jueves, 28 de junio de 2018


PINTURA MURAL EN ALCÁNTARA

Municipio de la provincia de Cáceres, se localiza entre los 39° 43’ de latitud norte y los 6° 53’ de longitud oeste. Pertenece a la comarca funcional de Cáceres. El término municipal tiene una extensión de 552 km² y el casco urbano está situado a 232 m de altura, un término municipal que se asienta sobre la penillanura cacereña-alcantarina caracterizado oro su monotonía en el paisaje y el encajamiento del río Tajo.
Fue una importante población de la que quedan interesantes restos urbanos del Medievo, por ser una población fronteriza estuvo fortificada: el castillo dominaba el puente, junto con la denominada “Torre del Oro”, situada en la orilla opuesta; además de contar con fortificaciones del siglo XVII con baluartes defensivos sobre el río.
En su término se ha localizado sepulcros megalíticos y un poblado fortificado de la Edad del Hierro en “Villavieja del Castillejo de la Orden”, situado en un meandro del río Jartín, encontrándose en el transcurso de las excavaciones arqueológicas una necrópolis con tumbas de cremación con a Juárez cerámicos y armamento fechados en el siglo IV a. C.  la fecha más reciente del asentamiento viene dada por una inscripción en bronce del 104 a. C., consistente en un tratado entre el Consejo del poblado y el pueblo romano[1].
Fue muy importante la presencia romana en la zona, destacando el Puente romano que cruza el río Tajo, construido en el año 105, según una inscripción en el centro del puente indica que fue construido en honor al emperador romano Trajano, nacido en Hispania[2]. La inscripción dice lo siguiente: "Imp(eratori)· Caesari· Divi. Nervae·(filii)·Aug(usto)·Pont(ifici)·Max(imo)·trib(unicia)·potest(ate); En su entrada meridional se deja constancia en otra inscripción de que su ingeniero fue Cayo Julio Lacer, el mismo arquitecto que también construyó el arco triunfal y templo votivo in antis de planta rectangular y una sola cámara. El puente de Alcántara fue construido gracias a los impuestos de siete villas lusitanas y pretendía unir la calzada de Norba Caesarina (Cáceres) a Conimbriga (Portugal). También hemos de destacar las importantes inscripciones  romanas, algunas de ellas honorífica-monumental  han sido localizadas en esta población[3].
Durante la dominación musulmana existió un poblamiento defensivo que permitía controlar el interesantísimo puente romano, uno de los pasos que comunicaba los territorios del norte y del sur del Tajo, muy utilizado para el desplazamiento de soldados y ganado. Abdalla Mohamed “El Idrisi” en su obra, denomina a Alcántara como “La maravilla del mundo”, debido a que durante la dominación musulmana era una de las plazas más apetecidas, a causa de su posición estratégica y por la solidez de su baluarte defensivo[4].
Este baluarte defensivo requirió importancia cuando los cristianos ocuparon la Transierra, a partir del siglo XII, disputaron a los árabes la estratégica fortaleza. En el año 1143 fue conquistada por el rey Alfonso XII, volviéndose a perder y recuperándola en el año 1166 el rey Fernando II de León y se la entregó a la Orden de San Juan, la cual no pudo retenerla y volvió a caer en poder musulmán. En el año 1213 fue conquistada definitivamente por Alfonso IX de León. La villa fue entregada a los caballeros de San Julián, los cuales trasladaron aquí su convento mayor y adoptaron el nombre de Orden de Alcántara.
El 2 de marzo de 1476, tras las batallas de Toro y Albuera, se eligió esta villa fronteriza para negociar la paz entre los Reyes Católicos y Alfonso V de Portugal. Aquí se diseñaron los preliminares de la paz y se redactó el tratado, firmado posteriormente en Alcaçovas el 4 de septiembre del mismo año; por el cual, Alfonso V y Juana la Beltraneja dejaban de titularse reyes de Castilla y, en reciprocidad, los Reyes Católicos renunciaban a todas sus pretensiones en el reino de Portugal[5]. En el año 1499 nació en esta localidad Juan Garavito Villela de Sanabria, conocido como San Pedro de Alcántara, que alcanzaría una enorme dimensión testimonial y evangélica. El Papa Juan XXIII le proclamó patrono de Extremadura en el año 1962[6].
Alcántara sufrió mucho durante la guerra de la Independencia en la primavera de 1809. El general Lapiche entró en la población y la saqueó e incendió[7]. La reforma administrativa liberal mantuvo a este municipio como cabeza de partido judicial, eminencia que alcanzaría bajo la Restauración al considerarla distrito electoral.
A finales de los años 60 del siglo XX la compañía eléctrica de Iberdrola construyó un embalse con sus 90 km de longitud, acaparar 3.177 metros cúbicos, lo que supone 500 litros de agua por cada habitante del planeta Tierra, siendo uno de los mayores de Europa y el segundo de producción de energía eléctrica de España.

1.- La Casa de los Pereros
Se conserva un esgrafiado en la casa de los Perero. Los Perero, linaje asentado en Alcántara desde la creación de la Orden Militar. Los descendientes de los primeros maestres de San Julián del Pereiro tomaron por apellido el nombre de la Orden y fundaron casa solariega en la Villa. Entroncaron con las grandes familias establecidas en Alcántara como demuestra el escudo heráldico que preside su fachada donde se aprecian los apellidos Perero, Cárdenas, Figueroa y Mendoza. Posiblemente, construida en el siglo XIV aunque remodelada en los siglos XVI y XVII.


