El COMPLEJO ARQUEOLÓGICO DE SAN JUAN EL
ALTO (SANTA CRUZ DE LA SIERRA-CÁCERES). SANTUARIOS RUPESTRES
La Sierra de Santa Cruz es
un monte isla de 843 m de altura que domina el paso de la vía que de Norte a Sur
pone en contacto las feraces vegas de la cuenca media del Guadiana con la meseta
trujillana cacereña. Se trata de una ruta natural muy utilizada desde la más
remota antigüedad por los distintos pueblos que por estas tierras transitaron.
Prueba de su situación estratégica son los numerosos restos arqueológicos que
sus moradores dejaron abandonados a lo largo de la Historia: desde las primeras
etapas del metal, Bronce Final, Hierro Inicial y Pleno, pasando por la Etapa
Romana y llegando hasta el Medievo.
Varios han sido los autores que se han ocupado de contar la
historia de este Lugar. A comienzo del siglo pasado Mario Roso de Luna[1] realizó las primeras prospecciones
aquí y allá entre los numerosos vestigios que se amontonan en sus laderas. A
finales de los 70 Martín Almagro Gorbea[2] en su obra emblemática
sobre la Protohistoria extremeña se hacía eco del hallazgo de un enterramiento
del Periodo Orientalizante que dos décadas atrás había descubierto el maestro
de la localidad Don Antonio Mena Ojea[3] en el lugar conocido como
“Huerta de Mariprao”. Se convertía así nuestra montaña en un enclave
fundamental para comprender la expansión hacia el Norte de la cultura tartésica
y se empezaba a valorar el papel de la región extremeña en el concierto de esta
corriente orientalizante que puso en contacto el ámbito fenicio y tartésico
andaluz con la cultura indoeuropea de las tierras interiores de la Meseta
Occidental. Ya en los 90, Ana María Martín Bravo[4] estudiaba los poblados
existentes en el extremo norte de la Sierra. Mucho antes, en los años 20, José
Ramón Mélida[5] analizaba
los abundantes restos de edificaciones musulmanas de los siglos IX-XIII
(necrópolis, hábitat, fortificación, etc.) y recientemente la profesora Gilote[6] dirigía también sus
investigaciones a los vestigios de época musulmana. Por su parte, Manuel Rubio[7] realizó hace pocas fechas un
interesante estudio sobre otro castro localizado en el cerro San Juan el Alto[8] e hizo referencias a los
restos encontrados en 1956 por Mena en la cercana huerta de “Mariprao”.
Aquí en San Juan el Alto se localiza un impresionante complejo
arqueológico nada fácil de comprender a causa de las superposiciones de
culturas que ocuparon el lugar. Data de la última etapa del Bronce y pervive
durante el Primer Hierro a juzgar por los materiales encontrados. De aquí
proceden los restos de enterramientos localizados por Mena y se pueden ver a
simple vista vestigios del recinto amurallado, altares de sacrificios, grabados
rupestres al aire libre, cazoletas, cerámica y algunos objetos de metal en
superficie. Las antiguas murallas se confunden frecuentemente con los muros que
han servido para apuntalar el aterrazamiento que a distintos niveles jalonan la
sierra. Se trata de uno de los muchos miradores que en las estribaciones de la
montaña se levantan vigilando el camino que transcurría por el llano y que
sirvió de refugio a sus moradores.
EL POBLADO
El poblado se emplaza en una elevación residual que se alza a 453 m de altitud al
suroeste de la población (fig. 1). Su parte superior forma una superficie
amesetada delimitada por profundos escarpes en buena parte del perímetro.
Presenta una estrangulación central que individualiza dos espacios, una mayor
al Sur, situado a un nivel superior más cercano al cerro de San Gregorio que
ocupa una superficie de 4 ha; y otra al Norte, más reducida y con menor elevación
de algo menos de 1 ha. En la zona más estrecha entre ambas mesetas se yerguen
enormes bloques de granitos que contribuyen a separar ambos espacios. Un poco
más abajo, las laderas en suave pendiente se aprovechan para pastizal y las
terrazas se utilizan para el cultivo de cereales. La vegetación es típicamente
mediterránea: abundan las chumberas, encinas, robles, olivos, almendros, etc.
junto con las plantas típicas como la escoba, la jara, el codeso y la
vegetación fisulírica en la fractura de los bolos que salpican toda la montaña.
La caza es muy abundante y existen numerosos manantiales de agua pura y
cristalina que aun hoy día se utiliza para el consumo diario de los lugareños.
