Fundación de la Orden del
Temple
Tras
la conquista de Jerusalén por los componentes de la I cruzada, en Palestina se
estableció un reino independiente cuyo primer titular fue Godofredo de
Bouillon, duque de Lorena, que adoptó el título de advocatus
Sancti Sepulchri, a su muerte en 1100 fue sucedido, ya
con el título de rey, por su hermano Balduino I, que extendió las fronteras del
reino, conquistando los puertos de Acre (1104), Beirut (1110) y Sidón (1111),
sometiendo al mismo tiempo a su soberanía a otros Estados cruzados: el condado
de Edesa (fundado por él), el principado de Antioquía, y más tarde, el condado
de Trípoli. Todo su reinado se vio envuelto en guerras continuas con los
musulmanes.
A
partir de la conquista de Jerusalén, la peregrinaciones a los Santos Lugares
tuvieron un fuerte incremento. El origen de la Orden del Temple se debe al
francés Hugo de Payns y
a otros ocho caballeros. Con el permiso del rey Balduino II de Jerusalén se aprobó el nacimiento de esta Orden
y su instalación en el antiguo Templo
de Salomón, según el Arzobispo Guillermo de Tiro, con el propósito de velar por
la seguridad de los caminos, cuidando de la protección de los peregrinos que
iban a la Ciudad Santa:
"En este mismo año [en 1118], ciertos hombres
nobles, hombres de caballería de fila, hombres religiosos, devotos a Dios y
temerosos, limitándose al servicio de Cristo en manos del señor Patriarca,
prometieron vivir en perpetuidad como canónigos regulares, sin posesiones, bajo
votos de castidad y obediencia. Sus primeros líderes fueron el venerable Hugo
de Payns y Geoffrey de Saint-Omer.
Puesto que no tenían
ninguna iglesia ni ningún domicilio fijo, el rey les dio por un tiempo un lugar
como vivienda en el ala del sur del palacio, cerca del Templo del Señor. Los
canónigos del Templo del Señor les dieron, con ciertas condiciones, un cuadrado
cercano en el palacio que los canónigos poseían. Esto, los caballeros lo usaron
como campo de entrenamiento. El señor rey y sus nobles hombres y también el
señor Patriarca y los prelados de la iglesia les dieron los beneficios de sus
dominios, algunos por un tiempo limitado y algunos en perpetuidad. Éstos debían
proveer el alimento y la ropa de los caballeros. Su deber primario, uno que fue
impuesto sobre ellos por el señor Patriarca y los otros obispos para la
remisión de pecados, era proteger los caminos y las rutas contra los ataques de
ladrones y de brigadas. Esto para salvaguardar especialmente a los
peregrinos".
Aunque también se mostró
receloso de la Orden, criticando en 1170 su comportamiento: “Aunque mantuvieron su establecimiento
honorable durante mucho tiempo y satisficieron su vocación con suficiente
prudencia; más adelante, debido a la negligencia de la humildad (que se conoce
como el guardián de todas las virtudes y que, puesto que se sienta en el lugar
más bajo, no puede detener la caída), desdeñaron al patriarca de Jerusalén, por
quién su orden fue fundada y de quién recibieron sus
primeros beneficios y a quien él negó la obediencia que sus
precursores rindieron. También han quitado títulos y las primeras frutas de las
iglesias de Dios, han subvertido sus posesiones, y se han hecho excesivamente
molestos”.
Guillermo de Tiro, preceptor
del rey Balduino IV hasta el año 1165 y obispo de Tiro desde el año 1175, es
uno de los principales cronistas a los que debemos acudir para conocer los
inicios de la Orden del Temple, aunque bien es cierto que no conoció los
inicios de la misma, ya que nació en el año 1130. Su
recopilación de manuscritos es conocida por el nombre de Historia rerum in
partibus transmarinis gestarum, una valiosísima crónica compuesta por ocho
manuscritos (entre los que se encuentra la Histoire des Croisades),
indispensable para conocer la historia de las Cruzadas, y que abarca el periodo
de 1065 hasta 1184.
La existencia de esta orden está marcada desde su inicio por el
servicio, por la prestación de un trabajo superior y dignificante, o sea, está
dotada con la principal característica propia de una sociedad de órdenes: la
funcionalidad e interdependencia de las partes. La palabra que mejor define
esta mentalidad medieval es concordia. Según Guillermo de Tiro, la
Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y el Templo de Salomón se fundó en
1118.
Este
arzobispo
de Tiro e historiador de las Cruzadas y de la Edad Media
escribió su obra Historia rerum in partibus transmarinis gestarum,
que, a pesar de la brevedad de la referencia a la creación de la Orden, es en
la que se basan directa o indirectamente la mayoría de los investigadores y
autores que han estudiado la creación del Temple. En esta obra, el libro
duodécimo trata de la "historia de los hechos acaecidos en las regiones de
ultramar, desde los tiempos de los sucesores de Mahoma hasta el año del Señor
de 1184", y en él, el capítulo VII está dedicado a la fundación de la
"orden militar del Temple Jerosolimitano" el cual, es importante por
su indudable valor documental y por cuanto supone en los inicios de la historia
de la Orden en Tierra Santa. La Orden fue creada tras la primera cruzada
por Hugo
de Payns y los caballeros franceses: Godofredo
de Saint-Omer, Godofredo de Bisol, Payen de Montdidier, André
de Montbard, Arcimbaldo de Saint-Amand, Hugo Rigaud, Gondemaro y Rolando. No obstante, un documento podría confirmar que La
Orden del Temple se encontraba ya activa al menos desde el año 1109, también
tenemos el testimonio epistolar de la carta que Ivo, obispo de Chartres, escribió
en 1114 a Hugo de Champaña reprendiéndole por haber abandonado a su esposa y
encuadrarse en lo que llama "milicias de Cristo".