    En este edificio de sobria portada destacan sus dos monumentales chimeneas con remate triangular. En su interior, revistiendo algunas de sus paredes, se conservan bellos medallones esgrafiados datados en el siglo XVI.




2.- Convento de Sancti Spíritu e Iglesia de la Encarnación (La Antígua).
La iglesia de la Encarnación Antigua popularmente conocida como "Las Monjas", su construcción es de mampostería de pizarra con elementos graníticos de trazas góticas y añadidos de épocas posteriores. Destaca la bóveda de crucería nervada distinguiéndose en su clave central el escudo de los Reyes Católicos. Además se pueden apreciar los escudos de los Apontes, Roco Campofrío.

 En el interior las dependencias son  más sencilla, y estaban organizadas en torno a un claustro central. En el refectorio se pueden apreciar todavía restos de pinturas murales. En la actualidad, su lamentable estado de conservación no permite apreciar su belleza original.

3.-Ermita  Nuestra Señora de la Soledad.
Situada en  el barrio judío, según  Pedro Barrantes Madonado este edificio, fue "Sinagoga", y probablemente, la primitiva ermita  fue construido en el siglo XIV.
En la Visita de 1618 se la nombra como Ermita de Nuestra Señora de la Misericordia, donde su alzad actual es del siglo XVIII, de planta rectangular con una sola nave dividida en tres tramos, la cabecera está cubierta con una cúpula con linterna, y en el muro del lado del evangelio se localiza un ábside cegado hasta hace unos años, con unas bellas pinturas murales que representan símbolos pasionistas.

Destaca también  la sacristía, de planta rectangular y en la que pueden apreciarse sencillas ménsulas molduradas, una cúpula de extraordinaria factura, y decoración mural policromada en relieve de estilo rococó, con una inscripción que dice: "SE COLOCO ESTA IMAGEN A DEVOCIÓN DE BERNARDO ERNÁNDES, SANTIBANEZ Y SU MUJER, CATALINA PEREZ SEBILLA AÑO DE 1783".


4.- Ermita de Santa Ana. 
      No se sabe  la fecha de su construcción teniendo en cuenta el manuscrito de Barrantes Maldonado, ésta sería muy temprana. Actualmente esta pequeña ermita está en ruinas, sirviendo de corral, y solo permanecen en pie uno de los muros hastiales construidos con mampostería de pizarra.


Santa Ana daba el nombre a una plazuela que comunicaba directamente con la calle Parras como aparece en un plano de Coello(1874) y según referencias de Pascual Madoz de esta misma epoca.
Constaba de tres naves separadas por arcos formeros en cuyas dovelas todavía se conservan restos de pinturas, dichos arcos apoyaban sobre cimacios ubicados sobre pilares octogonales un tanto achaparrados. La portada de su fachada principal presenta un arco apuntado de granito enmarcado por un álfiz. En su interior, el acceso hacia el presbiterio se realizaba mediante un arco apuntado granítico cegado en la actualidad.



5.- Palacio Marqueses de Torreorgaz
Palacio de los Marqueses de Torreorgaz. Perteneciente al linaje de los Aponte, familia asentada en esta Villa desde el siglo XVI; en 1699 se concede el Marquesado de Torreorgaz a don Diego de Aponte y Zúñiga, Topete y Aldana, Regidor Perpetuo y Caballero de la Orden de Alcántara.


    Presenta una fábrica de mampostería de pizarra y sillería de granito de buena escuadra tanto en portada como en las esquinas. En una de ellas, destaca una ventana en ángulo con dos arcos polilobulados, que contrasta con la ventana esquinera de sabor popular del edificio colindante. En su cubierta sobresalen dos airosas chimeneas tradicionales del caserío alcantarino tanto en edificios populares como palaciegos.





[1] ONGIL VALENTÍN, M. I.: “Excavaciones arqueológicas en el poblado prerromano de Villavieja del Castillejo de la Orden (Alcántara, Cáceres) 1ª Campaña”. Extremadura Arqueológica, I. Mérida, 1988, pp. 103- 108.
[2] ARIAS DE QUINTANADUEÑAS, J: Antigüedades y santos de la noble villa de Alcántara. Madrid, 1661, ed. de 1852 (Madrid).
[3]CORRALIZA, V. J: “El puente de Alcántara”, Revista de Estudios Extremeños, 30, 1, Badajoz, 1974, pp. 153- 171; GIMENO, H: “La inscripción del dintel del templo de Alcántara”. Epigraphica,  57, 1995, pp. 87-145; ABASCAL PALAZÓN, J. M: Los nombres personales en las inscripciones latinas de Hispania, Murcia, 1994, p.  284; VIU, J: Extremadura, sus inscripciones y monumentos. Madrid, 1852, p. 57, HURTADO DE SAN ANTONIO, R: Corpus Provincial de inscripciones latinas, Cáceres. Cáceres, 1977, pp. 50-56; MÉLIDA, J. R: Catálogo Monumental de España. Provincia de Cáceres. Madrid, 1924, tomo II, pp. 118-138.
[4]Abū Abd Allāh Muhammad al-Idrīsī, fue un cartógrafo, geógrafo y viajero musulmán que vivió y desarrolló la mayor parte de su obra en la corte de Roger II, establecida en Palermo. Su obra recopilar una cantidad de información geográfica e histórica incomparable.
[5]CISNEROS DE LINDE-TORRE, A: Síntesis, historia y fe en Alcántara. Alcántara, 1989; VILLARROEL ESCALANTE, J. J.: Alcántara, puente y frontera. Núm. 47:  ERE. Mérida, 1991.
[6]ANDRES ORDAX, S: Arte e iconografía de San Pedro de Alcántara. Diputación Provincial de Avila, Institución Gran Duque de Alba. Avila, 2002; BARRADO, ARCANGEL: San Pedro de Alcántara. Madrid, 1965; GONZALEZ RAMOS, V: Biografía de San Pedro de Alcántara. Plasencia, Gráficas Sandoval, 1982.
[7] ALONSO PLANCHUELO, S: Temas de Historia de Alcántara. Alcántara, 1986; CISNEROS MONTEMAYOR, A: Alcántara ante la historia, glorias extremeñas. Diputación Provincial de Cáceres, 1975.
[8]Foto de Dñª Juana Santano Diaz (Nuestro agradecimiento por su colaboración)
[9]Fotos de Dñª Juana Santano Diaz (Nuestro agradecimiento por su colaboración)

