UN COMPLEJO ARQUEOLÓGICO EN SANTA CRUZ DE LA SIERRA
Julio Esteban Ortega
José Antonio Ramos Rubio
Óscar de San Macario Sánchez
Existen interesantes asentamientos
localizados en la Sierra de Santa Cruz de la Provincia de Cáceres
correspondientes al Bronce Final, Hierro Inicial y Pleno así como de la época
medieval y que han merecido varios estudios desde Roso de Luna[1], Martín Almagro-Gorbea[2], a más recientes como los
de Martín Bravo[3] en relación al castro
situado en el extremo Norte de la Sierra y los abundantes restos de
edificaciones musulmanas de los siglos IX-XIII (necrópolis, hábitat,
fortificación) estudiados por Mélida y la profesora Sophie Gilotte[4]. Por su parte, el profesor
Manuel Rubio realizó un interesante estudio sobre otro castro localizado en el
cerro San Juan el Alto[5], e hizo referencias a los restos
encontrados en la cercana huerta de Mariprao en el año 1956 por el profesor
Mena de un rico ajuar perteneciente a un enterramiento fenopúnico[6].
En este contexto en el que el profesor
Manuel Rubio localizó en San Juan el Alto[7] un poblado y abundantes
restos de cerámica en los años 70 del siglo XX. la razón se haya en el
importante yacimiento arqueológico que alberga en sus tierras, tan generosas
que ya en la antigüedad hizo que el hombre se fijara en ellas y se asentara
para crear varios poblados, un pequeño asentamiento, todavía inédito, del cual
se han dado a conocer escasos datos situado en el cerro San Juan el Alto y en
sus inmediaciones, después varios poblados amurallados que siguen causando
nuestra admiración situados en la propia Sierra, visitando le aún podemos
contemplar sus casas, las mismas en las que vivieron los hombres que, llegado
un momento, se sintieron tan fuertes que quisieron hacer frente al poder de los
romanos, Amparados en sus murallas y con la protección que les ofrecía la
montaña, cuando éstos emprendieron la conquista como uno de los primeros
objetivos de su política imperialista. Damos a conocer en dicho cerro y en la
cercana huerta Mariprao un complejo arqueológico prerromano próximo al lugar
donde el profesor Mena localizó en 1956 los citados restos funerarios, donde
hemos localizado restos de muralla, canteras, cazoletas, tres altares de
sacrificio o “peñas sacras” y, a escasos 200 metros un nuevo santuario o altar,
así como grabados rupestres al aire libro y restos de cerámica y objetos
metálicos en superficie que nos permiten datar dicho conjunto arqueológico
entre el Bronce Final y el Hierro Inicial.
Este complejo arqueológico está situado
en el término de Santa Cruz de la Sierra (Extremadura), concretamente a 800
metros de la citada población, sus coordenadas geográficas son 39° 20’ 10,16 ‘’
Latitud Norte, 5º 50’ 11,22’’ Longitud
Oeste, meridiano de Greenwich, desde esta zona se domina la llanura trujillana
la hacia el norte y la depresión del Guadiana, hacia el sur. Se halla el
yacimiento en una zona estratégica, disfrutando al mismo tiempo de las ventajas
que ofrecen la montaña y el llano. Aquélla le protege de los vientos fríos del
norte y de los posibles ataques de cualquier enemigo inesperado, y ofrece a sus
habitantes refugio seguro en caso de peligro, ya que pueden encontrar con
facilidad agua y pastos para los ganados a lo largo de todo el año. El llano,
por su parte, por su disposición tierras aptas para el cultivo. No es raro que
en esta zona encontremos restos de la Edad del Cobre de grupos de personas que
vivieron por estos parajes. Porque, pasado el tiempo, en lo que ya podemos
considerar Edad del Bronce, desde un momento difícil de determinar, pero bien
avanzado el segundo milenio a. C. , hayamos numerosos restos de fragmentos de
cerámica, muy rodados, al tratarse de materiales de superficie, un poblado,
bien protegido con una muralla continua, bien para protegerse de sus enemigos o
de los animales de monte. Eran ocupantes más o menos estables de esta zona,
considerados propiamente indígenas. Con una economía absolutamente autárquica,
y viven de lo que ellos mismos producen y lo que la naturaleza espontáneamente
les ofrece.
