, así como el Niño
barroco de la Bola en la iglesia de San Francisco o los Niños de plomo del
siglo XVII de la iglesia de Santiago, uno de ellos en paradero desconocido. Y,
más recientemente, el Niño Jesús de Praga de la parroquial de San Francisco, de
los años 40 del siglo XX.
Será el siglo XVI el que contemple esencialmente la aparición de la
iconografía y se continúe con gran auge durante los siglos siguientes. Una de
las representaciones menos frecuentes que hemos podido comprobar de los Niños
estudiados han sido las imágenes de Niños Jesús
en cunitas, integrados en los de Belén-, dentro de vitrinas de cristal (foto 1). Obra
en madera policromada, anónimo del último tercio del siglo XVI. El cabello, las
cejas y la boca presentan pintura. Con una anatomía muy marcada, las piernas
cruzadas, vientre y curva inguinal trabajos con detalle. Viste túnica de raso
de color salmón, ribeteada con bordados en hilo plateado, medias blancas
caladas y zapatos de raso bordados. Es de pequeño tamaño. Descansa dormido en
una cuna, con una colcha de raso de tono rosáceo y blanco, con motivos
florales, y una almohada de encajes en las orlas. Presenta muy buena
conservación.
Foto 1
En el convento de San Miguel nos encontramos con tres Niños Jesús de Pasión. Esta iconografía procede de las palabras
de Santo Tomás: “Que en el momento de su concepción, el primer pensamiento de
Cristo fue para su Cruz”. Es evidente que en el Medioevo se utilizaron los
instrumentos de la Pasión, dominaban en la liturgia de las vísperas de la
Semana de Pasión, en el canto del himno “Vexilla Regis” y encabezaban las
procesiones del Jueves Santo. Será en el siglo XVI cuando se una la Infancia de
Cristo con la Pasión, siendo los Jesuitas sus mayores propagadores, apareciendo
con frecuencia como ocurre en uno de los Niños del convento de San Miguel con
el anagrama de JHS, siendo una variante como es el Nazareno.
Niño Jesús de Pasión (Foto 2). Mide 42 cms. Debemos tener
en cuenta que las religiosas del convento han cambiado en numerosas ocasiones
sus vestimentas, por eso no todos los Niños de Pasión son Nazarenos, aunque sí
todos los Nazarenos lo son de Pasión. En este caso viste tela roja bordada,
porta una cruz en la mano izquierda y en la cabeza una corona de espinas, lleva
los pies descalzos. Viste túnica roja de raso con motivos vegetales con
bordados dorados, mangas y cuello ribeteada con encajes. Es obra en madera
policromada del segundo cuarto del siglo XVII. Pertenece al grupo de los Niños
de Pasión, posee cabellera postiza, sobre la que se apoya una corona de
espinas. Cara redonda; cejas finas; mirada fija, nariz recta y mejillas
abultadas, excesivamente coloreadas; boca con las comisuras hacia abajo, que le
da una expresión de tristeza y cuello ancho corto. Se apoya sobre una peana,
restaurada que no corresponde con la fechación de la obra en sí.
Foto 2
Niño Jesús de Pasión (Foto 3). Mide 69 cms.
Viste túnica morada como Nazareno, de terciopelo y raso, ajustada con un
cíngulo a la cintura. Porta una cruz en la mano izquierda y en la cabeza una
corona de espinas. Es obra en madera policromada del siglo XVII, anónima,
aunque muy en la línea de los Niños Jesús de Pasión del artista Tomás de la
Sierra, parecido al existente en la colegiata de San Luis, de Villagarcía de
Campos (Valladolid). Se nos ofrece el Niño Jesús del Convento de San Miguel de
Trujillo con los atributos pasionales, un gran patetismo, mira la cruz, posee
peluca con grandes rizos. Cara redonda, cejas finas alargadas, mejillas
coloreadas y nariz pequeña, boca gordezuela. Se apoya en una peana.
Foto 3
Niño Jesús Nazareno (Foto 4). Mide 66 cms.
Pertenece al grupo de los denominados “Nazarenos” dentro de los Niños de
Pasión. Porta una cruz sobre el pecho. Apoya su pie izquierdo sobre la bola del
mundo, con el cuerpo inclinado hacia la derecha. Es un claro ejemplo de la
contraposición entre el bien y el mal. Apoya la cabeza en actitud reflexiva en
la cruz. Posee cabellera en forma de ondas, cara oblonda, nariz recta, pómulos
marcados y barbillas muy pronunciada, los ojos son de cristal. Se apoya en una
peana que lleva el anagrama JHS. Es una obra de pasta de la primera mitad del
siglo XX, posiblemente de la Escuela de Olot.