En 1101 el patriarca de Jerusalén contrató, entre los cruzados que residían en
Jerusalén, a treinta caballeros a sueldo para la defensa del Santo Sepulcro, de
la misma manera que "había
caballeros al servicio de San Pedro en Roma" y
en la órbita del Santo Sepulcro se hallaba gente armada, que constituía una
especie de cofradía de laicos, o de orden tercera, asociada a los canónigos, y
el cometido de estos caballeros era la salvaguarda de la iglesia homónima y de
los edificios y terrenos anejos. No se trataba de una orden y los caballeros
estaban bajo la tutela de los canónigos y del prior de los mismos y es probable
que entre ellos se reclutaran a los primeros templarios.
La primera
información histórica sobre los templarios la proporciona el historiador franco
Guillermo de Tiro, que escribió entre 1175 y 1185. Fue en el apogeo de las
cruzadas, cuando los ejércitos occidentales ya habían conquistado Tierra Santa
y fundado el reino de Jerusalén o, como decían los propios templarios,
"Outremer", la tierra más allá del mar. Pero cuando Guillermo de Tiro
empezó a escribir, los templarios ya
existían. Por consiguiente, Guillermo escribía sobre acontecimientos anteriores
a su tiempo, acontecimientos que él no había presenciado o experimentado
personalmente, sino que conocía de segunda o incluso de tercera mano.
En un documento
recogido por Louis-Georges de Bréquigny, miembro de la Academia des
Inscriptions et Belles-lettres, Guillermo, conde de Forcalquier, donaba su
cuerpo y su alma a la casa de la Milicia del Temple, con la condición de que
pudiera ingresar en esta religión cuando él lo desease, concediéndoles además
cien sueldos anuales en reconocimiento, y cien marcos de plata después de su
muerte.
Sin embargo, este diploma debemos cogerlo, al menos, con algo de cautela, ya
que el mismo autor, Louis-Georges de Bréquigny, volvía a repetir este mismo
documento en el tomo IV de su obra, aunque variando esta vez el año de su
firma: Charta quâ Willelmus, comes Forcalcariensis, animam suam et corpus
suum dant domui Militiae Templi; fratres vero Templi ipsum in donatum et
confratrem recipiunt. Anno Domini Icarn. MCCIX, mense Decembri.
Interesante resulta también el relato del obispo de Havelburg, quien en sus
Diálogos nos habla sobre la creación
de la orden templaria.
La orden fue reconocida por el patriarca latino de Jerusalén Garmond de Picquigny, que le impuso como regla la de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro. Esta regla, dentro del contexto
templario, es conocida como Regla latina.
Esta orden militar cristiana nació bajo el
nombre de Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón.
No hay que olvidar que su fundador fue francés y que en dicho idioma “temple”
significa “templo”, haciendo una alusión directa a su nacimiento en el Templo
de Salomón. En 1128 nos
llega un nuevo testimonio sobre los templarios, cuya
fama se extendió por toda Europa. Las autoridades eclesiásticas les
dedicaron grandes elogios y ensalzaron su cristiana empresa. Ese año, San
Bernardo, abad de Clairvaux y principal portavoz de la cristiandad en aquel
tiempo los alabó. El opúsculo de Bernardo lleva por título En alabanza de la nueva orden de caballería, y declara que los
templarios son el epítome y la apoteosis de los valores cristianos.
El nombre de la Orden del Temple no le fue dado hasta el año
de 1128 con ocasión del Concilio de Troyes, que codificó su organización. En Troyes, Hugo participó
en el Concilio de los prelados de Champaña y Borgoña (1128). El Prólogo de
la Regla del Temple expone
la lista de los participantes.24 En verdad, la Regla del Temple, redactada en
Oriente y corroborada en el Concilio de Troyes, es el documento más antiguo que
tenemos que se refiere a los ideales –en especial, cotidianos25 y espirituales– que
fueron la guía de conducta del Temple durante su existencia y que forjaron la
imagen de los caballeros ante el Occidente.
En 1130, San Bernardo escribió
su De laude novae militiae ad Milites Templi a fin de garantizar la
propaganda. Muy pronto las donaciones se revelaron cuantiosas, el reclutamiento
fue en aumento y cuando el primer Gran Maestre, Hugues de Payns, murió en 1136,
reemplazado por Robert de Craon, la Orden del Temple estaba perfectamente
establecida.