El poblado se enclava en el apéndice de
un cerro granítico que recibe el nombre de San Juan el Alto, al sureste de la
población, presentando su zona más elevada una plataforma o bloque residual
sobreelevado a 453 metros de altitud destacando sobre el terreno; dicha altura
proporciona al Castro una posición estratégica acentuada, aprovechando la
defensa natural que le proporciona este relieve de sierra. La ladera se
aprovecha para pastizal y algunas parcelas dedicadas al cultivo, hay abundantes
chumberas, olivos, almendros mezclados con la vegetación mediterránea (encina,
roble), lo que pone de manifiesto que existen suficientes recursos en el
entorno del Castro para mantener a una población estable, también hemos de
destacar el codeso y la escoba (retamar) y la vegetación fisulírica en la
fractura de los bolos del cerro de San Juan siendo la más característica la
Digitalis thapsis; y, mamíferos como la liebre, el conejo y el zorro. Tampoco
existen problemas para el abastecimiento de agua, pues existen importantes
manantiales cuya agua incluso es utilizada hoy día por el pueblo.
Debido a la gran cantidad de materiales
dispersos por toda la superficie del yacimiento, como consecuencia de la
remoción de tierras por los agricultores, hemos podido localizar en superficie
numerosos restos de cerámica del poblado de dimensiones y tipologías variables,
destacando bordes aplanados o almendrados y fondo plano o curvo
indistintamente, y dos colgantes amorcillados macizo, materiales que apuntan
una cronología avanzada dentro del Bronce Final, situándolos en el siglo IX a.
C. los colgantes amorcillados estuvieron en uso desde el Bronce Final hasta los
siglos VI-V a. C[8].
No obstante, en el yacimiento se observa claramente una continuidad en el
asentamiento que nos lleva hasta el Hierro Inicial. Aunque este material no es
muy significativo, si es semejante al documentado en poblados del Bronce Final
por lo que creemos necesario recoger esta información ya que con él son ya dos
los poblados de esta época, este estamos estudiando y otro situado en el extremo
Norte de la cercana Sierra de Santa Cruz cuya cota es de 743 m, frente a los
843 m que alcanza el pico más alto de la Sierra o “monte isla”[9] donde se localizan restos
de ocupación del Bronce Final, Hierro Inicial y Pleno y época medieval, ya que
este lugar es un enclave idóneo para situar rastros, siendo uno de los escasos
sitios donde se documenta una ocupación que abarca desde la Prehistoria hasta
la Edad Media.
Volviendo al asentamiento que nos ocupa,
el material recogido en superficie está compuesto por cerámicas a mano, algunas
con las superficies bruñidas y otros restos cerámicos fabricados a torno, vasos
cuya única forma significativa son los bordes exvasados y vueltos; el material
metálico es, sin embargo, el que mejor información con lógica aporta, tal es el
caso del citado colgante amorcillado (mediados o finales del siglo IX a. C).
Hace algunos años, el profesor Manuel Rubio recogió en este cerro de San Juan
el Alto[10] varios restos de cerámica
a torno, correspondientes a recipientes de
paredes gruesas presentando la pasta un color rojo parduzco, la forma de los
recipientes seguía la tendencia esférica u oval. Según el profesor Manuel Rubio
pertenecían a grandes recipientes de almacenaje para gran permanencia temporal
-las denominadas tinajas de lagar-. También encontró una serie de fragmentos de labios; realizados con pasta
fina, sus caras son rojo anaranjado, no
así el interior que es gris oscuro; la arcilla tiene presencia de desgrasante
muy fino y se realizaron también a torno, posiblemente pertenecientes a
vajillas de uso cotidiano aunque a veces de cierto lujo y prestigio.
Igualmente, recogió importante número de restos de cerámicas estampiladas,
incisas (por puntos, trazos lineales rectos, angulaciones, a peine) y
pintadas consistentes en cerámicas finas y anaranjadas la presencia de seis
fragmentos decorados con bandas de color rojo vinoso.
