martes, 23 de septiembre de 2025

 

La zarzuela Luisa Fernanda se escribió en Trujillo

 

La ciudad de Trujillo, cuna de historia, arte y tradición, ha sido a lo largo de los siglos lugar de encuentro para ilustres personajes del ámbito cultural, político y social. Entre ellos, destaca la figura del maestro Federico Moreno Torroba, compositor de la célebre zarzuela Luisa Fernanda, una de las obras más emblemáticas del repertorio lírico español del siglo XX.

Coincidiendo con el primer día de la tradicional feria de junio, varios trujillanos que posteriormente escribieron sus impresiones en periódicos locales de la época, tuvieron el honor de conversar con el maestro durante su estancia en nuestra ciudad. No pudieron evitar preguntarle si su visita tenía relación con la adquisición de algún aderezo, joya típica de nuestra artesanía local, como evocando aquella célebre línea de la zarzuela: “De la feria de Trujillo te he traído un aderezo”, pronunciada por el entrañable personaje de Vidal, símbolo del labrador extremeño.

Sin embargo, el motivo que trajo al maestro en aquella ocasión no fue festivo, sino melancólico: venía a rendir homenaje póstumo al señor Salas Bosh, cuya pérdida había conmocionado a numerosos trujillanos. A pesar del dolor que le causaba la noticia, Moreno Torroba se mostró emocionado al reencontrarse con la ciudad que, en sus propias palabras, había servido de base e inspiración para escribir Luisa Fernanda, durante su estancia en la ciudad.

Pocos conocen que la zarzuela Luisa Fernanda fue concebida en parte en tierras trujillanas. Según  relató el propio compositor, la letra de la obra fue escrita por Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, en una dehesa cercana a la ciudad, conocida con el pintoresco nombre de “Mamaleche”. Ambos libretistas, unidos por una profunda amistad y una sensibilidad lírica extraordinaria, encontraron en el paisaje extremeño la inspiración perfecta para dar vida a una historia de amores, ideales y costumbres populares. La riqueza de la dehesa, la nobleza del carácter extremeño y la estética rural de la zona se tradujeron en versos que, acompañados por la magistral música de Moreno Torroba, terminaron por inmortalizar la esencia de Extremadura sobre los escenarios.

Cabe destacar que Moreno Torroba, además de compositor de renombre, fue presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, lo que da muestra de su prestigio intelectual y artístico en el panorama cultural de su época.

En el alma de Luisa Fernanda late el espíritu de Trujillo. No solo por la mención explícita de la ciudad en sus diálogos, sino por la fuerza emocional que transmite cada una de sus melodías y letras. Así lo recuerda una de las coplas que forma parte del repertorio:

 

En los encinares de mi Extremadura,

 tengo una casina chicusa y blanquina,

 parece un palacio mi pobre casina,

 pues guarda una moza como una infantina…”

Y continúa:

 “…Por los encinares voy en mi caballo,

 a ver a la moza que me ha enamorado,

 será, si Dios quiere, la dueña y señora

 de mis encinares y de mi persona…”

“…De la feria de Trujillo te he traído un aderezo…

 ¡Ay, mi morena, morena clara!

 ¡Ay, mi morena, qué gusto da mirarla!

 Toda la vida, mi compañera, toda la vida…”

Estas letras, que evocan tanto el paisaje como la emoción de la tierra extremeña, conectan directamente con las tradiciones de nuestra ciudad. La imagen del aderezo, joya característica del atuendo tradicional trujillano, se convierte así en símbolo de amor y pertenencia, y, al mismo tiempo, en homenaje al patrimonio artesanal del lugar.

Tras 35 años de su visita a Trujillo, el maestro Moreno Torroba recordó con nostalgia en un escrito que en su primera visita a la feria trujillana, había adquirido unos pendientes, aunque no llegó a comprar el famoso aderezo. No obstante, rememoró con entusiasmo el bullicio, el colorido y la hospitalidad del pueblo, elementos que, sin duda, alimentaron su creatividad musical.

Luisa Fernanda, estrenada en 1932 en el Teatro Calderón de Madrid, no ha dejado de representarse desde entonces. Su éxito, sostenido por generaciones, es testimonio del talento de sus creadores y del arraigo emocional que despierta en el público. Y Trujillo, aunque discretamente, ha estado siempre presente en esa historia. El legado del maestro Moreno Torroba sigue vivo no solo en los escenarios, sino también en el recuerdo de los trujillanos que, con orgullo, pueden decir que una parte de la zarzuela más castiza de España se escribió bajo los cielos de Mamaleche, entre encinas, mozas e ilusiones.



 

domingo, 21 de septiembre de 2025

 

FRANCISCO RODRÍGUEZ DE LEDESMA

 

Francisco Rodríguez de Ledesma nació el 25 de diciembre de 1760 en Salvatierra de los Barros, un pequeño municipio de la provincia de Badajoz, situado en la región de Extremadura. Era hijo de Francisco Rodríguez de Ledesma y Francisca de Vera y Morales, ambos miembros de la baja nobleza local. Esta ascendencia, aunque no perteneciente a las altas clases aristocráticas, le permitió crecer en un ambiente con ciertas influencias sociales y culturales, que más tarde influirían en su carrera como dramaturgo y en su implicación en los movimientos liberales.

Su bautizo se celebró el 3 de enero de 1761 en la iglesia Parroquial de San Blas de Salvatierra de los Barros, una ceremonia que marcó su entrada oficial en la vida religiosa y social de la comunidad, en un contexto donde la influencia de la Iglesia en la vida cotidiana era fundamental. Fueron sus padrinos, doña María de Ledesma, su tía. Y testigos del bautismo los señores Manuel Palacios y Antonio Cumplido.

El joven Rodríguez Ledesma inició su formación académica en la Universidad de Sevilla, un centro que, pese a la censura inquisitorial todavía latente, comenzaba a dejarse influir por los ecos del pensamiento ilustrado. Más adelante, se trasladó a la Universidad de Salamanca, uno de los focos intelectuales del país, donde se graduó como bachiller en leyes, grado que entonces requería tanto conocimientos jurídicos como dominio de la lógica y la retórica, herencia del sistema escolástico que aún pervivía.

Su formación no solo le proporcionó una sólida base legal, sino también un contacto con los debates ideológicos que marcaban el fin del Antiguo Régimen. La Salamanca de principios del XIX era un hervidero de discusión sobre el contrato social, la soberanía nacional y el derecho natural, claves que más tarde articularían su pensamiento político.

Tras concluir sus estudios, Rodríguez Ledesma trabajó en diversos bufetes de Salamanca y Salvatierra de Barros, localidades en las que combinó el ejercicio jurídico con una creciente actividad pública. En una época en la que el derecho comenzaba a desvincularse de la mera interpretación de la voluntad real para acercarse a los principios racionales y constitucionales, su figura representaba la del jurista comprometido con la transformación institucional del país.

Su carrera profesional dio un giro decisivo al establecerse en Zafra, donde colaboró estrechamente con Joaquín Marín de Valle, abogado de prestigio y figura relevante del liberalismo regional. Este vínculo fue determinante para su entrada en la política activa: no se trataba simplemente de aplicar la ley, sino de construir un nuevo orden jurídico, cimentado en principios de libertad, igualdad ante la ley y limitación del poder monárquico.

Su primer gran salto a la vida pública se produjo al ser elegido diputado en las Cortes de 1813-1814, en el marco del ciclo constituyente abierto por las Cortes de Cádiz. Estos años marcaron el inicio de una etapa donde el derecho se convirtió en el terreno de batalla entre absolutistas y constitucionalistas. Rodríguez Ledesma se alineó firmemente con el sector liberal, defendiendo posturas reformistas y participando activamente en la redacción y defensa de propuestas legislativas que pretendían consolidar los principios de la Constitución de 1812.

La reacción absolutista de Fernando VII en 1814 supuso el fin temporal de su carrera parlamentaria y el inicio de un periodo de represión para los liberales. Sin embargo, Rodríguez Ledesma no abandonó sus convicciones. Durante los años de clandestinidad y represión, mantuvo contacto con círculos liberales y continuó su labor intelectual y jurídica, perfilando un pensamiento político que conjugaba pragmatismo institucional con una profunda fe en la soberanía popular.

En 1820, con el pronunciamiento de Riego y el inicio del Trienio Liberal, fue nuevamente elegido diputado (1820-1822). En esta segunda etapa parlamentaria, su experiencia y conocimientos jurídicos resultaron fundamentales en los intentos de consolidación de un Estado liberal. Participó en comisiones legislativas, defendió la independencia judicial, y fue un firme opositor al regreso del absolutismo.

Aunque menos conocido que otros contemporáneos como Agustín de Argüelles o Martínez de la Rosa, Rodríguez Ledesma fue una figura clave en la construcción doctrinal del liberalismo jurídico español. Su actividad como escritor y pensador político dejó una huella discreta pero profunda en la evolución del constitucionalismo del siglo XIX. En sus textos, defendió la idea de un Estado regido por la ley, con una clara división de poderes y garantía de los derechos individuales.

No se limitó a una postura teórica. Su visión del derecho era profundamente práctica y transformadora: creía que las leyes no debían ser privilegios otorgados por el soberano, sino normas fruto del consenso y la voluntad nacional. En un contexto donde el liberalismo se debatía entre el reformismo y la radicalización, Rodríguez Ledesma optó por una vía moderada pero firme, convencido de que el verdadero progreso radicaba en la consolidación institucional.

Fue nombrado abogado de los Reales Consejos en 1789 colegiándose en Madrid y ejerciendo en la capital. Combinó la práctica jurídica con la labor como dramaturgo, en la que no destacó como autor original sino como adaptador de obras extranjeras. Es el caso de su obra "El falso profeta Mahoma", que era una traducción y adaptación de la obra de Voltaire.

En 1795, comenzó su trayectoria política como diputado general de Extremadura, iniciando así una carrera pública que se desarrolló en distintos ámbitos del Estado. Gracias al apoyo de Juan Morales de Guzmán, accedió a los cargos de secretario del corregimiento e intendencia de Madrid. También contó con la protección de Manuela Godoy, a quien dedicó parte de su obra literaria.

En 1799 ejerció brevemente como secretario de la Junta de Dirección de Teatros de Madrid, etapa en la que publicó su ensayo "Ensayo sobre el origen y naturaleza de las pasiones, del gesto y de la acción teatral", bajo el seudónimo anagramático Fermín Eduardo Zeglirscosac.

Pese a los intentos de algunos autores por vincularlo con los afrancesados, durante la Guerra de Independencia rechazó integrarse al gobierno de José Bonaparte, renunciando al cargo de diputado en la Junta de Bayona y continuando su labor como jurista.

En 1813 fue elegido diputado a Cortes, llegando a ocupar la presidencia de la cámara por un breve periodo. Durante el Trienio Liberal volvió a ser electo como diputado y continuó con su labor intelectual, publicando traducciones de autores ilustrados como "Tratado elemental de economía política", de Pietro Verri, y "Elementos de legislación natural", de Jean André Perrau.

La figura de Rodríguez Ledesma ha quedado parcialmente eclipsada en los relatos canónicos del liberalismo español. Sin embargo, su trayectoria vital y profesional ejemplifica el compromiso cívico de una generación de juristas que, desde los despachos y las cortes, lucharon por sentar las bases de una España moderna.

Su legado —jurídico, político e intelectual— forma parte del sustrato sobre el que se edificó el constitucionalismo español, y merece una recuperación crítica. A través de su biografía se puede trazar no solo la evolución del derecho en España, sino también las tensiones ideológicas que marcaron la entrada del país en la contemporaneidad.

El 18 de febrero de 1823, en plena crisis del Trienio Liberal, Rodríguez de Ledesma firmó su testamento en Madrid, en un contexto político convulso marcado por la inminente restauración absolutista. Como otros intelectuales y políticos liberales de su tiempo, su futuro se tornaba incierto ante el avance de las fuerzas reaccionarias que amenazaban con desmantelar las reformas impulsadas desde 1820.

