sábado, 12 de abril de 2025

 

LA LLEGADA DE AGUA POTABLE A TRUJILLO EN EL SIGLO XIX

El Alcalde de la ciudad, ante la necesidad de llevar a cabo el proyecto de abastecimiento de agua, designó una comisión encargada de gestionar y supervisar el tema. El proyecto de abastecimiento de agua a la ciudad desde la garganta de Santa Lucía, ubicada a 1559 metros sobre el nivel del mar entre las localidades de Guadalupe y Navezuelas, contemplaba una canalización de 78,5 kilómetros de longitud. Este ambicioso proyecto estaba aún pendiente de la evaluación y aprobación por parte del Consejo de Estado. Sin embargo, pese a la falta de informe oficial, la administración municipal, siguiendo el consejo de la mencionada comisión, optó por hacer público su interés en contratar la ejecución de las obras a través de una empresa privada. Para ello, la administración decidió anunciar su deseo en La Gaceta, que en ese momento era el periódico con mayor difusión nacional, con el fin de atraer propuestas y posibles interesados.

La primera propuesta formal para la ejecución del proyecto llegó en 1891 de parte del ingeniero francés Don Gastón Bertier, quien en ese momento residía en Plasencia y representaba a una empresa francesa que ya había llevado a cabo proyectos de abastecimiento de agua en ciudades europeas, entre ellas París. Esta empresa había logrado éxitos notables en el abastecimiento de agua a gran escala en diversas ciudades europeas, lo que otorgaba credibilidad y confianza a su propuesta.

Sin embargo, a pesar de la relevancia de la propuesta y de la experiencia de la empresa francesa, los elevados costos derivados de las empresas urbanísticas y arquitectónicas que se habían realizado en la década de 1880-90, así como los recursos limitados con los que contaba la administración local, imposibilitaron la contratación de las obras. La magnitud de la inversión requerida para llevar a cabo el proyecto, sumada a las dificultades económicas de la época, hicieron que el proyecto se viera obstaculizado y, por lo tanto, no se pudieran ejecutar las obras en el periodo inmediato.

En 1896, comienza a surgir un paro generalizado en la ciudad por la escasísima cosecha recolectada. Ante tal situación se emprenden nuevas gestiones encaminadas a proporcionar definitivamente a la ciudad de servicios de agua potable con el fin de dar ocupación a los jornaleros en paro.  Para ello, una comisión municipal  se traslada a Madrid con el objeto de hallar fondos que invertir en los trabajos.  Las gestiones de la comisión fueron positivas y en los últimos meses del año la corporación se ocupa de las últimas formalidades y trámites para el inicio de las obras, al mismo tiempo que solicitaba del gobierno permiso para proceder a la venta de algunos bienes propios para cubrir parte del presupuesto[1].

 

En 1896, el ingeniero don Luis Canalejas Méndez presentó al consejo municipal un nuevo proyecto para la conducción de aguas desde la misma fuente propuesta en 1874 por don Manuel Pardo (Archivo Municipal de Trujillo, Expediente General para Solicitar del Gobierno la Autorización para Invertir Parte del Capital Municipal en Obras de Abastecimiento de Agua para la Ciudad, 1896, Legajo 1542, Carpeta 2). Este proyecto se sometió a una serie de estudios técnicos y su implementación fue dirigida por el ingeniero don Rafael Fernández Shaw. Entre los desafíos más relevantes que enfrentaron las obras se encontraba la superación de barreras orográficas significativas, como el baluarte de los Zahurdones (Cabañas del Castillo), cuya cima fue salvada mediante la construcción de un túnel de 380 metros de longitud.

En 1897, se publicó la subasta de las obras, iniciándose simultáneamente la construcción de un depósito de agua con una capacidad de 2.600 metros cúbicos. Este depósito, aunque fundamental para la infraestructura de abastecimiento, fue ubicado en la Villa, frente a la iglesia tardorrománica de Santa María, lo que suscitó críticas por la falta de coherencia estética en el emplazamiento, dado que la zona estaba considerada un espacio patrimonial. Para corregir esta anomalía, en 1898 se expropiaron algunos edificios con el propósito de crear una plaza que armonizara con las obras en curso. El fin era corregir la rasante de la plaza y construir un muro de contención para adecuar la zona a la infraestructura del depósito de agua.

En cuanto a la Memoria sobre la Distribución de Aguas en la ciudad de Trujillo y el Arrabal de Ánimas, fue redactada en octubre de 1898 por don Agustín Solís y don Prudencio Fernández de la Pelilla. Pocos meses después de la publicación de la subasta de las obras, estas fueron adjudicadas a don Facundo Guerrica por un monto de 1.619.536,24 pesetas, cifra que fue posible gracias al subsidio de 926.000 pesetas otorgado por el Gobierno.

El Alcalde de la ciudad en ese momento, don Modesto Crespo, facilitó la adjudicación de las obras tras haberse realizado un exhaustivo estudio y verificación de los cálculos iniciales del proyecto, realizados por don Manuel Pardo. La comisión técnica, integrada por destacados ingenieros como don Pineda (Ingeniero Militar y Profesor del Colegio Preparatorio Militar de la ciudad), don Berthier (Ingeniero de la Academia de París), Soubiron (Ayudante del Cuerpo de Caminos), y don Civantos (Ingeniero Agrónomo), confirmó que los cálculos eran correctos y que la propuesta garantizaba el abastecimiento de agua necesario para la población. Los cálculos previos indicaban que la cantidad de agua necesaria para el consumo de la población sería de 25 litros por segundo, lo que aseguraba un suministro de 180 litros diarios por habitante, y se añadió que el incremento en el caudal debido a una variante en la conducción aumentaría la cantidad de agua disponible, elevando el suministro a 25 litros por segundo.

Este incremento de caudal permitió reducir a casi la mitad el costo económico previsto en el proyecto original, beneficiando a la administración local y asegurando una fuente de agua adecuada para una población estimada de 12.000 habitantes, lo que dejaba un margen suficiente para el crecimiento futuro.