Todo el poblado se rodeó de una muralla
de bloques de granito (86 metros) aprovechando los afloramientos rocosos
aparejados en seco, de modo que en algunos tramos lo único necesario fue tapar
los huecos entre ellos. La cantidad de piedra desplomada de los lienzos es
ingente, alcanzando el derrumbe de los 3 m de altura y un espesor que oscila
entre 3, 50 y 3, 70 metros. La muralla exterior marca una línea de defensa que
rodea todo el cerro situándose en la zona sureste, la más desprotegida. No
obstante, en esta zona se observa claramente otra línea de muralla casi
paralela a la muralla principal y separada de ella tan sólo unos metros. Esta
primera muralla tiene la particularidad de ser un sencillo parapeto que
completa la defensa que proporcionan los escarpes casi verticales de este
cerro. La superficie del asentamiento situado en San Juan el Alto pudo ser
aproximadamente 700 mtrs cuadrados.
La técnica de construcción de la muralla
fue la superposición de bloques de granito sin formar y largas regulares; las
de mayor tamaño se colocaron en las caras exteriores del muro, utilizando las
más pequeñas para acuñarlas. El interior presenta un relleno de piedras más pequeñas
colocadas sin forma determinada alcanzando un espesor de 1,50 m en algunas
zonas del recinto, encontrándonos en la zona Este paramentos construidos en
talud llegando a alcanzar la muralla una altura de 5,78 m mientras que en el
extremo Norte (que mira a la población de Santa Cruz de la Sierra) se
construyeron rectos y, destacamos cuatro orificios cuadrados practicados en la
roca para la colocación de una empalizada. Los accesos al interior del recinto
se sitúan en los flancos Sur y Sureste. Observándose claramente un vano en el
flanco sur de 1 m de luz en la muralla, que lleva una anchura de 1,30 m en el
lado opuesto se observa los derrumbes de otro más pequeño. Predomina el granito
de grano grueso y leucogranito, presentando un grano cuyo grosor está entre 5
mms y 3 cms. Se trata de granitos de dos micas y muy ricos en moscovitas.
El complejo sistema defensivo es
característico de una etapa que va de finales del Bronce al Hierro Inicial, por
lo que nos permite señalar que fue en ese periodo de transición entre una y
otra fase cuando se construiría. El material arqueológico es muy escaso en el
poblado los únicos indicios de viviendas son algunos pequeños fragmentos de
adobes.
Es importante destacar que en la Huerta
Mariprao se localizaron dos urnas fenopúnicas (enterramiento de incineración) en torno al siglo VIII a. de C.-, es decir en
Época Orientalizante o Hierro I. que fueron
dadas a conocer por Mena en 1959[11]; otros estudios realizados en 1977[12]
y 1999[13] y en el año 2007, concretamente en el Boletín
número 81 del Museo de Cáceres, traslada
la ubicación de su hallazgo a la ladera noreste de la sierra de Santa Cruz,
inexactitudes ya que el profesor Manuel Rubio Andrada confirma que el hallazgo
tuvo lugar en la huerta de Mariprado, pues era alumno de Antonio Mena y se
encontrarme en el colegio, en el momento en que un campesino llevo los restos a
las escuelas. Si continuamos el razonamiento en dicho enterramiento se
localizaron también en el año 1959 dos vasos colocados a cada lado, un plato y
una figura de arcilla con forma de pájaro depositada junto los huesos, que
fueron depositados en el Museo de Cáceres. Un vaso fabricado a torno, y se
caracteriza por un cuello acampanado alto y panza ovoide separados por un
marcado bisel, con la superficie cubierta por cuatro bandas paralelas de engobe
rojo salvo la zona de la base. El segundo también está fabricado a torno y de
una forma similar, aunque la panza es más ovoide y no se marca el bisel,
también está cubierto por bandas de engobe rojo[14].
Los vasos fenopúnicos de Santa Cruz de la Sierra han sido estudiados por Aubet
y los considera productos algún taller del Bajo Guadalquivir[15].
Tanto Ana María Martín
Bravo, del Depº de Documentación del Museo del Prado, como la profesora Marisa Ruiz-Gálvez han
planteado la hipótesis de que el enterramiento de Santa Cruz de la Sierra
podría ser de origen tartésico, una mujer que trasladaría su residencia a las
tierras del interior; posiblemente estaría unida a algún jerarca, como vínculo
para garantizar las relaciones entre las gentes de procedencia tardecita y la
población local y controlaba los puertos de acceso a la cuenca del Tajo,
influyendo en el caso de Santa Cruz de la Sierra la estratégica posición este
lugar ocupa, al estar junto uno de los principales puertos que hay que cruzar
para adentrarse en la Alta Extremadura[16].