[10]Foto de Santiago Acero Rodriguez (Nuestro agradecimiento por su colaboración)
[11]Fotos de Dñª Juana Santano Diaz (Nuestro agradecimiento por su colaboración)

[12]Fotos de Dñª Juana Santano Diaz (Nuestro agradecimiento por su colaboración)


martes, 26 de junio de 2018



UN COMPLEJO ARQUEOLÓGICO EN SANTA CRUZ DE LA SIERRA

Julio Esteban Ortega
José Antonio Ramos Rubio
Óscar de San Macario Sánchez


Existen interesantes asentamientos localizados en la Sierra de Santa Cruz de la Provincia de Cáceres correspondientes al Bronce Final, Hierro Inicial y Pleno así como de la época medieval y que han merecido varios estudios desde Roso de Luna[1], Martín Almagro-Gorbea[2], a más recientes como los de  Martín Bravo[3] en relación al castro situado en el extremo Norte de la Sierra y los abundantes restos de edificaciones musulmanas de los siglos IX-XIII (necrópolis, hábitat, fortificación) estudiados por Mélida y la profesora Sophie Gilotte[4]. Por su parte, el profesor Manuel Rubio realizó un interesante estudio sobre otro castro localizado en el cerro San Juan el Alto[5], e hizo referencias a los restos encontrados en la cercana huerta de Mariprao en el año 1956 por el profesor Mena de un rico ajuar perteneciente a un enterramiento fenopúnico[6].
En este contexto en el que el profesor Manuel Rubio localizó en San Juan el Alto[7] un poblado y abundantes restos de cerámica en los años 70 del siglo XX. la razón se haya en el importante yacimiento arqueológico que alberga en sus tierras, tan generosas que ya en la antigüedad hizo que el hombre se fijara en ellas y se asentara para crear varios poblados, un pequeño asentamiento, todavía inédito, del cual se han dado a conocer escasos datos situado en el cerro San Juan el Alto y en sus inmediaciones, después varios poblados amurallados que siguen causando nuestra admiración situados en la propia Sierra, visitando le aún podemos contemplar sus casas, las mismas en las que vivieron los hombres que, llegado un momento, se sintieron tan fuertes que quisieron hacer frente al poder de los romanos, Amparados en sus murallas y con la protección que les ofrecía la montaña, cuando éstos emprendieron la conquista como uno de los primeros objetivos de su política imperialista. Damos a conocer en dicho cerro y en la cercana huerta Mariprao un complejo arqueológico prerromano próximo al lugar donde el profesor Mena localizó en 1956 los citados restos funerarios, donde hemos localizado restos de muralla, canteras, cazoletas, tres altares de sacrificio o “peñas sacras” y, a escasos 200 metros un nuevo santuario o altar, así como grabados rupestres al aire libro y restos de cerámica y objetos metálicos en superficie que nos permiten datar dicho conjunto arqueológico entre el Bronce Final y el Hierro Inicial.
Este complejo arqueológico está situado en el término de Santa Cruz de la Sierra (Extremadura), concretamente a 800 metros de la citada población, sus coordenadas geográficas son 39° 20’ 10,16 ‘’ Latitud Norte,  5º 50’ 11,22’’ Longitud Oeste, meridiano de Greenwich, desde esta zona se domina la llanura trujillana la hacia el norte y la depresión del Guadiana, hacia el sur. Se halla el yacimiento en una zona estratégica, disfrutando al mismo tiempo de las ventajas que ofrecen la montaña y el llano. Aquélla le protege de los vientos fríos del norte y de los posibles ataques de cualquier enemigo inesperado, y ofrece a sus habitantes refugio seguro en caso de peligro, ya que pueden encontrar con facilidad agua y pastos para los ganados a lo largo de todo el año. El llano, por su parte, por su disposición tierras aptas para el cultivo. No es raro que en esta zona encontremos restos de la Edad del Cobre de grupos de personas que vivieron por estos parajes. Porque, pasado el tiempo, en lo que ya podemos considerar Edad del Bronce, desde un momento difícil de determinar, pero bien avanzado el segundo milenio a. C. , hayamos numerosos restos de fragmentos de cerámica, muy rodados, al tratarse de materiales de superficie, un poblado, bien protegido con una muralla continua, bien para protegerse de sus enemigos o de los animales de monte. Eran ocupantes más o menos estables de esta zona, considerados propiamente indígenas. Con una economía absolutamente autárquica, y viven de lo que ellos mismos producen y lo que la naturaleza espontáneamente les ofrece.
El poblado se enclava en el apéndice de un cerro granítico que recibe el nombre de San Juan el Alto, al sureste de la población, presentando su zona más elevada una plataforma o bloque residual sobreelevado a 453 metros de altitud destacando sobre el terreno; dicha altura proporciona al Castro una posición estratégica acentuada, aprovechando la defensa natural que le proporciona este relieve de sierra. La ladera se aprovecha para pastizal y algunas parcelas dedicadas al cultivo, hay abundantes chumberas, olivos, almendros mezclados con la vegetación mediterránea (encina, roble), lo que pone de manifiesto que existen suficientes recursos en el entorno del Castro para mantener a una población estable, también hemos de destacar el codeso y la escoba (retamar) y la vegetación fisulírica en la fractura de los bolos del cerro de San Juan siendo la más característica la Digitalis thapsis; y, mamíferos como la liebre, el conejo y el zorro. Tampoco existen problemas para el abastecimiento de agua, pues existen importantes manantiales cuya agua incluso es utilizada hoy día por el pueblo.
Debido a la gran cantidad de materiales dispersos por toda la superficie del yacimiento, como consecuencia de la remoción de tierras por los agricultores, hemos podido localizar en superficie numerosos restos de cerámica del poblado de dimensiones y tipologías variables, destacando bordes aplanados o almendrados y fondo plano o curvo indistintamente, y dos colgantes amorcillados macizo, materiales que apuntan una cronología avanzada dentro del Bronce Final, situándolos en el siglo IX a. C. los colgantes amorcillados estuvieron en uso desde el Bronce Final hasta los siglos VI-V a. C[8]. No obstante, en el yacimiento se observa claramente una continuidad en el asentamiento que nos lleva hasta el Hierro Inicial. Aunque este material no es muy significativo, si es semejante al documentado en poblados del Bronce Final por lo que creemos necesario recoger esta información ya que con él son ya dos los poblados de esta época, este estamos estudiando y otro situado en el extremo Norte de la cercana Sierra de Santa Cruz cuya cota es de 743 m, frente a los 843 m que alcanza el pico más alto de la Sierra o “monte isla”[9] donde se localizan restos de ocupación del Bronce Final, Hierro Inicial y Pleno y época medieval, ya que este lugar es un enclave idóneo para situar rastros, siendo uno de los escasos sitios donde se documenta una ocupación que abarca desde la Prehistoria hasta la Edad Media.
