EL ENTORNO ARQUEOLÓGICO DEL HEREDAMIENTO DE SEGURAS Y MOGOLLONES. LAS
HEREDADES DE MAYORALGUILLO DE VARGAS – CORTIJO DEL AIRE EN EL AGER PUBLICUS DE CACERES
Esta amplia zona ubicada a 12 km al suroeste de la
capital cacereña es el ager publicus
de la colonia romana Norba Caesarina, comprende suelos arenosos desarrollados a
partir de la meteorización de los batolitos graníticos, con retamas y peñas
graníticas. De hecho, se encuentran diseminadas gran cantidad de villas
rústicas tardorromanas, hispanovisigodas y mozárabes, en las que podemos
encontrar lagares de prensado de aceitunas, y cilindros contrapesos, molas
olearias.
La dehesa de Mayoralguillo de Vargas[1]
se encuentra en la carretera de Badajoz a
39º 22´ 28,45" norte y 06º 26´ 6,47" oeste, lindante con el castillo
de Las Seguras, lindando al norte con el río Salor. Los orígenes de esta
casa-fuerte se remontan al XV, cuando se construyó una torre defensiva, que,
con el paso del tiempo, se amplió con construcciones anexas. Fue señorío de los
Vargas Figueroa, y pasó en 1699, como todos los bienes de Francisco de Vargas
Figueroa, a la Compañía de Jesús[2].
Desamortizada, pasó por diversas manos hasta llegar a los Jiménez Mogollón.
La casa de Mayoralguillo de Vargas aún mantiene su
carácter defensivo, con las ménsulas de lo que fuera un airoso matacán y el
escudo de los Vargas, esgrafiado en el enlucido con penachos, sobre la portada
de entrada al edificio castrense que se abre en arco de medio punto. Resalta la
torre de base rectangular, de finales del siglo XV, con tres pisos que se
cubren con bóveda de arista en la planta baja y techumbre de madera en las
restantes. La dehesa fue donación de Francisco de Vargas a la Compañía de Jesús
de Cáceres y, posteriormente, fue propiedad de los Jiménez Higuero. Aquí
vivieron en el siglo XV Cristóbal de Figueroa y Cecilia Vázquez de Vargas[3].
Recibe la dehesa y casa su nieto García de Figueroa de Vargas[4].
Justo al lado de la vivienda nos encontramos con el
lagar rupestre romano más monumental de la zona (2 x 2 metros la plataforma circular y 5,50 x 4,60 metros
es lo que mide el conjunto pétreo)[5], atribuido erróneamente como un altar de sacrificios
por el investigador cacereño Juan Sanguino y Michel, en 1915[6]
y avalado por el profesor Mélida, que hablaban de esta peña como un "lugar
sagrado" con uso ceremonial de sacrificios humanos. Bien es cierto,
que podría confundirse con una peña sacrifical, pero se trata de una prensa
olearia comprendida entre los siglos V-VII, con un círculo trabajado en la
roca, donde se aprecia un resalte circular en relieve, de 48 cm. de diámetro y
un canal de desagüe por donde vertía el aceite extraído del prensado de las
aceitunas.
Al
sur, a escasos 600 m, se encuentra el llamado Cortijo del Aire a 39º 22´ 18,37" norte y 06º
26´ 27,86" oeste, también casa-fuerte elevada sobre un afloramiento rocoso
granítico que fue propiedad de Juan de Figueroa en los últimos años del siglo
XV[7]
y, varias edificaciones castrenses en el territorio como la Torre de los
Mogollones y la ermita de San Jorge a escasos 3 km, Martina Gómez de Espadero,
una fortaleza cuadrangular con cuatro cubos, con un escudo de Golfín en el
frontispicio de la vivienda, perteneciente a García Golfín de Carvajal. Doña Martina enviudó en 1402, su hija Leonor
enlazó con Diego García Ulloa “El Rico”, tuvieron una hija, Doña Mencía que se
casó con García Golfín de Carvajal; también
destacamos la Carretona del Salor a
39º 23´ 48,40" norte y 06º 24´ 55,45" oeste, construida por el Mariscal
de Castilla Alfón de Torres, previa licencia de los monarcas católicos el 16 de
junio de 1496[8].