El reino de Jerusalén fue un Estado católico latino que se fundó el 15
de julio de 1099 tras la conquista de Jerusalén, su capital, en la Primera
Cruzada, cuya vigencia finalizó doscientos años después, el 18 de mayo de 1291
con la conquista de la fortaleza de San Juan de Acre por los mamelucos
musulmanes. Godofredo de Bouillon, como ya se
reseñó, dirigió la Cruzada hacia el destino no previsto de Jerusalén, conquistó
la ciudad en 1099 y creó en ella la cofradía secreta del Priorato de Sión. Y,
en paralelo, el
embrión de una estructurada
armada, que sería la Orden del Temple, dirigida a proteger y profundizar en los
saberes secretos heredados y en los que la indagación pudiera deparar.
El reino
ocupó parte de las actuales Israel, Líbano, Palestina y Jordania. En efecto, la
orden templaria surgió como una consecuencia más de la primera cruzada, uno de
cuyos objetivos principales fue la toma de Jerusalén en 1099.
Todo comenzó en el 1071, año
en que Romano IV Diógenes, emperador de Bizancio, caía frente a las huestes
selyúcidas turcas comandadas por Alp Arslan en la batalla de Manzikert.
Este hecho desestabilizaba
enormemente el poder tanto político como militar de Constantinopla, lo cual
desencadenó en la conquista de Jerusalén por parte de Atsiz ibn Abaq.
Y, aunque en principio los
vencedores turcos parecía que no prestaban mucha atención ni animosidad hacia
los cristianos que viajaban hasta Jerusalén, sí es cierto que la enorme
inestabilidad política de la zona y la gran cantidad de salteadores y bandidos
que poblaban los caminos hacia Jerusalén, hicieron que el imperio cristiano de
Oriente pidiera ayuda a sus hermanos de Occidente, denunciando las vejaciones,
robos, asaltos y muertes que los peregrinos cristianos sufrían al intentar
llegar a Jerusalén.
Apenas creado el reino de Jerusalén y elegido Balduino
I como su segundo rey, tras la muerte de su hermano Godofredo de Bouillón, algunos de los caballeros
que participaron en la Primera cruzada decidieron quedarse a defender los
Santos Lugares y a los peregrinos cristianos que viajaban a ellos. Balduino I
necesitaba organizar el reino y no podía dedicar muchos recursos a la
protección de los caminos, ya que no contaba con efectivos suficientes para
hacerlo. Esto, y el hecho de que Hugo de Payens fuese pariente del conde de Champaña (y, probablemente,
pariente lejano del mismo Balduino), llevó al rey a conceder a aquellos
caballeros un lugar donde reposar y mantener sus equipos, así como a otorgarles
derechos y privilegios, entre los que figuraba un alojamiento en su propio
palacio, que no era sino la mezquita de Al-Aqsa, ubicada a la sazón en el
interior de lo que en su día había sido el recinto del Templo de Salomón.14 Y,
cuando Balduino abandonó la mezquita y sus alrededores como palacio para fijar
el trono en la Torre de
David, todas las instalaciones pasaron, de hecho, a los
templarios, que de esta manera adquirieron no solo su cuartel general, sino su
nombre.
En la segunda quincena del
mes de enero del año 1120, durante la celebración del concilio de Nablus,
Hugo de Payns, Godofredo de Saint-Omer, y ciertos caballeros temerosos de Dios,
prometieron los votos de castidad, pobreza y obediencia ante Gormondo de
Picquigny, patriarca de Jerusalén, y ante el rey Balduino II, añadiendo un
cuarto voto que les haría protagonistas para siempre de la Historia, la defensa
de los peregrinos y de los Santos Lugares. Sería nueve años después, en el Concilio
de Troyes de 1129, en donde se apruebe la orden. Representó la gran ocasión
para ofrecer a la cristiandad la nueva opción religiosa defendida por unos
monjes que combinaban por primera vez en la historia de la Iglesia su ascetismo
monacal con las armas. Es muy probable que sin la defensa de San Bernardo a
favor de los templarios los conciliares hubiesen rechazado la original
propuesta monástica.
Aprobada oficialmente por la Iglesia católica en 1129, durante
el Concilio de Troyes (celebrado en la catedral de la misma ciudad),
la Orden del Temple creció rápidamente en tamaño y poder como una militia Christi,
cuyo objetivo principal era proteger a los
peregrinos que cruzaban Europa con la intención de visitar los
lugares santos donde vivió y murió Jesús.
En el concilio estuvieron presentes: el
cardenal Mateo de Albano (representante
del Papa); los arzobispos de Reims y
de Sens; otros
diez obispos; ocho abades cistercienses de
las abadías de Vézelay, Cîteaux, Clairvaux, Pontigny, Troisfontaines y Molesmes; y
algunos personajes laicos entre los que dstacan Teobaldo II de Champaña, André de Baudemont, el
senescal de Champaña, el conde de Nevers y
unos cuantos clérigos cistercienses, que impulsaron las ideas reformistas y sin
su presencia, que fue altamente positiva, igual no se hubiera podido aprobar su
Regla de vida. Esos "pobres caballeros de Cristo" fueron Hugo de
Payns como maestre y los demás eran considerados "los hermanos" de la
orden.