Foto 4
En el convento de San Miguel nos encontramos con tres Niños Jesús Triunfante, portan una cruz en su mano izquierda y
bendicen con la derecha.
Niño Jesús Triunfante (Foto 5). También
llamados Victoriosos. Tendría que llevar en
su mano izquierda una cruz o estandarte, pues la cruz no solo es símbolo de la Pasión
sino también de la Resurrección y Victoria-. Mide 67 cms. Apoya su peso sobre
la pierna derecha. La mano derecha se encuentra en actitud de bendecir. Es obra
barroca, el Niño está desnudo y se encuentra en posición movida, denominado “en
posición de baile”, presentando una anatomía excesivamente musculosa. Su
vientre es grande y la curva inguinal muy marcada. Posee cabeza con cabello
ensortijado, de rizo pequeño, más abultado en el centro, frente ancha, cara
oblonda, cejas alargadas y finas, ojos expresivos de cristal, nariz recta y
boca rosada de labios delgados y mejillas con tono rosáceo. Las rodillas se ven
muy trabajadas lo mismo que la espalda. Se apoya en una peana cuadrangular de
madera. Tiene una buena conservación. Por las características artísticas e
iconográficas, es obra en madera policromada del primer tercio del siglo XVII.
Su tipo deriva muy directamente del creado por Juan Martínez Montañés,
utilizado igualmente por Juan de Mesa[8].
Foto 5
Niño Jesús Triunfante (Foto 6) de
vestir. Mide 47 cms. Tendría que llevar en su mano izquierda una cruz
-desaparecida- y la mano derecha se encuentra en actitud de bendecir. Cabellera
de rizos, ojos de cristal, cejas finas, nariz chata, boca expresiva dejando ver
los dientes y mejillas sonrosadas. La encarnadura es a pulimento y la
conservación es buena. Viste túnica blanca de tejido de organza con encajes. Se
apoya en una peana decorada con volutas. Obra en madera policromada del primer
tercio del siglo XVIII.
Foto 6
Niño Jesús Triunfante (Foto 7) de
vestir. Mide 44 cms. Tendría que llevar en su mano izquierda una cruz
-desaparecida- y la mano derecha se encuentra en actitud de bendecir. Lleva
enagua, cuello e interior de las mangas de encaje blanco, el vestido está
ajustado con cíngulo de raso blanco. Cabello de rizo grande, formando un
remolino en el centro, para caer a los lados en grandes bucles. Posee cejas
finas, ojos de cristal; nariz respingona; mejillas coloreadas y boca pequeña.
Apoya su peso sobre la pierna derecha en una peana circular. La conservación
del Niño Jesús es buena. Obra en madera policromada del segundo cuarto del
siglo XVII.
Foto 7
Niño Jesús sentado (Foto 8) de vestir, en actitud de
bendecir. Mide 40 cms. Cara oblonda con cabellos rizados, cejas finas, ojos de
cristal, nariz chata y boca gordezuela entreabierta. Viste túnica de raso
ricamente decorada y lleva los pies desnudos. Obra en madera policromada de
mediados del siglo XVIII. Tiene buena conservación.
Foto 8
El convento de San Miguel conserva tres Niños Jesús Majestad, representando al Infante como Rey y
Señor, pudiendo ser asociado con de Niño Jesús de Praga por rasgos generales de
idéntica significación[9]. Según la tradición la
imagen pragense emana de España[10]. Algunos autores
consideran que hacia 1610, creó Martínez Montañés el tipo de Jesús desnudo,
bendiciendo, en actitud naturalista, extendiéndose por España[11]. Sujeta con la mano
izquierda el globo terráqueo y bendice con la mano derecha.
Niño Jesús Majestad (Foto 9). Mide 66 cms. Obra de hacia
1850. Niño en actitud de bendecir, al que le falta la bola del mundo en su mano
izquierda; se apoya en una peana de mármol.