A pesar de las dificultades financieras y los grandes desembolsos realizados por el Ayuntamiento en proyectos previos, como el Colegio Preparatorio Militar, el Depósito de Sementales, y el Mercado Municipal, el proyecto de abastecimiento de agua se viabilizó gracias a los fondos disponibles, incluyendo el 3,5% de las Láminas del Estado y más de 250.000 pesetas de la Caja General de Depósitos. Las expropiaciones de terrenos para la construcción de la conducción de aguas fueron una parte esencial del proceso, destacándose entre los propietarios que cedieron terrenos sin compensación económica la Marquesa de Santa Marta, en su finca Tagarnillar de Abajo, y don Manuel y doña Manuela Artaloytia, en su parte de la dehesa de Los Caballos. No obstante, algunos propietarios exigieron pagos por la cesión de sus terrenos, lo que retrasó y aumentó los costos de la obra.

En mayo de 1899, el Ayuntamiento aprobó la concesión de aguas al Arrabal de Huertas de Magdalena, ampliando el acceso a los recursos hídricos a una mayor parte de la población, como parte del proceso de modernización y abastecimiento integral de la ciudad.

Principio del formulario

A finales del mes de mayo de 1899, el suministro de agua alcanzó finalmente el campo de San Juan y el arrabal de Huertas de Ánimas. Las obras fueron oficialmente inauguradas el 1 de junio de 1899, bajo la alcaldía de don Emilio Martínez, quien, habiendo sido concejal anteriormente, contribuyó significativamente a que las obras recibieran un notable impulso durante su mandato. Esta inauguración marcó un hito en la historia de Trujillo, ya que tanto la ciudad como los pueblos del arrabal comenzaron a disfrutar de un gran caudal de agua potable, lo que representaba una mejora sustancial en las condiciones de vida de la población.

En el arrabal de Huertas de Ánimas se instalaron ocho fuentes públicas, y se habilitó un abrevadero continuo para el ganado, en este arrabal y en Trujillo, específicamente en el campo de San Juan. Estos abastecimientos no solo proporcionaban agua para el consumo humano, sino que también favorecían las actividades agropecuarias de la zona.

Las obras de infraestructura más relevantes incluyeron la construcción del mencionado túnel de 380 metros, necesario para salvar el collado de los Zahurdones, cerca del pueblo de Cabañas. Además, se realizaron fuentes sifónicas en las localidades de Berzocana y Garciaz, las cuales permitieron una distribución eficiente del agua en la región. La conducción del agua fue una obra de ingeniería destacada, compuesta por fábrica y tuberías de hierro, complementada con la construcción de puentes de cantería para el paso de los ríos Garciaz y Berzocana, y la perforación de tres túneles adicionales, de 381, 110 y 74 metros de longitud.

El proyecto culminó con la construcción de un doble depósito de agua en la Plaza de Santa María, con capacidad para almacenar 2.487 metros cúbicos de agua, lo que garantizaba un suministro constante a la población.

Los ingenieros don Rafael Fernández Shaw y don Eugenio Mancy fueron los responsables de levantar el plano de distribución de la población, en el cual se señalaron las cinco grandes arterias por donde se distribuiría el agua: las calles Tiendas, García de Paredes, Sillería, Hernando Pizarro y Afuera. También se determinó el emplazamiento de las fuentes públicas, para que el vecindario se beneficiara del acceso al agua potable de manera equitativa.

Este proyecto no solo mejoró la calidad de vida de los habitantes de Trujillo y sus alrededores, sino que también representó un importante avance en la modernización de la infraestructura urbana de la ciudad, convirtiéndose en un hito en la historia del abastecimiento de agua en la región.

En el contexto de la modernización de la infraestructura urbana de Trujillo, una de las obras más significativas y de mayor impacto fue la instalación del alcantarillado en las calles, que permitió una mejora sustancial en la gestión de aguas residuales y pluviales. El sistema de alcantarillado consistía en un tendido de tuberías por donde se conducían las letrinas y aguas residuales de la ciudad, las cuales se reunían en un solo colector central ubicado en el campo de San Juan. Desde este punto, el agua fluía por un sistema de vertiente abierta hasta desembocar en la charca de la Albuera. Además, para la evacuación de las aguas pluviales, se instalaron pequeños colectores o sumideros en las calles, lo que permitía una mejor gestión de las lluvias y evitaba inundaciones en el casco urbano.

En paralelo a la construcción del alcantarillado, se erigieron fuentes de ornato como parte de las mejoras urbanísticas. En el año 1900, se construyeron dos fuentes destacadas: una situada en el centro de la plaza, que era una pieza artística con diecinueve caños dispuestos en forma circular. El agua fluía de manera ornamental a través de sus caños, convirtiéndola en un elemento decorativo y funcional al mismo tiempo. Sin embargo, en 1963, este pilar monumental fue desmontado y trasladado al campo de San Juan, y aunque en los años 80 se intentó reinstalarlo en su ubicación original, se había perdido gran parte de su monumentalidad y encanto artístico.

La segunda fuente de ornato fue colocada en el centro del Paseo de Ruiz de Mendoza, pero, al igual que la primera, ha desaparecido con el tiempo.

El costo total de las obras de conducción de agua y alcantarillado para el Ayuntamiento de Trujillo fue de 1.600.000 pesetas, una inversión significativa que reflejaba el compromiso del gobierno local con la mejora de la calidad de vida de los habitantes de la ciudad, garantizando un acceso adecuado al agua potable y un sistema eficiente de evacuación de aguas residuales. Estas obras también marcaron un paso importante en la modernización de la infraestructura sanitaria urbana, contribuyendo al bienestar de la población y al ordenamiento del espacio urbano.

 



[1] Archivo Municipal de Trujillo. Acuerdos de 28 de octubre, f. 53 v. y s.

viernes, 11 de abril de 2025

 

ANTONIO OLIVEROS Y SÁNCHEZ, un cura patriota liberal  y diputado constitucionalista extremeño (1764-1820)

 

"Firmé aquella Constitución con la esperanza de que cada español pudiera alzar la frente sin temor, y de que la ley protegiera al frente débil al fuerte. No luché por gloria, sino por la justicia Que mi nombre no queda en los libros que queda en el corazón de quienes buscan un mundo mejor”.

