viernes, 27 de mayo de 2022

 

EL ENTORNO ARQUEOLÓGICO DEL HEREDAMIENTO DE SEGURAS Y MOGOLLONES. LAS HEREDADES DE MAYORALGUILLO DE VARGAS – CORTIJO DEL AIRE EN EL AGER PUBLICUS DE CACERES

 

Esta amplia zona ubicada a 12 km al suroeste de la capital cacereña es el ager publicus de la colonia romana Norba Caesarina, comprende suelos arenosos desarrollados a partir de la meteorización de los batolitos graníticos, con retamas y peñas graníticas. De hecho, se encuentran diseminadas gran cantidad de villas rústicas tardorromanas, hispanovisigodas y mozárabes, en las que podemos encontrar lagares de prensado de aceitunas, y cilindros contrapesos, molas olearias.

La dehesa de Mayoralguillo de Vargas[1] se encuentra en la carretera de Badajoz  a 39º  22´ 28,45" norte y 06º  26´   6,47" oeste, lindante con el castillo de Las Seguras, lindando al norte con el río Salor. Los orígenes de esta casa-fuerte se remontan al XV, cuando se construyó una torre defensiva, que, con el paso del tiempo, se amplió con construcciones anexas. Fue señorío de los Vargas Figueroa, y pasó en 1699, como todos los bienes de Francisco de Vargas Figueroa, a la Compañía de Jesús[2]. Desamortizada, pasó por diversas manos hasta llegar a los Jiménez Mogollón.

La casa de Mayoralguillo de Vargas aún mantiene su carácter defensivo, con las ménsulas de lo que fuera un airoso matacán y el escudo de los Vargas, esgrafiado en el enlucido con penachos, sobre la portada de entrada al edificio castrense que se abre en arco de medio punto. Resalta la torre de base rectangular, de finales del siglo XV, con tres pisos que se cubren con bóveda de arista en la planta baja y techumbre de madera en las restantes. La dehesa fue donación de Francisco de Vargas a la Compañía de Jesús de Cáceres y, posteriormente, fue propiedad de los Jiménez Higuero. Aquí vivieron en el siglo XV Cristóbal de Figueroa y Cecilia Vázquez de Vargas[3]. Recibe la dehesa y casa su nieto García de Figueroa de Vargas[4].

Justo al lado de la vivienda nos encontramos con el lagar rupestre romano más monumental de la zona (2 x 2 metros la plataforma circular y 5,50 x 4,60 metros es lo que mide el conjunto pétreo)[5], atribuido erróneamente como un altar de sacrificios por el investigador cacereño Juan Sanguino y Michel, en 1915[6] y avalado por el profesor Mélida, que hablaban de esta peña como un "lugar sagrado" con uso ceremonial de sacrificios humanos. Bien es cierto, que podría confundirse con una peña sacrifical, pero se trata de una prensa olearia comprendida entre los siglos V-VII, con un círculo trabajado en la roca, donde se aprecia un resalte circular en relieve, de 48 cm. de diámetro y un canal de desagüe por donde vertía el aceite extraído del prensado de las aceitunas. 

Al sur, a escasos 600 m, se encuentra el llamado Cortijo del Aire a 39º  22´  18,37" norte y 06º  26´  27,86" oeste, también casa-fuerte elevada sobre un afloramiento rocoso granítico que fue propiedad de Juan de Figueroa en los últimos años del siglo XV[7] y, varias edificaciones castrenses en el territorio como la Torre de los Mogollones y la ermita de San Jorge a escasos 3 km, Martina Gómez de Espadero, una fortaleza cuadrangular con cuatro cubos, con un escudo de Golfín en el frontispicio de la vivienda, perteneciente a García Golfín de Carvajal. Doña Martina enviudó en 1402, su hija Leonor enlazó con Diego García Ulloa “El Rico”, tuvieron una hija, Doña Mencía que se casó con García Golfín de Carvajal; también destacamos la Carretona del Salor a 39º  23´  48,40" norte y 06º  24´  55,45" oeste, construida por el Mariscal de Castilla Alfón de Torres, previa licencia de los monarcas católicos el 16 de junio de 1496[8]. Es una edificación militar que aún conserva su carácter defensivo con cubos en los ángulos y troneras de ojos de cerradura invertidos, incluso estuvo rodeado por un foso.