Foto 9
Niño Jesús Majestad (Foto 10). Niño de vestir. Mide 45
cms. Niño en actitud de bendecir, al que le falta la bola del mundo en su mano
izquierda. Viste túnica blanca de tejido de organza con encajes, también tiene
encajes las mangas, el cuello. Posee frente grande; cabello de abundantes rizos
aglutinados en tres zonas; cejas alargadas; ojos de cristal; nariz pequeña;
pómulos sonrosados salientes; boca gordezuela; barbilla marcada. Se apoya en
una peana circular. Obra en madera policromada del segundo tercio del siglo
XVIII. Tiene buena conservación.
Foto 10
Niño Jesús Majestad (Foto 11). Niño de vestir, en
actitud de bendecir, al que le falta la bola del mundo en su mano izquierda.
Cara redonda, abundantes rizos en la cabeza, cejas finas; nariz pequeña,
mejillas abultadas; boca gordezuela y barbilla marcada. Obra del siglo XVII. Se
encuentra en lamentable estado de conservación. Tiene un brazo roto y le falta
la peana sobre la cual iba apoyado.
Foto 11
Niño Jesús, Buen Pastor (foto 12):Presenta una
mezcla iconográfica de dos tipos: bendiciendo con la mano derecha y con la
izquierda portando el estandarte, como Salvador del mundo, y también como Buen
Pastor, con el báculo o cayado. Con este tema, sin embargo se produce una
contraposición que raya casi en el antagonismo, entre pintores y escultores de
la época. Los primeros, salvo en raras excepciones, tratan la figura de Jesús
Niño de una manera delicada y humana. Vemos Niños en los cuadros de Velázquez,
de Zurbarán, pero sobre todo en los del artista que mejor ha sabido distinguir
la infancia, Bartolomé Esteban Murillo, copiando sus modelos del natural e
inmortalizándolos en lienzos de los que se conservan buena parte en nuestro
país, repartidos por diferentes lugares, y muy especialmente en el Museo del
Prado. Se representa en pintura al «Buen Pastor», aparece Jesús Niño con una
oveja, rememorando el pasaje evangélico de San Juan: «Yo soy el Buen Pastor y
conozco a mis ovejas…». Estos lienzos, mundialmente conocidos y admirados, son
una clara muestra, dada la delicadeza de sus temas y la forma de ser tratados,
de la profunda religiosidad del autor. Los escultores -generalmente- dirigen
sus pasos por otros caminos totalmente opuestos a los pintores. Las imágenes
que crean son crudas y amargas: Niños de corta edad con corona de espinas, con
instrumentos de Pasión o soportando el peso del madero. En este caso, en el
convento de San Miguel, nos encontramos con un Niño Jesús vestido de pastor,
bendiciendo con la mano derecha y portando con la izquierda un báculo muy
moderno (que no corresponde con la fechación de la obra escultórica). Mide 55
cms. Cara redonda, cejas finas, nariz pequeña, mejillas abultadas, boca
gordezuela y barbilla marcada. Obra en madera policromada de la segunda mitad
del siglo XVII. En mal estado de conservación.
Foto 12
Niño en actitud declamatoria (Foto 13). Mide 56
cms. Sería un Niño Jesús Pasionario, se supone llevaba la cruz en el palo que
tiene apoyado -pero la falta la cruz-, y se le han girado los brazos tomando
otra actitud. Cabello con rizos, frente pequeña, cejas finas, nariz recta, boca
gordezuela y mejillas muy coloreadas, presentando encarnadura a pulimento. Se
sujeta en una peana de madera, sin ningún adorno. Se encuentra en mal estado de
conservación. Es obra del siglo XVII.
Foto 13
Niño Jesús, anónimo, siglo XVII (Foto 14). Mide 40 cms.
Presenta una anatomía excesivamente musculosa. Se apoyaría en una peana -que ha
desaparecido- . Está desnudo, portaría en su mano izquierda una cruz y en la
derecha una bola del mundo. Se encuentra en estado de conservación precario.
Foto 14
Niño Jesús, siglo XVIII
(Foto 15). Mide 31 cms. Se encuentra en muy mal estado de conservación. Sobre
su cabeza de cabello castaño, tiene las marcas de haber portado una pequeña
corona. Posee cejas alargadas, ojos de cristal; nariz pequeña, mejillas
abultadas y barbilla marcada. Obra en madera policromada.
Foto 15
NOTAS:
[1] BLÁZQUEZ, J. M.: Trajano. Ariel,
2000;Brown, P, Thébert, y Vevne, P: Historia de la vida privada en el Imperio
romano. Taurus, Madrid, 1992; GONZALEZ, J y SAQUETE, J. C.: Marco Ulpio
Trajano. Junta de Andalucía, 2002; Mommsen, T: El mundo de los Césares. F.C.E.,
Madrid, 1983.