En el cerro de San Juan el
Alto damos a conocer la existencia de dos altares de sacrificio, uno más
situado en la ladera sureste fuera del recinto amurallado –considerando que se
trate de un altar de la Edad del Bronce Final-, y, en lo alto del cerro otro
altar (a 200 metros de los anteriores).
ALTAR DE SACRIFICIOS DE SAN
JUAN EL ALTO: Se sitúa en una de las entradas del poblado con orientación NW-SE, es una estancia
parcialmente excavada en la roca de planta rectangular con dos accesos, por el
sureste y el oeste. Las paredes se conservan en algunos puntos hasta una altura
de 2 m. El espacio del santuario se cierra con sillares de fábrica tosca que se
ven desparramados por los alrededores. Este santuario se asocia a una gran peña
en la que se cayó un altar en uno de los lados de la cara que mira al norte se
labraron dos escalinatas paralelas que conducen a la superficie plana con dos
con cavidades comunicadas entre sí. Una de ellas vertía en una tercera que a
través de un canalillo conducía los líquidos al pie del altar. Tiene un amplio
ara rectangular que mide 4 x 2 m y dos escaleras amplias (70 x 50 cms y 60 x 10
cms, respectivamente). El altar o “peña sacra” mide 4,50 m x 2,40 m.
presentando otras dos escaleras de forma casi circular (24 x 40 cm) y dos
cubetas. Correspondiente a la Edad del Hierro.
ALTAR DE SACRIFICIOS DE SAN
JUAN EL ALTO: A 7 metros del altar
citado encontramos otro, posiblemente de
la Edad del Bronce Final. Mide 3,30 m x 2,10 m. presenta 3 orificios o cubetas
en la zona superior (90 x 60 cms, 60 x 37 cms y 50 x 40 cms. el ara que vierte
por un canalillo, con orientación NW-SE.
En la base del santuario hay una concavidad producida por la erosión del
granito, con una angosta entrada, cuyo interior ha sido un importante
metamorfismo (metablastos de ortosa)
formando hoyos de 10 cms de diámetro. El sacrificio tendría lugar en la zona
superior del santuario. Mientras que las entrañas de las víctimas se quemaban
en las cubetas citadas y la sangre vertía en otras similares, al tiempo que se
rendía culto a las divinidades, alguna de ellas indígenas. El sacrificio
comprendía varias fases; se trataría de un ritual de iniciación ofrecía un
orden y un itinerario determinado, realizándose en lugares distintos, y que
forzosamente hay que realizar con la variada morfología de estos monumentos.
Hemos de tener muy en cuenta la coincidencia de la orientación del altar con la
cumbre alta, podría no ser casual y estar intencionadamente buscada en asociación
con algún fenómeno celeste de conocimiento ya en la Edad del Hierro.
Entre ambos conjuntos o “peñas sacras” hay una cantera.
Entre ambos conjuntos o “peñas sacras” hay una cantera.
ALTAR DE SACRIFICIOS EN SAN JUAN EL
ALTO: En lo alto del cerro San Juan el Alto, a 200 metros del castro y “peñas
sacras” citadas predomina la formación de “bolos” debido a la acción combinada
del diaclasado con el lajamiento superficial, dando lugar a capas de varios
centímetros redondeando las aristas formadas por el diaclasamiento, un bolo
granítico que emerge en el terreno sobre otros dos, formando una pequeña
cavidad interior, incluso formando parte de la defensa natural del poblado.
Allí nos encontramos con otro santuario que presenta al suroeste cuatro
escaleras en reducción según ascendemos al ara que van de 70 cms. a 40 cms. y,
dos escaleras más con forma cuadrangular que miden 30 x 20 cms. En la zona
superior se encuentra el ara (70 x 30 cms).
A estas formas habría que unir extensas
lanchas –bien trabajadas- y amplios “domos”, donde se retiene el agua de lluvia
generando erosión por disgregación granular y encontrando en varios lugares
escaleras practicadas en la roca que permiten acceder a los distintos lugares
del asentamiento.