La meseta se rodeó de una muralla de material granítico
aprovechando los afloramientos rocosos, que se convierten en los principales
baluartes de las defensa. Los intersticios entre los enormes bolos se cierran
con grandes bloques del mismo material arrancados de las canteras próximas que
conservan todavía los restos de su extracción. Buena parte del paramento se ha
derrumbado y forma grandes acumulaciones de piedras soterradas en las laderas
al pie del yacimiento que llegan a alcanzar espesores considerables. La muralla
exterior se adapta a la orografía del terreno y bordea todo el perímetro de la
meseta. La potencia de la fortificación se incrementa en las zonas más
desprotegidas situadas al Oeste y disminuye donde las defensas naturales son
más acusadas. Es precisamente en la zona de poniente donde el recinto está más
deteriorado, pues al ser éste el acceso natural al poblado, las sucesivas
remodelaciones han desmantelado el paramento original que se ha utilizado para
el asentamiento del camino y el aterrazamiento de cultivos.
En el extremo norte del poblado la muralla debió de estar rematada
por un gran torreón a juzgar por la gran acumulación de materiales procedentes
del derrumbamiento de la estructura. A partir de aquí, en dirección sur y en el
lado del levante el paramento sigue la misma cota formada por la meseta que se
precipita en vertientes muy pronunciadas hasta el llano situado al pie de la
elevación. Se mantienen en pie todavía amplios tramos de la muralla que en alguna
zona llega a tener un alzado de 3’5 m (fig. 2). En cotas inferiores se
distingue un segundo recinto de menor potencia sobre el que no estamos en
condiciones de asegurar que formara parte de las primitivas defensas del
poblado. Hacia el Sur la muralla se pierde en el apoyo del cerro de San
Gregorio. Hacia Oeste el panorama se complica, pues la muralla se confunde con
los muros de terrazas y los apoyos de los caminos trazados en etapas sucesivas.
Sin embargo, en algunos tramos se conservan los bloques que cerraban el espacio
entre los bolos de granito.
La técnica constructiva de la muralla es muy simple y consiste en
grandes bloques de granito bastante irregulares puestos en vertical y aparejados
en seco que se calzan con piedras de menor tamaño para estabilizar la
construcción. En el interior un relleno de cascote y tierra consolidad el muro con el plano inclinado de
la montaña. En algunos tramos el paramento presenta una forma ataludada que
llega a alcanzar varios metros de altura. Destacan cuatro orificios cuadrados
practicados en uno de los bolos situados en la parte nororiental, seguramente
para la colocación de algún tipo de empalizada para defender el camino que
discurre paralelo a la muralla. Los accesos al interior del recinto se sitúan
en los flancos sur y norte, observándose claramente un vano de 1 m de luz en
este lado sur de la muralla y los derrumbes de otro similar en el lado opuesto.
Las características del complejo defensivo y sus sistemas constructivos
son muy similares a las que se pueden observar en otros poblados datados en
esta época, como los de El Risco (Sierra de Fuente), Los Castillones de Araya
(Garrovillas), La Cabeza del Buey (Santiago de Alcántara), Virgen de la Cabeza
(Valencia de Alcántara) o el de La Muralla (Valdehúncar)[9].
El yacimiento de San Juan el Alto forma parte de un poblamiento
caracterizado por ocupar lugares estratégicos en los rebordes montañosos de la
Penillanura cacereña. Son poblados situados en altura que están en la cercanía
de las rutas naturales, ya sean fluviales o terrestres, que atraviesan la
región. Desde la seguridad de sus atalayas los lugareños podían ver y ser
vistos y controlaban el trasiego de personas, mercancías y ganados que por estos
caminos transitaban.
La mayor parte de estos poblados han sido arrasados con el paso
del tiempo y casi ninguno conserva vestigios identificables del hábitat
originario. Tampoco en San Juan el Alto se aprecian restos de cabañas, pero hemos
de suponer que las viviendas se distribuirían de forma dispersa y sin ningún
tipo de organización a lo largo y ancho de las plataformas que delimitan los
grandes bolos de granito. Frecuentemente se recurre a cerrar los espacios entre
los bolos próximos con muros de piedras para formar la vivienda y algunos de
ellos presentan grandes oquedades que han podido ser utilizados como abrigos. Este
mismo sistema de hábitat se puede observar en el poblado de Cabezo de Araya,
donde los grandes bloques de granitos han sido horadados por la erosión
formando amplios abrigos que sirvieron de vivienda a los lugareños. En uno de
estos abrigos apareció el famoso depósito que contenía un conjunto de piezas
metálicas de la última etapa de la Edad del Bronce[10].
En el Risco de Sierra de Fuentes[11], único yacimiento de la
zona excavado donde se han conservado fondos cabañas, la planta era oblonga y la
construcción arranca directamente de la roca madre sin ningún tipo de
cimentación, a lo sumo se aplanaba el terreno y se desbastaba la superficie de
la roca para colocar las primeras hiladas. A continuación se levantaba el muro
sin argamasa y se cubrían los huecos con barro. La estructura se remataba con
una cubierta vegetal compactada con pellas de barro.