(Antonio Oliveros, 1814)

 

Antonio Oliveros y Sánchez no era un hombre de muchos adornos, pero su presencia en la historia de España, marcada por los años decisivos de las Cortes de Cádiz, nos recuerda que los grandes momentos no siempre surgen de los grandes nombres.

Nació en Villanueva de la Sierra, un rincón perdido entre los montes de la provincia de Cáceres, donde el aire, impregnado de la sabiduría ancestral del campo, le permitió forjarse una mente inquieta, libre y de convicciones firmes. Pocos sabrán ya de él, pero en las horas oscuras de la historia patria, cuando las guerras y las ideas se entrecruzaban como cuchillos en una lucha sin cuartel, Oliveros fue un hombre que, como tantos otros, jugó sus cartas en la mesa envenenada de la política.

Era un cura liberal, que, como tantos de su época, se vio arrastrado por el torbellino de los ideales ilustrados, creyendo en la razón por encima del dogma, en la libertad por encima de la opresión. En las Cortes de Cádiz, entre los ecos de la invasión napoleónica y las luchas intestinas por el futuro de España, se destacó como una figura incómoda, pero necesaria. Su voz se alzó contra el absolutismo, pidiendo reformas que muchos, acobardados por el peso de la tradición, se negaban siquiera a susurrar. Los que lo conocían bien sabían que Oliveros no era un hombre de compromisos fáciles, ni de esas medias tintas que nunca sirven cuando el destino de una nación está en juego.

Antonio Oliveros Sánchez (1764-1820) fue un sacerdote católico y diputado liberal por Extremadura en las Cortes de Cádiz, destacado por su compromiso con las ideas progresistas durante el período de la Guerra de Independencia Española. Nacido en Villanueva de la Sierra (Cáceres), estudió en la Universidad de Salamanca, donde obtuvo el grado de bachiller en Teología y fue ordenado sacerdote en 1784.

Realizó su formación universitaria en Salamanca entre los años 1777 y 1784, cursando el bachiller de Artes y en Teología en la Facultad Mayor de Teología.

La ciudad de Salamanca que conoció Antonio Oliveros en 1777, era una ciudad con un gran peso histórico y cultural en el ámbito de la educación, la religión y la vida intelectual de España. Durante este período, la ciudad se encontraba bajo el reinado de Carlos III, quien promovió algunas reformas, pero, al igual que el resto del país, Salamanca vivía aún muy influenciada por la tradición y las estructuras sociales del Antiguo Régimen.

Más tarde, obtuvo una canonjía en la iglesia de San Isidro de Madrid. Para acceder a un cargo tan relevante como el de canónigo en una capilla real, la formación teológica y jurídica era esencial. El candidato debía haber completado estudios en Teología, Derecho Canónico y Filosofía. Estos estudios eran generalmente realizados en universidades de prestigio, como la Universidad de Salamanca, donde estudió y se formó Antonio Oliveros.  Además, el canónigo debía haber tenido una preparación en el latín, ya que este era el idioma principal en la liturgia y en los documentos eclesiásticos. Los estudios en la Universidad también incluían formación en Derecho Canónico, lo que era imprescindible para ocupar cargos administrativos dentro de la Iglesia.

La invasión napoleónica en España a finales del siglo XVIII y principios del XIX fue un proceso complejo que marcó un punto de inflexión en la historia de España. Este proceso culminó en la Guerra de Independencia Española (1808-1814) y tuvo profundas repercusiones tanto en el país como en el resto de Europa. La invasión fue parte de las ambiciones expansionistas de Napoleón Bonaparte, quien buscaba consolidar el poder francés en toda Europa. En 1808, las tensiones entre España y Francia alcanzaron su punto máximo. Napoleón, que ya había invadido Portugal, decidió poner bajo control a España, asegurándose el dominio completo de la Península Ibérica. En marzo de 1808, las tropas francesas comenzaron a avanzar por el territorio español. Napoleón invadió España como parte de su estrategia militar, aprovechando las luchas internas entre los borbones para obligar al rey Carlos IV a abdicar en favor de su hijo Fernando VII. Se formó una Junta Suprema Central en Aranjuez en 1808 que asumió la autoridad en nombre de Fernando VII, quien se encontraba prisionero en Francia. Estas juntas fueron fundamentales para organizar la resistencia a la invasión. Antonio Oliveros el 8 de junio de 1808 abandonaba Madrid para dirigirse a su localidad, Villanueva de la Sierra. Allí entrará en contacto con el obispo de Coria, don Juan Álvarez de Castro, el cual le pidió que escribiera dos pastorales con el objetivo de dirigir el espíritu público, contener la anarquía y estrechar la unión de la provincia con las demás de la Monarquía.

En respuesta a la ocupación francesa, las Juntas Provinciales de defensa de España, que ya habían comenzado a formarse por todo el país, se unieron para formar la Junta Suprema Central en septiembre de 1808. Esta Junta asumió el control del gobierno en nombre de Fernando VII, quien aún se encontraba prisionero en Francia. La victoria de Bailén, al haber demostrado que las tropas francesas no eran invencibles, ayudó a consolidar estas juntas y fortalecer la resistencia en todo el país.

Antonio Oliveros se encontraba en su pueblo, ayudando al Obispo y a los miembros del cabildo cauriense en las tareas destinadas a excitar el celo patriótico de la población diocesana y recaudar los dineros que fuera posible a fin de costear los gastos abundantes de la lucha antifrancesa se encontró hasta un momento avanzado del mes de julio de 1808, cuando una presencia muy escasa de franceses en Madrid y, más concretamente, el triunfo extraordinario conseguido por las tropas españolas en la batalla de Bailén le impulsaron a volver a la Corte.