Volviendo al asentamiento que nos ocupa, el material recogido en superficie está compuesto por cerámicas a mano, algunas con las superficies bruñidas y otros restos cerámicos fabricados a torno, vasos cuya única forma significativa son los bordes exvasados y vueltos; el material metálico es, sin embargo, el que mejor información con lógica aporta, tal es el caso del citado colgante amorcillado (mediados o finales del siglo IX a. C). Hace algunos años, el profesor Manuel Rubio recogió en este cerro de San Juan el Alto[10] varios restos de cerámica a torno, correspondientes a recipientes de paredes gruesas presentando la pasta un color rojo parduzco, la forma de los recipientes seguía la tendencia esférica u oval. Según el profesor Manuel Rubio pertenecían a grandes recipientes de almacenaje para gran permanencia temporal -las denominadas tinajas de lagar-. También encontró una serie de  fragmentos de labios; realizados con pasta fina,  sus caras son rojo anaranjado, no así el interior que es gris oscuro; la arcilla tiene presencia de desgrasante muy fino y se realizaron también a torno, posiblemente pertenecientes a vajillas de uso cotidiano aunque a veces de cierto lujo y prestigio. Igualmente, recogió importante número de restos de cerámicas estampiladas, incisas (por puntos, trazos lineales rectos, angulaciones, a peine) y pintadas consistentes en cerámicas finas y anaranjadas la presencia de seis fragmentos decorados con bandas de color rojo vinoso.
Todo el poblado se rodeó de una muralla de bloques de granito (86 metros) aprovechando los afloramientos rocosos aparejados en seco, de modo que en algunos tramos lo único necesario fue tapar los huecos entre ellos. La cantidad de piedra desplomada de los lienzos es ingente, alcanzando el derrumbe de los 3 m de altura y un espesor que oscila entre 3, 50 y 3, 70 metros. La muralla exterior marca una línea de defensa que rodea todo el cerro situándose en la zona sureste, la más desprotegida. No obstante, en esta zona se observa claramente otra línea de muralla casi paralela a la muralla principal y separada de ella tan sólo unos metros. Esta primera muralla tiene la particularidad de ser un sencillo parapeto que completa la defensa que proporcionan los escarpes casi verticales de este cerro. La superficie del asentamiento situado en San Juan el Alto pudo ser aproximadamente 700 mtrs cuadrados.
La técnica de construcción de la muralla fue la superposición de bloques de granito sin formar y largas regulares; las de mayor tamaño se colocaron en las caras exteriores del muro, utilizando las más pequeñas para acuñarlas. El interior presenta un relleno de piedras más pequeñas colocadas sin forma determinada alcanzando un espesor de 1,50 m en algunas zonas del recinto, encontrándonos en la zona Este paramentos construidos en talud llegando a alcanzar la muralla una altura de 5,78 m mientras que en el extremo Norte (que mira a la población de Santa Cruz de la Sierra) se construyeron rectos y, destacamos cuatro orificios cuadrados practicados en la roca para la colocación de una empalizada. Los accesos al interior del recinto se sitúan en los flancos Sur y Sureste. Observándose claramente un vano en el flanco sur de 1 m de luz en la muralla, que lleva una anchura de 1,30 m en el lado opuesto se observa los derrumbes de otro más pequeño. Predomina el granito de grano grueso y leucogranito, presentando un grano cuyo grosor está entre 5 mms y 3 cms. Se trata de granitos de dos micas y muy ricos en moscovitas.
El complejo sistema defensivo es característico de una etapa que va de finales del Bronce al Hierro Inicial, por lo que nos permite señalar que fue en ese periodo de transición entre una y otra fase cuando se construiría. El material arqueológico es muy escaso en el poblado los únicos indicios de viviendas son algunos pequeños fragmentos de adobes. 
Es importante destacar que en la Huerta Mariprao se localizaron dos urnas fenopúnicas (enterramiento de incineración) en torno al siglo VIII a. de C.-, es decir en Época Orientalizante o Hierro I. que fueron dadas a conocer por Mena en 1959[11]; otros estudios realizados  en 1977[12] y 1999[13]  y en el año 2007, concretamente en el Boletín número 81 del Museo de Cáceres,  traslada la ubicación de su hallazgo a la ladera noreste de la sierra de Santa Cruz, inexactitudes ya que el profesor Manuel Rubio Andrada confirma que el hallazgo tuvo lugar en la huerta de Mariprado, pues era alumno de Antonio Mena y se encontrarme en el colegio, en el momento en que un campesino llevo los restos a las escuelas. Si continuamos el razonamiento en dicho enterramiento se localizaron también en el año 1959 dos vasos colocados a cada lado, un plato y una figura de arcilla con forma de pájaro depositada junto los huesos, que fueron depositados en el Museo de Cáceres. Un vaso fabricado a torno, y se caracteriza por un cuello acampanado alto y panza ovoide separados por un marcado bisel, con la superficie cubierta por cuatro bandas paralelas de engobe rojo salvo la zona de la base. El segundo también está fabricado a torno y de una forma similar, aunque la panza es más ovoide y no se marca el bisel, también está cubierto por bandas de engobe rojo[14]. Los vasos fenopúnicos de Santa Cruz de la Sierra han sido estudiados por Aubet y los considera productos algún taller del Bajo Guadalquivir[15].
Tanto Ana María Martín Bravo, del Depº de Documentación del Museo del Prado,  como la profesora Marisa Ruiz-Gálvez han planteado la hipótesis de que el enterramiento de Santa Cruz de la Sierra podría ser de origen tartésico, una mujer que trasladaría su residencia a las tierras del interior; posiblemente estaría unida a algún jerarca, como vínculo para garantizar las relaciones entre las gentes de procedencia tardecita y la población local y controlaba los puertos de acceso a la cuenca del Tajo, influyendo en el caso de Santa Cruz de la Sierra la estratégica posición este lugar ocupa, al estar junto uno de los principales puertos que hay que cruzar para adentrarse en la Alta Extremadura[16].
En el cerro de San Juan el Alto damos a conocer la existencia de dos altares de sacrificio, uno más situado en la ladera sureste fuera del recinto amurallado –considerando que se trate de un altar de la Edad del Bronce Final-, y, en lo alto del cerro otro altar (a 200 metros de los anteriores).