Tras ese acto, su rastro se desvaneció. A pesar de los intentos posteriores por localizarlo, no se ha determinado con certeza la fecha ni las circunstancias de su fallecimiento, convirtiendo su final en un enigma histórico. En 1825, la Corte ordenó diligencias para dar con su paradero con el fin de que compareciera en un expediente relativo a la Mesta, influyente institución ganadera. Sin embargo, no se le halló ni en Madrid ni en Extremadura, lo que consolidó el misterio en torno a su desaparición y su posible muerte en el exilio o en el anonimato.



lunes, 15 de septiembre de 2025

 

ARTE E HISTORIA DE LAS FIESTAS RELIGIOSAS DE TRUJILLO

 

 De la segunda mitad del siglo XVI se fechan los Estatutos con que se empezó a gobernar en lo eclesiástico en Trujillo, los Cabildos de la ciudad. Estos eran dos; el mayor, que le componían los párrocos y beneficiados, y el menor, que formaban los capellanes[1].

Estos Estatutos versaban sobre asistencia a oficios, funerales, procesiones, fiestas, etc., sobre lugar y a cada uno correspondía, sobre la forma y cuantía de las distribuciones, sobre penas a los que faltaren y otras cosas pertenecientes al estado eclesiástico de la ciudad; como en ellos se hace mención de las profesiones oficiales que habían aquella época, y que algunas aparecen igualmente en el Procesionario que estamos estudiando, destacando esencialmente: a la ermita de los Santos Mártires de Trujillo en el día 12 diciembre; la de la Candelaria; ésta se celebraba alrededor de Santa María la Mayor; la de San Gregorio, a la ermita de San Juan del Prado el día 9 mayo, votada por el clero en el año 1585[2]. La de la Asunción, la cual iba a Santiago y desde allí a la capilla de la Victoria (en el Castillo) cantándose la salve antífona y oración y volviendo a la iglesia de Santa María la Mayor; la de la Coronada, por Pascua florida, a la ermita de su nombre a dos leguas de la ciudad, votada por el ayuntamiento, quien pagaba la comida y daba una vela los asistentes; la del Lunes de Aguas, que se recuerda todavía en el nombre, iba un año a la ermita de la Piedad y otro a la de San Juan del Prado; la del Corpus, ésta era general, muy solemne con autos sacramentales en la plaza mayor o en la iglesia; se gastaba el Ayuntamiento en ella ordinariamente unas mil pesetas. La de la Vera Cruz, el Jueves Santo, que la procesionaban los hermanos disciplinantes, salía de la iglesia de San Francisco. La de la Soledad, el Viernes Santo, también de disciplinantes y salía de la iglesia de la Encarnación; la de la Piedad[3], desde la ermita de su nombre, donde hoy está la plaza de toros, a la iglesia de Santiago el Lunes de Pascua; ésta era por entonces y durante muchos años la imagen más popular y de más veneración en Trujillo.

            Las cofradías responden a un tipo de asociaciones que supieron comportarse como algo más que todo lo anterior, dentro de un momento histórico –la Modernidad- muy significativo y peculiar en sus formas religiosas, con carácter de entidades propias, capaces de manifestar unas expresiones que identifican en este terreno la modernidad con el fenómeno de la religiosidad  y  piedad popular.

Las cofradías surgen en la Edad Media para fomentar la piedad popular, en algunas ocasiones ayudaban a los más necesitados ya que poseían entre sus propiedades edificios como hospitales y pósitos. Pocas son las noticias que hemos podido reunir sobre la existencia de cofradías en Trujillo en el siglo XIII, una vez que se produce la reconquista definitiva de Trujillo en el año 1232, pero la escasez de las mismas está compensada, en cambio, con el valor extraordinario de alguna de ellas. Su origen radica en la asociación de los artesanos de Trujillo en agrupaciones gremiales; como igualmente los no artesanos, se agrupan en torno a la Cofradía religioso-benéfica para prestar, saludar y rendir culto a Dios. Esta última forma sirve también para agrupar a los humildes labradores, como profesión poco determinada, que, en realidad, englobaba a toda la población no artesanal o comercial. Vivían de limosnas, rentas piadosas, mandas y obras pías. Cada cofradía tenía su propia ermita[4], dedicadas a una advocación de un santo o santa titular. Los fines explícitos de las cofradías eran rendir culto a la imagen titular, ayudar espiritualmente a los cofrades y proteger socialmente a los miembros de la cofradía. Tenía sus propios estatutos y sus propias autoridades: el alcalde, mayordomo, capellán y visitadores.

Las cuentas de las cofradías se llevan a acabo en unos libros a parte y que se encuadran en los conocidos Libro de Cuentas de la Fábrica, sin duda el tipo documental más abundante en los archivos parroquiales y eclesiásticos. Velados por los mayordomos, quedando en ellos reflejadas las distintas actividades económicas, benéficas y culturales de la cofradía, anotándose los ingresos (cargos) y los pagos (datas) por los diversos conceptos: cuotas, limosnas, rentas de bienes de la cofradía, censos, etc. Estas suelen proceder de tributos, censos, rentas de fincas urbanas o de heredades rústicas como podremos ver en un gran número de casos. Sin duda los más voluminosos entre los distintos fondos documentales, configurándose en la mayoría de los casos, varios números. Paralelo a ellos, los Libros de Visita de las cuentas de la cofradía, que corría a cargo del Visitador del Obispado y en ellos, tras el decreto de la visita y el auto de iniciación, seguía un examen bastante exigente y pormenorizado de todas las rentas de la hermandad, que culminaba con un auto final, en el que el mayordomo, por lo general, resultaba casi siempre alcanzado.

También podemos encontrarnos con los Libros de Protocolo, en el que se recogen las escrituras y títulos de propiedad de los bienes de la cofradía, y en muchos casos, se hacía un breve resumen histórico y contable de los bienes patrimoniales de la propia cofradía para conocimiento de los mayordomos[5].

Las principales fiestas religiosas en el siglo XVIII no solamente eran celebradas en la calle con el Concejo y el Cabildo, también, en los interiores de algunos conventos se celebraron. Concretamente, en el Convento de San Francisco el Real de la Puerta de Coria[6]. Concretamente por estos años del siglo XVIII hasta la exclaustración[7], se celebraban el extraordinario de Reyes, en enero; la fiesta de los santos auxiliares San Fabián y San Sebastián; el extraordinario de San José y el de Jueves Santo; en junio, el extraordinario de Feria; en agosto, el extraordinario del Asunción[8]; en septiembre, la fiesta de Ntra. Sra. de las Mercedes y el extraordinario de las Llagas a San Francisco[9].

Y, concretamente la forma de vida religiosa tanto en el convento de San Francisco de la Puerta de Coria[10] como en el de San Pedro[11], es la regla y espíritu de la tercera orden regular que gira en torno a la oración, el retiro, la vida mortificada y la pobreza extrema. En dichos conventos se celebró todo un programa de festividades religiosas que merecieron especial atención a lo largo de los años y que nos acerca a la vida interna de dichos cenobios. Entre ellas destacan las fiestas de la Encarnación, la Navidad, adoración de los Reyes Magos, el Bautismo, la Circuncisión, la Ascensión, el Corpus Christi y, cómo no el Triduo Sacro del Jueves, Viernes y Sábado Santo, y Resurrección. Las fiestas marianas, como la Natividad, Nuestra Señora de la Paz; y de los santos podemos recordar la decoración de San Juan Bautista, de San José, Santa Teresa de Jesús, San Francisco, la Cruz de Mayo; y naturalmente, San Pedro apóstol y Santa Isabel de Hungría, pero estas fiestas revisten especial solemnidad, porque celebra la liturgia con gran delicadeza[12].

            Pero, para tener un mayor conocimiento de la fiesta más importante que se ha celebrado en Trujillo a lo largo de los siglos, y que aparece mencionada en este Procesionario, nos referimos a la fiesta de la Virgen de la Asunción que por distintas circunstancias del destino[13], llegaría a fusionarse en un momento de la historia con la fiesta de la Patrona, desde que en el siglo XVI se ejecutase una imagen que representase a la patrona de la ciudad y fuese colocada y venerada en una capilla construida en el castillo entre las dos torres de la fortaleza, siendo fieles al escudo municipal y cumpliendo así la tradición, transmitida de generación en generación: ”En campo de plata, una imagen de Nuestra Señora de la Victoria con el Niño Jesús en los brazos, puesta encima de una muralla almenada y acotada de dos torres, todo de gules y mazonado de plata”. El uso de tal escudo fue confirmado por el mismo Rey D. Fernando III[14].

            Los orígenes del culto a la Virgen en Trujillo. Extremadura, región a la que pertenece Trujillo, tiene su origen en la Edad Media[15]. En este largo período que nos ocupa, las unidades administrativas existentes fueron los concejos de realengo y los señoríos. En éstos las órdenes militares organizaron la tierra en partidos o en provincias. La Iglesia seguía organizándose territorialmente  superando a la división territorial civil, siendo con frecuencia punto de referencia para describir el territorio extremeño[16].

            Por otro lado, el régimen jurídico de los municipios está contenido en los fueros y cartas-pueblas concedidos por el rey o el señor, también cabe citar los estatutos y las concordias. Los fueros otorgados a los concejos castellanos y leoneses entre los siglos XI y XIII son una fuente de gran importancia para el conocimiento de la producción agrícola, ganadera y artesanal, actividades frecuentes en Trujillo[17]. El modelo de constitución municipal predominante en los municipios extremeños era el de las "ciudades fronterizas", concejos que surgen al Sur del Duero, organizándose esencialmente en dos células o unidades territoriales: la villa o zona intramuros y el término[18].

            En el siglo XII los territorios extremeños son fronterizos. Durante cinco siglos el norte de la región será controlado de manera inestable por tribus beréberes. Los inicios de reconquista en las localidades que hoy día corresponden al territorio extremeño, comienzan en los albores del siglo XII. No obstante, hasta el año 1142 no conseguirá Alfonso VII reconquistar una primera plaza: Coria[19]. El primer ataque cristiano a Trujillo fue obra de Geraldo Sempavor, el que fuera alférez del rey Alfonso I, rey de Portugal, que aprovechando la debilidad del ejército musulmán logró conquistar la citada villa en el año 1165[20]. Las Ordenes Militares eran las más apropiadas para dominar estos territorios despoblados y de frecuentes ataques árabes. Con motivo de un gran ataque acaecido en el año 1174, todos los territorios al sur del Tajo cayeron de nuevo en manos de los musulmanes, a excepción de los territorios que pertenecían a Fernando Rodríguez de Castro. Pero a su muerte, heredó el dominio sobre los territorios su hijo, Pedro Fernández, que reconoció al rey Alfonso VIII de Castilla. Trujillo se preparó para un nuevo ataque musulmán. Se tomaron varias medidas, la construcción de una extensa muralla que bordeara el conjunto poblacional, así como la edificación de alcázares en los extremos y puertas de acceso a la misma; y la fundación de un convento para la Orden del Pereiro -después Alcántara- en el que vivieron los freyles bajo la dirección de D. Gómez, maestre del Pereiro. También, se fundó una nueva ciudad a orillas del río Jerte que ayudaría a poblar esta frontera, ya que Trujillo distaba 138 kilómetros de Talavera y 229 de Avila, los dos alfoces que lindaban con el suyo, incapaces de poblarlos en poco tiempo. Así surgió la ciudad de Plasencia. También, sería de gran ayuda la unión de las Ordenes Militares-Alcántara, Santiago y Temple- para la defensa de los territorios[21]. El rey Alfonso VIII entregó a la Orden de Santiago en Trujillo, la mitad de los diezmos y tercias de la población y los términos que se poblasen desde el Guadiana hasta el Tajo[22].

            En el año 1196, Trujillo sufrió un nuevo ataque, cayendo en manos almohades la fortaleza y el territorio, que hasta entonces había estado bajo el poder de la Orden de Trujillo. Esta, que nunca tuvo aprobación pontificia, desapareció de esta villa. Sus freyles pasaron al convento del Pereiro. Para unos autores fue una orden distinta a la de Alcántara, aunque luego pasó a formar parte de ella, y para otros la Orden del Pereiro y la de Trujillo fue siempre la misma[23].    

            Un nuevo avance cristiano surge tras la batalla de las Navas de Tolosa, en 1212. La unión entre castellanos y leoneses ayudó para que el rey Alfonso IX conquistara Alcántara en 1217 y Cáceres en 1229, y en 1230 las poblaciones de Montánchez, Badajoz y Mérida.