A su vuelta a la Corte madrileña, continuó férreamente su intención de no acatar la Constitución de Bayona y, mucho menos, jurar fidelidad a José I. Su actitud de resistencia frente a la invasión napoleónica es notable, y uno de los episodios más significativos de su vida fue su negativa a asistir al juramento de José I en la Real Capilla de San Isidro de Madrid. La Real Capilla de San Isidro en Madrid era un lugar de gran prestigio e importancia religiosa. En 1808, durante la ocupación francesa, se llevó a cabo el juramento de José I como rey de España, en un acto solemne que tenía como objetivo legitimar su gobierno ante la sociedad española, especialmente ante la élite eclesiástica y nobiliaria. Este tipo de eventos eran clave para Napoleón, ya que buscaba consolidar su dominio sobre el país mediante el apoyo de las principales instituciones, incluida la Iglesia.

Antonio Oliveros era un hombre de fe y de profunda lealtad a la dinastía borbónica y, por tanto, no aceptaba la legitimidad de José I como rey. Su negativa a asistir al juramento de José I en la Real Capilla de San Isidro refleja su postura en contra de la ocupación francesa y el gobierno impuesto por Napoleón.

Como canónigo, Oliveros tenía una alta posición en la Iglesia y un fuerte sentido de fidelidad al rey legítimo, Fernando VII. Aceptar a José I como rey implicaba reconocer la legitimidad de la ocupación francesa, lo cual era algo con lo que no podía estar de acuerdo debido a sus principios. El acto de juramento realizado en la capilla era una forma de que las figuras eclesiásticas y los líderes civiles expresaran su lealtad a José I. Oliveros, al negarse a asistir, estaba mostrando su oposición a la ocupación francesa y su fidelidad a Fernando VII, el rey legítimo. Este acto de desobediencia fue en su momento valiente, ya que mostraba una postura clara contra el régimen impuesto por Napoleón.

En el contexto de la guerra se crearon las Cortes de Cádiz (1810-1812). En 1810 se convocaron las Cortes de Cádiz, una asamblea representativa que se reunió en la ciudad de Cádiz, que aún no estaba ocupada por los franceses, y donde tendría un gran protagonismo Antonio Oliveros. Las Cortes aprobaron una constitución liberal, conocida como la Constitución de 1812, que representaba un avance en la modernización del Estado español, estableciendo una monarquía constitucional y limitando el poder del rey.

En 1810, Oliveros fue elegido diputado para representar a Extremadura en las Cortes de Cádiz. Como liberal, defendió algunos principios claves como la libertad de imprenta, la abolición de privilegios feudales y gremiales, la supresión de la Inquisición y el establecimiento de una monarquía constitucional. Su labor incluyó la participación en varias comisiones importantes, como las de Constitución y Libertad de Imprenta, y firmó la Constitución de 1812, conocida como La Pepa.

Antonio Oliveros Sánchez encajaría dentro de esta corriente de clérigos ilustrados y reformistas que conciliaban su fe religiosa con los ideales de libertad, igualdad y progreso. Su legado es recordado como parte de la lucha por los valores liberales y constitucionales en España durante una época de grandes cambios sociales y políticos.

Los diputados de las Cortes de Cádiz tuvieron un papel fundamental en la elaboración de la Constitución de 1812, un documento que estableció una monarquía constitucional y que marcó el principio de un nuevo orden político en España. Los representantes de Extremadura, como los de otras regiones, participaron activamente en la discusión y redacción de la constitución, defendiendo los intereses y características propias de su región, pero también buscando el bien común de toda la nación, destacando sobremanera Antonio Oliveros, que mostraría una inclinación hacia las ideas más reformistas y liberales, que no solo lo vincularon a las Cortes de Cádiz, sino también a los movimientos de cambio que buscaban modernizar la España del siglo XIX, actuando como secretario en las Cortes gaditanas.











 

EL DOMINGO DE PASCUAS EN TRUJILLO.

EL CHIVIRI

 

La pascua es la fiesta principal y más antigua de los cristianos. Es el corazón del año litúrgico. León I la llamó la fiesta mayor (festum festorum), y dijo que la Navidad se celebra en preparación para la Pascua (Sermón XVII en Exodum). La Pascua conmemora la Resurrección del Cordero Inmolado: Jesucristo. Manifiesta la victoria ganada en la Cruz por Jesús sobre el demonio. La fecha de la pascua es variable. La razón es la conexión entre la pascua judía y la cristiana. La Iglesia determina la fecha de la pascua cada año según el calendario judío que es diferente al nuestro. El calendario judío es lunar (tiene 354 días y se basa en las fases de la luna) mientras que el nuestro es solar. Cada cuatro años los judíos intercalan un mes a su calendario, no según un método definido sino arbitrariamente por orden del Sanedrín.

Los judíos comen el cordero pascual la víspera del 15 de Nisan, o sea el 14 por la noche. (Nisan es el primer mes del calendario judío). Jesús celebró la pascua (la última cena) según la costumbre judía la víspera de la Pascua, o sea, el 14 de Nisan. Murió en la cruz el 15 de Nisan y resucitó el 17 de Nisan. Resulta que en aquel año el 15 de Nisan cayó en viernes y por lo tanto el 17 de Nisan cayó en domingo (que en aquella época no se llamaba “domingo”).

La diferencia entre los calendarios (judío y romano) dio lugar a numerosas controversias sobre la fecha para la celebración de la pascua. Los judíos cristianos continuaron usando el calendario judío para la pascua. Celebraban la pasión el 15 de Nisan y la pascua de resurrección el 17 de Nisan (fuese o no domingo ese año). En el resto del imperio, sin embargo, se tomó en consideración que Jesús históricamente resucitó el domingo. Celebraban basado en el domingo, fuese o no ese año el 15 de Nisan. Además, todos los domingos se celebra a la fiesta de la Resurrección.

No todos los cristianos celebraban el mismo día la pascua. Ya desde el siglo III se consideraba que, según el calendario romano, Jesús murió el 25 de Marzo y resucitó el 27 (Computus Pseudocyprianus, ed. Lersch, Chronologie, II, 61). Algunos obispos celebraban la pascua según esas fechas fijas. La Iglesia Romana, basada en la autoridad de San Pedro y San Pablo celebraba la Pascua el primer domingo después de la primera luna llena después del equinoccio de primavera. Este domingo siempre cae entre el 22 de Marzo y el 25 de Abril.