[2] Casas, V: Francisco de Asís. Vivir según el Evangelio (Col. Testigos, 8).
Madrid, Ed. Paulinas, 1991 (3ª ed); Chersterton, G. K., San Francisco de Asís(Biografías – Memorias). Barcelona, Ed. Juventud, 1994
(8ª ed); Colosanti, Juan, San Francisco de Asís. Vida popular. Buenos Aires, Misiones
Franciscanas Conventuales, 1991; Herrera, Juan Ignacio, San Francisco de Asís (Vidas ilustres, 15). Madrid, Susaeta Ed.,
1981; Larrañaga, Ignacio, El Hermano de Asís. Vida profunda de San Francisco. Madrid, Ed. Paulinas,
1991 (XI edición).
[3] San Antonio de Padua, Sermones dominicales y festivos, Publicaciones del Instituto Teológico
Franciscano, Murcia 1995; G. Abate, La «Vita prima» di
Sant’Antonio, en Il Santo 8 (1968), pp. 127-226.
[4] Obras de San Juan de la Cruz, Doctor
de la Iglesia, editadas y anotadas por el P. Silverio de Santa Teresa, C.D.
Burgos, Monte Carmelo, 1929-1931, 4 vol., (Biblioteca Mística Carmelitana
10-13); Obras completas. Edición crítica, notas y apéndices por Lucinio Ruano
de la Iglesia. 13. ed. Madrid, EDICA, 1991. Obras completas. 6. ed. Preparada
por Eulogio Pacho. Burgos, Monte Carmelo, 1998; JOSÉ DE JESÚS MARÍA (Quiroga),
Historia de la vida y virtudes del venerable P. Fr. Juan de la Cruz… Ed. de F.
Antolín. Salamanca, Junta de Castilla y León, 1992; JERÓNIMO DE S. JOSÉ
(Ezquerra), Historia del Venerable Padre Fray Juan de la Cruz. Nueva ed.
preparada por J.V. Rodríguez. Valladolid, Junta de Castilla y León, 1993, 2
vol.
[5] ROIG, R: De la visión del infierno a
la visión del primer Carmelo, del Libro de la vida de Santa Teresa, Letras de
Deusto (Bilbao, Spain) 12, nº. 24 (1982 July-Dec.), p. 59-75.
[6] Polo, José (ed.): Estudios sobre
Santa Teresa. Universidad de Málaga, Málaga,1988; Cammarata, Joan F.: Epístola
consolatoria y contemptus mundi: El epistolario de consuelo de Santa Teresa de
Ávila,Actas del XIII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, I:
Medieval: Siglo de Oro; Sevilla, 2000; Arencibia, Yolanda Source: La
expresividad de Santa Teresa en Las moradas, Revista de Filología de la
Universidad de La Laguna {Tenerife) 3, (1984), p. 17-30; Carreno, A: El Libro de
la vida de Santa Teresa de Jesús, Madrid, 1986; LOPEZ ESTRADA, F: Literatura y
religión en la política de los Siglos de Oro: La relación de las fiestas que
Felipe IV hizo en 1627 por el patronato de Santa Teresa de Jesús, Aureum
Saeculum Hispanum: Beitrage zu Texten des Siglo de Oro; Korner, Karl-Hermann
(ed. & introd.)–Briesemeister, Dietrich (ed.), 1983.
[8] Véase URREA, J: La pequeña escultura
en Valladolid (siglos XVI al XVIII). Edit. Caja de Ahorros Popular de
Valladolid, marzo de 1983.
[9] VIRGEN DEL CARMEN, Fr. A. De la:
Historia del Milagroso Niño Jesús de Praga. Edt. De Espiritualidad. Madrid,
1960. Il Messagiero del S. Bambino Gesú di Praga. Padri Carmelitani Scalzi. Arenzano
(Génova). Organo Ufficiale dellÓmonimo Santuario. Anno LXX, 1975; LXXII, 1978;
LXXVII, 1981.
[10] OLRS, J: El Niño
Jesús de Praga es de origen español. Ecclesia, 1952.
[11] MARTÍN GONZALEZ,
J. J: Historia del Arte. Gredos, Madrid, 1978, tomo II. MALE, E: L`art
Religieux de la fin du XVI siécle, du XVII siécle et du XVIII siécle. Ed.
Armand Colin. París, 1951. LLOMPART, G: Imágenes mallorquinas exentas del Niño
Jesús. B.S.A.A., XLVI, Universidad de Valladolid, C.S.I.C. Valladolid, 1980.