Este tipo de hábitat es muy característico de la última etapa del
Bronce y se mantiene durante la I Edad del Hierro en Extremadura, momento en
que empieza a dejarse sentir la corriente Orientalizante que puso en contacto
todo este mundo indígena con las culturas avanzadas del Mediterráneo a través
de Tartesos. Desde el Sur irá penetrando en la región, transformando la vida y
las costumbres de los lugareños que adoptarán, entre otras muchas innovaciones,
las nuevas técnicas constructivas, entre las que se encuentra la planta
rectangular de las viviendas.
Pero todo parece apuntar que San Juan el Alto estuvo habitado, al
menos desde finales del II milenio y durante buena parte del I a. C. En varios
tramos de la muralla que da al saliente se aprecia claramente dos momentos
constructivos: uno más antiguo caracterizado por un paramento de grandes
bloques de granito bastante regulares, formando las primeras hiladas; y un
segundo nivel, más moderno, a base de muros construidos con piedras de menor
tamaño y forma irregular que, en ocasiones, aparece algo desplazado de la línea
de muralla que lo cimenta (fig. 3). La fase más antigua del poblado, según se
desprende del sistema constructivo de sus murallas, parece corresponder a la
última etapa de Bronce o comienzos del Hierro, aunque se podría retrotraer
incluso a la fase Calcolítica. La más moderna, por su parte, habría que
llevarla a la segunda mitad del I milenio, en plena Edad del Hierro. Esta misma
secuencia cronológica comprenden las cerámicas
procedentes de este mismo yacimiento que a continuación pasamos a
comentar brevemente.
En ladera oeste del poblado se aprecia en superficie abundantes restos
cerámicos muy rodados, pero que nos sirven para establecer la cronología del
hábitat allí emplazado. Hay abundantes fragmentos de vasos de gran tamaño de
difícil adscripción cronológica. Son recipientes dedicados al almacenaje tanto
de sólidos como de líquidos muy utilizados en este tipo de poblados de la edad
de Bronce y que perviven a lo largo del primer milenio. En su mayor parte no
llevan decoración, aunque algunas superficies presentan un tratamiento de
escobillados y no faltan los estampillados. Estas últimas son muy comunes en
los yacimientos extremeños de la II Edad del Hierro y aparecen mezcladas con
otras cerámicas probablemente de etapas anteriores.
Entre la cerámica fina se detectan algunos fragmentos de cuencos y
cazuelas elaborados a mano con decoración bruñida que son características del
Bronce Atlántico. Especialmente interesante nos parece un pequeño fragmento a
mano de cocción oxidante y con una decoración incisa en forma de espiga que
podría encuadrarse cronológicamente en la I Edad del Hierro. También apareció
cerámica ibérica a torno con decoración pintada a base de bandas y filetes en
color rojizo, típica de la II Edad del Hierro, similares a las halladas en el
castro de La Coraja de Aldeacentenera[12] y en buena parte de los
castros extremeños de esta época. Junto a éstas cerámicas se recogieron algunos
fragmentos de sigillata y cerámica
árabe.
Las cerámicas de San Juan
el Alto abarcan, por tanto, un amplio periodo cronológico y que va desde
finales del segundo milenio a. C. en pleno Bronce Final y I Edad del Hierro,
pasando por el Hierro II y época romana, hasta la etapa de dominación árabe.
Prueba inequívoca del valor estratégico de esta elevación que controla la ruta
que discurría a su pie y que comunicaba las tierras del Tajo Medio con la
cuenca del Guadiana en su paso al este de la Sierra de Montánchez.
Gran trascendencia tiene el hecho de que sea precisamente en este
poblado donde a mediados del siglo pasado se descubriera un conjunto de materiales procedente de un
enterramiento de incineración que podría fecharse a finales del siglo VIII o
comienzos del VII a. C. El hallazgo fue realizado por un agricultor de la
localidad, Timoteo Rodríguez Ávila, mientras araba la tierra del olivar. En un
momento de su labor debió enganchar con la reja uno de los recipientes y se
decidió a excavar más detenidamente con la azada lo que allí había. Sin muchos
miramientos destrozo el mayor de los tres recipientes cerámicos encontrados,
que ya estaba roto y en posición inclinada. El plato que la cubría estaba
desplazado y la tierra había penetrado en la urna mezclándose con los restos
óseos del interior. Junto a ella se disponían dos recipientes de cerámica de menor
tamaño, que también resultaron dañados, y una figurilla de arcilla en forma de
pájaro. Estos dos últimos vasos fueron depositados en el Museo de Cáceres (fig.
4), pero de la urna, el plato que la cubría y la figura de arcilla nada se
sabe, aunque existen fotografías de esta última y de la urna reconstruida por
el propio Mena, quien dio a conocer el conjunto.