El Primer Concilio de Nicea (325) decretó que la práctica romana para determinar el domingo de Pascua debe observarse en toda la Iglesia.

La celebración de la Fiesta Pascual en torno al cordero ha seguido en Trujillo el siguiente curso. Al igual que en las otras poblaciones se celebraba en primavera y siguiendo el Exodo, 12:3-7: “…Hablad a toda la congregación de Israel, diciendo: En el diez de este mes tómese cada uno un cordero según las familias de los padres, un cordero por familia…, (Verso 5), …ese cordero será sin defecto, macho de un año; lo tomaréis de las ovejas o de las cabras. Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes. Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer”.. Trujillo, ciudad de tradición agropecuaria y comercial, heredó en la actual Plaza Mayor la tradición de llevar engalanados los corderos al espacio placero. Ese lugar en el cual se celebraba en la Edad Media el mercado de ganados, mucho antes que comenzara la expansión urbanística en torno y a lo largo y ancho del mismo hacia el llano.

Desde el siglo XIX (según la tradición y fotografías existentes) el Sábado de Gloria era la fiesta mayor de la celebración de la Semana Santa en Trujillo. Los niños acudían a la Plaza Mayor ataviados como pastores, acompañados de sus corderos que eran vendidos en la Plaza, para comerlos en el frite el día siguiente, Domingo de Resurrección, en el campo.

La evolución en el tiempo hizo del Domingo de Resurrección fuese la gran fiesta de la Pascua en Trujillo. Por tanto, la ceremonia de la Resurrección se anticipaba a la mañana del Sábado de Gloria, pero con el Decreto del año 1952 se anuló este día para el festejo (recordemos la chispa trujillana en la canción “el Sábado de Gloria don Mariano lo ha quitado…..”). Las celebraciones eucarísticas vespertinas son muy recientes, por eso, la alegría pascual debía celebrarse antes de la tarde, y se podía repetir el domingo. Los niños ya no acuden con sus corderos a la Plaza Mayor ni se comercia ahí con el ganado, pero la alegría desbordante ha realzado la celebración que, simplemente, ha modificado sus formas. “EL CHIVIRI”, que es el nombre del baile que sin cesar bailan los trujillanos y los visitantes en la Plaza Mayor de Trujillo durante todo el día, ha dado nombre a la fiesta. Ataviados al modo tradicional, hombres, mujeres y niños, bailan y saltan al son del estribillo y cantan los versos que escribió el poeta Gregorio Rubio “Goro” con música adaptada del grupo “Claveles de Sangre” para la fiesta: Ay! Chíviri Chíviri, ¡Ay! Chíviri Chíviri Chon.

La gran acogida que se dispensa por parte de la población a los numerosos visitantes que acuden a la fiesta, dada la fama alcanzada por la misma, ha hecho necesario ir adaptando el día a las exigencias del turismo.

Junto con esa explosión popular de alegría que es el Chíviri, alegría manifestada tradicionalmente por la finalización del período de Cuaresma en el Sábado de Gloria, Domingo de Resurrección y Lunes de Pascua, para dar acogida a esa desbordante manifestación festiva, las autoridades municipales desde hace tiempo vienen organizando festivales folklóricos en la Plaza Mayor de la Ciudad con participación de diversos grupos, tanto de la Región como de otros puntos del territorio nacional. Han tenido tanto arraigo estos festivales que se organizan ya como si formaran parte de la esencia del “Chíviri”.

Durante la tarde del Domingo de Resurrección y en un lugar habilitado al efecto, al aire libre en la Plaza Mayor, se celebran estos festivales con participación ciudadana multitudinaria dado su carácter de libre acceso a todos cuantos quieran presenciarlos. Pero lo que realmente llena el día es el saltar y bailar constante de la población, cogidos de la mano en la Plaza Mayor, al son de canciones populares que hacen referencia siempre a las bellezas de la ciudad, a su entorno y a sus habitantes. El pañuelo rojo al cuello de los hombres y el refajo picado de las mujeres. Preciosos trabajos de orfebrería en los aderezos con primorosas labores en los delantales, en las medias, en los zapatos, llenan de color la Plaza Mayor.

El lunes de Pascua es el día dedicado a la romería en el campo. Es el día después de la gran fiesta en la ciudad, cuando todos salen al campo a descansar y a comer el cordero pascual en un exquisito frite, plato típico de la localidad.

Desde primeras horas de la mañana, grupos de amigos salen al campo provisto de comida para pasar el día y no será hasta bien entrada la tarde, cuando decidan volver a la ciudad. No es extraño oír en el campo los sones del “Chíviri” y esperar al año siguiente para pasarlo aún mejor.

El 30 de septiembre de 1986, en Pleno del Ayuntamiento, se adoptó el acuerdo de solicitar a la Junta de Extremadura la declaración de la misma como Fiesta de Interés Turístico Regional. La Consejería de Turismo, Transportes y Comunicaciones, por Decreto de 13 de junio de 1989, concedió la declaración de Fiesta de Interés Turístico.

 












miércoles, 2 de abril de 2025

 

Aproximación al culto a los antepasados en la edad contemporánea

 

La creación de los cementerios en España surge como resultado de unas políticas que se fueron difundiendo a lo largo del siglo XVIII en Europa, que tenían como principal objetivo la prevención de enfermedades infecciosas a través del contacto con cadáveres tras el incremento de las epidemias. El cambio de mentalidad se produjo esencialmente en Francia donde se producen las primeras señales de alarma alrededor de 1740. En 1737 el Parlamento de París encargó una investigación sobre el estado de los cementerios. A las ideas vertidas por algunos ensayistas a raíz de los resultados de dicha investigación, se añade, en 1744, la muerte de varias personas en Montpellier después de asistir a un funeral. La opinión de las funestas consecuencias de enterrar en las iglesias se consagró y difundió en la Enciclopedia, en donde D´Alambert defendió la necesidad de crear un gran cementerio fuera de la ciudad. Las ideas se concretaron en primer lugar en un Edicto de 12 de marzo de 1763 en el que el Parlamento de París planteaba que todos los cementerios parroquiales se sacasen de la ciudad. Medida que se aplicaría con la declaración de Luis XVI del 10 de mayo de 1776, que recogía disposiciones planteadas dos años antes por el arzobispo y el Parlamento de Toulouse[1].