En la dehesa de Mayoralguillo y próximas al Cortijo del Aire, hemos llegado a contabilizar un total de 56 tumbas excavadas en la roca y 2 en el Castillo de Las Seguras a  39º  22´  34,87" norte y 06º  26´ 59,83" oeste, fortificación de Rodrigo de Ovando del siglo XV, con una magnífica torre del homenaje de dos plantas en forma de prisma cuadrangular, restaurado en 1919. Una auténtica necrópolis de tumbas excavadas en la roca que en nuestra opinión es uno de los más interesantes e inéditos de la provincia de Cáceres[9]. Este conjunto de  “sepulcros antropomorfos” -denominación que ha condicionado no poco su estudio- o “tumbas excavadas en roca” viene a sumar al conjunto de estudios que estamos llevando a cabo desde hace varios años[10] y que ayude al visitante a apreciar el conjunto de las tumbas excavadas en la roca existentes en la Tierra de Cáceres, a la vez que damos a conocer, a quien tenga interés, algunos elementos no catalogados. Incluso, nos atrevemos a asegurar que no todas estas estructuras hayan servido como lugar de enterramiento, pues algunas de las localizadas difícilmente ofrecen tal posibilidad. No obstante, no negamos la posibilidad de que muchas hayan sido en algún momento utilizadas con fines de enterramiento, o como lugares ceremoniales de exposición previos a una inhumación en otro lugar; sin embargo, no nos parece que esté tan claro que todos los elementos correspondan a la misma época ni hayan sido todos objeto del mismo uso.
Las tumbas excavadas en la roca constituyen uno de los vestigios arqueológicos más abundantes en la Península Ibérica, con hallazgos que se extienden desde Cataluña hasta Andalucía, aunque quedan al margen determinadas zonas del Norte Cantábrico. Son muchas las horas de trabajo que estamos dedicando a la Tierra de Cáceres y considerable esfuerzo y trabajo, pero esta zona lo merece; y ofrece una casi inagotable fuente de conocimientos desde el punto de vista arqueológico e histórico.
Las tumbas en Mayoralguillo de Vargas aparecen casi todas unidas en un perímetro de 180 m cuadrados llegando a formar una necrópolis; mientras que las tumbas cercanas al Cortijo del Aire presentan mayor distancia unas de otras, todas están excavadas en afloramientos graníticos sirviendo directamente como depósito del cadáver, coincidiendo en su mayoría con una morfología ovoide o trapezoidal y una orientación W y N en la cabecera; y las más escasas tienen una orientación W-E, se han adaptado, más bien, a la roca virgen. La mayoría de las medidas oscilan entre 1,75 y 1,80 y una profundidad que oscila entre los 27 y 35 cm. Es importante anotar  que  hemos localizado numerosos restos de tégulas romanas.

 