            Pero, la conquista definitiva de Trujillo tuvo lugar en tiempos del rey Fernando III, el 25 de enero de 1233, participando en la misma las Ordenes Militares de Alcántara, Santiago y el Temple[24]. Según la tradición, transmitida de generación en generación, la puerta por la que entraron las tropas en la toma de Trujillo recibió el nombre de Arco del Triunfo, en conmemoración al acontecimiento. Junto a las tropas de las Ordenes Militares, destacaron caballeros de tres linajes que serían decisivos en la posterior administración municipal de Trujillo: Altamiranos, Bejaranos y Añasco. Entre los primeros destacó Fernán Ruiz de Altamirano, que logró abrir la puerta del Triunfo para facilitar así la entrada a los ejércitos. Encima de la puerta se pusieron los escudos de dichos linajes, y en una hornacina, una imagen de Ntra. Sra. de la Victoria abogada de la conquista[25]. Pues, según una venerable leyenda, la Virgen intercedió para que el ejército cristiano venciese en la toma de Trujillo contra los infieles. Esta leyenda motivó el escudo de Trujillo que representa a la Virgen de la Victoria sobre las murallas, en medio de dos torreones. El rey Fernando III concedió al Obispo de Plasencia, diez yugadas en el término de Trujillo, en atención a los servicios prestados en la toma de la villa[26].

            Tras la reconquista aparecen en la villa las primeras fábricas religiosas cristianas, como es el caso de la iglesia parroquial de Santa María la Mayor, ubicada sobre el solar de una mezquita árabe, la cual sería el centro del nodo urbano más importante de la ciudad intramuros.

            Al desaparecer el peligro musulmán y con el enriquecimiento de los patrimonios solariegos, la población comienza a abandonar la zona intramuros y rebasa la cerca de murallas, levantando edificios entorno a lugar de celebración del mercado de ganados o agrario en el arrabal en que se vendían los excedentes de los dominios y a los que acudían buhoneros y artesanos que acabaron por establecerse allí de forma permanente, a estos núcleos se los denominó burgos. El centro cívico medieval, sito en la villa intramuros, pasará a la "ciudad nueva", configurándose así la Plaza Mayor.

            La expansión demográfica es importante para los intereses políticos y militares de los reyes, que sólo podían prosperar mediante un adecuado poblamiento de las regiones conquistadas. De esta manera, se afirman algunas ciudades como Plasencia, Cáceres y Trujillo. La mayor parte de los pueblos de la Diócesis placentina estaban muy vinculados desde el punto de vista económico, político y administrativo a una Ciudad principal: Trujillo, Plasencia, etc., que dictaba unas ordenanzas observables en todas las aldeas de su término. El Corregidor visita los lugares y efectúa los mandatos que obligan bajo pena a los aldeanos. A finales de la Baja Edad Media se observará una mayor autonomía. Los municipios comienzan a establecer sus propias ordenanzas, aunque serán aprobadas en esas Ciudades principales.

            Es importante el estudio de las características de las imágenes medievales e intentar localizar su época, pero también resulta interesante conocer las sutiles transformaciones que han sufrido a lo largo de la historia, así como las vicisitudes por las que han pasado desde las numerosas leyendas de tipo simbólico que se las han atribuido hasta los festejos que en honor a ellas se celebran en nuestros días.

            En aquella época de inquebrantable fe y de elemental cultura popular, de efervescentes pasiones juveniles y de costumbres semibárbaras, no es de maravillar que tropecemos con los más fuertes contrastes en la vida moral, los actos más heroicos de abnegación, de penitencia, de humildad, de desprendimiento evangélico, con la codicia insaciable de bienes mundanos, la rapacidad más brutal, la ambición, el egoísmo; la pureza angélica, la virginidad, el espiritualismo más noble, con los instintos más desenfrenados, el adulterio y el concubinato casi sin escrúpulos; la misericordia, la caridad y el amor al prójimo, con la crueldad, la extorsión y la usura; la piedad más ejemplar, con la más grosera superstición.

            El comentario de San Bernardo al Cantar de los Cantares sobre el amor místico casi coincide con las más apasionadas y sensuales novelas caballerescas, en que se exalta el amor libre pecaminoso y adúltero, como en Tristán e Isolda. Siempre hubo delitos e inmoralidades en el mundo, y es fácil trazar cuadros de subido color presentando las costumbres de la época, buena muestra de ello lo encontramos en la sillería coral de la Catedral de Plasencia.

            Para explicar de algún modo este sentido sombrío de las obras artísticas de la época, hemos de tener en cuenta que en la masa del pueblo, y en aquellos eclesiásticos que no cursaban estudios, reinaba la mayor ignorancia, y en las sombras de ésta se incuban fácilmente los vicios más envilecedores. Anotemos, además, que el hombre medieval vive en continuo estado de guerra. Siempre alerta contra las incursiones de los enemigos en las luchas civiles y siempre soñando en fantásticas matanzas de infieles bajo los cielos de Oriente[27].

            Ahora bien, la guerra despierta las pasiones más violentas, y si es lejana y larga, relaja las costumbres. Finalmente no olvidemos que muchos de los crímenes y depredaciones se explican por la deficiente organización de la vida civil y la falta consiguiente de eficaz justicia represiva.

            Pero, en general, conviene resaltar la fe y espiritualidad de aquellas gentes que todo lo contemplaban sub specie aeternitatis, que conocían perfectamente su origen y su destino eterno y miraban todas las cosas del mundo como criaturas de Dios y en el Vicario de Cristo con adhesión total; que amaban a Nuestro Señor y a su Madre Santísima con apasionamiento y ternura; que invocaban a los santos con familiaridad y confianza; que si pecaban, expiaban su culpa con  austeridades y  penitencias; que hacían actos heroicos, luchando por la fe o consagrándose a obras de caridad; y veían en el santo local el ideal y prototipo del hombre; y, en fin, que cantaron su fe en poemas inmortales y obras de sabiduría teológica y construyeron para honra de Dios obras artísticas espirituales.

            Pero, la fecundidad de la fe se mostró en otras muchas manifestaciones de la vida, hasta en las fiestas populares, que con frecuencia son para el hombre del Medievo prolongación de las fiestas religiosas[28]. Muchas de las romerías que se celebraban en torno a la Virgen se convirtieron en la mayoría de los casos, en uno de los paradigmas de la localidad y en una exaltación folklórica-turística.

            Difícil resulta a veces encontrar datos sobre el origen de ciertas imágenes medievales  -como es el caso, de Ntra. Sra. de la Asunción de la parroquia de Santa María- y sobre la devoción a ellas, por no encontrarse documentación en los archivos parroquiales y, en el caso de que hubiese alguna información sobre la devoción a las imágenes, se han perdido la mayoría de los documentos correspondientes, unas veces por el abandono de los mismos sacerdotes o de los seglares encargados de las cofradías y, otras veces, por las vicisitudes de la historia como la invasión francesa o la  Desamortización[29].

            Es curioso el origen legendario de la mayoría de las imágenes. Casi todas estas "mariofanías" (manifestaciones de María) obedecen siempre a este esquema tipificado: origen de la imagen en Tierra Santa; traída de allí por algún varón apostólico; ocultamiento de la misma ante la invasión árabe; aparición a un pastor o a una persona de baja categoría social e intelectual; voluntad expresa de la Virgen de querer quedarse en ese lugar elegido por ella; expreso deseo de la Virgen de que en ese citado lugar se levante un templo e inamovilidad de la imagen al intentar ser trasladada a otro lugar distinto.

            Al difundirse estos relatos, según un modelo establecido, los monjes o el pueblo sencillo no buscaban la verosimilitud. Su objetivo era el de incorporar al culto de una imagen el "medio ambiente" legendario que entrase más entrañablemente en el corazón del pueblo[30]. Pero, cada época tiene su idiosincrasia y no se puede aplicar a una época pasada criterios que hoy estimamos insustituibles. Es difícil entrar en la piel de unos hombres medievales que creían en un mundo en el que casi todo era simbólico.

            La leyenda va más allá de la historia porque expresa todo aquello que está en el alma de un pueblo o de una comunidad, pero que la historia no ha podido captar. La ley que debe aplicarse a estas leyendas no puede ser más que ésta: El hombre capta la realidad no sólo por el entendimiento, sino también con el sentimiento, y la expresa no con palabras frías, sino a base de alegorías, símbolos, leyendas y mitos. Así, el misterio de María no sólo se explica con la historia, más bien escasa, sino también con la teología y el lenguaje indirecto del símbolo y de la metáfora, como encarnación de lo indecible.

            El fondo espiritual de las leyendas medievales es la presencia de María protegiendo a los pueblos cristianos en el momento en que se encontraban así mismos, a medida que avanzaba la Reconquista. Los cristianos al lado de la Madre protectora se sentían fuertes, gracias a las imágenes que iban llenando los santuarios de las tierras conquistadas a los árabes. Este convencimiento se vivía comunitariamente y fue concretándose en el momento en el que un poeta -expresión del alma popular- fingió, que no inventó, la historia de la imagen venerada. La narración, con el correr del tiempo, fue creciendo con detalles que corrían de boca en boca, hasta pasar al acerbo común y transformarse en leyenda.

            Las manifestaciones marianas muestran como tipificados, unos esquemas devocionales e históricos, que proyectan a su vez manifiestas analogías para la comprensión del fenómeno religioso. Ejemplo de ellos son estas relaciones que acabamos de comentar, entre las imágenes de María y las Ordenes Militares, la principal fuerza cristiana.

            Tras la reconquista, hubo de ser masiva la demanda de imágenes de la Virgen y los Crucificados para las nuevas iglesias y ermitas que se estaban erigiendo en las distintas localidades de la Diócesis placentina, según podemos constatar en las numerosas advocaciones existentes, muchas de ellas no pasaron de ser obras de devotos locales, que en la mayoría de los casos se conformaron con plasmar las cabezas y los cuerpos que habían contemplado en las imágenes vecinas más veneradas.

            El concepto de la realeza de la Madre de Jesús, fue captado por los tallistas medievales en toda su profundidad teológica y grandeza litúrgica, existiendo una gran correlación entre la plástica y la corriente ideológica que la informa, de esta forma, aquélla se produce en función directa de ésta.

            Por tanto, podemos pensar en una conciencia que podríamos llamar iniciática, producto de una concepción sagrada paralela a la que los maestros constructores tradujeron en los templos. La tradición, en sus leyendas sobre el origen de ciertas imágenes, ha plasmado también esa circunstancia.

            En la mayor parte de los casos, estas imágenes se convierten en Patronas de la localidad en cuyo territorio han sido localizadas. Son varios los autores, que sin contar con documentación alguna, consideran que los cristianos en la toma definitiva de Trujillo encontraron una imagen de Ntra. Sra. escondida en la Torre Julia. Cuando es más probable que la Virgen de la Asunción fuese una imagen fernandina que viniese con las tropas en el año 1233. La festividad mayor suele coincidir con la fecha de su supuesto hallazgo o de la toma de la villa. En muchos casos se utiliza la devoción popular para socorrer a los gastos que la iglesia debe sufragar a lo largo del año, como es la reparación del templo o ermita, ya que son muchas las ofrendas que los fieles otorgan a sus imágenes de devoción.

            Otra prueba de la gran devoción que el pueblo ha tenido a la mayoría de estas imágenes, es la existencia en las iglesias y ermitas de diversos exvotos que nos hablan de favores concedidos por la Virgen. Precisamente, gracias a un cuadro exvoto del año 1745 existente en la iglesia parroquial de Santa María de Trujillo, nos podemos dar una idea del aspecto que tenía la imagen de Ntra. Sra. de la Asunción, que desapareció en 1809 con motivo de la invasión francesa.

            El Escudo de Armas de Trujillo fue creado en 1233 con motivo de la toma de Trujillo  por las tropas del rey Fernando III, que capitaneaban D. Pedro González Mengo, Maestre de Alcántara, en obsequio por la intercesión de Ntra. Sra. en la victoria final contra los árabes. En su origen se organizó de la forma siguiente: En campo de plata, una imagen de Nuestra Señora de la Victoria con el Niño Jesús en los brazos, puesta encima de una muralla almenada y acotada de dos torres, todo de gules y mazonado de plata. El uso de tal escudo fue confirmado por el mismo Rey D. Fernando III[31].