 

Poco a poco su desarrollo se normaliza y es en el siglo XIX cuando los cementerios fuera de las poblaciones verán su máximo esplendor. En ellos, tendrán cabida toda clase de construcciones arquitectónicas, escultóricas y, en definitiva, de manifestaciones artísticas como forma de distinción social. El culto a los difuntos y el tema de la muerte formará parte de la vida cotidiana, recobrando un mayor significado, al igual que lo haría en la Antigüedad y la Edad Media.

 

Será en el primer cuarto del siglo XIX cuando se de impulso a las medidas legislativas, tendentes en primera instancia a la creación de cementerios para en una segunda fase trasladarlos a las afueras de las localidades. Son numerosas las disposiciones con este fin, lo que hace ver el incumplimiento de las mismas, tanto por parte de las autoridades municipales como por parte de los cargos eclesiásticos. 

 

Siguiendo el testimonio francés y tras unas muertes ocurridas en la villa guipuzcoana de Pasajes en 1781, la Corte española inició un expediente que se publicó en 1786 con el título de Memorial Ajustado sobre el establecimiento general de cementerios[2]. El trabajo iniciado por el Consejo en 1781 trataba de buscar referencias en otras cortes europeas y recoger las opiniones más autorizadas dentro del país. Se recibió información de Roma, Turín, Venecia, Parma, Florencia, Viena y París[3].

 

La primera Real Cédula parte del 3 de abril de 1787[4], dictada por Carlos Ill una vez fueron constatados los efectos de las epidemias acaecidas en varias localidades. Hasta mediados del siglo XIX los muertos eran enterrados en el interior de las iglesias o terrenos colindantes, a pesar de la reiterada legislación que desde 1787 lo prohibía. La Real Cédula de 1787 es el primer intento de sacar los cementerios fuera de las localidades[5], ratificándolo con la Real Orden Circular de 26 de abril de 1804 que pretendió activar la construcción de cementerios para evitar los perjuicios ocasionados a la salud pública por los enterramientos en los templos[6].

 

El Decreto de 23 de junio de 1813, aprobaba la Instrucción para que el gobernador económico-político de las provincias señalase que estaba a cargo de los ayuntamientos en cuidar de que cada pueblo tuviera su cementerio, convenientemente situado (artículo 1)[7].


La principal lucha hasta mediados del siglo XIX es la consecución por parte del Consejo Real y autoridades provinciales de una homogeneización inhumatoria en cementerios, para toda España. Será en 1833 cuando se vuelva a contar con indicaciones referentes a la construcción de cementerios, a pesar de existir algunas medidas relacionadas con el tema de enterramientos.  La Real Orden de 2 de junio de 1833 decreta que los Intendentes, junto a los Corregidores, Alcaldes Mayores y Ayuntamientos dispondrán al empleo efectivo de los recintos creados a tal fin, debiendo remitir un informe antes de un mes con los pueblos que no cuenten con cementerio. Donde no existan, deberán ser sufragados los costes de su construcción "á costa de los fondos de las fábricas de las iglesias, que son los primeros obligados a ello". Su carencia deberá ser justificada de forma exhaustiva y expresa para que pueda ser utilizada ayuda municipal, como el destino de tierras concejiles o de propios. Los enterramientos en iglesias o intramuros de pueblo serán de nuevo prohibidos el 16 de junio de 1857.

 

Será en el último tercio del siglo XIX cuando la administración intenta establecer unas obligaciones en la localización de los camposantos que sean cumplidas a lo largo y ancho del país, sin excepciones. La Real Orden de 19 de mayo de 1882 claramente especifica a raíz de las malas condiciones con que contaban los cementerios extremeños que han de emplazarse en lugar elevado, contrario a la dirección de los vientos dominantes. La Ley de 19 de mayo de 1882 incorpora ya la necesidad de contar con espacios para los no católicos en los cementerios de nueva creación.

 

Por lo tanto, en la primera mitad del siglo XIX se crearon los cementerios en las afueras de las ciudades y se logró un consenso entre autoridades civiles y eclesiásticas sobre su regulación jurídica. La Ley Laica de Cementerios de 1883 rompió esta unidad, pero la evolución del derecho civil y canónico durante el siglo XX posibilitó una nueva convergencia. Actualmente los cementerios tienen una regulación que manifiesta el nuevo consenso alcanzado en el ámbito estatal y eclesiástico. La Ley
49/1978, de 3 de noviembre, de enterramientos en cementerios municipales, establece que los Ayuntamientos están obligados a que los enterramientos que se efectúen en sus cementerios se realicen sin discriminación alguna por razones de religión ni por cualesquiera otras.

 

A pesar de la tardía sistematización del arte decimonónico en los cementerios extremeños, hemos encontrado una amplia gama de estilos (neoclasicismo, eclecticismo,  romanticismo) que muestran los panteones ubicados en la parte decimonónica en algunos cementerios extremeños, por ejemplo tenemos el caso del cementerio trujillano, uno de los más antiguos de Extremadura inaugurado en 1870[8], donde podemos observar claramente, gracias a los panteones las diferencias sociales existentes en la ciudad: la élite noble de la ciudad, una nueva burguesía, dueña de los medios de producción y consumo; y, la clase obrera, éstos se enterraban en el suelo o en nichos modestos. Un panteón es un monumento funerario que se caracteriza por tener la zona del enterraiento cubierta por un pequeño edificio, generalmente estamos ante enterramientos familiares para personas de situación social y económica alta. Nos encontramos con suntuosos panteones pertenecientes a las familias nobles trujillanas, entre los que destacamos, el de don Francisco Orellana Bravo (1820), don Pedro de Abecia (1841), don Fabián de Orellana y Bravo (1873), de don Félix Spina García de Paredes (1883), del Excmo. Sr. Marqués de la Conquista y Vizconde de Amaya, Orellana Pizarro (1889); del Conde de Tres-Palacios (1891), doña Ramona Romero de Castañeda (1900), don José Montalvo Martín y doña Antonia Núñez (1930); de Vargas, viuda de Montalvo (1949), familia de Castellano; entre otros.