Tanto el número de las tumbas excavadas en la roca como su tipología diversa certifican la necesidad de un estudio detallado, no exento de problemas. En tal sentido, es importante observar cómo la casi totalidad de ellas no han conservado restos humanos, carecen de ajuares y se hallan arqueológicamente descontextualizadas. Considerando que se trata de tumbas características del medievalismo y la consideración de incluirlas en los periodos post-romano y altomedieval con respecto a las épocas romana y feudal. Hemos de destacar que a partir del siglo IV es frecuente la alternancia de ritos que conducen a cambios estructurales, a modificar el rito de la inhumación. El hecho de encontrarnos en la zona de Mayoralguillo de los Vargas con restos visibles de villas romanas (especialmente sillares bien escuadrados y cerámicas de construcción y comunes) y se aprecia la existencia de ciertas estructuras soterradas que parecen corresponder a un hábitat altomedieval, que también existen en el terreno del Cortijo del Aire, lo que nos hacen suponer que dichas tumbas excavadas en la roca corresponderían a la época tardorromana, que puede definirse en términos generales como una preponderancia de las estructuras asociadas a las comunidades rurales, en una zona llana, sobre una colina de baja altura, asociado a terrenos de dedicación agrícola y esencialmente ganadera. Nuestra opinión es que el hábitat tardoantiguo y altomedieval en esta zona de la Tierra de Cáceres estaba vertebrado en torno a núcleos relativamente pequeños, compuestos de distintos focos de hábitat, aunque interconectados entre sí, con una disposición laxa y flexible. Otra cosa muy distinta es su vinculación con un proceso de abandono de las áreas centrales en época romana en beneficio de las periféricas, a causa de la crisis vilicaria. Aunque no podemos aquí profundizar sobre ese asunto, por la ausencia de datos arqueológicos, además las tumbas han aparecido vacías, posiblemente como consecuencia de algún tipo de violación o el paso del tiempo (inclemencias al estar expuestas al deterioro exterior), impidiéndonos encontrar restos en el interior de las mismas.

 

Es interesante advertir además que estamos ante uno de los ejemplos de transformación de una antigua estructura romana en un centro de culto, un cambio que reflejaría además las alteraciones en el sistema social y en la articulación del estatus.

 

Las tumbas excavadas en la roca de ambas zonas deben integrarse en tal proceso, y sirvieron directamente como depósito del cadáver, son exactamente ataúdes excavados directamente en la roca. La enorme profusión y variedad de estructuras talladas en roca que aquí se encuentran, proporcionan un conjunto inmejorable para facilitar la comprensión de estos asuntos. Aunque estas afirmaciones parecen confirmar la idea de que las primeras fases de la utilización de las tumbas excavadas en la roca, deben situarse en los siglos tardoantiguos, la asociación de las necrópolis con tales centros de hábitat romanos es, de todos modos, compleja. Las razones estriban en que no se ha constatado de manera fehaciente que exista una conexión sincrónica entre los yacimientos, que pueden corresponder a momentos distintos de ocupación, y en el hecho de que no es segura la adscripción vilicaria de los núcleos señalados. La ausencia de ajuares y la inexistencia de dataciones absolutas lastran cualquier precisión cronológica.

 







Como hipótesis, puede plantearse que estos lugares sufrieron una remodelación en época tardoantigua, transformada en una zona de hábitat con construcciones de materiales perecederos o en espacios funerarios, produciéndose entonces la eclosión del cementerio. Aunque siempre como hipótesis, la reiteración de los datos en este sentido permite aventurar un origen tardoantiguo de las necrópolis de tumbas excavadas en la roca. De todos modos, los siglos VIII al X marcaron posiblemente el apogeo de esta forma de enterramiento, pudiendo afirmar que el momento de finalización del uso de estas necrópolis debe situarse en la consolidación del poblamiento aldeano y de la parroquia como centro de culto y eje de la articulación rural.

 

La investigación sobre las necrópolis de tumbas excavadas en la roca se ha preocupado muy poco por profundizar en las relaciones que éstas tenían con la organización del territorio y del poblamiento. En nuestro caso, vinculamos estas tumbas con un hábitat disperso que habría surgido tras la época romana, como probaría su emplazamiento en esta zona. Otra circunstancia que ha de tenerse en cuenta es la cercanía de estas necrópolis a determinadas vías locales, conservadas en forma de carreteras o de caminos que unen a determinadas aldeas. Pero además, este territorio encierra sus misterios y sobre todo, envuelve al visitante en un ambiente antiguo, e imprime en el ánimo de quien lo visita la firme convicción de hallarse en un lugar con profunda significación mágica. Es como trasladarse a un lugar del pasado en el que el ser humano concedió una importancia tal, que plasmó en el paisaje una impronta que refleja como en muy pocos otros lugares su más profunda e íntima personalidad, encontrándonos ante un paisaje que se eleva con respecto a la zona circundante formando una pequeña llanura, condicionado por el clima que lo circunda, por la humedad que procede de los arroyos que allí nacen.