            Cuando el Rey de Castilla y León D. Juan II concedió a Trujillo el titulo de Ciudad, el 12 de abril de 1430 en Astudillo, y fue confirmado el 4 de enero de 1432 en Zamora, esta ciudad extremeña con su asentimiento, timbró su escudo de armas con una corona igual a la de Marqués[32].

            Y, por último, el Rey D. Alfonso XII, a petición del Ayuntamiento de Trujillo, confirmó el escudo de armas, y mandó dar certificado de la confirmación por D. Félix de Rújula Martín Crespo Busel y Quirós, Cronista de S.M.C., el 18 de mayo de 1880; ordenándose en él que la Ciudad de Trujillo pueda usar de las referidas armas, haciéndolas bordar, esculpir y pintar en sus   sellos, anillos, reposteros, Casas Consistoriales portadas, y demás partes acostumbradas.

            En dicho certificado de confirmación se define el emblema del escudo en la forma siguiente: "La plata significa pureza, integridad, obediencia, celo, firmeza y gratitud. La imagen de la Virgen, devoción y agradecimiento a la victoria conseguida a los sarracenos. El muro y las dos torres declaran el brío, firmeza, constancia, esfuerzo y osadía de los moradores y vecinos de Trujillo. Y el color gules (o rojo) demuestra la sangre que en su conquista y defensa derramaron los hijosdalgos y caballeros pobladores de ella".

 

            Siete puertas abrían el cinturón de la muralla almohade al exterior de la ciudad. Estas fueron reformadas entre los años finales del siglo XV y principios del siguiente. En ellas y sobre el arco de acceso se emplazaba una pequeña capilla, escoltada con los blasones de España, de la ciudad y de algunas familias nobiliarias, con un retablo de imágenes.

            Las puertas de Santiago y San Juan se adornaban con las imágenes de sus santos titulares. La del Triunfo ostentaba una imagen de bulto de Nuestra Señora de la Victoria, acorde con la tradición de que allí se apareció la Virgen al ejército cristiano en la reconquista de la ciudad.

            Desaparecidos todos los retablos, que inicialmente se decoraban con pinturas, se perdieron las imágenes, que en 1554 ejecutara Jerónimo González para las puertas de Santiago y San Juan. Igual suerte corrió la imagen que para la puerta del Triunfo hiciera el pintor Muriel Solano en 1575, en sustitución de la escultura que para dicha hornacina realizara el artista Sancho Casco, en 1505. La que  actualmente se expone a la veneración de los fieles en la citada puerta, es obra realizada en 1963 por el cantero trujillano Francisco Serván Donaire.

            Unas noticias documentales son los únicos restos que quedan de los retablos emplazados en el Cañón de la Cárcel y en el de la calle Sillería. Servidumbre de paso a través de las antiguas casas consistoriales, que enlaza el camino de las almenas con la plaza mayor, en el primero puede apreciarse aún la hornacina ciega, desprovista de su correspondiente retablo, en el que Muriel Solano pintara en 1575 una imagen de Nuestra Señora. En el arco de Sillería no queda rastro alguno del retablo, que sabemos estuvo situado en la parte exterior de la plaza, pero los testimonios escritos son lo suficientemente explícitos para afirmar la existencia de una capilla abierta dedicada a la Virgen[33]. Conformaban ambos, junto con la capilla del Reposo, que aún se conservan, la trilogía de retablos marianos situados en la entrada a la Plaza, de los tres caminos más utilizados.

            Por tanto, en un breve recorrido por las calles trujillanas nos detendremos a contemplar las imágenes de Nuestra Señora. Muchas desaparecieron, pero otras aún siguen recibiendo las oraciones de los fieles transeúntes. El escudo de la ciudad es el motivo heráldico más repetido en la iconografía mariana.

              El escudo de la ciudad de Trujillo efigia a la Virgen de la Victoria entre dos torres almenadas sobre campo de plata las calles de la ciudad. No contento con las imágenes guardadas en el interior de los templos y ermitas, el trujillano ha sacado su Virgen a la calle, asomándola a las puertas de la Villa y a sus plazuelas, sacralizando así el espacio urbano, en un deseo manifiesto de convertir la ciudad en un templo abierto de colosales dimensiones, que remata en la clave del cielo trujillano la imagen del Castillo.   

             Allí donde se encuentra, testimonia la propiedad o mecenazgo del concejo trujillano. Así lo vemos en las portadas de los predios comunales, en las iglesias de patronazgo y en las bóvedas de los templos, a cuya construcción acudió el Ayuntamiento.                                    

            Las armas de la ciudad aparecen en las portadas de las dehesas de los Caballos y de las Yeguas, erigidas respectivamente en 1535 y 1573, con el acompañamiento de las del reino, en su calidad de ciudad realenga. EI escudo trujillano preside la casa de los Fieles y otros edificios públicos,  desgraciadamente desaparecidos.                                      

            Escudos de la ciudad -con la obligada representaci6n de la imagen de Nuestra Señora entre dos torres- aparecen en las portadas de las iglesias conventuales de San Pedro y San Francisco, y en la principal de la parroquia de San Martín, ornando asimismo las claves de las bóvedas interiores. Responden todos ellos a un mismo modelo compositivo, en que aparece la Virgen de tres cuartos, con la única excepción del escudo de la portada de la iglesia de San Francisco, que representa a Nuestra Señora de cuerpo entero, con un lirio en su mano derecha. Es este sin duda el  mejor ejemplar iconográfico de la heráldica concejil, por su diseño y labra. En el interior del templo franciscano pueden contemplarse los escudos situados en las claves de las bóvedas de la nave principal, con la policromía original, que pusiera en ellos el pintor Juan Ximénez, en 1588

            Otro escudo decora la fachada del actual Ayuntamiento, edificado bajo el mandato del corregidor Juan de Lodeña en 1585, durante cuyo corregimiento se alzaron los arcos del portal del pan, que remataban en un ático con los blasones de la ciudad.  Esta obra desapareció, al descomponerse en el siglo pasado este lienzo de la Plaza, si bien podemos conocer su alzado gracias a los dibujos del taller de Laborde, descubiertos por el historiador del Arte fallecido Dr. D. Xavier de Salas.            

            De las capillas abiertas en el callejero de la ciudad tan sólo se conservan las siguientes: la de la Virgen de la Guía, el Reposo, la de la calle Afuera (desaparecida) y una situada en el costado exterior de la iglesia conventual de San Francisco. Todas ellas son imágenes de piedra, de distinta  calidad artística, y procedentes de un mismo modelo iconográfico.

           

Años antes, en el año 1531, el concejo acordó construir una capilla en el castillo para venerar en ella a la imagen que ejecutara Diego Durán,  de vara y dos tercios, bien dorada y lucida, adornos que estuvieron a cargo de Antón Torino y Juan Notario[34]. Esta imagen sería la Patrona de Trujillo, la Virgen de la Victoria.  Tiene un gran interés la capilla de la Virgen de la Victoria en el castillo por tratarse de la Patrona de la ciudad, estando colocada entre las torres del castillo en el escudo de Trujillo. El hecho de situar a la imagen de esta manera responde con la tradición que afirma la intervención milagrosa de la Virgen en la conquista de la villa, pues se apareció entre dos torres concediendo la victoria a las tropas cristianas. Esta es la razón por la que se construyó una capilla en dicho lugar.      

La obra del arco, bóveda, altar y retablo de Nuestra Señora de la Victoria fue encargada al maestro Sancho de Cabrera por un importe total de cien ducados, según acordó el Concejo en 1547. Ha desaparecido, lo obrado por Cabrera a causa de las diversas reformas que tuvo dicha capilla, la más importante fue la del año 1951, según proyecto del arquitecto José M. González Valcárcel.

            Cinco decenios más tarde, en 1583, la escultura fue retocada por el escultor Juanes de la Fuente, activo en la ciudad por aquellos tiempos; al año siguiente sería policromada y dorada por el pintor Juan Sánchez[35].

            Es una imagen de gran belleza, que muestra a la Virgen en pie, con el Niño desnudo en su izquierda; tratada con formas blandas, constituye un buen ejemplar de arte renacentista.

            En el año 1755, un año después de que se realizasen otras obras de mejora en la capilla de Nuestra Señora de la Victoria, se decide llevar a cabo "alguna obra que redunde en el maior y más honroso adorno" en acción de gracias ante el terremoto registrado a finales de dicho año. A principios de 1756, Fernando de Mendoza, nombrado comisario para las obras de la capilla, inicia los trámites para el comienzo de las mismas. Meses más tarde se ordena el libramiento de 530 reales de vellón de la "madera cortada para la obra de Nuestra Señora de la Victoria". No obstante, las obras no se habían iniciado aún en 1760. En abril de dicho año el procurador síndico pone en conocimiento del concejo las quejas que los vecinos le habían manifestado por el apilamiento de materiales en aquel sitio sin que los trabajos de ampliación diesen principio, de forma que "lo que se preparó para maior dezencia, produce oy indezencia a lo que no es justo que la ziudad buelba los ojos".

            En 1809, con motivo de la entrada de las tropas francesas en Trujillo, D. Agustín Serrano, criado del Marqués de la Conquista, escondió la sagrada imagen en el Palacio de la Conquista. En 1854 fue devuelta la imagen de la Patrona a la fortaleza. En la festividad del año 1912, se inauguró la nueva capilla del castillo, la obra fue costeada por el Excmo. Sr. Marqués de Albayda. Coincidiendo con este hecho se quitó la policromía a la imagen de la Patrona[36].

            Al concluir la fiesta de la Patrona del año 1949, el Sr. Alcalde D. Julián García de Guadiana Artaloytia, al despedir a los invitados en el salón de actos del Ayuntamiento, les expuso la pena que causaba el estado en que se encontraba la capilla de la Virgen y lanzó la idea de hacer una profunda reforma. Ni que decir hay que fue extraordinariamente acogida su propuesta. Para realizar la obra se encargaron planos y estudios y sin demora alguna, el Alcalde convocó a los patronos y obreros de distintos ramos a una reunión que se celebró el 26 de Marzo de 1950, en la que fueron mostrados los planos realizados por los arquitectos Valcárcel y Feduchi. En las fiestas de la Victoria de 1950, se realizaron audiciones radiofónicas que pudieron ser escuchadas por todos los trujillanos gracias a la megafonía instalada en la Plaza por generosidad de la firma comercial Eusebio González y Cía, S.A. En su alocución señaló el Sr. Alcalde que era el momento propicio de acometer las obras de restauración de la ermita del Castillo, animando a los trujillanos a colaborar. La idea es acogida favorablemente y el público congregado en la Plaza aplaude con entusiasmo. En efecto, de inmediato se abre una suscripción popular para que cada trujillano aporte lo que crea conveniente.

            En los primeros días del mes de marzo de 1951, comenzaron las obras de la Capilla o Santuario de la Virgen según los planos que el 18 de febrero anterior entregó el arquitecto de la Dirección General de Bellas Artes D. José M. González Valcárcel, al entonces Alcalde de Trujillo D. Julián García de Guadiana. Estas obras se realizaron por suscripción popular, la cual ascendió a 243.215 ptas. Esta Capilla sustituyó a la que entonces existía en la torre del homenaje, a la par que se construyó la casa del santero. Con motivo de las obras de restauración no solo de la ermita que cobija la imagen de la Patrona de Trujillo, sino también de la fortaleza, se hizo necesario trasladar la imagen a la iglesia de Santiago. Este traslado se efectuó solemnemente el sábado 21 de Abril de 1951 a las ocho de la tarde. Una vez restaurada la fortaleza, la imagen de la Patrona retornó a su capilla. Fue coronada canónicamente el domingo 18 de octubre de 1953 por el Eminentísimo Sr. Cardenal Cicognani.

 

            Según constatamos por el Libro de Cuentas de Fábrica más antiguo que se conserva[37], existió una imagen de Ntra. Sra. con su Niño en brazos en el altar mayor. Debe de tratarse de la imagen titular de la parroquia, Ntra. Sra. de la Asunción.