 

En cementerios como el de Trujillo, Plasencia, Arroyo de la Luz, Montánchez, Mérida o el cementerio viejo de Badajoz, hay numerosas pilastras, entablamentos, frontones, pináculos, y de otros elementos que aportan el reconocimiento de la historia y nos transportan a un lenguaje decimonónico. En algunos de los cementerios encontramos increíbles historias, como en el de San Juan de Badajoz, un relato que comienza el 4 de junio de 1883, cuando Reinerio Marcos falleció. Un joven estudiante de la Escuela de Minas dejó esta vida, pero su madre se resistió a alejarse de su recuerdo. Máxima Hiarte mandó erigir un panteón en honor de su hijo. Lo quiso tan alto para poder verlo desde su casa, en el número 24 de la calle San Juan. Hacia ese lugar mira la escultura que sujeta los aparejos de la que iba a ser su profesión y que corona el monumento funerario. La madre murió dos años más tarde aquejada de una dolencia cardíaca. En el panteón, un ángel y dos candelabros con forma de esqueleto, custodian todavía hoy a Reinerio.

 

En la mayoría de los cementerios extremeños, por decirlo de alguna manera, con sabor artístico y antigüedad histórica decimonónica, encontramos un interesante y abundante repertorio iconográfico utilizado en panteones, propio de la imaginería funeraria de la época, pero se decanta por los símbolos que, de forma poética y con referencias a la Antigüedad, aluden a la fugacidad de la vida frente, al menos cuantitativamente, a los símbolos cristianos: reloj de arena alado, la mariposa, la lechuza, la calavera con alas de murciélago sobre la guadaña, antorchas invertidas y urnas cinerarias veladas; y la reiteración de las virtudes teologales en forma de bustos, ángeles con los atributos habituales: la Fe aparece con los ojos vendados y porta la cruz y un cáliz; la Esperanza es representada por un ancla, y la Caridad por un corazón.

 

Un arte funerario rico en simbología, tanto cristiana como eminentemente funeraria. El motivo decorativo más utilizado es la imagen de la Cruz, omnipresente en la mayoría de los cementerios extremeños; el dolor se manifiesta por medio de imágenes como una antorcha apagada o una columna rota, símbolos de una vida truncada; la devoción es patente en las representaciones de Cristo, la Virgen, ángeles o santos. A esta decoración hemos de sumar también los elementos propios constructivos como molduras, frisos, pilastras, arcos y remates decorativos. Generalmente suelen aparecer motivos escultóricos en las tumbas y los nichos, tanto relieves como de esculturas de bulto redondo, de materiales muy diversos, generalmente utilizando la piedra en las tumbas-panteón y, en los motivos decorativos del propio nicho en relieve.

 

El motivo religioso más frecuente presente en los cementerios extremeños es la figura de Jesucristo que se representa generalmente en brazos de su madre, haciendo alusión también a la muerte de Cristo; Cristo crucificado; un tema muy habitual que representan amor de Cristo es la representación del Sagrado Corazón de Jesús. Algunas de las esculturas incluidas en bulto redondo en los nichos hacen referencia a Cristo crucificado, la Asunción de la Virgen, rostros de ángeles, la Piedad o Jesús en brazos de su Madre o de un ángel que sostienen la cabeza inerte de Jesús mientras que su Madre le besa la frente, la Virgen del Carmen, los rostros de San José, María y Jesús (la Sagrada Familia) y algunos santos como San José y el Niño Jesús o San Francisco de Asís y San Antonio de Padua, haciendo referencia claramente a la devoción de los difuntos allí enterrados tenía a cada uno de los santos en los que buscaba su protección divina. Algunos nichos están decorados con representaciones de algunas de las estaciones de la Pasión y Muerte de Cristo, el motivo más repetido es la escena del Huerto de los Olivos, la caída de Jesús o el paño de la Verónica, la Crucifixión y la escena del Calvario, que sirve para recordar la futura resurrección.

 

En algunos nichos la fe se representa con la imagen de la Cruz y junto a ella, el ancla que representa la esperanza, que es el apoyo firme y que impide que el alma se pierda. También, algunos nichos están decorados sencillamente con un querubín.

 

En el cementerio emeritense destacamos una Piedad labrada en piedra coronado el panteón familiar donde el escultor Juan de Ávalos quiso que descansaran los restos de sus padres. Esta escultura fue ejecutada en 1953 y se colocó en la tumba al año siguiente, siendo esta obra el modelo que serviría de base a la que en el Valle de los Caídos remataría la entrada a la basílica. A su fallecimiento en 2006, el propio Juan de Ávalos García-Taborda fue enterrado igualmente en este panteón, donde sus restos yacen hoy en día junto a los de sus padres, hermanos y otros familiares.

 

Un apartado especial en las representaciones icónicas de los cementerios consiste en recordar al difunto con una fotografía colocada en el nicho, protegida por un cristal o en un esmalte (valor sentimental), éstas son relativamente recientes, corresponden generalmente a los últimos 40 años. Incluso, en algún nicho aparecen representadas advocaciones marianas relacionadas con la patrona de la localidad en cuestión.

 

Los Ángeles son también un motivo repetido tanto las tumbas como en los nichos. Algunos de los motivos que explican la numerosa representación de ángeles en el cementerio, es porque se les considera compañeros de viaje hacia el otro mundo, nos han acompañado en esta vida y por ende también son compañeros de viaje en la muerte, sólo aparece recogiendo el alma del difunto para llevarla al cielo. Generalmente, los enterramientos de niños pequeños suelen estar acompañado por un querubín o ángel con las alas desplegadas. Algunos de estos ángeles se encuentran abrazando a una cruz, pudiendo estar relacionado con la Pasión de Cristo.