La urna de mayor tamaño está elaborada a torno con paredes más
finas que los dos vasos restantes. El segundo de los recipientes tiene panza
ovoide que a partir de un acentuado bisel remata en un gran cuello con forma
acampanada[13].
Presenta una decoración a base de cuatro bandas paralelas de engobe rojo, la
superior más ancha que las restante. Un tercer vaso, también fabricado a torno
como los anteriores; tiene forma globular con cuello menos acentuado y va
decorado con tres bandas del mismo engobe rojizo.
Estas cerámicas tienen un
origen feno-púnico y deben de proceder de algún taller del Bajo Guadalquivir[14] llegadas a la zona no como
un mero intercambio sino más bien formando parte del ajuar de una joven entregada
en matrimonio a uno de los jefecillos del lugar para introducir relaciones de
amistad y garantizar los intercambios económicos entre la región, rica en
metales, y el poblado de origen de la dama[15].
ESPACIOS SACROS
Acerca de la religiosidad de estas primeras
etapas de la Historia lo desconocemos prácticamente todo y, por supuesto, no
vamos a entrar aquí en detalles sobre este complejo mundo. Pretendemos
solamente dar a conocer la existencia en este poblado de hasta cinco lugares
relacionados con rituales de sacrificios y ofrendas.
ALTAR DE SACRIFICIOS 1 (fig. 5). El primer
complejo ritual se sitúa en la entrada norte del poblado. Se trata de un
espacio de forma rectangular o ara excavado en la roca de unos 4 x 2 m que se
conserva solo parcialmente. Está muy deteriorado y por el frente sur apenas se
distinguen sus límites. No así por el norte donde todavía se puede observar con
toda nitidez su forma originaria. Al ara central se accede por dos escalinatas irregulares
talladas en la roca, una en la esquina noreste, más amplia, con 2 peldaños rectangulares de 70 x 50 cm, y
otra al sureste de tamaño más reducido con 2 peldaños circulares de 60 x 10 cm.
En el frente norte se tallaron tres cubetas
rectangulares a distintas alturas y en sentido descendente que parecen
comunicarse entre sí, seguramente a través de canalillos que vertían los
líquidos unas en otras hasta el pie del altar. Las dos cubetas inferiores están
muy erosionadas y solamente se ha conservado en buen estado la superior.
ALTAR DE SACRIFICIOS 2 (fig. 6). A unos 7 metros
del altar citado encontramos un pequeño
bolo de granito con forma ovalada, más ancho en la parte superior y estrecho en
el pie. Mide 3,30 m de largo por 2,10 de ancho y 1,50 de altura.
Presenta una cubeta redondeada arriba en el centro relativamente profunda (90 x
60 cm), debido seguramente a la disolución del granito por efecto del agua
acumulada a lo largo del tiempo. En el lateral derecho otra cubeta (50 x 40 cm),
cuya forma está más desdibujada, parece comunicarse con la principal; y en el
extremo que da al sur se aprecia una tercera cubeta de forma rectangular de 60
x 37 cm y unos pocos centímetros de profundidad. En la base del altar hay una cavidad producida
por la erosión del granito, con una angosta entrada, cuyo interior ha sufrido
un importante metamorfismo formando oquedades de 10 cm de diámetro.
Entre ambos conjuntos rituales se aprecian
restos evidentes de una cantera de donde se extrajo el material para la
construcción del recinto. Son varias las canteras localizadas en el perímetro
del espigón de San Juan el Alto. En algunas de ellas aún se conservan las
huellas de las cuñas y los bloques cortados en distinto grado de elaboración.
Se buscaron grandes planchas de granito y se cortaron siguiendo las vetas y las
fracturas naturales, mediante un proceso que se iniciaba marcando con
cortafríos y mazos pequeñas ranuras a intervalos regulares; después se
introducían cuñas para romper por la línea marcada y así obtener bloques más o
menos regulares. Dichos bloques se moverían con palancas para su partición en
otros más pequeños.
ALTAR DE SACRIFICIOS 3 (fig. 7 y 8). A medio camino entre las dos
mesetas predomina la formación de “grandes bolos” redondeados que la erosión se
ha encargado de limar sus aristas. Allí, al pie de uno de estos gigantes
pétreos, se encuentra otra de estas “peñas sacras” en una gran roca de
pendientes más suaves con forma aplanada en su parte superior, donde se talló
una cavidad en forma rectangular. El ara está muy erosionada y solo conserva parte de uno de sus ángulos. Se
accede a ella por el norte a través de 5
escalones rectangulares tallados en la roca de 70 cm de largo por 30 de ancho.
Por el Oeste se aprecian dos entalladuras circulares de 30 x 20 cm que ascienden
hacia el ara.