ALTAR DE SACRIFICIOS DE SAN JUAN EL ALTO: Se sitúa en una de las entradas del poblado  con orientación NW-SE, es una estancia parcialmente excavada en la roca de planta rectangular con dos accesos, por el sureste y el oeste. Las paredes se conservan en algunos puntos hasta una altura de 2 m. El espacio del santuario se cierra con sillares de fábrica tosca que se ven desparramados por los alrededores. Este santuario se asocia a una gran peña en la que se cayó un altar en uno de los lados de la cara que mira al norte se labraron dos escalinatas paralelas que conducen a la superficie plana con dos con cavidades comunicadas entre sí. Una de ellas vertía en una tercera que a través de un canalillo conducía los líquidos al pie del altar. Tiene un amplio ara rectangular que mide 4 x 2 m y dos escaleras amplias (70 x 50 cms y 60 x 10 cms, respectivamente). El altar o “peña sacra” mide 4,50 m x 2,40 m. presentando otras dos escaleras de forma casi circular (24 x 40 cm) y dos cubetas. Correspondiente a la Edad del Hierro.
ALTAR DE SACRIFICIOS DE SAN JUAN EL ALTO:  A 7 metros del altar citado  encontramos otro, posiblemente de la Edad del Bronce Final. Mide 3,30 m x 2,10 m. presenta 3 orificios o cubetas en la zona superior (90 x 60 cms, 60 x 37 cms y 50 x 40 cms. el ara que vierte por un canalillo, con orientación NW-SE.  En la base del santuario hay una concavidad producida por la erosión del granito, con una angosta entrada, cuyo interior ha sido un importante metamorfismo  (metablastos de ortosa) formando hoyos de 10 cms de diámetro. El sacrificio tendría lugar en la zona superior del santuario. Mientras que las entrañas de las víctimas se quemaban en las cubetas citadas y la sangre vertía en otras similares, al tiempo que se rendía culto a las divinidades, alguna de ellas indígenas. El sacrificio comprendía varias fases; se trataría de un ritual de iniciación ofrecía un orden y un itinerario determinado, realizándose en lugares distintos, y que forzosamente hay que realizar con la variada morfología de estos monumentos. Hemos de tener muy en cuenta la coincidencia de la orientación del altar con la cumbre alta, podría no ser casual y estar intencionadamente buscada en asociación con algún fenómeno celeste de conocimiento ya en la Edad del Hierro.
Entre ambos conjuntos o “peñas sacras” hay una cantera.
ALTAR DE SACRIFICIOS EN SAN JUAN EL ALTO: En lo alto del cerro San Juan el Alto, a 200 metros del castro y “peñas sacras” citadas predomina la formación de “bolos” debido a la acción combinada del diaclasado con el lajamiento superficial, dando lugar a capas de varios centímetros redondeando las aristas formadas por el diaclasamiento, un bolo granítico que emerge en el terreno sobre otros dos, formando una pequeña cavidad interior, incluso formando parte de la defensa natural del poblado. Allí nos encontramos con otro santuario que presenta al suroeste cuatro escaleras en reducción según ascendemos al ara que van de 70 cms. a 40 cms. y, dos escaleras más con forma cuadrangular que miden 30 x 20 cms. En la zona superior se encuentra el ara (70 x 30 cms).
A estas formas habría que unir extensas lanchas –bien trabajadas- y amplios “domos”, donde se retiene el agua de lluvia generando erosión por disgregación granular y encontrando en varios lugares escaleras practicadas en la roca que permiten acceder a los distintos lugares del asentamiento.
Fuera de todo el recinto amurallado, en el extremo Norte (que mira a la población de Santa Cruz) encontramos en un peñasco que forma parte del bloque amurallado dos grabados, un soliforme con seis puntuaciones o coviñas rodeando una central. Y a escasos metros siete haces de líneas o barras verticales. Al problema de la identificación de lo representado se añade el no menos importante de su representación, realizada desde nuestra perspectiva, que evidentemente no tiene por qué coincidir con la de otros autores. Nos encontramos ante dos asociaciones aparentemente simbólicas elaboradas mentalmente, con las que tratarían de expresar o comunicar ideas a modo de códigos de comunicación mediante una sencilla técnica y utilizando la piedra  como soporte y, teniendo muy en cuenta la primitiva elección del asentamiento.
La estructura de puntos consigue reflejar la misma idea que el petroglifo tipo “círculo trazado mediante puntos”, o que el tipo “coviña central rodeada por línea circular, seguida de anillo de coviñas rodeadas de línea circular”. Algunos autores consideran que puede tratarse este tipo de símbolos pétreos una escitura ogmica, habiéndose encontrado piedras similares en Puerto de Santa Cruz, Abertura, Villamesías y en la misma Sierra de Santa Cruz[17]. No es de extrañar, por tanto, que el estudio de cazoletas y piletas sea una fuente constante de polémica entre los diversos investigadores que se han atrevido a abordarlo, que suelen llegar a conclusiones difícilmente concluyentes -condicionadas por el propio tema de trabajo y su problemática-. Y pese a que este tipo de conjuntos rupestres están documentados en numerosas áreas de la Península Ibérica, incluido el Bajo Aragón, y a que no son pocos los estudios existentes sobre los mismos -que han proliferado notablemente en los últimos años-, todavía careceremos de un estudio global que permita establecer tipologías, relacionar los emplazamientos de cazoletas y canalillos con sus distintas funcionalidades, o comparar cronologías y paralelos etnográficos.
La posible comparación entre todas estas manifestaciones rupestres con los epígrafes de Irlanda y Gran Bretaña realizados en auténtica escritura ógmica, evidencia hasta qué punto resulta fantasiosa esta interpretación de las cazoletas documentadas en España. La disimilitud es tan evidente que obliga a descartar definitivamente la consideración de rayas, cupuliformes y canalillos como evidencias de una escritura secreta y perdida utilizada por los sacerdotes indígenas que habitaban la Península Ibérica en época antigua. Por tanto, el término escritura ógmica sólo puede aplicarse al sistema alfabético de escritura vigente en el ámbito insular entre los siglos IV-IX d.C., del que se conocen numerosas inscripciones realizadas sobre grandes bloques de piedras destinados a servir de estelas para marcar las tumbas y recordar al allí enterrado y su filiación, y que nada tienen que ver ni formal ni conceptualmente con las cazoletas hispanas.
Otras han sido interpretadas como representaciones astronómicas o siderales, e incluso algunas han sido vinculadas al control del tiempo y el calendario.
La curiosidad humana con respecto al día y la noche, al Sol, la Luna y las estrellas, llevó a los hombres primitivos a la conclusión de que los cuerpos celestes parecen moverse de forma regular. La primera utilidad de esta observación fue, por lo tanto, la de definir el tiempo y orientarse. Para los pueblos primitivos el cielo mostraba una conducta muy regular. El Sol que separaba el día de la noche salía todas las mañanas desde una dirección, el Este, se movía uniformemente durante el día y se ponía en la dirección opuesta, el Oeste. Por la noche se podían ver miles de estrellas que seguían una trayectoria similar.