Hemos de buscar los orígenes del propósito fundamental de esta orden,
cuando la autoridad religiosa había logrado
introducir en el Medievo la idea
de la paz de Dios o la tregua de Dios, que
dirigían el ideal de caballería hacia la defensa de los débiles. La tregua
de Dios se extiende en Francia, donde el clérigo francés Adalberón de Laon
elabora su esquema tridimensional de la sociedad: los que rezan, los que
combaten y los que trabajan,
reconociendo el lugar del caballero en la obra de Dios.
No obstante, no rechazaba el uso de la fuerza para defender a la Iglesia.
El teólogo e historiador francés Jacques de
Vitry
describe en el siglo XII el origen de la Orden del Temple: "Ciertos caballeros, amados por Dios y
consagrados a su servicio, renunciaron al mundo y se consagraron a Cristo.
Mediante votos solemnes pronunciados ante el Patriarca de Jerusalén, se
comprometieron a defender a los peregrinos contra los grupos de bandoleros, a
proteger los caminos y servir como caballería al soberano rey. Observaron la
pobreza, la castidad y la obediencia según la regla de los canónigos regulares.
Sus jefes eran dos hombres venerables, Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Omer.
Al principio no había más que nueve que tomasen tan santa decisión, y durante
nueve años sirvieron en hábitos seculares y se vistieron con las limosnas que
les daban los fieles".
Concretando,
en la segunda década del siglo XII, un grupo de caballeros laicos que estaban
al servicio del Santo Sepulcro y del Hospital de San Juan crearon una
institución bajo militia en
la que los caballeros, además de sus deberes militares, estuvieran sujetos a
los tres votos monásticos clásicos: pobreza, obediencia y castidad. Los
caballeros aceptan y hacia 1120 constituyen una militia
Christi de
carácter estable y permanente.
A finales del siglo XI empiezan a ser controladas las
invasiones musulmanas y vikingas, bien por vía militar, bien por asentamiento.
Comienza en la Europa occidental una etapa expansiva. Aumentó la producción
agraria y en consecuencia el crecimiento de la población. Asimismo, el comercio
experimentó un nuevo renacer, al igual que las ciudades, desarrollándose los
medios de comunicación terrestres y marítimos. Si a esto le sumamos un
arraigado y exacerbado sentimiento religioso que se manifestaba en las
peregrinaciones a lugares santos. Para los cristianos del siglo XI, Jerusalén era el centro
del mundo, la ciudad santa que albergaba la Tumba de Cristo y el recuerdo de
grandes momentos de su vida. El sentimiento religioso, unido a la esperanza de
aventuras y fabulosas riquezas en Oriente, sedujo a muchos peregrinos.
Las peregrinaciones se habían desarrollado allí desde el año 1000, pero se
vieron cada vez más amenazadas cuando los turcos selyúcidas, recientemente
convertidos al Islam, invadieron Asia Menor.
A partir de 1049 dominaron Irán, Irak, Siria y Armenia. En 1071,
aplastaron al ejército bizantino. El camino a Jerusalén escapó entonces del
control cristiano de Bizancio. En 1095, en el Concilio de Clermont, el Papa
Urbano II apeló a los caballeros de Occidente para liberar Jerusalén. El
papa había convocado un concilio en Piacenza, donde se trató sobre el conflicto
conocido como “Querella de las Investiduras”, y que enfrentaba al papado con el
emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico.
El
resurgimiento de una gran religiosidad fue motivada por el impulso que generó
el movimiento monástico en Europa gracias a la iniciativa del Papa Urbano II.
Los monasterios y abadías recibieron un contingente importante de laicos o legos religiosos que se ponían bajo la
regla de una orden pero que al no ser clérigos eran considerados inferiores.
Pero, además, llevo parejo el desarrollo de las órdenes militares que se
convirtieron en algo habitual en el siglo XI en Europa occidental y estaban
formadas por guerreros de cierto estatus social, lo suficientemente ricos como
para poder pagarse un caballo y todo el equipamiento militar completo. Añade la
misma autora que los caballeros se juntaban en grupos, llamados hermandades
o confraternidades, cuyos objetivos era
la consecución de un fin común que podía ser militar o religioso
indistintamente.
En el año 1139 el papa Inocencio II —ex monje cisterciense en Clairvaux
y protegido de San Bernardo— promulgó una bula según la cual los templarios no
debían lealtad a ningún poder secular o eclesiástico salvo al propio Papa.
Durante los dos decenios que siguieron al concilio de Troyes la orden se
expandió con una rapidez y a una escala extraordinarias. El Temple en Europa fue haciéndose cada vez más
rico, poderoso y satisfecho de sí mismo. Los templarios gozaban de un verdadero
monopolio sobre la tecnología mejor y más avanzada de su tiempo, la mejor que
podían producir los armeros, curtidores, albañiles, arquitectos militares e
ingenieros. Contribuyeron al desarrollo de la agrimensura, de la cartografía,
de la construcción de caminos y de la navegación. Poseían sus propios puertos
de mar, astilleros y flota, una flota tanto comercial como militar, que fue de
las primeras en utilizar la brújula magnética.