Fuera de todo el recinto amurallado, en
el extremo Norte (que mira a la población de Santa Cruz) encontramos en un
peñasco que forma parte del bloque amurallado dos grabados, un soliforme con
seis puntuaciones o coviñas rodeando una central. Y a escasos metros siete
haces de líneas o barras verticales. Al problema de la identificación de lo representado
se añade el no menos importante de su representación, realizada desde nuestra
perspectiva, que evidentemente no tiene por qué coincidir con la de otros
autores. Nos encontramos ante dos asociaciones aparentemente simbólicas
elaboradas mentalmente, con las que tratarían de expresar o comunicar ideas a
modo de códigos de comunicación mediante una sencilla técnica y utilizando la
piedra como soporte y, teniendo muy en
cuenta la primitiva elección del asentamiento.
La estructura de puntos consigue reflejar
la misma idea que el petroglifo tipo “círculo trazado mediante puntos”, o que
el tipo “coviña central rodeada por línea circular, seguida de anillo de
coviñas rodeadas de línea circular”. Algunos autores consideran que puede
tratarse este tipo de símbolos pétreos una escitura ogmica, habiéndose
encontrado piedras similares en Puerto de Santa Cruz, Abertura, Villamesías y
en la misma Sierra de Santa Cruz[17]. No es de extrañar, por
tanto, que el estudio de cazoletas y piletas sea una fuente constante de
polémica entre los diversos investigadores que se han atrevido a abordarlo, que
suelen llegar a conclusiones difícilmente concluyentes -condicionadas por el
propio tema de trabajo y su problemática-. Y pese a que este tipo de conjuntos
rupestres están documentados en numerosas áreas de la Península Ibérica,
incluido el Bajo Aragón, y a que no son pocos los estudios existentes sobre los
mismos -que han proliferado notablemente en los últimos años-, todavía
careceremos de un estudio global que permita establecer tipologías, relacionar
los emplazamientos de cazoletas y canalillos con sus distintas funcionalidades,
o comparar cronologías y paralelos etnográficos.
La posible comparación entre todas estas manifestaciones rupestres
con los epígrafes de Irlanda y Gran Bretaña realizados en auténtica escritura
ógmica, evidencia hasta qué punto resulta fantasiosa esta interpretación de las
cazoletas documentadas en España. La disimilitud es tan evidente que obliga a
descartar definitivamente la consideración de rayas, cupuliformes y canalillos
como evidencias de una escritura secreta y perdida utilizada por los sacerdotes
indígenas que habitaban la Península Ibérica en época antigua. Por tanto, el
término escritura ógmica sólo puede aplicarse al sistema alfabético de escritura
vigente en el ámbito insular entre los siglos IV-IX d.C., del que se conocen
numerosas inscripciones realizadas sobre grandes bloques de piedras destinados
a servir de estelas para marcar las tumbas y recordar al allí enterrado y su
filiación, y que nada tienen que ver ni formal ni conceptualmente con las
cazoletas hispanas.
Otras han sido interpretadas como representaciones astronómicas o siderales, e incluso algunas han sido vinculadas al control del tiempo y el calendario.
La curiosidad humana con respecto al día y la noche, al Sol, la Luna y las estrellas, llevó a los hombres primitivos a la conclusión de que los cuerpos celestes parecen moverse de forma regular. La primera utilidad de esta observación fue, por lo tanto, la de definir el tiempo y orientarse. Para los pueblos primitivos el cielo mostraba una conducta muy regular. El Sol que separaba el día de la noche salía todas las mañanas desde una dirección, el Este, se movía uniformemente durante el día y se ponía en la dirección opuesta, el Oeste. Por la noche se podían ver miles de estrellas que seguían una trayectoria similar.
Otras han sido interpretadas como representaciones astronómicas o siderales, e incluso algunas han sido vinculadas al control del tiempo y el calendario.
La curiosidad humana con respecto al día y la noche, al Sol, la Luna y las estrellas, llevó a los hombres primitivos a la conclusión de que los cuerpos celestes parecen moverse de forma regular. La primera utilidad de esta observación fue, por lo tanto, la de definir el tiempo y orientarse. Para los pueblos primitivos el cielo mostraba una conducta muy regular. El Sol que separaba el día de la noche salía todas las mañanas desde una dirección, el Este, se movía uniformemente durante el día y se ponía en la dirección opuesta, el Oeste. Por la noche se podían ver miles de estrellas que seguían una trayectoria similar.