En las zonas templadas, comprobaron que el día y la noche no duraban lo mismo a lo largo del año. En los días largos, el Sol salía más al Norte y ascendía más alto en el cielo al mediodía. En los días con noches más largas el Sol salía más al Sur y no ascendía tanto.
Pronto, el conocimiento de los movimientos cíclicos del Sol, la Luna y las estrellas mostraron su utilidad para la predicción de fenómenos como el ciclo de las estaciones, de cuyo conocimiento dependía la supervivencia de cualquier grupo humano. Cuando la actividad principal era la caza, era trascendental predecir el instante el que se producía la migración estacional de los animales que les servían de alimento y, posteriormente, cuando nacieron las primeras comunidades agrícolas, era fundamental conocer el momento oportuno para sembrar y recoger las cosechas.
La alternancia del día y la noche debe haber sido un hecho explicado de manera obvia desde un principio por la presencia o ausencia del Sol en el cielo y el día fue seguramente la primera unidad de tiempo universalmente utilizada.
Debió de ser importante también desde un principio el hecho de que la calidad de la luz nocturna dependiera de la fase de la Luna, y el ciclo de veintinueve a treinta días ofrece una manera cómoda de medir el tiempo. De esta forma los calendarios primitivos casi siempre se basaban en el ciclo de las fases de la Luna. En cuanto a las estrellas, para cualquier observador debió de ser obvio que las estrellas son puntos brillantes que conservan un esquema fijo noche tras noche. Los primitivos, naturalmente, creían que las estrellas estaban fijas en una especie de bóveda sobre la Tierra. Pero el Sol y la Luna no deberían estar incluidos en ella.
Del Megalítico se conservan grabados en piedra de las figuras de ciertas constelaciones: la Osa Mayor, la Osa Menor y las Pléyades. En ellos cada estrella está representada por un alvéolo circular excavado en la piedra. La literatura vertida sobre estas combinaciones circulares que tienen un contenido simbólico es abrumadora. Su amplia difusión en Europa y la existencia de figuras semejantes en América y Asia, así como su datación desde la Edad del Bronce en el área del Oriente Próximo hasta tiempos relativamente recientes en otras zonas, nos ponen ante un símbolo universal de significado posiblemente diferente según el lugar y la época en que se inscriba. Temática característica que nos muestra un mundo simbólico muy intrincado, producto de una sociedad compleja. La carencia de información objetiva sobre aspectos tan básicos como las características fundamentales de la sociedad de la Edad del Bronce nos impide todo intento serio por abordar de forma coherente un tema imprescindible, constatando la relación directa entre las rocas con grabados y el hecho de que desde ellos se contara con una amplia perspectiva visual sobre terrenos muy aptos para sustentar pastos naturales, reduciendo la existencia del pastoreo, su relación con los grabados y su elevado grado de incidencia en el régimen económico de la comunidad humana que aquí se estableció, dotada de un cierto grado de organización social en una fase transicional Bronce-Hierro. Lo que sí está claro es que el arte rupestre está muy lejos de constituir una mera manifestación estética, en él subyace un fuerte componente simbólico que es fiel reflejo de la existencia su alrededor de un mundo espiritual relativamente complejo, en el que por fuerza habrían de jugar un papel importante ciertos individuos destacados que detentarían un mayor o menor grado de poder ideológico y material, al estar en posesión de las claves necesarias para interpretar el universo simbólico representado en los grabados.
Podemos agrupar este tipo de grabados a las formulaciones teóricas de lo que se ha dado en llamar Arqueologia del Paisaje, pues consideramos que nos encontramos ante un paisaje ritual,  empleando la hipótesis cronológica tradicional –lo que nos dificulta una adecuada contextualización, cosa que nos preocupa en exceso pudiendo adaptar modelos teóricos procedentes de la órbita anglosajona, entendiendo la mayor parte de los petroglifos como una forma de apropiación simbólica del espacio por comunidades humanas en zonas muy concretas donde se produciría cierta competitividad por el acceso a determinados recursos. Ubicando los grabados cronológicamente en a finales de la edad del bronce, y permitiendo integral del fenómeno dentro de un contexto histórico específico: exactamente el mismo que la investigación arqueológica apunta a los primeros tiempos de la introducción de la metalurgia en esta zona, una época caracterizada por la apertura de este asentamiento exterior, por un dinamismo económico y un crecimiento demográfico derivados de la intensificación agropecuaria, y por el inicio de una acusada tendencia hacia la aparición de formas de organización social complejas, una hipótesis que planteamos al observar la presencia de múltiples asientos practicados en la roca teniendo que ver con el nuevo orden social, como un instrumento para la difusión y la reproducción del dominio de clase, naturalizado una representación de la realidad caracterizada por la presencia social del varón y el poder individual.
Resulta especialmente llamativo la existencia de estas oquedades formadas o practicadas en bloques graníticos, tras su observación consideramos que no se trata del desgaste del granito en proceso de descomposición, producido por agentes atmosféricos generales y algún agente local de extraordinaria virulencia. Nos encontramos ante asientos practicados en la roca donde los pobladores de este asentamiento asistirían a una especie de ritual.
Frente a este conjunto pétreo se encuentra una especie de pileta muy bien tallada en la roca con una orientación y una configuración del paisaje totalmente diferente, comienza a invitarnos inevitablemente a prestarle atención al asunto. Aquí estamos ya ante un bloque exento, ante un pequeño canchal no muy elevado que exhibe en la zona superior una circunferencia perfectamente estar tallada, sin que se pueda apreciar “resbalón” o acanaladura que denuncie algún tipo de vertido. Probablemente estemos ante un altar de ofrendas que podemos asociar a los grabados localizados en esta zona.
El paraje en que se encuentra es la planicie del cerro que estamos estudiando, mirando al Norte, concretamente a la actual población de Santa Cruz de la Sierra, en la que pueden observarse también señales de transformación, pudiéndose observar un poblamiento estable. El paraje está claramente antropizado y se observan señales claras de poblamiento; apareciendo incluso abundantes restos de cerámica correspondientes a la Edad del Bronce Final y Hierro Inicial. Definiendo con todo ello un tipo de espacio que podemos definir como paisaje ritual.