 

Hemos elegido estas necrópolis precisamente porque presentaba unas características muy particulares en cuanto a la variedad de tipos. No podemos presumir de haber encontrado las claves que descifren lo que, a nuestro entender, continúa siendo un misterio. Se nos permitirá, no obstante, que hagamos antes alguna consideración sobre el particular. Se han intentado con más o menos acierto diversas clasificaciones, sin que hasta el momento haya sido posible determinar una cronología y una procedencia cultural clara para todos los yacimientos en que estos elementos aparecen.  Lo cierto es que aparecen en los lugares más dispares, aunque en una geografía precisa, en diferentes disposiciones y orientaciones y con distintas formas. Cabe preguntarse, y algunos lo han hecho, si es prudente considerar uno y el mismo fenómeno algo que se presenta en tan variadas manifestaciones[11].

 

La orientación de los sepulcros excavados en los lanchares y bolos graníticos está condicionada por la disponibilidad de superficie apta, distribuyéndose anárquicamente. Tipológicamente presentan gran variedad: rectangulares. Algunas responden a un tipo de enterramiento en el que la fosa era excavada directamente en la roca, solían ser de formas ovaladas y fusiformes (de bañera), y en ocasiones de forma antropomórfica (reproduciendo la silueta del muerto) algunas incluso con la forma de los hombros y rebaje para la cabeza. Estas tumbas antropomórficas se conocen con el nombre de "olerdolanas" por haberse documentado por primera vez en el yacimiento de Olérdola, provincia de Barcelona. El rito de inhumación estaba relacionado con las costumbres cristianas autóctonas, se lavaba y ungía el cadáver, envolviéndolo después en una sábana de lino para luego depositarlo dentro de la fosa directamente y sobre el cadáver se echaba arena y finalmente se sellaba la tumba con lajas de piedra.

También hay quienes defienden -muy respetablemente- la procedencia visigoda o medieval, exclusivamente, de este tipo de yacimientos. Cierto es que en algunos ha aparecido asociada algún tipo de impedimenta de estas épocas, y que incluso algunas necrópolis, sobre todo en las que se preservan enterramientos, pueden y quizá deben asignárseles. Si no certeramente su elaboración, sí al menos su uso. Podríamos pensar en la posibilidad de dos núcleos civilizados, con manifestaciones culturales distintas, reconociendo un lugar sagrado común para la práctica de ritos de inhumación. Esto explicaría en parte la diversidad de tipos coincidiendo en un mismo espacio. Una teoría interesante, porque hay que considerar que no estarían compartiendo exclusivamente la “necrópolis”, sino el territorio, del que ésta sería centro ritual.

 

 

 

 

 



*José Antonio Ramos Rubio, Cronista Oficial de Trujillo, Académico C. de la Real Academia de la Historia. Doctor en Historia del Arte por la Uex.

* Oscar de San Macario Sánchez, Cronista Oficial de Casas de Don Antonio. CC. Empresariales por la Uex.

[1] Finca 1561 del Registro, de buena tierra, de 400 fanegas. Vid, VILLEGAS, A: Nuevo libro de yerbas de Cáceres. Cáceres, 1909, p. 193.

[2] Vid. SANGUINO MICHEL, J: Notas referentes a Cáceres. Libro manuscrito (Museo Provincial de Cáceres). 1916, p. 28.  Francisco de Vargas Figueroa, señor de Mayoralguillo, era el hijo primogénito de Diego García de Vargas y Figueroa, fue el último descendiente de esta estirpe. Profesó como jesuita e instituyó como heredera de sus bienes a la Compañía de Jesús, tras su muerte acaecida en el año 1698. En la cripta de la iglesia de San Francisco Javier, en una sepultura, reza en un epitafio:  AʠVI YACE EL YL· Rº /S· D· FRAN.º UARGAS I FI/ GVEROA FVNDADOR Ð/ ESTE COLLº Ð LA COMPª Ð/ JHS MVRIO A 3 Ð OCE/ AÑO Ð 1698.