 

También son numerosos los panteones y las tumbas decoradas con simbología de carácter profano y funerario. Por ejemplo, algunos relieves existentes en cementerios extremeños representan una manecilla de un reloj y un sol arrojando sus rayos, como un símbolo del final del tiempo, la llegada de la muerte. Por otro lado, también de tumbas en las que se representan símbolos funerarios, alusivos a la muerte, utilizando frecuentemente motivos vegetales, como coronas de flores, ramos y guirnaldas esculpidas en la piedra, material utilizado frecuentemente en las tumbas o, en las decoraciones de las rejerías. Otro de los símbolos frecuentes, tanto en las paredes de los panteones como en las rejas es un reloj de arena, representado con dos pequeñas alas, que nos recuerda que el tiempo pasa rápido y hay que estar alerta ante la muerte.

 

También suelen aparecer cruces abrazadas con la hiedra, que con su unión simboliza esa estrecha relación entre la vida y la muerte. También es un motivo muy frecuente en las rejas de los panteones. Las flores están muy presentes como símbolo funerario, símbolo de pureza y eternidad como los lirios o las rosas, símbolo de amor eterno. La calavera es otro motivo repetido en los cementerios e igualmente, el fuego, símbolo de la vida y de la purificación que está presente en antorchas y pebeteros en las cubiertas de los panteones, generalmente a ambos lados de una cruz de piedra.

 

Los animales más representados en las tumbas son el murciélago, animal asociado a la oscuridad, y el búho con las alas parcialmente desplegadas, por vivir de noche y en la oscuridad, está asociado al mundo de las tinieblas, es el símbolo de la tristeza.

 

En la construcción de panteones y tumbas  de algunos cementerios extremños se observa claramente la diferencia entre las personas de distinta posición social, quedó más patente en los elementos decorativos y simbólicos decimonónicos y de la primera mitad del siglo XX. Las personas trataron de personalizar sus enterramientos construyendo panteones suntuosos, tal y como hemos estudiado, así como la decoración de sus tumbas mostrando así la distinción social o superioridad económica de la familia. Considerando, igualmente, que enterrar a sus muertos en panteones elegantes donde desplegar una importante decoración era rendir un mayor homenaje al difunto tras su muerte, una muestra del cariño y la admiración que la familia tenía con respecto al finado.

 

Los cementerios extremeños también presentan un muestrario interesante de la arquitectura del hierro y del estilo modernista. Las rejas que decoran la mayoría de los cementerios son de hierro o bronce, utilizadas tanto para el cerramiento de las tumbas mediante cadenas como para las puertas de los panteones. Hemos de destacar un importante muestrario de cruces de hierro que coronan las tumbas terrestres, así como el cerramiento de algunas tumbas-panteón. Los motivos decorativos más utilizados es la decoración geométrica a base de líneas curvas, rejas y cruces decoradas con volutas y ces, dispuestos de forma simétrica. En múltiples ocasiones nos encontramos con motivos ondulados que combinan con formas geométricas como cruces dando lugar a complejas composiciones. También está presente la decoración de motivos vegetales como flores, ramas u hojas, siendo las más frecuentes las flores de cinco pétalos y las hojas de hiedra, y además de ser un motivo decorativo tienen también un destacado carácter simbólico, ya que evocan el abrazo entre la vida y la muerte.

 

En el cementerio viejo de Badajoz  está el panteón más alto de todo el camposanto y el que guarda la leyenda más conocida es el del estudiante de minas Reinerio Marcos. Su tumba está junto a la de Covarsí y a la de los Vaca y destaca porque la escultura del muchacho, que falleció en 1885 cuando tenía 21 años, está encima de su panteón. Cuentan las crónicas de la época que era hijo único y su madre, viuda y sola en el mundo, encargó un monumento de altura para poder verlo desde su casa de la calle San Juan. En su interior, y como curiosidad, pueden verse dos candelabros de plata sujetos por esqueletos.


 

 

Bibliografía

 

Ariès, Ph: El Hombre Ante la Muerte, Tauro Ediciones, Madrid, 1983.

Fernández Hidalgo, M. C y García Ruiperez, M: “Los cementerios. Competencias municipales y producción documental”, en Boletín de la ANABAD, tomo 4, 3, Madrid, 1994, pp. 55-85.

Fernández, A: Dioses Prehispánicos de México: Mitos y Deidades Del Panteón Náhuatl. Panorama Editorial, México, 1998.

Galán Cabilla, J. L: “Madrid y los cementerios en el siglo XVIII: el fracaso de una reforma”, en Carlos III, Madrid y la Ilustración, Madrid, 1988, pp. 255-298.

González Díaz, A: “El cementerio español en los siglos XVIII y XIX”, Archivo Español de Arte, XLIII, 171, Madrid, 1970, pp. 289-320.

Ramos Rubio, J. A: “Arte Efímero en el Cementerio de Trujillo (neoclasicismo, romanticismo, historicismo y eclecticismo)”, Actas de los XLIII Coloquios Históricos de Extremadura celebrados en Trujillo entre el 22 y 2l 28 de septiembre de 2014. Badajoz, 2015.

Saguar Quer, C: “Carlos III y el restablecimiento de los cementerios fuera de poblado”, Fragmentos, 1988, núms. 12-14, pp. 241-259.

Saguar Quer, C: “Problemas de higiene pública. El vientre de Madrid: muladares

y cementerios”, en Carlos III, Alcalde de Madrid, Catálogo de Exposición, Madrid, 1988, pp. 535-544.

 



[1] Ph. Ariès, 1983, pp. 400-402.

[2] Memorial Ajustado del Expediente seguido en el Consejo, en virtud de orden de S. M. de 24 de marzo de 1781 sobre establecimiento general de cementerios, Madrid, 1786.

[3] Saguar Quer, 1988, 244; Saguar Quer, 1988, 542.

[4] Real Cédula de S. M. en que por punto general se manda restablecer el uso de Cementerios

ventilados para sepultar los Cadáveres de los Fieles. Impresión de Pedro Marín en Madrid en 1787.

[5] Galán Cabilla, 1988, 257.

[6] Fernández y García Ruiperez, 65, 1994.

[7] González Díaz, 1970, 301.

[8] Véase nuestro trabajo Ramos Rubio, 2015.