A su regreso al viejo
continente, los caballeros templarios contaron, obviamente, con el apoyo de
aquellos que habían impulsado la constitución del Priorato de Sión y diseñado
la creación de la propia Orden exterior como organización paralela. De su mano,
transmitieron sus saberes acumulados a un reducido círculo de iniciados, entre
los que destacó el muy prestigioso Bernardo de Claraval, el futuro san
Bernardo, sobrino de Andrés de Montbart, uno de los nueve primeros caballeros
templarios, que jugó un papel crucial en el nacimiento oficial y posterior
expansión del Temple, adquiriendo numerosas propiedades y donaciones.
Una de las primeras que recibió la Orden en Europa fue en Marsella, en 1120, la
iglesia donada por Guillermo de Marsella a omnium militum Templi
Salomonis, y la creación de encomiendas en Francia.
Bernardo de Claraval fue uno de los principales defensores de la orden templaria.
En su obra Elogio de la nueva caballería templaria, escrita en 1130, se puede
leer: “Es nueva esta milicia. Jamás se
conoció a otra igual, porque lucha sin descanso combatiendo a la vez en un
doble frente; contra los hombres de carne y hueso, y contra las fuerzas
espirituales del mal”.
La primera incursión templaria en la Península Ibérica
se produjo mucho antes de llevarse a cabo la regularización de la orden en
Troyes, concretamente en Barcelona, en 1064 y en Tortosa, en 1148. En
Portugal, la primera participación de los templarios en una acción militar tuvo
lugar en 1144, aunque previamente Hugo
de Rigaud, quien había ingresado en la Orden tras la llegada de Hugo de Payns a
Europa en 1127, fue el caballero templario encargado de llevar la noticia de la
fundación de la Orden del Temple a los reinos cristianos de la Península
Ibérica, un espacio especialmente sensible porque en ese tiempo los reinos de
León y Castilla, Aragón y Navarra y el condado de Barcelona tenían fronteras
con el Islam andalusí, unificado en torno al Imperio Almorávide, aunque ya
comenzaba a mostrar patentes signos de debilidad. Durante varios meses del año
1128 Hugo de Rigaud recorrió los reinos cristianos hispanos. En 1145 la Orden recibió el castillo de
Longroiva y el arzobispo de Braga les donó el hospital de dicha ciudad. En 1147
tuvieron una efectiva participación en la toma de Santarem a los moros, por lo
que recibieron varias iglesias en dicha ciudad y el castillo de Cera, cerca de
Tomar.
En la Península
Ibérica cumplieron con los fines de defender las fronteras contra los
musulmanes y proteger los caminos de peregrinación a Santiago de Compostela.
Siendo esencial su apoyo a los
monarcas leoneses y castellanos en la reconquista de las tierras al sur de la
Sierra de Gata (Transierra), germen de Extremadura.
Fue durante el reinado del monarca leonés Fernando II cuando aparece por
primera vez documentada la presencia de los templarios en Extremadura, en
aquellos tiempos conocida como Transierra. Esta Orden había ido consolidándose
en el reino de León. En el norte, entre 1168 y 1178 tenía constituida la
encomienda de Ponferrada y de Ceinos.
Todo comienza a raíz de la campaña llevada por este rey entre los años 1166 y
1169, en la que los templarios tendrán gran protagonismo. Fernando II de
León es quien realmente realiza y
consolida el paso hacia el sur en las tierras salmantinas, tarea que concluye
Alfonso IX. Su reinado está sujeto a los avatares de las luchas contra
portugueses, por el oeste, castellanos, por el este, y musulmanes por el sur. Fernando
II intentará implicar al Temple en la defensa fronteriza de la Transierra
Leonesa, que sólo empezaría a desarrollar su poblamiento en los últimos años de
su reinado y en el comienzo del de su hijo y sucesor Alfonso IX. En este
contexto, se produce la donación de Coria a los templarios en 1168 compensando
a la Catedral de Santiago, que la había recibido años antes. Fernando II
concede a la Catedral de Santiago Caldas de Cuntis con su realengo y con las
seis iglesias.
Uno de sus objetivos principales de Fernando II fue afianzar el paso al
sur del Sistema Central, había dos caminos de acceso principales que coincidían
con las vías romanas: la Dalmacia que iba en dirección a Coria desde Ciudad
Rodrigo y la de la Plata que iba de Salamanca a Cáparra.
Es precisamente en la Península Ibérica donde tendrán
lugar los más frecuentes
enfrentamientos con el musulmán, durante la Reconquista.
La
Península Ibérica había sido ocupada por los árabes del norte de África en el
711, la batalla de Covadonga del año 718, en un paraje próximo a Cangas de Onís (Asturias), fue el primer enfrentamiento armado entre los cristianos y los
musulmanes, llevándose a cabo la reconquista
del territorio por parte de los reyes cristianos. En la época de la fundación
de la Orden los mahometanos sólo ocupaban en el Sur y en Levante una fracción
de lo que habían sido sus posesiones. En el resto se asentaban los reinos de
Castilla, León, Aragón y Navarra y los condados de Galicia y Portugal.