 

[3] De MAYORALGO y LODO, J. M: Memorial de Ulloa (Memorial de la casa y servicios de don Alvaro Francisco de Ulloa. Caballero de la Orden de Alcántara, Señor del Castillejo). Facsímil de la edición príncipe de 1675, por Francisco Sanz, en Madrid. Introducción, árboles genealógicos e índices. Institución Cultural “Pedro de Valencia”. Excma. Diputación Provincial de Badajoz, 1982, 118.

[4] NAVAREÑO MATEOS, A: Arquitectura residencial en las dehesas de la tierra de Cáceres (castillos, palacios y casas de campo). Institución Cultural “El Brocense”, Impr. Gráficas Moreno, Jaraíz de la Vera, 1999, p. 150.

[5] Encontramos referencias a los lagares ya en la Biblia, donde lo define como “sitio cavado frecuentemente en roca y dentro de la misma viña (Is 5,2; Jer 25,30 y 48,33)

[6] SANGUINO MICHEL, J: “Piedra de sacrificios y antigüedades de Mayoralguillo de Vargas”. Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo 70,  Madrid, enero de 1917, pp. 312-319.

[7] Libro de Yerbas de 1694, Cit. NAVAREÑO MATEOS, op. cit., p. 167.

[8] MOGOLLÓN CANO-CORTÉS, P: Castillos de Cáceres. Lancia, Madrid, 1992, p. 33.

[9] Existen escasos  estudios relacionados con otras zonas de la Provincia de Cáceres que hacen referencia directa o indirecta a tumbas excavadas en la roca. SANGUINO MIGUEL, J: “Antigüedades de las Torrecillas, Alcuéscar. “. Boletín de la Real Academia de la Historia., tomo LIX, Madrid, 1911, p. 349. GONZALEZ CORDERO, A: “Las tumbas excavadas en la roca de la Provincia de Cáceres”. Alcántara, Revista del Seminario de Estudios Extremeños, número 17, mayo-agosto, Cáceres, 1989, pp. 133-144. RAMOS RUBIO, J. A.: "Tumbas altomedievales en Trujillo". El Periódico Extremadura, lunes 23 de octubre de 1995, p. 4. RAMOS RUBIO, J. A: "Tumbas altomedievales en Trujillo", Revista La Piedad, 1988, pp. 69-71. RAMOS RUBIO, J. A: “Tumbas antropomorfas en Trujillo”. Alcántara, Revista del Seminario de Estudios Extremeños, núm. 57, septiembre-diciembre, 2002, pp. 47-53. PAULE RUBIO, A.: "Tumbas antropomorfas y santuario de Aceituna”. Actas de los XXXII Coloquios Históricos de Extremadura. Badajoz, 2004. RUBIO ANDRADA, M. y RUBIO MUÑOZ, F. J: “Las sepulturas antropomorfas del berrocal trujillano”. Actas de los XXXIII Coloquios Históricos de Extremadura. Badajoz,  2005. MOLANO CABALLERO, S: Apuntes sobre la historia de Garrovillas de Alconétar. 1ª parte. “El Garrote, Túrmulus y Alconétar”. Cáceres, 1984. JIMENEZ NAVARRO, E y RAMON FERNANDEZ OXEA: “Excursión arqueológica a la Aliseda y Arroyo de la Luz”. Boletín de la Sociedad Española de Excursiones. LIII, 1-11, 1949. LOPEZ JIMENEZ, E: “La desconocida riqueza arqueológica de San Vicente de Alcántara”. Revista de Estudios Extremeños, XXXIX, I, 1983. PAREDES GUILLEN, V: “Repoblación de la villa de Garrovillas”. Revista de Extremadura, número I, 1899. BUENO RAMIREZ, P: “La necrópolis de Santiago de Alcántara (Cáceres). Una hipótesis de interpretación para los sepulcros de pequeño tamaño del megalitismo occidental”. BSEAA, LX, 1994. DONOSO GUERRERO, R: Necrópolis visigoda de Zarza de Granadilla, Trabajos de Prehistoria, número 27,  1970, pp. 327-335. GONZALEZ CORDERO, A: “Los sepulcros excavados en la roca en la provincia de Cáceres”. Jornadas Internacionales los visigodos y su mundo. Madrid, 1997, pp. 273-284.