Es una edificación militar que aún conserva su carácter defensivo con cubos en
los ángulos y troneras de ojos de cerradura invertidos, incluso estuvo rodeado
por un foso.
En la dehesa de Mayoralguillo y próximas al Cortijo del
Aire, hemos llegado a contabilizar un total de 56 tumbas excavadas en la roca y
2 en el Castillo de Las Seguras a 39º
22´ 34,87" norte y 06º 26´ 59,83" oeste, fortificación de Rodrigo de
Ovando del siglo XV, con una magnífica torre del homenaje de dos plantas en
forma de prisma cuadrangular, restaurado en 1919. Una auténtica necrópolis de tumbas excavadas
en la roca que en nuestra opinión es uno de los más interesantes e inéditos de
la provincia de Cáceres[9].
Este conjunto de “sepulcros
antropomorfos” -denominación que ha condicionado no poco su estudio- o “tumbas
excavadas en roca” viene a sumar al conjunto de estudios que estamos llevando a
cabo desde hace varios años[10]
y que ayude al visitante a apreciar el conjunto de las tumbas excavadas en la
roca existentes en la Tierra de Cáceres, a la vez que damos a conocer, a quien
tenga interés, algunos elementos no catalogados. Incluso, nos atrevemos a
asegurar que no todas estas estructuras hayan servido como lugar de
enterramiento, pues algunas de las localizadas difícilmente ofrecen tal
posibilidad. No obstante, no negamos la posibilidad de que muchas hayan sido en
algún momento utilizadas con fines de enterramiento, o como lugares
ceremoniales de exposición previos a una inhumación en otro lugar; sin embargo,
no nos parece que esté tan claro que todos los elementos correspondan a la
misma época ni hayan sido todos objeto del mismo uso.
Las tumbas excavadas en la roca constituyen uno de los vestigios arqueológicos
más abundantes en la Península Ibérica, con hallazgos que se extienden desde
Cataluña hasta Andalucía, aunque quedan al margen determinadas zonas del Norte
Cantábrico. Son muchas las horas de trabajo que estamos dedicando a la Tierra
de Cáceres y considerable esfuerzo y trabajo, pero esta zona lo merece; y
ofrece una casi inagotable fuente de conocimientos desde el punto de vista
arqueológico e histórico. Las tumbas en
Mayoralguillo de Vargas aparecen casi todas unidas en un perímetro de 180 m
cuadrados llegando a formar una necrópolis; mientras que las tumbas cercanas al
Cortijo del Aire presentan mayor distancia unas de otras, todas están excavadas
en afloramientos graníticos sirviendo directamente como depósito del cadáver,
coincidiendo en su mayoría con una morfología ovoide o trapezoidal y una orientación
W y N en la cabecera; y las más escasas tienen una orientación W-E, se han
adaptado, más bien, a la roca virgen. La mayoría de las medidas oscilan entre
1,75 y 1,80 y una profundidad que oscila entre los 27 y 35 cm. Es importante
anotar que hemos localizado numerosos restos de tégulas
romanas.
Tanto el número de las tumbas excavadas en la roca como
su tipología diversa certifican la necesidad de un estudio detallado, no exento
de problemas. En tal sentido, es importante observar cómo la casi totalidad de
ellas no han conservado restos humanos, carecen de ajuares y se hallan
arqueológicamente descontextualizadas. Considerando que se trata de tumbas
características del medievalismo y la consideración de incluirlas en los
periodos post-romano y altomedieval con respecto a las épocas romana y feudal.