En las zonas templadas,
comprobaron que el día y la noche no duraban lo mismo a lo largo del año. En
los días largos, el Sol salía más al Norte y ascendía más alto en el cielo al
mediodía. En los días con noches más largas el Sol salía más al Sur y no
ascendía tanto.
Pronto, el conocimiento
de los movimientos cíclicos del Sol, la Luna y las estrellas mostraron su
utilidad para la predicción de fenómenos como el ciclo de las estaciones, de
cuyo conocimiento dependía la supervivencia de cualquier grupo humano. Cuando
la actividad principal era la caza, era trascendental predecir el instante el
que se producía la migración estacional de los animales que les servían de alimento
y, posteriormente, cuando nacieron las primeras comunidades agrícolas, era
fundamental conocer el momento oportuno para sembrar y recoger las cosechas.
La alternancia del día y
la noche debe haber sido un hecho explicado de manera obvia desde un principio
por la presencia o ausencia del Sol en el cielo y el día fue seguramente la
primera unidad de tiempo universalmente utilizada.
Debió de ser importante
también desde un principio el hecho de que la calidad de la luz nocturna
dependiera de la fase de la Luna, y el ciclo de veintinueve a treinta días
ofrece una manera cómoda de medir el tiempo. De esta forma los calendarios
primitivos casi siempre se basaban en el ciclo de las fases de la Luna. En
cuanto a las estrellas, para cualquier observador debió de ser obvio que las
estrellas son puntos brillantes que conservan un esquema fijo noche tras noche.
Los primitivos, naturalmente, creían que las estrellas estaban fijas en una
especie de bóveda sobre la Tierra. Pero el Sol y la Luna no deberían estar incluidos
en ella.
Del Megalítico se
conservan grabados en piedra de las figuras de ciertas constelaciones: la Osa
Mayor, la Osa Menor y las Pléyades. En ellos cada estrella está representada
por un alvéolo circular excavado en la piedra. La literatura vertida sobre
estas combinaciones circulares que tienen un contenido simbólico es abrumadora.
Su amplia difusión en Europa y la existencia de figuras semejantes en América y
Asia, así como su datación desde la Edad del Bronce en el área del Oriente
Próximo hasta tiempos relativamente recientes en otras zonas, nos ponen ante un
símbolo universal de significado posiblemente diferente según el lugar y la
época en que se inscriba. Temática característica que nos muestra un mundo
simbólico muy intrincado, producto de una sociedad compleja. La carencia de
información objetiva sobre aspectos tan básicos como las características
fundamentales de la sociedad de la Edad del Bronce nos impide todo intento
serio por abordar de forma coherente un tema imprescindible, constatando la
relación directa entre las rocas con grabados y el hecho de que desde ellos se
contara con una amplia perspectiva visual sobre terrenos muy aptos para
sustentar pastos naturales, reduciendo la existencia del pastoreo, su relación
con los grabados y su elevado grado de incidencia en el régimen económico de la
comunidad humana que aquí se estableció, dotada de un cierto grado de
organización social en una fase transicional Bronce-Hierro. Lo que sí está
claro es que el arte rupestre está muy lejos de constituir una mera
manifestación estética, en él subyace un fuerte componente simbólico que es
fiel reflejo de la existencia su alrededor de un mundo espiritual relativamente
complejo, en el que por fuerza habrían de jugar un papel importante ciertos
individuos destacados que detentarían un mayor o menor grado de poder
ideológico y material, al estar en posesión de las claves necesarias para
interpretar el universo simbólico representado en los grabados.