ALTAR DE SACRIFICIOS 4 (fig. 9 y 10). En el extremo sur de la
meseta, en su cima más elevada, situada a 511 metros de altitud, nos
encontramos con otro altar de sacrificios localizado en una roca de forma
irregular y suaves pendientes. En la parte superior se halla el ara en forma
ovalada de 80 x 67 cm, a donde se accedía por tres peldaños tallados en la roca
de 21 x 18 cm. Junto a la cubeta superior se aprecia un total de 11 cazoletas
distribuidas de forma irregular y de tamaño diferente. Podemos especular de una
posible formación natural transformada para un uso concreto o con la
posibilidad de estar ante una especie de calendario agrícola de fases lunares,
o un lugar sagrado relacionado con el culto a ciertos elementos naturales.
No es frecuente la aparición de varios de estos altares de
sacrificios en un espacio tan reducido. La proliferación de espacios sacros en
San Juan el Alto tiene que venir motivada necesariamente por razones
relacionadas con la pervivencia del hábitat a lo largo de las sucesivas etapas
protohistóricas.
Siguiendo al profesor Almagro-Gorbea, el culto a las peñas se
documenta ya desde el Campaniforme en Peñatú y en Fraga da Pena, en el Bronce
Final en Axtroki y en la Edad del Hierro en Ulaca y Peñalba de Villastar,
siempre asociado al culto solar[16]. Estas manifestaciones
religiosas las relaciona Almagro con un sustrato muy arcaico “protocéltico” que
coinciden con otros rituales como los depósitos de armas en cuevas y peñas que aparecen
ya desde los primeros momentos del
Bronce Atlántico y continúan hasta el Bronce Final con la costumbre de arrojar
armas a las aguas[17].
El ritual del sacrificio debió de ser muy
similar en los pueblos de la Hispania Céltica. El sacrificio se efectuaba en la
parte superior del santuario y las piletas estaban destinadas a contener la
sangre de las víctimas y a la cremación de las entrañas de las mismas. La
coincidencia de la orientación del altar con la cumbre alta, podría no ser
casual y estar intencionadamente buscada en asociación con algún fenómeno
celeste.
No conocemos las divinidades estaban a las que
estaban dedicadas todas estas ceremonias y rituales en el caso del San Juan el
Alto, pero sabemos de la existencia en la zona de una deidad indígena que debió
asimilarse a Lux Divina –diosa romana de naturaleza astral– y que fue
venerada por los lugareños[18].
Dada la escasa distancia entre los dos primeros altares, es muy
posible que ambos formaran parte de un mismo espacio ritual que habría
encuadrar cronológicamente en la II Edad del Hierro. No sería descabellado
pensar que el primero de ellos estuviera dedicado a rituales en los que se
inmolaban víctimas de gran tamaño, como toros, caballos e incluso no habría que
descartar los sacrificios humanos, de los que tenemos sobradas evidencias en
las fuentes antiguas[19]. Efectivamente, la gran
estancia rectangular tiene por el Este una doble escalera por las que debieron
acceder los sacerdotes encargados de realizar el ritual, pero por el Sur existe
una suave pendiente que permitiría el acceso de animales de gran tamaño. El
segundo, estaría destinado al sacrificio de animales más pequeños: aves,
conejos, etc.
Pero las posibilidades de interpretación de este primer conjunto
van más allá de las propuestas hasta hora señaladas. La gran cubeta muy bien
pudiera haber sido destinada a baños rituales relacionados con ceremonias de
iniciación de guerreros tan comunes entre los pueblos prerromanos de la
Península Ibérica en general, y entre lusitanos y vettones en particular[20]. Tampoco habría que
descartar su uso como lugar de cremación de los cadáveres (ustrinum) de la gente del poblado. De este modo, tras los rituales
que acompañaban a la incineración de los cuerpos, se depositaban las cenizas
del difunto en su correspondiente urna y posteriormente se llevaban a la
necrópolis, donde se depositaba en un hoyo practicado en el suelo junto con el
ajuar y algunos cuencos y platos de ofrendas.
La disposición de ambos altares es la misma: un espacio para el
sacrificio y una serie de cubetas de menor tamaño para quemar las entrañas de
las víctimas sobre las que se realizaban rituales de adivinación y otras
ceremonias que se nos escapan.
Para la gran cubeta del primer altar no hemos encontrado paralelos
en la región ni tampoco parece haber similitudes con otros santuarios
peninsulares, si exceptuamos el posible ustrinum
hallado en el castro vettón de La Pinosa de Mijares (Ávila)[21]. Estaríamos en presencia,
pues, de confirmarse nuestra hipótesis, de la aparición de uno de los primeros ustrina de un castro prerromano hallados
en la Península donde se realizaban las ceremonias de cremación del los
cadáveres y los rituales practicados en torno a la muerte.