Hemos de destacar que a partir del siglo IV es frecuente la alternancia de
ritos que conducen a cambios estructurales, a modificar el rito de la
inhumación. El hecho de encontrarnos en la zona de Mayoralguillo de los Vargas
con restos visibles de villas romanas (especialmente sillares bien escuadrados
y cerámicas de construcción y comunes) y se aprecia la existencia de ciertas
estructuras soterradas que parecen corresponder a un hábitat altomedieval, que también
existen en el terreno del Cortijo del Aire, lo que nos hacen suponer que dichas
tumbas excavadas en la roca corresponderían a la época tardorromana, que puede
definirse en términos generales como una preponderancia de las estructuras
asociadas a las comunidades rurales, en una zona llana, sobre una colina de
baja altura, asociado a terrenos de dedicación agrícola y esencialmente
ganadera. Nuestra opinión es que el hábitat tardoantiguo y altomedieval en esta
zona de la Tierra de Cáceres estaba vertebrado en torno a núcleos relativamente
pequeños, compuestos de distintos focos de hábitat, aunque interconectados
entre sí, con una disposición laxa y flexible. Otra cosa muy distinta es su
vinculación con un proceso de abandono de las áreas centrales en época romana
en beneficio de las periféricas, a causa de la crisis vilicaria. Aunque no
podemos aquí profundizar sobre ese asunto, por la ausencia de datos
arqueológicos, además las tumbas han aparecido vacías, posiblemente como
consecuencia de algún tipo de violación o el paso del tiempo (inclemencias al
estar expuestas al deterioro exterior), impidiéndonos encontrar restos en el
interior de las mismas.
Es interesante advertir además que estamos ante uno de
los ejemplos de transformación de una antigua estructura romana en un centro de
culto, un cambio que reflejaría además las alteraciones en el sistema social y
en la articulación del estatus.
Las tumbas excavadas en la roca de ambas zonas deben
integrarse en tal proceso, y sirvieron directamente como depósito del cadáver,
son exactamente ataúdes excavados directamente en la roca. La enorme profusión
y variedad de estructuras talladas en roca que aquí se encuentran, proporcionan
un conjunto inmejorable para facilitar la comprensión de estos asuntos. Aunque
estas afirmaciones parecen confirmar la idea de que las primeras fases de la
utilización de las tumbas excavadas en la roca, deben situarse en los siglos
tardoantiguos, la asociación de las necrópolis con tales centros de hábitat
romanos es, de todos modos, compleja. Las razones estriban en que no se ha
constatado de manera fehaciente que exista una conexión sincrónica entre los
yacimientos, que pueden corresponder a momentos distintos de ocupación, y en el
hecho de que no es segura la adscripción vilicaria de los núcleos señalados. La
ausencia de ajuares y la inexistencia de dataciones absolutas lastran cualquier
precisión cronológica.
Como hipótesis, puede plantearse que estos lugares
sufrieron una remodelación en época tardoantigua, transformada en una zona de
hábitat con construcciones de materiales perecederos o en espacios funerarios,
produciéndose entonces la eclosión del cementerio. Aunque siempre como
hipótesis, la reiteración de los datos en este sentido permite aventurar un
origen tardoantiguo de las necrópolis de tumbas excavadas en la roca. De todos
modos, los siglos VIII al X marcaron posiblemente el apogeo de esta forma de
enterramiento, pudiendo afirmar que el momento de finalización del uso de estas
necrópolis debe situarse en la consolidación del poblamiento aldeano y de la
parroquia como centro de culto y eje de la articulación rural.
La investigación sobre las necrópolis de tumbas excavadas
en la roca se ha preocupado muy poco por profundizar en las relaciones que
éstas tenían con la organización del territorio y del poblamiento. En nuestro
caso, vinculamos estas tumbas con un hábitat disperso que habría surgido tras
la época romana, como probaría su emplazamiento en esta zona. Otra
circunstancia que ha de tenerse en cuenta es la cercanía de estas necrópolis a
determinadas vías locales, conservadas en forma de carreteras o de caminos que
unen a determinadas aldeas. Pero además, este territorio encierra sus misterios
y sobre todo, envuelve al visitante en un ambiente antiguo, e imprime en el
ánimo de quien lo visita la firme convicción de hallarse en un lugar con
profunda significación mágica. Es como trasladarse a un lugar del pasado en el
que el ser humano concedió una importancia tal, que plasmó en el paisaje una
impronta que refleja como en muy pocos otros lugares su más profunda e íntima
personalidad, encontrándonos ante un paisaje que se eleva con respecto a la
zona circundante formando una pequeña llanura, condicionado por el clima que lo
circunda, por la humedad que procede de los arroyos que allí nacen.