            Es difícil, al contar con tan escasa información en los libros de fábrica, saber qué forma tendría. Tan solo se conserva un cuadro exvoto, realizado en 1745, en el que aparecen representados la Virgen sosteniendo al Niño con su brazo izquierdo[38]. Pero, la imagen está vestida, imposible para datar la escultura. Podemos decir, no obstante, que puede responder al tipo medieval de Virgen sentada sosteniendo al Niño con su brazo izquierdo, en actitud hierática y sin comunicación entre ambos. Lo más probable es que se tratase de una imagen románica de campaña, traída por los conquistadores de la villa en 1232. Circunstancia que fue muy repetida en tiempos medievales, como debió de ocurrir con la imagen de Ntra. Sra. de la Coronada, sita en la iglesia de San Martín de Trujillo.

            Pero, contar solamente con un cuadro exvoto popular y una vaga referencia a la imagen en los libros de fábrica, además de tener en cuenta el estilo personal del artista, en este caso mediocre; no nos permite aventurar hipótesis. El culto a la Virgen con el Niño de Santa María, bajo la advocación del Misterio de la Asunción, se estableció enseguida, una vez conquistada la villa por las tropas cristianas. Según Tena Fernández: "Fue la imagen de mayor devoción en Trujillo, hasta el año 1531, fecha en la cual el concejo acordó construir una capilla en el castillo para venerar en ella a la imagen que ejecutara Diego Durán[39], sería la Patrona de Trujillo, la Virgen de la Victoria"[40].

            Con anterioridad, las representaciones a Nuestra Señora, estaban reservadas para el escudo de la ciudad, repartidos en puertas de acceso a la villa, bóvedas de las iglesias, etc.

            El escudo de armas de la ciudad fue confirmado por el rey Fernando III, según la venerable leyenda que nos cuenta que la Virgen auxilió a las tropas cristianas en la conquista definitiva acaecida el 25 de enero del año 1232. En el escudo de armas aparece: "En campo de plata una imagen de Ntra. Sra. de la Victoria, puesta encima de la muralla almenada de dos torres, todo de gules y mazonado de plata".

            Ntra. Sra. de la Asunción, titular de la iglesia de Santa María, sería la imagen que recibiría culto y sería la más venerada hasta la fecha citada. Tuvo muchas alhajas y ricos vestidos como se desprende del Inventario realizado en 1729[41]. Esta imagen desapareció en 1809. Su lugar en el retablo le vino a ocupar una imagen de Ntra. Sra., actual titular de la parroquia, obra del escultor Modesto Pastor, natural de Valencia[42].

            En un Libro de Cuentas de la parroquia podemos leer: "Es tradición que en la invasión francesa del presente siglo desapareció la imagen de Ntra. Sra. de la Asunción, patrona de la iglesia de Santa María; llevándose los preciosos vestidos de su uso al extranjero, algunos se pudieron rescatar. El camarín quedó sin imagen, cuya falta se suplió en el año mil ochocientos diez y siete por el Sr. Marqués de Santa Marta que donó un magnífico lienzo a la iglesia, representando el misterio de la Asunción de Ntra. Sra., se colocó en el centro del retablo mayor desde lo alto del tabernáculo hasta cubrir el escudo final de aquel ocultando por sus dimensiones, el camarín y siete cuadros más del retablo. En mil ochocientos ochenta y dos se trasladó este lienzo y hoy está colocado en la nave del baptisterio frente a la ventana grande de Mediodía[43] y puesta en el camarín una imagen de talla que representa dicho misterio estando la Virgen sentada sobre una nube, subida por dos mancebos preciosos, circuida de rayos dorados en grupo de unos dos metros y treinta centímetros de altura, por uno y doce de ancho, es obra del escultor de Valencia del Cid don Modesto Pastor, encargada por el cura párroco de esta iglesia y costeada por los fondos de la fábrica, siendo su coste nueve mil reales. Llegó esta imagen a Trujillo a últimos de abril de 1882; estuvo, hasta su traslado en procesión, en la casa del presbítero don Agustín Solís, en la calle Nueva, quien había concebido el pensamiento de traer esta imagen en el tiempo que fue ecónomo de esta parroquia"[44].

 

También tuvieron gran interés entre los fieles trujillanos las procesiones en honor a los Santos Mártires Fabián y Sebastián, y a San Gregorio. En el campo de San Juan, próxima a la ermita de Santa Ana, y antes de la construcción de ésta[45], existía la ermita de los Santos Mártires Fabián y Sebastián, de la que no quedan restos, siendo demolida esta fábrica según el vulgo popular durante la invasión francesa en el año 1809[46].

Los primeros datos que tenemos sobre esta ermita proceden del siglo XVI. El 28 julio del año 1564, el ayuntamiento encargó a don Pedro Suárez de Toledo la realización de una campana para la ermita de los Santos Mártires a los que se tenía gran devoción[47]. La fiesta se realizaba solemnemente el 20 enero de cada año, con procesión que partía de la iglesia de Santa María la Mayor y a la que asistía el Clero y el Concejo en cuerpo de ciudad[48]. Las imágenes de San Fabián y San Sebastián fueron depositadas en el Convento de San Francisco el Real de la Puerta de Coria cuando se extinguió la ermita y el culto[49].

La procesión de los Mártires San Fabián[50] y San Sebastián[51] celebrada el 20 de enero, se realizó con gran boato a causa de la peste general que tuvo lugar en 1720, llamada “peste de Marsella”, las anteriores más cercanas habían tenido lugar en los años 1705,  1713 y posteriormente, entre los años 1810-1811, la más conocida la de Cádiz, que sucumbieron 80.000 personas en España)[52].

La procesión partía de la Iglesia de Santa María “La Mayor”, considerada iglesia matriz de Trujillo[53]. Según la concordia celebrada el 1 de mayo de 1719 entre el Concejo de Trujillo y el Cabildo, según consta en Protocolos ante el escribano Pedro de Rodas. Esta procesión pasaría por la iglesia de Santiago y bajo el Arco de su nombre hacia la cuesta de la iglesia de la Sangre, una vez atravesada la Plaza Mayor, bajaría por la calles de Tiendas, Nueva y Merced, en dirección a la ermita de San Lázaro y a la ermita de los titulares San Fabián y San Sebastián. Finalizados los actos litúrgicos en esta ermita, reanudarían la procesión de vuelta hacia Santa María “La Mayor”, subiendo desde la ermita de San Fabián y San Sebastián pasando por el convento de la Encarnación y la iglesia de Jesús Nazareno hacia la parroquia de San Francisco, subiendo por la calle Herreros hasta la Plaza, retornando la cuesta de la Sangre, Arco de Santiago hasta la iglesia de Santa María, finalizando los actos con una antífona (Ave Regina Caelorum) cantada a Ntra. Sra. Esta procesión en el año 1767 solamente pudo realizarse desde Santa María “La Mayor” hasta la iglesia de San Martín a causa de las lluvias.

 

Como hemos citado anteriormente, se hace mención a la procesión de San Gregorio[54], que aquí en la ciudad tenía singular devoción como abogado de las cosechas, fertilidad de los campos y prosperidad de la ganadería, y al que en 1582 hizo voto de ir con su consejo en procesión desde la iglesia de Santa María la Mayor a la ermita de los Prados de San Juan, en la que levantó un altar a este Santo Obispo de Ostia, y en cuyo día se corrían toros y se celebraban festejos. La ermita ha desaparecido. Pero aún se conserva en la iglesia de Santiago la imagen de San Gregorio, que fue tallada por el escultor trujillano Juanes de la Fuente en el año 1582[55], y fue pintada y dorada por el pintor Muriel Solano[56]. Gran importancia tuvo la veneración a este Santo en Trujillo, una ciudad dedicada esencialmente a la actividad agrícola y ganadera. De hecho, esta imagen se ubicó en el altar de las Casas Consistoriales o antiguo Ayuntamiento, junto a la imagen de San Andrés, que fue patrón de la ciudad, obra realizada en el año 1595 por el escultor placentino Pedro de Mata, en el lugar donde se decidieron y aprobaron los asuntos más importantes que concernían a la ciudad tal o pueden constatar Libros Capitulares[57].

No obstante, también existió otra imagen de San Gregorio en la propia ermita de San Juan de los Prados[58], que era muy venerada por el gremio de labradores, contribuyendo también a su culto y al cuidado de la propia ermita con importantes limosnas el Concejo[59]. Por un Inventario que está en el Protocolo del escribano Juan de Santiago Madrigal, sabemos que en esta ermita había en el año 1598 los siguientes bienes muebles: dos imágenes de bulto, una de San Juan, puesto en un retablo de madera, y la otra de San Gregorio en sus altares. Otra imagen de Nuestra Señora, vestida. Otra imagen de bulto pequeña de San Juan con el cordero a los pies. Otra de San Juan Evangelista pintado en un lienzo. Una Verónica y otra tabla de la Magdalena[60]. Esta ermita desapareció con la invasión francesa del año 1809, según un acuerdo del Concejo con fecha 13 mayo 1825 se dice lo siguiente: ”Atendiendo a que se han consumido crecidas cantidades en la extinción de langosta sin que sea bastante para votar la, se acuerda que todo vecino sin distinción presente medio celemín de langostas en el corral de la ermita destruida de San Juan a las cinco de la tarde”[61].

 

            Otras de las fiestas que despertaron gran interés en la ciudad estaban relacionadas con el culto a los Santos Mártires San Hermógenes y San Donato. En una de las capillas laterales del muro de la epístola se encuentra la capilla de los Santos Mártires, San Hermógenes y San Donato[62].  Encontramos referencias a ellos en la obra la España Sagrada del padre Enrique Flórez, el cual específica literalmente “que son santos atribuidos a Trujillo. En el año 1431 empezó a ser ciudad por concesión del rey don Juan el segundo; y queriendo también honrar la el autor de los falsos cronicones, que no la había dado nada en los primeros escritos, resarció bien la omisión en el último, donde la concedió veinte y cuatro mártires de un golpe, pues el adversario 307 de Julián Pérez dijo que San Hermógenes, Donato y otros veintidós mártires fueron naturales de Trogilio (Trujillo) y que allí empezaron a padecer, consumando luego su martirio en Mérida”[63].

El obispado de Plasencia (al que pertenece Trujillo) celebró a estos santos como propios, señalando el día 12 diciembre en que se leen sus nombres en el Martirologio[64], según consta por un edicto firmado por el Obispo de Plasencia don Diego de Arce el 12 junio 1651. Previamente, encontramos referencias a la capilla de los santos mártires en la iglesia de San Martín, en el testamento de Mencía Gil fechado el 23 enero de 1566, en el cual específica que se la entierre en la capilla de los Santos Mártires y que asista a su entierro la Cofradía de los Santos Mártires de la cual es hermana[65].

Existen otros Martiriológicos que indican que estos santos mártires pudieran haber muerto en Mérida, mientras que otros los excluyen de Mérida, siendo el más antiguo de ellos el Georminiano Epternaccense[66].

Hemos de insistir que los mártires San Hermógenes y San Donato, no fueron trujillanos, ni siquiera españoles, ni fueron martirizados en Mérida ni en Trujillo, a pesar de ello recibieron culto y gran devoción entre los ciudadanos de Trujillo.

También, la festividad a San Pablo, nos remite a la conquista definitiva de Trujillo en el año 1232. El gran avance cristiano en el proceso reconquistador extremeño tuvo lugar en el siglo XIII a partir de las Navas de Tolosa (1212). La concordia entre castellanos y leoneses ayudo para que Alfonso IX conquistara Alcántara  en 1217 y Cáceres en 1229. La Orden de Santiago esperaba que se la cediesen considerando que había sido su origen pero esto no formaba parte de decisiones regias. Al año siguiente continuo el avance se conquista Montánchez, Badajoz y Mérida y se le entregó la primera de estas villas.

La conquista definitiva se dio en tiempos de Fernando III el 25 de enero de 1233, y en ella participaron las Órdenes militares de Alcántara, Santiago, el Temple y el obispo de Plasencia, Don Domingo. Por tanto, tuvo lugar el día de la festividad de San Pablo[67]. Los cristianos construyeron una ermita en su honor en el Patio-Albacar del Castillo. A pesar de haber sido construida la ermita al finalizar la reconquista y restaurada en el siglo XVI, las primeras referencias documentales las encontramos en el siglo XVII, concretamente en el año 1608, cuando se llevan a cabo nuevas reformas arquitectónicas en la misma, encargadas por Jerónimo de Loaisa[68], obras de reparación que estaban finalizadas en 1618, según consta en un documento de la “Comisión de Fiestas de San Pablo[69].