Más común es el tipo de altar realizado sobre un pequeño bolo de
granito tallado al efecto, con cubetas y canalillos. Los más cercanos los
encontramos en las proximidades de la Cueva de Boquique, en Valcorchero
(Plasencia)[22],
donde en una de estas peñas, ya muy deteriorada, se aprecian restos de una gran
cubeta tallada que ocupa casi toda la parte superior de la misma; o en el
santuario de Aceituna[23] en el norte de Cáceres,
otro altar rupestre, que cuenta con una profusión decorativa a base de
cazoletas grabados de antropomorfos, círculos concéntricos, líneas rectas y
curvas, etc.
Los altares 3 y 4 presentan una misma tipología y cronológicamente
habría que retrotraerlos a la Edad del Bronce. Sus paralelos más cercanos los
encontramos en los santuarios de Las Calderonas (Trujillo)[24] o en el del Huerto del
Cura (Aceitunilla)[25]. Por su parte, a asociación
de altares rupestres con cazoletas se documenta en el santuario de Peraleda de
San Román[26],
al nordeste de la provincia de Cáceres.
En ambos tipos las escaleras representan un papel simbólico más
que real y junto con los otros
componentes marcarían el espacio sacro donde se realizaba el ritual. Los
peldaños vendrían a significar el camino ascendente, el acercamiento al mundo
celeste.
ESPACIO RITUAL
EXTRAMUROS
Al pie de la muralla de
poniente pero fuera ya del el recinto del
poblado, en un amplio espacio que mira a la población de Santa Cruz de la
Sierra nos encontramos con otro complejo ritual que presenta unas
características muy particulares. Aquí los
grandes bolos se integran como elemento de las defensas y en algunos de
ellos se aprecian entalladuras o escalones frente a los cuales se abre la
explanada a modo de plazoleta donde se congregaban los lugareños. ¿Se trata
quizás de asientos tallados en la roca desde donde se
presenciaban los rituales allí practicados? En la parte superior de este espacio, una de las
surgencias graníticas sirvió para fabricar una pequeña plataforma sobre la que
va una pileta circular perfectamente
tallada, sin que se pueda
apreciar “resbalón” o acanaladura que denuncie algún tipo de vertido (fig. 11).
Probablemente estemos ante un altar de ofrendas con una tipología que se sale
de las más comunes formas documentadas en la Península Ibérica.
El lugar está plagado de
elementos que evidencian la existencia allí de un espacio dedicado a ceremonias
y ritos conectados con la espiritualidad de los habitantes del poblado. En uno
de estos peñascos que forman parte de la muralla se aprecian dos grabados, un
soliforme con seis puntos o coviñas (fig. 12) rodeando uno central y, a escasos
metros siete haces de líneas o barras verticales, formando todo ello un
conjunto decorativo, cuya simbología se nos escapa. En cualquier caso, estas
asociaciones de motivos grabados en la roca parecen representar algún tipo de
código de comunicación estrechamente relacionado con las creencias religiosas
de los lugareños en las que las fuerzas de la naturaleza y los astros
intervenían de forma muy directa.
Para algunos este tipo
de símbolos pétreos configuran una escritura ógmica[27]; símbolos que están
documentados en otros muchos lugares de la Península Ibérica, siendo
especialmente abundantes en el Bajo Aragón. En las proximidades de este
asentamiento y con características similares los encontramos en las localidades
vecinas de Puerto de Santa Cruz, Abertura, Villamesías y en la misma Sierra de
Santa Cruz.
Sobre las cazoletas y los grabados sobre piedra hay una abundante
literatura sobre la que no vamos a entrar aquí, pero nos introducen en un mundo
simbólico complejo, producto de una sociedad a su
vez también compleja. Han sido interpretadas como representaciones
astronómicas o siderales, e incluso algunas se han vinculado al control del
tiempo y el calendario.
El conocimiento tan superficial que tenemos de la sociedad del Bronce
dificulta enormemente establecer los esquemas mentales que llevaron a realizar
este tipo de representaciones sobre piedra, pero parece claro que este tipo de
manifestaciones no pueden interpretarse como una simple manifestación estética,
sino que en ellas subyace toda una simbología, reflejo de la existencia de un
mundo espiritual complejo.
Llegado el momento de concluir estas pocas
líneas nos percatamos de la verdadera importancia del complejo arqueológico de San Juan el Alto. Un
lugar habitado desde tiempos muy remotos y cuya dilatada pervivencia fue
testigo del paso de las sucesivas civilizaciones que allí se asentaron. Quizás
estuviera habitado ya en el Calcolítico cuando se produce la verdadera
explosión demográfica que pobló extensas áreas de la actual Extremadura.
Desconocemos si el hábitat se mantuvo en las primeras etapas del Bronce, puesto
que no hay testimonios de ello, pero es seguro que durante el Bronce Final y el
Primer Hierro la meseta fue nuevamente elegida para establecer un poblado desde
donde controlar el trasiego de personas y mercancías que a sus pies discurría.