Hemos elegido estas necrópolis precisamente porque
presentaba unas características muy particulares en cuanto a la variedad de
tipos. No podemos presumir de haber encontrado las claves que descifren lo que,
a nuestro entender, continúa siendo un misterio. Se nos permitirá, no obstante,
que hagamos antes alguna consideración sobre el particular. Se han intentado
con más o menos acierto diversas clasificaciones, sin que hasta el momento haya
sido posible determinar una cronología y una procedencia cultural clara para
todos los yacimientos en que estos elementos aparecen. Lo cierto es que aparecen en los lugares más
dispares, aunque en una geografía precisa, en diferentes disposiciones y
orientaciones y con distintas formas. Cabe preguntarse, y algunos lo han hecho,
si es prudente considerar uno y el mismo fenómeno algo que se presenta en tan
variadas manifestaciones[11].
La orientación de los sepulcros excavados en los lanchares y bolos
graníticos está condicionada por la disponibilidad de superficie apta,
distribuyéndose anárquicamente. Tipológicamente presentan gran variedad:
rectangulares. Algunas responden a un tipo de enterramiento en el que la fosa
era excavada directamente en la roca, solían ser de formas ovaladas y
fusiformes (de bañera), y en ocasiones de forma antropomórfica (reproduciendo
la silueta del muerto) algunas incluso con la forma de los hombros y rebaje
para la cabeza. Estas tumbas antropomórficas se conocen con el nombre de
"olerdolanas" por haberse documentado por primera vez en el
yacimiento de Olérdola, provincia de Barcelona. El rito de inhumación estaba
relacionado con las costumbres cristianas autóctonas, se lavaba y ungía el
cadáver, envolviéndolo después en una sábana de lino para luego depositarlo
dentro de la fosa directamente y sobre el cadáver se echaba arena y finalmente
se sellaba la tumba con lajas de piedra.
También hay quienes defienden -muy respetablemente- la procedencia
visigoda o medieval, exclusivamente, de este tipo de yacimientos. Cierto es que
en algunos ha aparecido asociada algún tipo de impedimenta de estas épocas, y
que incluso algunas necrópolis, sobre todo en las que se preservan
enterramientos, pueden y quizá deben asignárseles. Si no certeramente su
elaboración, sí al menos su uso. Podríamos pensar en la posibilidad de dos
núcleos civilizados, con manifestaciones culturales distintas, reconociendo un
lugar sagrado común para la práctica de ritos de inhumación. Esto explicaría en
parte la diversidad de tipos coincidiendo en un mismo espacio. Una teoría
interesante, porque hay que considerar que no estarían compartiendo
exclusivamente la “necrópolis”, sino el territorio, del que ésta sería centro
ritual.
*José Antonio Ramos Rubio, Cronista Oficial
de Trujillo, Académico C. de la Real Academia de la Historia. Doctor en
Historia del Arte por la Uex.
* Oscar de San
Macario Sánchez, Cronista Oficial de Casas de Don Antonio. CC. Empresariales
por la Uex.
[1]
Finca 1561 del Registro, de buena tierra, de 400 fanegas. Vid, VILLEGAS, A: Nuevo libro de yerbas de Cáceres.
Cáceres, 1909, p. 193.
[2] Vid. SANGUINO MICHEL, J: Notas referentes a Cáceres. Libro
manuscrito (Museo Provincial de Cáceres). 1916, p. 28. Francisco de Vargas Figueroa, señor de
Mayoralguillo, era el hijo primogénito de Diego
García de Vargas y Figueroa, fue el último descendiente de esta estirpe.
Profesó como jesuita e instituyó como heredera de sus bienes a la Compañía de
Jesús, tras su muerte acaecida en el año 1698. En la cripta de la iglesia de
San Francisco Javier, en una sepultura, reza en un epitafio: AʠVI YACE
EL YL· Rº /S· D· FRAN.º UARGAS I FI/ GVEROA FVNDADOR Ð/ ESTE COLLº Ð LA COMPª
Ð/ JHS MVRIO A 3 Ð OCE/ AÑO Ð 1698.