Junto a las Ordenes Militares que participaron en la reconquista, también destacaron caballeros de tres linajes que en siglos posteriores, van a protagonizar la historia local trujillana: son los Altamiranos, los Bejaranos y Añasco. Entre ellos destaco de forma singular Fernán Ruiz de Altamirano que logro abrir una de las puertas de la ciudad y facilitar la entrada de las tropas cristianas al recinto amurallado y así poder tomar la fortaleza. Según nos cuenta la tradición desde el siglo XVI esta puerta se llamó en conmemoración de este  acontecimiento: Puerta del Triunfo. En ella se colocaron los escudos de los tres linajes, junto a una hornacina, donde se coloco una imagen de la Virgen de la Victoria. Según una venerable leyenda, el día de la conquista se produjo un milagro después de la invocación a la Virgen para que les socorriera en esta batalla, apareció un resplandor en la muralla y contemplaron una visión celestial, poco después Fernán Ruiz abrió la puerta que les facilito la entrada.

La leyenda motivo el escudo de Trujillo que representa a la Virgen de la Victoria sobre un muro, en medio de dos torreones, y la creación en el siglo XVI de una capilla en la fortaleza en el acceso principal en la parte que mira a la población.

Una vez conquistada Trujillo los ejércitos cristianos corren hasta llegar a los márgenes del Guadiana. En 1234, conquistaron Santa Cruz, Medellín y en febrero de 1235, Magacela.

En el Castillo, en el patio denominado de San Pablo o Albacar, se ubicó una ermita en memoria del Santo Apóstol Pablo, por haberse producido el  día de su conversión, el 25 enero, la reconquista definitiva de Trujillo arrebatado a los árabes por los cristianos.

En conmemoración de la toma de Granada, los Reyes Católicos ordenaron que se reconstruyera la Puerta del Triunfo de Trujillo y se pusiera sobre el muro exterior del arco su escudo de armas. En la hornacina existía una imagen de la Virgen, que las tropas que reconquistaron la villa en 1232, habían situado en este bello pórtico de poniente.

            A este lugar, después de la misa mayor, que se celebraba en la cercana iglesia parroquial el día de Nuestra Señora de Agosto, y en la conmemoración de la toma de Trujillo, en el día de la festividad de San Pablo, el Concejo y el Clero se trasladaba en solemne procesión al Arco del Triunfo, donde se cantaba una Salve con su antífona y oración. Por la tarde se celebraban los festejos populares de cañas y toros, en la plazuela de Santa María, y posteriormente, se trasladaron a la actual Plaza Mayor.

            El primer testimonio documental que recogemos de estos festejos taurinos lo encontramos en el acta de la sesión celebrada por el Ayuntamiento, el día 5 de agosto de 1499, en dicho año los ciudadanos piden que manden dar los toros para el día de Santa María. El Concejo toma el acuerdo de no aceptar esta propuesta. Pero, el hecho de encontrarnos con datos sobre festejos populares en estas fechas finales del Medioevo, no quiere decir que no hubieran existido anteriormente pues la tradición y la historia atestiguan que las que las fiestas religiosas de la Virgen de la Victoria y las corridas de toros están íntimamente ligadas a través de los siglos.

            Las fiestas más extraordinarias fueron las celebradas en 1519 con motivo de haber sido elegido Carlos I, el 28 de junio de dicho año, Emperador de Alemania.

            En 1531, se construye la capilla del Castillo y en ella se coloca la nueva imagen de la Virgen. Ya se hace referencias en los documentos municipales a celebrar la fiesta de Santa María de la Victoria. Los cultos consistieron en vísperas solemnes, misa diaconada con Sermón en la parroquia de Santa María la Mayor, procesión a la ermita del Castillo con el Concejo, llevando el pendón y una imagen de la Virgen. Esta procesión se celebraba por la tarde a causa del calor, motivo por el que los juegos de cañas se celebraban otro día.

 

El Procesionario menciona la Fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria o Fiesta de la Candelaria, es una fiesta popular celebrada por los cristianos, en honor de la Virgen de la Candelaria, advocación mariana aparecida en Tenerife en el siglo XV. Inicialmente la fiesta de la Candelaria o de la Luz tuvo su origen en el Oriente con el nombre del "Encuentro", posteriormente se extendió al Occidente en el siglo VI, llegando a celebrarse en Roma con un carácter penitencial. Su fiesta se celebra, según el calendario o santoral católico, el 2 de febrero en recuerdo al pasaje bíblico de la Presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén (Lc. 2; 22-39) y la purificación de la Virgen María después del parto, para cumplir la prescripción de la Ley del Antiguo Testamento (Lev.12;1-8). Tras la aparición de la virgen en Canarias, y a su identificación iconográfica con este acontecimiento bíblico, la fiesta empezó a celebrarse con un carácter mariano en el año 1497, cuando el conquistador de Tenerife, Alonso Fernández de Lugo celebró la primera Fiesta de Las Candelas (ya como Virgen de La Candelaria), coincidiendo con la Fiesta de la Purificación.  En Trujillo, el día 2 de febrero, se celebraba la festividad de la Purificación de Nuestra Señora, realizándose una procesión que denominaban “de las Candelas” en la iglesia de Santa María “La Mayor” con asistencia de los ciudadanos y el Cabildo. A golpes de campana desde el campanario de la citada iglesia se citaba a la Ciudad a la procesión. Una vez realizada la bendición en el interior del templo por el capitular más antiguo del Cabildo Mayor por  costumbre inmemorial, y por auto de progresión dado por el Don Alonso Núñez de Camargo, vicario que fue de esta Ciudad el 2 de febrero del año 1621, arranca la procesión desde el Altar Mayor, una vez que se han repartido las candelas, dando la vuelta a la iglesia. Una vez finalizada la procesión, se celebra la Santa Misa en la iglesia. 

           

También, el Procesionario hace referencia a la Bula de la Santa Cruzada es un privilegio pontificio, que concede a los españoles gracias especiales, y les dispensa del ayuno y de la abstinencia en ciertos días. Es una Bula apostólica en que los romanos pontífices concedían diferentes indulgencias a los que iban a la guerra contra infieles o acudían a los gastos de ella con limosnas. Las bulas de la Santa Cruzada fueron instituidas por los reyes de España, eran expedidas por los pontífices y en ellas se concedían privilegios e indulgencias a quienes acudían a las guerras santas; aquellos que no lo hacían daban a cambio limosnas y donativos. El producto de las bulas de la Santa Cruzada se concedió a los reyes españoles, por breve de Gregorio XIII del 5 de septiembre de 1578, por todo lo que se recabara en América. El manejo estuvo a cargo del comisario general de Cruzada, quien remitía las bulas a las diferentes diócesis donde, a su vez, se distribuían en parroquias y curatos. La publicación debía hacerse cada año, aunque posteriormente se dispuso que fuera por bienio; el producto de su venta debía aplicarse a la evangelización de los indios[70].

En los siglos XV y XVI, surge la necesidad de ofrecer al pueblo una visión sencilla de la religión, acercando al vulgo las esferas de lo divino y lo humano, facilitando así comprensión de los misterios de la  Fe. Se hace también sublimación del dolor y la penitencia como medida de salvación. Así, la Cofradía de la Vera Cruz tiene sus antecedentes en el culto a la advocación de la Cruz[71], siendo sus funciones principales la invención y exaltación de la Cruz, que se celebraban en mayo y septiembre. Otra de sus funciones era la conmemoración del Jueves Santo con una procesión de disciplina. Encontramos muchas referencias en los libros del Archivo Municipal de Trujillo desde los siglos XV al XIX, ya que tuvieron gran vigencia en la Ciudad[72].

 



[1] En el Archivo Diocesano de Plasencia se conserva el más antiguo fechado en 1587.

[2] Llegó a tener tanta aceptación entre los fieles que incluso se conseguía  “bendita agua de San Gregorio” para bendecir en la procesión los campos infestados por langostas. Según constatamos por diversos documentos como el Testimonio despachado a 18 de abril por Gregorio de Deva, Abad de Soslada en el Valle de la Berueca-Navarra- que hace referencia a la autenticidad de los cuatros cántaros de agua bendita de San Gregorio que se dieron a Diego de Cuevas en nombre de Trujillo para bendecir los campos infestados de langostas. 9 folios. año 1582. Archivo Municipal de Trujillo, 1-3-80-7.

 

[3] RAMOS RUBIO, J. A:  “Aproximación histórico-artística de la imagen de La Piedad”. Revista Semana Santa, Trujillo, 1995.

 

[4] RAMOS RUBIO, J. A: "Aportaciones históricas sobre las ermitas trujillanas". Revista La Piedad, 1997, pp. 11-13.

 

[5] IGLESIAS AUNION, P: “Una aproximación a la religiosidad y piedad popular por medio de las cofradías en la Extremadura de los tiempos modernos, siglos XVI-XVIII”. ACTAS DE LOS XXVII  COLOQUIOS HISTÓRICOS DE EXTREMADURA. Cáceres, 1998.

[6] El convento de San Francisco "El Real", llamado de la Puerta de Coria, por su proximidad a una de las siete puertas que accedían a la Villa medieval de Trujillo, el arco o puerta desde donde partía el camino hacia la ciudad de Coria, de aquí su nombre, se fundó por disposición suprema, por lo que ha sido admirable la virtud que siempre en él ha resplandecido. Confirmase este aserto y se corrobora el precedente con una Real Cédula, que se hallaba en el archivo del Convento de San Pedro de la misma ciudad (perteneciente a la misma orden religiosa que habitó el Convento de La Coria), concedida por el rey Juan II, en Toro a 28 de junio de 1426, en favor de Inés de Cristo, Marina Herrera y demás beatas, en atención a los buenos servicios que los linajes a los que pertenecían la mayoría de las religiosas en él profesas, habían realizado a la Corona de España. Por tanto, existió con anterioridad a la fecha citada un beaterio en el lugar en que se emplazaría el edificio conventual desde junio de 1426. El rey envió al corregidor y demás ministros de la entonces Villa de Trujillo (erigida Ciudad desde 1432), para que no llevaran tributo alguno a las dichas beatas, por cuanto la información que precedió consta que su vida es la más honesta, virtuosa y solo dedicada a servir a Dios. Según Manuscrito de Ascensio de Morales y Tercero, comisionado real. Cit.por SANCHEZ LORO, D.: Historias placentinas inéditas, vol. C. Cáceres, 1985, pp. 165.

               

[7] En el año 1836 las monjas de los conventos de San Francisco el Real y San Pedro de Trujillo,  habiendo sido suprimidos sus conventos, fueron trasladadas al convento de San Ildefonso de Plasencia. En la sesión del Concejo del 11 mayo de 1836, se dice literalmente: “Di cuenta de la contestación que da la comunidad de San Francisco el Real de la puerta de Coria, de esta ciudad, manifestando estar conformes en ser trasladadas a Plasencia y solicitando llevar en su compañía a doña Ignacia López, en su vista y de otras razones que expuso el Sr. Vicario eclesiástico en apoyo de esta solicitud se acuerde que se consulte a la junta diocesana para que resuelva lo que tenga por conveniente”. El día 26 mayo 1836 el ayuntamiento ordena el traslado de las religiosas del convento de la Coria, con éstas también marcharon las del convento de San Pedro. Cit. TENA FERNANDEZ, J: Trujillo, histórico y monumental, Gráficas Alicante, 1967, p. 504.

[8] Alfonso X, heredó de su padre Fernando III la devoción a la Asunción de María, por las Siete Partidas, y las Tablas, y el Fuero Real y la Gran Estoria y la Estoria de España, y las Cantigas, y el Especulo, en la Ley III, título VI, libro V de esta su última obra establece y manda que la Asunción de la Virgen sea fiesta de precepto en todos sus reinos con estas palabras: “Ley III. Fiestas y otras que deven ser guardadas e onradas..la fiesta de la asumpcion de santa María de mediado de Agosto, que quiere tanto decir, como quando fue llevada a los cielos”. AGUSTI, J: La Asunción de María. Madrid, 1921. Cit. TENA FERNANDEZ, J: Historia de Santa María de la Victoria, Patrona de Trujillo, Cáceres, 2000 (2º edición), pp. 47-49.