El hábito de los templarios era un manto blanco con cruz roja concedida
por el Papa Eugenio III. Uno de los símbolos templarios es un sello
donde están tallados dos
caballeros montados en un mismo caballo. Se interpreta este símbolo como
alusión a uno de sus votos: la pobreza y la humildad. Los tres votos que los
templarios tenían la obligación de cumplir eran la pobreza, la castidad y la
obediencia. Otro símbolo ligado a los templarios es la cruz patada o paté. Fácilmente
identificable por sus cuatro brazos iguales, ensanchada en sus extremos y
coloreada en rojo. Es una de las señales más relacionadas con los templarios y
se asocia también al hábito que portaban los caballeros.
La reina Teresa de Portugal había donado a los
caballeros el castillo de Soure y todas sus rentas para su protección frente a
los musulmanes.
En España la Orden del Temple tuvo una gran importancia, llegaron motivados por la defensa de los cristianos
frente a los musulmanes, los reyes cristianos peninsulares les implicaron en el
proceso reconquistador. Su legado aún sigue vivo en castillos, iglesias
y ermitas. Se establecieron principalmente en 1128
en Aragón,
manteniendo desde entonces una estrecha relación con el conde Ramón Bereguer
III, que colaboró con numerosas donaciones y privilegios para la Orden,
ingresando él mismo en la orden en 1130. Su expansión en España les llevó a
controlar y a poseer importantes castillos como el de Peñíscola, San Servando
(Toledo), Ponferrada, Monzón (Aragón) o el de Jerez de los Caballeros, uno de
los más asombrosos de España y donde establecen la capital del bailiato que
administraba la comarca de Jerez,
cuando el rey Alfonso IX consiguió vencer a los musulmanes y reconquistar esta
zona de Extremadura. Aunque la encomienda de Capilla tuvo tanta importancia
económica militar como la de Jerez, desde su menor extensión se compensaba con
las importantes rentas con que contaba. Pero su aislamiento geográfico limitó
su importancia.
De tal manera que cada villa, aldea o caserío
perteneciente a un Comendador, tenía un castillo, o cuando menos una casa
fuerte.
En 1147 les dona las iglesias de Santarèn y
como protesta el obispo de Lisboa, Alfonso Enriques, hace una concordia en febrero
de 1159: "...entre el Obispo de
Lisboa, y, los Freyles Cavalleros del Templo de Jerusalem, doy, y, concedo à
Dios, y à los Cavalleros del Templo aquel, Castillo llamado Cera, por las
iglesias de Santarèn que les había dado antes...".
El rey de Portugal Alfonso Enrique hace
donación "a favor del Conde Rodrigo
Alvarez de Soria, Cavallero del Orden de Santiago, y a el primer Maestre de
ella Don Pedro Fernández, y a su Religion, de los terminos de la villa, y el
Castillo de Abrahantes, en el que se señalan varios linderos, y entre ellos
bienes de la Orden del Templo, ibi: Et ultra Tagum per lombam desuper vinea dos
freyres do Templo. Y la data dice: Facta scriptura Terminorum apud Colimbriam
mense Septiembro, Era MCCXI" (1174).
En 1175 el Papa Alexandro III extiende una
bula de confirmación al Maestre de Santiago don Pedro Fernández señalándoles
regla y norma de vida, mutuo auxilio y unión con la Orden del Temple y del
Hospital. Tres años después estas tres órdenes hacen juramento y contrato de
alianza: "In nomine Sanctae,
individuae Trinitari, unica deitatis. Amen. Congregatis in unum apud
Salmanticam fratibus Hospitalis, fratibus que militae Templi, fratibus S.
Jacobi, Era MCCXVI mense Setembrio, quando Rex Fernandus habuit Curiam suam in Salamantica,
cum episcopis, Baronibus Regni sui, institutiones terrae suae per decreta sua
firmiter ordinavit, placuit divina inspirante gratie predictis fratibus pacem,
veram concordiam unanimiter inter se habituram de madato Magistrorum suorum,
videlicèt Domini Petri de Areis in Hispanijs Prioris, Domini Guidoni de Garda,
Magistri Militiae Templi, Domini Petri Fernadi, Magistri Militiae S. Jacobi,
qui hanc Constitutionem in Capitulis suis in virtute obedientiae firmiter
teneri praeceperunt statuere...".
Con la construcción de la Catedral Compostelana, iniciada su obra al
comienzo de 1070, pronto comenzó la afluencia de peregrinos. A partir del
hallazgo de la tumba del Apóstol, la ruta jacobea empezó a imponerse como ruta
peregrina, su pujanza fue tal que tuvo
prioridad con respecto a las que iban a Jerusalén o Roma.
Cuatro fueron los grandes Caminos que se crearon, no siendo los únicos,
pero sí los de mayor afluencia, sobresaliendo entre todos el Camino Francés,
que recogía gentes de toda Europa, y que partiendo de Brujas, Colonia,Clermont o
Estraburgo, entraba por Roncesvalle o Somport, y llegaba a Santiago. Los
peregrinos de día, seguían el camino del sol hacia poniente, mientras que por
la noche seguían el reguero de estrellas de la Via Láctea.