[3] De MAYORALGO y LODO, J. M: Memorial de Ulloa (Memorial de la casa y
servicios de don Alvaro Francisco de Ulloa. Caballero de la Orden de Alcántara,
Señor del Castillejo). Facsímil de la edición príncipe de 1675, por
Francisco Sanz, en Madrid. Introducción, árboles genealógicos e índices.
Institución Cultural “Pedro de Valencia”. Excma. Diputación Provincial de
Badajoz, 1982, 118.
[4] NAVAREÑO MATEOS, A: Arquitectura residencial en las
dehesas de la tierra de Cáceres (castillos, palacios y casas de campo). Institución Cultural “El Brocense”, Impr. Gráficas Moreno,
Jaraíz de la Vera, 1999, p.
150.
[5]
Encontramos referencias a los lagares ya en la Biblia, donde lo define como “sitio cavado frecuentemente en roca y
dentro de la misma viña (Is 5,2; Jer 25,30 y 48,33)
[6]
SANGUINO MICHEL, J: “Piedra de sacrificios y antigüedades de Mayoralguillo de
Vargas”. Boletín de la Real Academia de
la Historia, tomo 70, Madrid, enero de 1917, pp. 312-319.
[7] Libro de Yerbas de 1694, Cit. NAVAREÑO MATEOS, op. cit., p. 167.
[8]
MOGOLLÓN CANO-CORTÉS, P: Castillos de
Cáceres. Lancia, Madrid, 1992, p. 33.
[9] Existen escasos estudios relacionados con otras zonas de la
Provincia de Cáceres que hacen referencia directa o indirecta a tumbas
excavadas en la roca. SANGUINO MIGUEL, J: “Antigüedades de las Torrecillas,
Alcuéscar. “. Boletín de la Real Academia de la Historia., tomo LIX, Madrid,
1911, p. 349. GONZALEZ CORDERO, A: “Las tumbas excavadas en la roca de la
Provincia de Cáceres”. Alcántara, Revista del Seminario de Estudios Extremeños,
número 17, mayo-agosto, Cáceres, 1989, pp. 133-144. RAMOS RUBIO, J. A.: "Tumbas
altomedievales en Trujillo". El
Periódico Extremadura, lunes 23 de octubre de 1995, p. 4. RAMOS RUBIO, J.
A: "Tumbas altomedievales en Trujillo", Revista La Piedad, 1988, pp. 69-71. RAMOS RUBIO, J. A: “Tumbas antropomorfas en Trujillo”. Alcántara,
Revista del Seminario de Estudios Extremeños, núm. 57, septiembre-diciembre,
2002, pp. 47-53. PAULE RUBIO, A.: "Tumbas
antropomorfas y santuario de Aceituna”. Actas de los XXXII Coloquios Históricos de Extremadura. Badajoz, 2004. RUBIO
ANDRADA, M. y RUBIO MUÑOZ, F. J: “Las sepulturas antropomorfas del berrocal
trujillano”. Actas de los XXXIII
Coloquios Históricos de Extremadura. Badajoz, 2005. MOLANO CABALLERO, S: Apuntes sobre la historia de Garrovillas de
Alconétar. 1ª parte. “El Garrote, Túrmulus y Alconétar”. Cáceres, 1984.
JIMENEZ NAVARRO, E y RAMON FERNANDEZ OXEA: “Excursión arqueológica a la Aliseda
y Arroyo de la Luz”. Boletín de la Sociedad Española de Excursiones. LIII, 1-11,
1949. LOPEZ JIMENEZ, E: “La desconocida riqueza arqueológica de San Vicente de
Alcántara”. Revista de Estudios
Extremeños, XXXIX, I, 1983. PAREDES GUILLEN, V: “Repoblación de la villa de
Garrovillas”. Revista de Extremadura,
número I, 1899. BUENO RAMIREZ, P: “La necrópolis de Santiago de Alcántara (Cáceres).