Podemos agrupar este
tipo de grabados a las formulaciones teóricas de lo que se ha dado en llamar Arqueologia del Paisaje, pues
consideramos que nos encontramos ante un paisaje ritual, empleando la hipótesis
cronológica tradicional –lo que nos dificulta una adecuada contextualización,
cosa que nos preocupa en exceso pudiendo adaptar modelos teóricos procedentes
de la órbita anglosajona, entendiendo la mayor parte de los petroglifos como
una forma de apropiación simbólica del espacio por comunidades humanas en zonas
muy concretas donde se produciría cierta competitividad por el acceso a
determinados recursos. Ubicando los grabados cronológicamente en a finales de
la edad del bronce, y permitiendo integral del fenómeno dentro de un contexto
histórico específico: exactamente el mismo que la investigación arqueológica
apunta a los primeros tiempos de la introducción de la metalurgia en esta zona,
una época caracterizada por la apertura de este asentamiento exterior, por un
dinamismo económico y un crecimiento demográfico derivados de la
intensificación agropecuaria, y por el inicio de una acusada tendencia hacia la
aparición de formas de organización social complejas, una hipótesis que
planteamos al observar la presencia de múltiples asientos practicados en la
roca teniendo que ver con el nuevo orden social, como un instrumento para la
difusión y la reproducción del dominio de clase, naturalizado una
representación de la realidad caracterizada por la presencia social del varón y
el poder individual.
Resulta especialmente llamativo la
existencia de estas oquedades formadas o practicadas en bloques graníticos,
tras su observación consideramos que no se trata del desgaste del granito en
proceso de descomposición, producido por agentes atmosféricos generales y algún
agente local de extraordinaria virulencia. Nos encontramos ante asientos
practicados en la roca donde los pobladores de este asentamiento asistirían a
una especie de ritual.
Frente a este conjunto pétreo se encuentra
una especie de pileta muy bien tallada en la roca con una orientación y una
configuración del paisaje totalmente diferente, comienza a invitarnos
inevitablemente a prestarle atención al asunto. Aquí estamos ya ante un bloque
exento, ante un pequeño canchal no muy elevado que exhibe en la zona superior
una circunferencia perfectamente estar tallada, sin que se pueda apreciar
“resbalón” o acanaladura que denuncie algún tipo de vertido. Probablemente
estemos ante un altar de ofrendas que podemos asociar a los grabados
localizados en esta zona.
El paraje en que se encuentra es la
planicie del cerro que estamos estudiando, mirando al Norte, concretamente a la
actual población de Santa Cruz de la Sierra, en la que pueden observarse
también señales de transformación, pudiéndose observar un poblamiento estable.
El paraje está claramente antropizado y se observan señales claras de
poblamiento; apareciendo incluso abundantes restos de cerámica correspondientes
a la Edad del Bronce Final y Hierro Inicial. Definiendo con todo ello un tipo
de espacio que podemos definir como paisaje
ritual.
[1] Roso de Luna, M: “Excavaciones en la Sierra de Santa
Cruz”. Revista de Extremadura, IV,
Badajoz, 1902, pp. 253-258.
[2] Almagro Gorbea, M: “El Bronce Final y el período
Orientalizante en Extremadura”. Bibliotheca Preahistórica Hispana. XIV, Madrid, 1977, p. 204.
[3] Martín Bravo, A. M: Los orígenes de Lusitania. El I Milenio
a. C. en la Alta Extremadura. Real Academia de la Historia, Madrid,
1999, p. 37.
[4]
Mélida, J. R..: Catálogo
monumental de España. Catálogo Monumental de la provincia de Cáceres.
Madrid, 1924. Gilotte, S: Aux marges d'al-Andalus. Peuplement et habitat en
Estrémadure centre-orientale (VIIIe–XIIIe siècles) , 2 vol..
Academia Scientiarum Fennica. Helsinki, Finlande 2010
[5] Rubio Andrada, M;
Rubio Muñoz, F. J y Rubio Muñoz, M. I: “El poblado de la Edad del Hierro
de San Juan el Alto de Santa Cruz de la Sierra”. Actas
de los XXXVI Coloquios Históricos de Extremadura. Tomo II. Badajoz, 2008,
pp. 683-713. Lo cita Melchor Terrón, A: Santa
Cruz, la Sierra y su entorno. Badajoz, 2001, pp. 97, 100-102.