[9] Libro de Cuentas destinado para las preladas del convento de la Coria, Trujillo, 1789-1835. Archivo del convento de San Pedro de Trujillo.

[10] El convento de San Francisco "El Real", llamado de la Puerta de Coria, por su proximidad a una de las siete puertas que accedían a la Villa medieval de Trujillo, el arco o puerta desde donde partía el camino hacia la ciudad de Coria, de aquí su nombre, se fundó por disposición suprema, por lo que ha sido admirable la virtud que siempre en él ha resplandecido. Confirmase este aserto y se corrobora el precedente con una Real Cédula, que se hallaba en el archivo del Convento de San Pedro de la misma ciudad (perteneciente a la misma orden religiosa que habitó el Convento de La Coria), concedida por el rey Juan II, en Toro a 28 de junio de 1426, en favor de Inés de Cristo, Marina Herrera y demás beatas, en atención a los buenos servicios que los linajes a los que pertenecían la mayoría de las religiosas en él profesas, habían realizado a la Corona de España. Según Manuscrito de Ascensio de Morales y Tercero, comisionado real. Cit. por SANCHEZ LORO, D.: Historias placentinas inéditas, vol. C. Cáceres, 1985, pp. 165.

 

[11] El convento de San Pedro fue fundación del sacerdote de la iglesia parroquial de Santa María de Trujillo don García Sánchez, el 16 marzo del año 1493, según consta en las Escrituras del convento de San Pedro, 1500-1803. Al principio existe una hoja suelta de la fundación del convento, fechado el 16 marzo de 1493, donde se especifica que fue realmente el que sentaba las bases para fundar el convento, pues dejaba por su testamento 500 maravedíes de renta, puestos en la Dehesa del palacio del Abad o Torre de Gonzalo Díaz, para sostenimiento de siete beatas de la Tercera Orden Regular Franciscana. Archivo del convento de San Pedro de Trujillo.

[12] Libro de cuentas de los años 1654 a 1694. Archivo del convento de San Pedro de Trujillo. Libro de cuentas de los años 1851 a 1885,  folios 63, 68 y 90. Archivo del convento de San Pedro de Trujillo.

[13]En el Archivo Municipal de Trujillo existen varios documentos que hacen referencia a las fiestas de Agosto en honor a la Virgen de la Asunción, de los siglos XV, XVI y XVII. Legs. 1-6-10; 1-6-4; 1-1-3; 1-1-13; 1-1-14; 1-1-15; 3-2-5. RAMOS RUBIO, J. A:  “Imaginería Medieval mariana en la Tierra de Trujillo”. Actas del Congreso “La Tierra de Trujillo desde la época prerromana a la Baja Edad Media”, Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes. Trujillo, 2005, pp. 137-169.

 

[14] Leg. 5-3-5-11. Archivo Municipal de Trujillo. Cit. RAMOS RUBIO, J. A: "La Villa de Trujillo en la Edad Media". Revista técnico-legislativa de la Policía Municipal, V época, núm. 490. Madrid, enero-febrero de 1995, pp. 68-69; RAMOS RUBIO, J. A: “La Victoria, tradición ancestral”. Adicomt, año 2, núm. 13, septiembre, 2001, p. 9.

 

 

[15] PALACIOS MARTIN, B: El largo proceso histórico de Extremadura, en EXTREMADURA Y AMERICA. Madrid, 1990, p. 42. La entidad regional de Extremadura tiene su origen en la Edad Media, siendo la reconquista la que pone las bases de la Extremadura actual.

[16] LLABRES, G: “Que dio la Ciudad de Trujillo don Alfonso X en 1256”. Revista de Extremadura, Badajoz, 1901, pp. 489-496; LUMBRERAS VALIENTE, P: Los fueros municipales de Cáceres. Su derecho privado. Cáceres, 1990.

[17] Fuero de Trujillo. Archivo Municipal de Trujillo, leg. 5, doc. 1, fol. 123.

[18] MARTIN RODRIGUEZ, J. L: Evolución económica de la Península Ibérica en la Edad Media. Barcelona, 1976, p. 111; CARLE, M. del C: Del concejo medieval castellano-leonés. Buenos Aires, 1968; GAUTIER DALCHE, J: Historia urbana de León y Castilla en la Edad Media. Madrid, 1979.

[19] GONZALEZ, J: “Reconquista y repoblación de Castilla, León, Extremadura y Andalucía”. Reconquista Española y repoblación del país. Zaragoza, 1951; LOMAX, W: “La fecha de la reconquista de Cáceres”. Archivos leoneses, 1981, p. 309 ss; MARTIN MARTIN, J. L: “La Repoblación de la Transierra”. Estudios dedicados a Carlos Callejo Serrano. Cáceres, 1979, pp. 477-497; VELO Y NIETO, G: Castillos de Extremadura, Cáceres, 1968; TERRON ALBARRAN, M: “Historia política de la Baja Extremadura en el período islámico”. Historia de la Baja Extremadura, Badajoz, 1986, p. 442.

[20] GONZALEZ, J: “Introducción histórica”. Extremadura. Moguer, Madrid, 1979, p. 60.

[21] TORRES TAPIA, A: Crónica de la Orden de Alcántara. Madrid, 1763, p. 101.

[22] MARTINEZ, M. R: “Trujillo”. Revista de Extremadura, 1900, p. 251; MUÑOZ DE SAN PEDRO, M: Crónicas trujillanas del siglo XVI. Manuscrito de Tapia, Cáceres, 1952, p. 202.

[23] MARTINEZ, M, op. cit., p. 251; MARTIN, J. L: Tiempos medievales. Historia de Extremadura, Badajoz, 1985, pp. 384 y 485; Véase el estudio interesante de la Orden Militar de Trujillo de RUIZ MORENO, M. J: La milicia de los freires de Truxillo. Institución Cultural “El Brocense”. Cáceres, 2010; RUIZ MORENO: “Aproximación histórica a la Orden Militar de Trujillo”. Actas del Congreso Trujillo Medieval, Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes. Trujillo, 2002.

[24] Según la relación de los Anales Toledanos I, Crónica Latina de Castilla 4, en FERNANDEZ, Fr. A: Historia y Anales de  la Ciudad y Obispado de Plasencia, 1º ed. Madrid, 1627; 2ª ed. Cáceres, 1952, p. 62.

[25] Según la relación de los Anales Toledanos, op. cit.; FERNANDEZ, A, op. cit., p. 62.

[26] Documento publicado por BENAVIDES, J: “Trujillo”. Revista de Extremadura, 1900, pp. 497-499.

[27] RAMOS RUBIO, J. A: “La influencia de mundo antiguo en la diócesis de Plasencia y sus aportaciones a la iconografía de obras escultóricas y pictóricas de la Edad Media”. Actas de los XXVI Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo, 1997, pp. 385-405.

 

[28] RAMOS RUBIO, J. A: “Fiestas en Trujillo: Arte, historia y devoción popular”. Comarca de Trujillo, núm. 79, Extraordinario, agosto de 1989, pp. 57 a 59.

 

[29] RAMOS RUBIO, J. A: Historia del Culto a Ntra. Sra. de la Victoria y su Coronación Canónica. Ed. Hermandad de la Santísima. Virgen de la Victoria de Trujillo. Cáceres, 1994; RAMOS RUBIO, J. A: “Cuadro exvoto hallado en Trujillo”. Comarca de Trujillo, núm. 65, junio de 1988.

 

 

[30] HERRAN, L.: Historia, culto y leyenda de las apariciones marianas. Estudios Marianos. Vol.  De la Sociedad Mariológica Española, Madrid, 1961, p. 265.

[31] RAMOS RUBIO, J. A: “Al año siguiente de la Reconquista de Trujillo”, Comarca de Trujillo, núm. 99, agosto de 1991, p. 8.

 

[32] NARAJO ALONSO, C: Trujillo, sus hijos y sus monumentos. 2º ed. Serradilla, 1929, pp. 91-93.

[33] Legs. 1-1-3, 1-5-1 y 1-1-13, Archivo Municipal de Trujillo.

[34] Legs. 1-1-21, 1-1-11, 1-2-4, Archivo Municipal de Trujillo.

[35] Leg. 1-6-4, Archivo Municipal de Trujillo.

[36] RAMOS RUBIO, J. A.: "Ocho siglos de historia viva". Diario de Extremadura, sábado 24 de agosto de 1991, p. 30.

 

    [37]Libro de Cuentas, 1559. A.P.Stª Mª., fol. 14.

    [38]RAMOS RUBIO, J. A.: "Cuadro exvoto hallado en Trujillo". Rev. Comarca de Trujillo. Núm. 65. Cáceres, 1988, p. 9. "Nuevas aportaciones acerca de la escultura de la iglesia parroquial de Santa María de Trujillo". Actas del Congreso VIII Centenario de la Fundación de la Diócesis de Plasencia. Plasencia, 1990, pp. 551-561.

[39] Legs. 1-1-21, 1-1-11, 1-2-4, Archivo Municipal de Trujillo.

   [40]A la Patrona de Trujillo no se la llamó Stª Mª de la Victoria hasta el año 1531. Todos los documentos anteriores a esta fecha la denominan Asunción de Ntra. Sra., que era el día en que se celebraba la fiesta de la ciudad. TENA FERNANDEZ, J.: Historia de Santa María de la Victoria. Serradilla, 1930, p. 138.

   A partir de 1531, una vez construida la ermita del castillo y ejecutada la imagen en piedra de la Virgen, los documentos nos hablan del voto hecho por la ciudad de celebrar solemne fiesta el día 15 de agosto de cada año en honor de Santa María de la Victoria. Los cultos se celebrarían en Santa María la Mayor, y después se efectuaría una procesión al castillo. De lo que deducimos que la Virgen de la Asunción, colocada en el retablo de Santa María, fue la Patrona de Trujillo hasta que en 1531 Diego Durán realizó la imagen en piedra de Ntra. Sra. de la Victoria. Se siguió celebrando la fiesta el 15 de agosto en la iglesia de Santa María, pero a la imagen que se la hacían los votos y veneraba era la del castillo. Legs. 1-1-21, 1-1-11, 1-2-4, Archivo Municipal de Trujillo.

    [41]Libro de Inventario y Rentas de Santa María, 1729. A.P.Stª Mª.

    [42]Libro de Cuentas, 1852-1889. A.P. Stª Mª, fols. 53 y 53 vº.

    [43]En la actualidad ha sido restaurado (abril, 1992) por el equipo de restauración madrileño de don Javier Bacariza, está colocado en el crucero de la iglesia de San Francisco de Trujillo, filial de Santa María.

    [44]Libro de Cuentas de Fábrica, 1852-1889. A.P.Stª Mª, fol. 53 vº.

[45] La ermita de Santa Ana fue construida y dotada por voluntad y a expensas del obispo de Plasencia, fray Francisco Lasso de la Vega y Córdoba en el año 1731, según lo acredita el Libro Capitular del 5 diciembre 1731, que dice literalmente: “ licencia para la fábrica de la ermita de Santa Ana.(al dorso). El señor don Antonio de Orellana Tapia dio cuenta a esta ciudad de que el ilustrísimo señor don fray Francisco lasso de la Vega y Córdoba, Obispo de Plasencia, del Consejo de Su Majestad desea hacer la fábrica de una ermita a devolución de señora Santa Ana en el verbal de esta ciudad, inmediata al Humilladero, oído por esta ciudad, y por lo que desea complacer a su Ilustrísima dio Comisión amplia al dicho señor don Antonio para que reconozca el sitio y señalé que el terreno necesario para dicha fábrica de la ermita, sacristía y oficinas para el Santero, como para algún corral para más extensión y beneficio de él, y que con copia de este acuerdo y señalamiento que hiciera dicho señor se tenga por bastante título para lo referido”. En el Protocolo de Pedro de Rodas Serrano, fechado el 3 agosto 1732, existente en el Archivo Municipal de Trujillo, consta la dotación el Obispo placen tino hizo a favor de esta ermita donde se constata que una gran parte de las obras han sido realizadas ” por cuanto a sus expensas se ha fabricado cerca del Humilladero de esta ciudad la capilla iglesia de Sra. Santa Ana de que con todo lugar ella anexo y perteneciente, tiene hecha su Ilustrísima donación al ilustre y esclarecida congregación de sacerdotes y ordenados in sacris  que ha fundado y de que su Ilustrísima es actual prior y porque desea el mayor esplendor, aumento y conservación de ella por lo que cede en el mayor culto de Sra. Santa Ana, honra y gloria de Dios nuestro señor…” en un Acta del Consejo que lleva fecha del 5 abril 1734, se especifica que las obras han terminado y se pide “licencia a su Ilustrísima para fabricar una casa. La ermita, para extensión de los vecinos y personas que concurren a visitar la santa imagen y tener sus novenas y cumplimientos de promesas..”.