Una hipótesis de interpretación para los sepulcros de pequeño tamaño del
megalitismo occidental”. BSEAA, LX,
1994. DONOSO GUERRERO, R: Necrópolis visigoda de Zarza de Granadilla, Trabajos de Prehistoria, número 27, 1970, pp. 327-335. GONZALEZ CORDERO, A: “Los
sepulcros excavados en la roca en la provincia de Cáceres”. Jornadas Internacionales los visigodos y su
mundo. Madrid, 1997, pp. 273-284.
[10] Véanse los estudios de uno de los autores de
esta comunicación. RAMOS RUBIO, J. A: "Tumbas altomedievales en
Trujillo", Revista La Piedad,
1988, pp. 69-71. RAMOS RUBIO, J. A: “Tumbas
antropomorfas en Trujillo”. Alcántara, Revista del Seminario de Estudios
Extremeños, núm. 57, septiembre-diciembre, 2002, pp. 47-53; RAMOS RUBIO, J. A: “Tumbas
antropomorfas en Malpartida de Cáceres”, revista Baileja, Cultura de Malpartida de Cáceres, núm. 3, 2011, p. 38.
RAMOS RUBIO, J. A: “Dos
tumbas excavadas en la roca en Madroñera”. Revista El Zaguán, nº 22, Madroñera,
2014, p. 15. RAMOS RUBIO, J. A y DE SAN MACARIO SÁNCHEZ, O: "El enigma de
los sepulcros en piedra. Las tumbas exvacadas en la roca de La Marrada del Muro
y Los Arenales (Cáceres)". Revista
D&M, núm. 57, noviembre-diciembre de 2016, pp. 8-19. RAMOS RUBIO, J. A y DE SAN MACARIO,
O: “Un menhir
inédito y tumbas excavadas en la roca en Deleitosa”, Boletín
del Cronista, número 39,
octubre de 2020.
[11] Algunos autores consideran que corresponden a la época
tardorromana (entre los siglos V y VII) como FABIAN, J. F. y SANTOJA, M: “Los
poblados hispano-visigodos de Cañán (Pelayos, Salamanca)”. Estudios Arqueológicos I, Salamanca, 1986; y otros a una cronología
que abarca desde finales del imperio romano hasta el siglo XI, según las
características de los sepulcros, considerando un mayor número de sepulcros
correspondientes a necrópolis hispano-visigodas. MARTIN VISO, I: “Elementos
para el análisis de las necrópolis de tumbas excavadas en la roca: el caso de
Riba Coa”. CuPAUAM 31-32, 2005-2006, pp. 83-102. Algunos investigadores han
planteado propuestas distintas consideran que los inicios de las necrópolis de
tumbas excavadas en la roca, incluyendo las antropomorfas, deben situarse a
finales del siglo VII, aunque serían entre los siglos VIII al X cuando se produjo
su momento de máximo uso. Tal es el caso de LÓPEZ QUIROGA, J. y RODRÍGUEZ
LOVELLE, M.: “L’habitat dispersé de la Galice et du Nord du Portugal entre le
Ve et le Xe siècle. Essai d’intepretation à partir de l’analyse macro et
microrégionale”, CURSENTE, B. (ed.), L´habitat dispersé dans l’Europe
médiévale et moderne.
Toulouse.1999, pp. 97-119. Su presencia se vincularía a ciertos cambios
sociales, generándose un poblamiento en áreas hasta entonces marginales como
indican REYES TÉLLEZ, F. y MENÉNDEZ ROBLES, Mª
L.: “Excavaciones en la ermita de San Nicolás. La Sequera
de Haza (Burgos)”.
Noticiario Arqueológico Hispánico 26, 163-213. 1985. En una línea muy similar se mueve el
trabajo de M. Barroca sobre el mundo funerario medieval en el norte de Portugal
(BARROCA, M. J.: Necrópoles e sepulturas medievais de Entre-Douro-e-Minho
(séculos V a XV). Oporto, 1987).
Éste da por buena la diferenciación entre tumbas antropomorfas y no
antropomorfas es correcta, a pesar de las numerosas variantes formales en cada
grupo, y acepta que las antropomorfas serían posteriores y surgirían en el
siglo IX.
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