[6] Mena Ojea, A: “Restos prehistóricos en Santa Cruz de
la Sierra”. Revista Alcántara, Cáceres, 1956, p. 41
[7]
Nombre que recibe por la cercana ermita de San Juan Baustista, ya en
ruinas, que se encuentra dentro del Cementerio construido a mediados del siglo
XIX. Vid. Tomás López donde la cita en
el Interrogatorio de la Real Audiencia de
14 de febrero de 1791, donde dice que a la de San Juan van los feligreses en
procesión a oír misa. Los únicos restos
que quedan de la ermita es un arco triunfal que permitía el acceso al Altar
Mayor y algunos restos pétreos en la entrada y en el citado ábside así como
visibles pinturas murales muy deterioradas. LOPEZ, T (1798): La provincia de Extremadura a finales del siglo XVIII. Ed. Asamblea de Extremadura. Mérida,
1991.
[8] Martín Bravo, A. M: Los orígenes de Lusitania. El I Milenio
a. C. en la Alta Extremadura. Real Academia de la Historia, op.
cit., p. 37
[9] Gómez Amelia, D:
La Penillanura Extremeña. Estudio
geomorfológico. Universidad de Extremadura, Cáceres, 1985, p. 174; Roso de
Luna, M: “Excavaciones en la Sierra de Santa Cruz”, op. cit., pp. 253-258.
[10] Rubio Andrada, M;
Rubio Muñoz, F. J y Rubio Muñoz, M. I: “El poblado de la Edad del Hierro
de San Juan el Alto de Santa Cruz de la Sierra”, op. cit., pp. 689-691.
[11] Se encuentran en el Museo Provincial de Cáceres.
Mena Ojea, A: “Restos prehistóricos en Santa Cruz de la Sierra”, op. cit., p.
41. El análisis antropológico de los restos óseos fue realizado por los
doctores Robledo y G. Trancho revelando que pertenecían a una mujer joven, que
murió cuando tenía una edad entre los 25
y 30 años.
[12] ALMAGRO GORBEA, M: “El Bronce Final y el período
Orientalizante en Extremadura”, op.
cit., p. 204.
[14] Similares a éstos son los vasos a chardon que aparecen en la base del Túmulo A de Setefilla en Lora
del Río, Sevilla; otro que procede del Túmulo B y un vaso de la tumba 1 de La
Joya. Vid. Aubet Semmler, M.E: “La
necrópolis de Setefilla en Lora del Río, Sevilla”. Programa de Investigaciones. Protohistóricas. II. Barcelona, 1975; Aubet Semmler, M.E: “La necrópolis de
Setefilla (Lora del Rio, Sevilla). El Túmulo A. Programa de Investigaciones. Protohistóricas:
Andalucía Extremadura, Barcelona, 1981, p. 94; Aubet Semmler, M.E: Excavaciones
en Setefilla: el Túmulo B”. Programa de
Investigaciones. Protohistóricas: Andalucía Extremadura.
Barcelona, 1981, p. 213; Orta, E. M y GARRIDO, J. P: “La tumba orientalizante
de “La Joya”, Huelva. Trabajos de
Prehistoria, número 11, 1963, 11, p. 21.
[15] Aubet Semmler, M.E: “La cerámica púnica de
Setefilla”. Studia Archaeologica, 42,
Madrid, 1976, p. 24. Cit. Martín Bravo,
op. cit., p. 88.
[16] Martín Bravo, op. cit., p. 90. Ruiz-Gálvez Priego,
M: “La novia vendida: Orfebrería, Herencia y Agricultura en la Prehistoria de la Península Ibérica”. SPAL,
1, 1992, p. 238. Explicando el tesoro de Aliseda y relacionándole con el ajuar
localizado en la tumba de Santa Cruz de la Sierra, repitiendo las extrañas
características de la tumba de El Carpio del Tajo, en Toledo.
[17] La escritura ógmica aparece en Irlanda entre los
siglos VII y IV a. c. Hay quienes interpretan las cazoletas como signos
pertenecientes a la escritura ógmica o hemisférica, un sistema secreto de
escritura supuestamente empleado por los sacerdotes de los pueblos indígenas de
la Península Ibérica. Esta teoría fue introducida en España por el inglés J.H.
Rivett-Carnac9 en 1902, y rápidamente ganó adeptos entre los investigadores
españoles como M. Roso de Luna, que interpretó así las cazoletas documentadas en
Extremadura. Roso de Luna, M., “La escritura ógmica en Extremadura”, BRAH, 44,
1904, pp. 357-359; e Id., “La escritura ógmica en Extremadura”, BRAH, 45, 1904,
pp. 352-353.
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