[10] Véanse los estudios de uno de los autores de esta comunicación. RAMOS RUBIO, J. A: "Tumbas altomedievales en Trujillo", Revista La Piedad, 1988, pp. 69-71. RAMOS RUBIO, J. A: “Tumbas antropomorfas en Trujillo”. Alcántara, Revista del Seminario de Estudios Extremeños, núm. 57, septiembre-diciembre, 2002, pp. 47-53; RAMOS RUBIO, J. A: “Tumbas antropomorfas en Malpartida de Cáceres”, revista Baileja, Cultura de Malpartida de Cáceres, núm. 3, 2011, p. 38. RAMOS RUBIO, J. A: “Dos tumbas excavadas en la roca en Madroñera”. Revista El Zaguán, nº 22,  Madroñera, 2014, p. 15. RAMOS RUBIO, J. A y DE SAN MACARIO SÁNCHEZ, O: "El enigma de los sepulcros en piedra. Las tumbas exvacadas en la roca de La Marrada del Muro y Los Arenales (Cáceres)". Revista D&M, núm. 57, noviembre-diciembre de 2016,  pp. 8-19. RAMOS RUBIO, J. A y DE SAN MACARIO, O: “Un menhir inédito y tumbas excavadas en la roca en Deleitosa”, Boletín del Cronista, número 39, octubre de 2020.

 

 

 

 

[11] Algunos autores consideran que corresponden a la época tardorromana (entre los siglos V y VII) como FABIAN, J. F. y SANTOJA, M: “Los poblados hispano-visigodos de Cañán (Pelayos, Salamanca)”. Estudios Arqueológicos I, Salamanca, 1986; y otros a una cronología que abarca desde finales del imperio romano hasta el siglo XI, según las características de los sepulcros, considerando un mayor número de sepulcros correspondientes a necrópolis hispano-visigodas. MARTIN VISO, I: “Elementos para el análisis de las necrópolis de tumbas excavadas en la roca: el caso de Riba Coa”. CuPAUAM 31-32, 2005-2006, pp. 83-102. Algunos investigadores han planteado propuestas distintas consideran que los inicios de las necrópolis de tumbas excavadas en la roca, incluyendo las antropomorfas, deben situarse a finales del siglo VII, aunque serían entre los siglos VIII al X cuando se produjo su momento de máximo uso. Tal es el caso de LÓPEZ QUIROGA, J. y RODRÍGUEZ LOVELLE, M.: “L’habitat dispersé de la Galice et du Nord du Portugal entre le Ve et le Xe siècle. Essai d’intepretation à partir de l’analyse macro et microrégionale”, CURSENTE, B. (ed.), L´habitat dispersé dans l’Europe médiévale et moderne. Toulouse.1999, pp. 97-119. Su presencia se vincularía a ciertos cambios sociales, generándose un poblamiento en áreas hasta entonces marginales como indican REYES TÉLLEZ, F. y MENÉNDEZ ROBLES, Mª

L.: “Excavaciones en la ermita de San Nicolás. La Sequera de Haza (Burgos)”.

Noticiario Arqueológico Hispánico 26, 163-213. 1985. En una línea muy similar se mueve el trabajo de M. Barroca sobre el mundo funerario medieval en el norte de Portugal (BARROCA, M. J.: Necrópoles e sepulturas medievais de Entre-Douro-e-Minho (séculos V a XV). Oporto, 1987). Éste da por buena la diferenciación entre tumbas antropomorfas y no antropomorfas es correcta, a pesar de las numerosas variantes formales en cada grupo, y acepta que las antropomorfas serían posteriores y surgirían en el siglo IX.

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