Aquí intervinieron los caballeros templarios vigilando y protegiendo las
fronteras castellano-leonesas de los musulmanes, una ruta que se adaptó a la
perfección a sus ideales en la Península Ibérica, buscando proporcionar asilo,
albergues, hospederías y hospitales a los que por voto particular o colectivo
acudían a Santiago de Compostela, y contribuían a la defensa de los lugares e
ideas de la Cristiandad hasta que finalizó el proceso de reconquista.
Nos interesa la Vía de la Plata o antigua vía romana que desde Sevilla subía
hasta Padrón y Santiago. Aunque era ruta peregrina menos importante tampoco dejan de verse vestigios templarios
en su recorrido, construcciones defensivas en las tierras de Cáceres,
Plasencia.
La Orden del Temple fue la más famosa y
poderosa de Extremadura. Su presencia se
hace más intensa durante los reinados de Fernando II y Alfonso IX cuando los
templarios, firmes aliados de los leoneses en los espacios de frontera,
comienzan a articular sus dominios fundando las primeras encomiendas. Sus tres
encomiendas extremeñas llegaron a tener una extensión más grande que la actual
Rioja o Cantabria, por poner dos ejemplos comparativos. Obviar esto sería
mutilar nuestra propia historia y la de aquellos monjes-guerreros que
salpicaron con su legado un inmenso territorio de nuestra actual comunidad.
No obstante, Alfonso IX va a desplegar una política poco favorable al Temple,
apropiándose de muchas de sus posesiones. La Orden parece plegarse a ese deseo
de modo involuntario y con alguna compensación. Es muy descriptivo el acuerdo
de la Orden con Alfonso IX en 1211, cuya actuación tiene como clara finalidad
favorecer a la Orden de Alcántara: en él se precisa que la apropiación real de
muchas propiedades templarias situadas en León, Galicia y Transierra, la
donación de diversos bienes que suponen redondear y dar consistencia al dominio
templario, que se asienta de modo preferente en Galicia y León. En
compensación, el Temple renuncia a Portezuelo y San Juan de Mascoras, que se
entregan a los alcantarinos.
Surgirán enfrentamientos entre los alcantarinos y los
templarios, decantánsose a favor de la Orden alcantarina que fue adquiriendo
por privilegio real los castillos que en su día pertenecieron a los templarios.
Este proceso se cerrará en 1220 con el traspaso de los castillos a favor de los
alcantarinos, objeto del litigio, Portezuelo, Santibáñez el Alto y Milana. En
1236 el conflicto rebrotaba a causa de la reclamación que hicieron los
alcantarinos del lugar de Cabeza de Esparragal, cercano a Santiago de
Alcántara, a cambio del cual el Temple recibía Almorchón.
En el año 1230 el rey Alfonso IX de León llevó a cabo
una ofensiva para conseguir el dominio del río Guadiana, tras la conquista de
Mérida y Badajoz, el rey leonés reconquistó Jerez de los Caballeros, Fregenal,
Burguillos del Cerro y Alconchel, que donaría a la orden templaria, poniendo en
duda el proceso bélico.
En esas conquistas militares de Cáceres, Trujillo y las villas del Guadiana,
Mérida y Badajoz en 1230 y el consiguiente avance de las fronteras hacia la
Baja Extremadura, seguirán enfrentadas ambas órdenes. En la provincia
pacense destacó la encomienda de Puebla de Alcocer -1236, cuando el rey
Fernando III encarga al maestre Esteban de Belmonte la conquista de la comarca-
y la de Jerez de los Caballeros, concesión de Alfonso IX de León.
Aquellos templarios que se habían asentado en Castilla,
para auxiliar a los peregrinos y controlar los caminos de la ruta jacobea, así
como participar en la guerra contra los musulmanes con la corona
castellano-leonesa, habían recibido en benefició fortalezas fronterizas como las
de Uceda, Buitrago, Brihuega, Sigüezan, Molina, Medina, Ayllón Caracena y
Cifuentes.
En Extremadura surgirán los mecanismos repobladores que se ponen en marcha tras
el alejamiento de la frontera. Así, la pronta pérdida de fortificaciones en la
Alta Extremadura debió incidir en el escaso o nulo poblamiento que las fuentes
muestran con cierta claridad. De hecho, la bailía menos poblada será la de
Alconétar a pesar de la extensión de sus primigenios límites. A este castillo
no se le pueden inscribir núcleos aldeanos dignos de consideración ya que su
funcionalidad puramente rentista basada en el control del puente y de las
barcas existentes en el Tajo está definida tempranamente.
La mayoría de los territorios dominados por los templarios en la Transierra
Leonesa contaron con escasa población aldeana y fueron, en su mayoría, tierras
destinadas a labores agroganaderas,
no ocurrirá lo mismo con las importantes encomiendas surgidas en el sur de
Extremadura, con un mayor crecimiento demográfico.