[1]              Roso de Luna, M: “Excavaciones en la Sierra de Santa Cruz”. Revista de Extremadura, IV, Badajoz, 1902, pp. 253-258.
[2]              Almagro Gorbea, M: “El Bronce Final y el período Orientalizante en Extremadura”. Bibliotheca Preahistórica  Hispana. XIV, Madrid, 1977, p.  204.
[3]              Martín Bravo, A. M: Los orígenes de Lusitania. El I Milenio  a. C. en la Alta Extremadura. Real Academia de la Historia, Madrid, 1999, p. 37.
[4]              Mélida, J. R..: Catálogo monumental de España. Catálogo Monumental de la provincia de Cáceres. Madrid, 1924. Gilotte, S: Aux marges d'al-Andalus. Peuplement et habitat en Estrémadure centre-orientale (VIIIe–XIIIe siècles) ,  2 vol.. Academia Scientiarum Fennica. Helsinki, Finlande 2010
[5]              Rubio Andrada, M;  Rubio Muñoz, F. J y Rubio Muñoz, M. I: “El poblado de la Edad del Hierro de San Juan el Alto de Santa Cruz de la Sierra”.  Actas de los XXXVI Coloquios Históricos de Extremadura. Tomo II. Badajoz, 2008, pp. 683-713. Lo cita Melchor Terrón, A: Santa Cruz, la Sierra y su entorno. Badajoz, 2001, pp. 97,  100-102.