A mediados del I milenio a. C. el panorama cambió radicalmente para la poblados
de la región. Las relaciones comerciales entre el norte y el sur se perdieron y
los poblados vivieron una etapa de autarquía. Sin embargo, San Juan el Alto
siguió estando habitado, ahora por un grupo de vettones que levantó sus
murallas sobre los bastiones de la Edad Bronce. Durante la etapa romana el
poblado fue abandonado y sus moradores bajaron de las alturas, asentándose en
pequeñas aldeas y villae al amparo de la calzada trazada sobre los viejos caminos. La abundante
epigrafía romana de la zona así parece confirmarlo.
[1] M. ROSO DE LUNA, “Excavaciones
en la Sierra de Santa Cruz”. Revista de
Extremadura, IV, Badajoz 1902, 253-258.
[2] M. ALMAGRO GORBEA, “El Bronce
Final y el período Orientalizante en Extremadura”. Bibliotheca Praehistórica Hispana. XIV, Madrid 1977, 204.
[3] A. MENA OJEA, “Restos prehistóricos
en Santa Cruz de la Sierra”, Revista Alcántara,
1959, 41
[4] A. Mª MARTÍN BRAVO, Los orígenes de Lusitania. El I Milenio a. C. en la Alta Extremadura. Real
Academia de la Historia, Madrid 1999, 37.
[5] D. CASADO RIGALT: José
Ramón Mélida y la Arqueología Española. Real Academia de la Historia.
Madrid, 2006, p. 216.
[6] S. GILOTTE, Aux marges
d'al-Andalus. Peuplement et habitat en Estrémadure centre-orientale
(VIIIe–XIIIe siècles), 2 vol. Academia Scientiarum Fennica.
Helsinki, Finlande 2010.
[7] M. Rubio Andrada; F. J. Rubio Muñoz, y M. I. Rubio Muñoz, “El poblado
de la Edad del Hierro de San Juan el Alto de Santa Cruz de la Sierra”. Actas
de los XXXVI Coloquios Históricos de Extremadura. Tomo II. Badajoz 2008,
683-713. Lo cita A. Melchor Terrón, Santa
Cruz, la Sierra y su entorno. Badajoz 2001,
97, 100-102.
[8] Nombre que recibe por la cercana ermita de San Juan Bautista, ya en ruinas, que se encuentra dentro del Cementerio construido a mediados del siglo XIX. Vid. Tomás López donde la cita en el Interrogatorio de la Real Audiencia de 14 de febrero de 1791, donde dice que a la de San Juan van los feligreses en procesión a oír misa. Los únicos restos que quedan de la ermita es un arco triunfal que permitía el acceso al Altar Mayor y algunos restos pétreos en la entrada y en el citado ábside así como visibles pinturas murales muy deterioradas. T. LOPEZ, (1798), La provincia de Extremadura a finales del siglo XVIII, Ed. Asamblea de Extremadura, Mérida 1991.
[9] A. Mª MARTÍN BRAVO, Los
orígenes de Lusitania. El I milenio a. C. en la Alta Extremadura, Biblioteca
Archaeologica Hispana 2, Madrid 1999, 33 ss. y 70 ss.
[10] A: ALMAGRO BASCH, « El depósito del Bronce III
Hispano de Cabezo de Araya. Arroyo de la Luz (Cáceres)». Revista de Estudios Extremeños XVII, 1961, 7-26.
[11] J. J. ENRÍQUEZ NAVASCUÉS–A. RODRÍGUEZ
DÍAZ–I. PAVÓN SOLDEVILLA, El Risco.
Excavación de urgencia en Sierra de Fuentes (Cáceres) 1991 y 1993, Mérida 2001.
[12] J. ESTEBAN ORTEGA, «El poblado
y la necrópolis de La Coraja, Aldeacentenera-Cáceres, en El proceso histórico de la Lusitania Oriental en época prerromana y
romana, Cuadernos Emeritenses 7, Mérida 1993, 55 ss.
[13] Agradecimiento a don
Juan Valadés, director del Museo Provincial de Cáceres por permitirnos
fotografiar las urnas.
[14] Esta es la opinión de la
profesora Aubet, quien localiza los paralelos más cercanos en la necrópolis de
Setefilla (Lora del Río) y en la de la Joya (Huelva). Véase respectivamente: Mª E. AUBET, “La
necrópolis de Setefilla en Lora del Río, Sevilla”, Programa de
Investigaciones. Protohistóricas. II. Barcelona, 1975; EÁDEM,
“La necrópolis de Setefilla (Lora del Río, Sevilla). El Túmulo A. Programa
de Investigaciones. Protohistóricas: Andalucía Extremadura,
Barcelona 1981, 94; EÁDEM,
Excavaciones en Setefilla: el Túmulo B”. Programa de Investigaciones. Protohistóricas:
Andalucía Extremadura. Barcelona 1981, 213; y E.