Apenas 200 años después de la
creación de la orden, el Papa
Clemente V, cediendo a las presiones del rey Felipe IV de Francia,
ordenaría su disolución. La pérdida de Tierra Santa derivó en la desaparición de
los apoyos a la orden. El último gran maestre, Jacques de
Molay, se negó
a aceptar el proyecto de fusión de las órdenes militares bajo un único rey
soltero o viudo (Proyecto Rex
Bellator, impulsado por el gran sabio Ramon
Llull), a pesar de las presiones papales. El 6 de junio de 1306
fue llamado a Poitiers por el Papa Clemente V para
un último intento, tras cuyo fracaso, el destino de la orden quedó
sellado. Felipe IV de Francia convenció a Clemente V,
fuertemente ligado a Francia, para que iniciase un proceso contra los
templarios,
que ha
sido calificado por algunos autores como el juicio más conocido de la Edad
Media y uno de los más famosos y escandalosos de la historia de la Humanidad.
El 13 de
octubre de 1307 marcará un acontecimiento esencial, la disolución de la Orden
del Temple. El artífice fue el rey de Francia Fernando IV El Hermoso, ansioso por hacerse con todas las posesiones de los
templarios, y ayudado por Clemente V. Entre los dos imputaron a los templarios
una serie de delitos falsos como blasfemias y herejías. Un gran número de templarios fueron apresados,
inducidos a confesar bajo tortura por las supuestas prácticas o ceremonias de
iniciación y fueron quemados en la hoguera.
La Orden del Temple no fue condenada, sino suprimida el 22 de marzo de
1312 en el Concilio de Viena (departamento de Isère), por Clemente V, que
atribuyó todos los bienes de los Caballeros Templarios a la Orden de los
Hospitalarios de San Juan de Jerusalén. Hubo dos excepciones. En el Reino de
Valencia, la nueva Orden de Montesa recuperó los bienes tanto de los Caballeros
Templarios como de los Hospitalarios y en Portugal, donde el Rey Dionisio I
(1279-1325) obtuvo del Papa en 1319 que la Orden del Temple, con sus hombres y
bienes, se convirtiera en la Orden de Cristo que él había creado y puesto bajo
su protección.
El
13 de marzo de 1314, el Gran Maestre Jacques de Molay y el Comandante de
Normandía Geoffroy de Charnay fueron quemados en París, reclamando la inocencia
de la Orden del Temple. Mientras que en Castilla,
a pesar de ser declarados inocentes en los interrogatorios de Medina del Campo
y Salamanca, el rey Fernando IV dispondrá de todos los bienes templarios
extremeños incluso antes de que se declare disuelta la Orden en el Concilio
Ecuménico de Vienne el 22 de marzo de 1312.
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2015, 19.
En la Crónica
de Ernoul, se deduce claramente que los que fundaron la Militia Templi salieron de las filas de los milites Sancti Sepulcri, reiterándose en la misma obra que
los tales caballeros obedecían a los priores del Sepulcro. Mas Latrie,
1871, 8.
Charta quâ Willelmus, comes Forcalcariensis, corpus
suum et animam donat domui militiae Templi, eâ lege ut si ad religionem venire
voluerit, ad religionem Templi veniat; concessis centum solidis annuis in
recognitionem, et centum marcis argenti, cum rebus aliis post obitum suum huic
domui praestandis. Аnnо Dominicae Incarn[ationis]. MCIX, mense Decembri.
Louis-Georges de Bréquigny Таble Сhronolоgiqе des Diplомеs, Сhаrtтеs. Тitres
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Riquer, Planeta, 1968, Barcelona,vol. 1, 184.
Será en Clermont era el lugar perfecto para lanzar el discurso papal que daría
lugar a la primera cruzada. Poco después
del verano del año 1096, las tropas cruzadas iniciaban la marcha hacia Oriente,
llegando en su totalidad a Constantinopla
entre finales de ese año y principios del siguiente. El 6 de mayo del año 1097 el ejército cruzado
se plantaba junto a las murallas de Nicea, la cual no resistió el asedio y se
rindió el 19 de junio. Tras Nicea, las victorias cruzadas se sucedían una tras
otra. Soler Seguí, 2020, 12 y 13.
Martínez Díez, 2001. Será a
partir de 1144 cuando se desencadena un verdadero aluvión de
donaciones al Temple en todos los reinos cristianos
peninsulares. En el de León, Alfonso VII le concede numerosos villas y
castillos con todas sus rentas. En la Corona de Aragón, el conde Ramón
Berenguer IV le otorga numerosos feudos y propiedades en la zona de frontera
con el Islam, por una parte para resarcir el incumplimiento del testamento de
Alfonso I y por otra para agradecer los servicios prestados por los templarios
en las conquistas de Lérida, Fraga
Forey, 1973. El Fuero del Baylío, en su origen
fue una Carta Puebla o conjunto de normas fijadas por el rey, señor o
propietario de un lugar, en las que se determinaban las condiciones,
principalmente económicas, a las que habrían de quedar sujetos quienes poblaran
o vinieran a poblar tierras que le pertenecían. El origen de los Fueros y las
Cartas Pueblas está en el intento de atraer, durante la Reconquista, a zonas
despobladas o fronterizas a personas que sólo accederían a ello si se les
concedieran determinados privilegios.
Los orígenes del Fuero del Baylío, que ha estado en vigor
desde el siglo XIII, son desconocidos, se sabe que fue ratificado por Alfonso
Téllez a Alburquerque y por el Gran Maestre de la Orden del Temple a Jerez de
los Caballeros y otros pueblos de la zona.