[6]              Mena Ojea, A: “Restos prehistóricos en Santa Cruz de la Sierra”. Revista Alcántara, Cáceres, 1956, p. 41
[7]              Nombre que recibe por la cercana ermita de San Juan Baustista, ya en ruinas, que se encuentra dentro del Cementerio construido a mediados del siglo XIX.  Vid. Tomás López donde la cita en el Interrogatorio de la Real Audiencia de 14 de febrero de 1791, donde dice que a la de San Juan van los feligreses en procesión a oír misa.  Los únicos restos que quedan de la ermita es un arco triunfal que permitía el acceso al Altar Mayor y algunos restos pétreos en la entrada y en el citado ábside así como visibles pinturas murales muy deterioradas. LOPEZ, T (1798): La provincia de Extremadura a finales del siglo XVIII. Ed. Asamblea de Extremadura. Mérida, 1991.

[8]              Martín Bravo, A. M: Los orígenes de Lusitania. El I Milenio  a. C. en la Alta Extremadura. Real Academia de la Historia, op. cit., p. 37
[9]              Gómez Amelia, D:  La Penillanura Extremeña. Estudio geomorfológico. Universidad de Extremadura, Cáceres, 1985, p. 174; Roso de Luna, M: “Excavaciones en la Sierra de Santa Cruz”, op. cit., pp. 253-258.
[10]             Rubio Andrada, M;  Rubio Muñoz, F. J y Rubio Muñoz, M. I: “El poblado de la Edad del Hierro de San Juan el Alto de Santa Cruz de la Sierra”, op. cit., pp. 689-691.
[11]             Se encuentran en el Museo Provincial de Cáceres. Mena Ojea, A: “Restos prehistóricos en Santa Cruz de la Sierra”, op. cit., p. 41. El análisis antropológico de los restos óseos fue realizado por los doctores Robledo y G. Trancho revelando que pertenecían a una mujer joven, que murió cuando tenía una edad  entre los 25 y 30 años.
[12]             ALMAGRO GORBEA, M: “El Bronce Final y el período Orientalizante en Extremadura”, op. cit., p.  204.
[13]             Vid. Martín Bravo, op. cit., p. 88.
[14]             Similares a éstos son los vasos a chardon que aparecen en la base del Túmulo A de Setefilla en Lora del Río, Sevilla; otro que procede del Túmulo B y un vaso de la tumba 1 de La Joya.  Vid. Aubet Semmler, M.E: “La necrópolis de Setefilla en Lora del Río, Sevilla”. Programa de Investigaciones. Protohistóricas. II. Barcelona, 1975;  Aubet Semmler, M.E: “La necrópolis de Setefilla (Lora del Rio, Sevilla). El Túmulo A. Programa de Investigaciones. Protohistóricas: Andalucía Extremadura, Barcelona, 1981, p. 94; Aubet Semmler, M.E: Excavaciones en Setefilla: el Túmulo B”. Programa de Investigaciones. Protohistóricas: Andalucía Extremadura. Barcelona, 1981, p. 213; Orta, E. M y GARRIDO, J. P: “La tumba orientalizante de “La Joya”, Huelva. Trabajos de Prehistoria, número 11, 1963, 11, p. 21.
[15]             Aubet Semmler, M.E: “La cerámica púnica de Setefilla”. Studia Archaeologica, 42, Madrid, 1976,  p. 24. Cit. Martín Bravo, op. cit., p. 88.
[16]             Martín Bravo, op. cit., p. 90. Ruiz-Gálvez Priego, M: “La novia vendida: Orfebrería, Herencia y Agricultura  en la Prehistoria de la Península Ibérica”. SPAL, 1, 1992, p. 238. Explicando el tesoro de Aliseda y relacionándole con el ajuar localizado en la tumba de Santa Cruz de la Sierra, repitiendo las extrañas características de la tumba de El Carpio del Tajo, en Toledo.
[17]             La escritura ógmica aparece en Irlanda entre los siglos VII y IV a. c.  Hay  quienes interpretan las cazoletas como signos pertenecientes a la escritura ógmica o hemisférica, un sistema secreto de escritura supuestamente empleado por los sacerdotes de los pueblos indígenas de la Península Ibérica. Esta teoría fue introducida en España por el inglés J.H. Rivett-Carnac9 en 1902, y rápidamente ganó adeptos entre los investigadores españoles como M. Roso de Luna, que interpretó así las cazoletas documentadas en Extremadura. Roso de Luna, M., “La escritura ógmica en Extremadura”, BRAH, 44, 1904, pp. 357-359; e Id., “La escritura ógmica en Extremadura”, BRAH, 45, 1904, pp. 352-353.