M. ORTA y J. P. GARRIDO, “La tumba orientalizante de “La Joya”, Huelva, Trabajos de Prehistoria 11, 1963, 21.
[15] A. Mª MARTÍN BRAVO, 1999, 9. Las
mismas circunstancias parecen coincidir en una tumba procedente de El Carpio
del Tajo (Toledo), véase: M.
RUIZ-GÁLVEZ PRIEGO, “La novia vendida: Orfebrería, herencia y agricultura en la Prehistoria de la Península Ibérica”, SPAL 1, 1992, 238.
[16] M. ALMAGRO-GORBEA, «Nuevas fechas para la Prehistoria
y la Arqueología de la Península Ibérica». Trabajos de Prehistoria 33, 1976,
307-317.
[17] M.
ALMAGRO GORBEA, «Sacre Places and Cults of the Late Bronce Age tradition in
Celtic Hispania», en R. Habelt (ed.), Archäologische Foschungen zum Kult-geschehen in der Jüngeren
Bronzezeit und Frühen Eisenzeit Alteuropas, U. Regensburg, Bon, 1996, 43-79.
[18] En Santa Cruz de la Sierra han
aparecido dos inscripciones romanas en las que se invoca a Lux Divina por parte de dos individuos, uno de los cuales lleva
onomástica indígena, lo que sugiere el posible sincretismo religioso. Véase: J.
ESTEBAN ORTEGA, Corpus de Inscripciones
latinas de Cáceres II, Turgalium,
Cáceres 2012, nº 684y 685.
[19] Véase entre otros: Estrabón (Iberia, III, 3, 6 y 7); Posidonio (Str. IV, 5), Livio (Per. 49) Plutarco (Quaest.
Rom. 83). Plutarco habla de la
costumbre de lusitanos y vettones de sacrificar caballos, ovejas, cabras y,
también a veces, a los enemigos cautivados para escudriñar las entrañas de las
víctimas.
[20] Estrabón III, 3, 6. Véase: M. ALMAGRO-GORBEA
y ÁLVAREZ SANCHÍS, «La “Sauna” de Ulaca: saunas y baños iniciáticos en el mundo
céltico», Cuadrenos de Arqueología de la
Universidad de Navarra 1, 1992, 177-253.
[21] D. MARTINO PEREZ:
«Necrópolis,
área ritual, ustrinum, ídolo y santuario del castro vettón "La
Pinosa" de Mijares (Ávila)». Transierra, Boletín de la Sociedad de Estudios
del Valle del Tiétar 6, 2007, 235-248
[22] Una referencia a este altar en:
M. ALMAGRO-GORBEA
y J. JIMÉNEZ ÁVILA:
«Un
Altar rupestre en el prado de Lácara (Mérida). Apuntes para la creación de un
parque arqueológico»,
Extremadura Arqueológica
VIII, Mérida, 2000, 428.
[23] A. PAULE RUBIO: "Tumbas antropomorfas y Santuario de
Aceituna”. Actas de los XXXII Coloquios
Históricos de Extremadura, Trujillo 2004, 123-145.
[24] J. A. RAMOS RUBIO: «Un altar de
sacrificios de la Segunda Edad del Hierro en Trujillo» Ars et Sapientia 30,
2009, 61-69.
[25] S. MARTÍN GONZÁLEZ: «El Santuario
prerromano de El Huerto del Cura en Aceituna en el Contexto de las peñas sacras
del Poniente Ibérico»,
Revista de Estudios
Extremeños LXVIII, nº 1, Badajoz 2012, 472-502.
[26] A. GONZÁLEZ CORDERO: «De los paisajes
sagrados a los espacios simbólicos. El santuario rupestre del Valle de Cancho
Castillo en Peraleda de San Román»,
Actas de los XV
Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo,
Navalmoral
de la Mata 2008.
[27] La escritura ógmica aparece en
Irlanda entre los siglos VII y IV a. c.
Hay quienes interpretan las
cazoletas como signos pertenecientes a la escritura ógmica o hemisférica, un
sistema secreto de escritura supuestamente empleado por los sacerdotes de los
pueblos indígenas de la Península Ibérica. Esta teoría fue introducida en
España por el inglés J. H.
Rivett-Carnac en 1902, y rápidamente ganó adeptos entre los investigadores
españoles como M. Roso de Luna, que interpretó así las cazoletas documentadas
en Extremadura. M. ROSO DE LUNA, «La escritura ógmica en Extremadura», BRAH, 44, 1904, 357-359;
ídem., «La escritura
ógmica en Extremadura», BRAH, 45, 1904,
352-353.
No hay comentarios:
Publicar un comentario