[46] No obstante, no podemos echar todas las culpas de las desgracias artísticas ocurridas en Trujillo a la invasión francesa. A finales del siglo XVIII, se enajenan los predios colindantes a la ermita de los Mártires y que eran de su propiedad. Don Manuel Pérez de los Ríos, corregidor y subdelegado de rentas de Trujillo especificó: “Con arreglo al E. D. 19 septiembre 1798,  otorgó a nombre de la Cofradía de San Fabián y San Sebastián que vendo a don Manuel Lospitao una cerca, huerto y el solar de la ermita de los santos mártires, situadas dichas fincas en los prados de esta ciudad, contiguas a dicha ermita o solar, camino de la ermita de Santa Ana de la misma, junto a la fuente de los mártires. Declaró que el justo valor de expresadas fincas vendidas es el de 2500 reales, en que se verificó el remate en pública subasta”. Así reza una escritura de venta judicial fechada el 7 de diciembre del año 1804, escribanía de Pedro Díaz Bejarano. Las imágenes de los santos fueron trasladadas a la iglesia de Jesús (Hospital de la Caridad) y con el paso del tiempo enviadas a la iglesia de Ibahernando, donde han estado expuesta en el retablo mayor hasta los años 70, tal y como aparecen en una fotografía fechada en 1954, publicada en el libro V.V.A.A: Ibahernando, las raíces de un pueblo, Asociación Cultural Vivahernando, Cáceres, 2004, p. 483.

[47] TENA FERNANDEZ, J: Trujillo, histórico y monumental. Gráficas Alicante, 1967, p. 554. Existen más datos sobre la ermita, como la Facultad despachada en San Lorenzo a 11 de octubre de 1585 y refrendada por Antonio de Eraso, otorgando la ciudad una limosna de ciento cuarenta ducados para reparar la ermita. El 6 de mayo de 1591, el Concejo encargó a Juan de Hinojosa que reparaba el portal de la ermita de los Mártires.

 

[48] Sobre las procesiones realizadas en honor a estos santos existen muchos acuerdos que se encuentran en los Libros Capitulares del Archivo Municipal de Trujillo. Y, también encontramos varias referencias en algunos Protocolos, como escrituras de censos en las que se habla repetidas veces de la citada ermita.

[49] Dorar una pieza del altar lateral de las Mercedes y las pifias de Santa Ana y el Niño, sesenta reales", L 25 v. Agosto de 1799; "Limosna para la novena de Ntra.  Sra. de las Mercedes, veinte reales", f. 30.  Septiembre de 1799.  Op. cit. 23,. Siete misas rezadas a los Santos auxiliares, San Fabián y San Sebastián, cerca el altar de Santa Ana, veintiocho reales", f. 9. Enero, 1799.  Op. cit "Un fuol de christal para Ntra.  Sra. a la puerta del coro baxo, noventa y nueve reales", 9. Enero de 1789.  Por medio del Libro de Cuentas del Convento de la Coria, comprendido entre los años 1789-1835, podemos hacemos una clara idea del aspecto que podría tener la iglesia y coros- alto y bajo- del referido convento, así como de los bienes muebles que tenía en estos años finales del siglo XVIII y principios del siguiente, hasta la exclaustración. Documentos del Archivo Convento de San Pedro de Trujillo.

 

[50] San Fabián fue un ciudadano romano. Muerto el Papa, y hallándose el pueblo reunido para proceder a la elección de su sucesor, sobre la cabeza de Fabián, que se daba entre la multitud contemplando el espectáculo, se puso una paloma blanca. Los concurrentes interpretaron el hecho como un signo divino entre grandes aclamaciones le eligieron a él para que ocupará el puesto del pontífice fallecido. Dice el Papa San Dámaso de San Fabián envió por todas las regiones cristianas a siete diáconos y a siete su diáconos con el encargo de que recogiesen cuantos datos pudieran hallar en relación con las gestas de los mártires. Por Haymón sabemos que este Santo Pontífice supuso valientemente a las pretensiones del emperador Felipe, que quería asistir a los cultos de la vigilia pascual y tomar parte en los misterios que la Iglesia celebraba en esa noche. Según este autor, el Santo dijo Felipe que no le permitiría entrar en el templo ni participar en ningún acto litúrgico mientras no confesara sus pecados que cumpliera las penitencias que se le impusieran. Trece años rigió Fabián la Iglesia de Dios. Hacia el año 253 recibió la Palma del martirio muriendo decapitado por orden de Decio SANTIAGO DE LA VORAGINE: La Leyenda Dorada, vol. I,  Alianza Editorial, Madrid, 1987,  p. 111.

[51] San Sebastián, oriundo de Narbona y avecindado Milán, se comportó todo momento como un fiel cristiano. Diocleciano y Maximiano lo distinguieron con su amistad, y lo estimaron tanto que uno y otro lo mantuvieron al frente de la primera cohorte, cuyo oficio consistía en dar escolta a los emperadores. Si lo honraron con un cargo de tanta responsabilidad fue por la confianza que en él tenían y por el deseo de gozar frecuentemente de su presencia y conversación. Él, en cambio, al alistarse en la milicia buscó solamente la posibilidad de confortar a los cristianos, expuestos a desfallecer sufre en medio de las persecuciones a que se verían sometidos, en muchas ocasiones Sebastián recriminó duramente a los soberanos. Yo recién ordenó que la pesarán y que lo apalearan hasta que costase con toda certeza que lo habían matado, y que después arrojaran su cuerpo a una cloaca de manera que los cristianos no pudieron recuperarlo ni tributar a sus restos el culto con que honraban a sus mártires. La orden del emperador fue cumplida en todos sus extremos. Pero la noche siguiente se apareció el Santo a Santa Lucía y le indicó lugar donde estaba su cadáver y le dio instrucciones para que lo sacaran de allí y lo sepultaron al lado de los apóstoles. Los cristianos llevaron a cabo todo lo que el Santo pidió a Santa Lucía que se hiciese. San Sebastián murió martirizado por mandato de los emperadores citados anteriormente, y comenzaron a reinar hacia el año 187. SANTIAGO DE LA VORAGINE, op. Cit., pp. 112-115.

 

[52]JOAQUIN DE VILLALBA: Epidemiología española, o Historia cronológica de las pestes y contagios.2 tomos.  Madrid, 1803; Bernabeu Mestre, J: Enfermedad y población, Valencia, 1994; SAN MARTIN, H: Epidemiología. Madrid, 1986.

[53] En el Libro de Dotaciones de la parroquia del año 1670, se constata mejor que en ninguna otra parte, lo que fue el templo en lo referente al culto y privilegios:" Preeminencia sobre todas las parroquias y conventos de la ciudad, los que no pueden tocar a los oficios ni actos del culto general sin que primero toque Santa María, y lo mismo a las oraciones y sermón en los días de Cuaresma, Adviento y Pascuas, todo de tiempo inmemorial , por ser la primera y matriz. Es la primera iglesia que visitan los reyes y obispos  y donde se hacen las honras por los reyes y príncipes y tiene anejo el Arciprestazgo".       En otro libro de la parroquia se lee: "Títulos para que la cruz y la capa de la iglesia de Santa María presidan en las procesiones en los territorios de las otras iglesias y para que ninguna toque a vísperas, misas mayores y a la gloria del Sábado Santo hasta que no de el relox de la dicha iglesia mayor y toquen sus campanas, 11 de mayo de 1711". RAMOS RUBIO, J.A: Estudio Histórico-Artístico de la iglesia parroquial de Santa María la Mayor de Trujillo. Cáceres, 1990; RAMOS RUBIO, J. A: La iglesia de Santa María la Mayor de Trujillo. Editorial Lancia, León, 2001.

[54] En la Edad Media fueron muy frecuentes las pestes, que se interpretaban como castigo de Dios. Se acudía a los santos para obtener su protección y hasta se les asignaba la protección de alguna peste especial, como a San Gregorio, a quien se acudía como abogado contra la langosta. Entró muy joven en la Orden de San Benito, en el monasterio de San Cosme y San Damián de Roma. Ya desde su noviciado brilló por su ciencia y su virtud. Todos auguraban que llenaría de gran honor la Orden benedictina. Los rápidos progresos que hizo le merecieron el concepto de docto y de santo. Murió el abad de San Cosme y San Damián, y todos eligieron a Gregorio como su sucesor. En vano él se excusó, pero los monjes, convencidos de las cualidades de Gregorio, insistieron en la elección hasta conseguirlo. Desempeñó el cargo con tanto celo, prudencia y suavidad que pronto la disciplina monástica brilló, debido a sus sabias exhortaciones, a sus muchas virtudes y a sus edificantes ejemplos. Pronto cundió su fama por Roma. El Papa Juan XVIII le pidió una más estrecha colaboración, y lo nombró cardenal y obispo de Ostia, una diócesis de Roma, para la que designaba personas de mucha confianza y consejo. Le encomendó además el cuidado de la biblioteca apostólica, cargo que desempeñó con acierto y sabiduría. Cuando así brillaba en Roma San Gregorio, ocurrió en España una terrible plaga de langosta, que asoló totalmente las provincias de Navarra y la Rioja. Acudieron al Papa a pedirle socorro. Era tal su confianza en Gregorio que no dudó en enviarle a España para que aliviase la desesperada situación. Gregorio recorrió las zonas devastadas por la langosta, consolando y predicando. Organizó ayunos y rogativas públicas, exhortaba con palabras de fuego a la conversión para que Dios se apiadase de ellos. La plaga desapareció. Le acompañaba Santo Domingo de la Calzada. Los cinco años que habían durado sus grandes sacrificios e incesantes fatigas, debilitaron totalmente su salud. Cayó enfermo de gravedad y se retiró a Logroño. Recibió los últimos sacramentos y fijando los ojos en el cielo, fue a descansar en los brazos del Padre Celestial en el año 1048. Los escritos de la época nos dicen que los sagrados restos de Gregorio fueron trasladados prodigiosamente a Peñalba, en Navarra, donde los fieles seguían acudiendo para pedir al santo protección y auxilio, sobre todo en las plagas de langosta. Lo tenían por especial abogado contra este contagio.

[55] Libramiento, 6 diciembre de 1582: “ en este día se mandaron librar a Juanes de la Fuente, diez ducados para la  fechura de una imagen de San Gregorio que fizo para la sala del Ayuntamiento”. Archivo Municipal de Trujillo.

[56] “El 6 mayo de 1583 mandaron librar a Muriel Solano, pintor, 14 ducados porque pintó y duró la imagen de San Gregorio para la capilla del Ayuntamiento”. Libramiento. Archivo Municipal de Trujillo.

[57] Leg. 1-3-1- Archivo Municipal de Trujillo.

[58] La ermita se construye el año 1572, que es la primera referencia que encontramos en las actas del Concejo. El 18 abril de 1572, el Concejo mandó librar veinticuatro ducados para la obra de la ermita de San Juan, y el 27 junio de 1575, el propio Concejo entregaba diez mil maravedíes para tejar la iglesia, finalizando las obras el 27 junio de 1578. Cit. TENA FERNANDEZ, J:  Trujillo, histórico y monumental. Gráficas Alicante, 1967, p. 552.

[59] Libro Capitular del Concejo, 1709. Archivo Municipal de Trujillo.

[60] Protocolo del escribano Juan de Santiago Madrigal. Archivo de Protocolos de Trujillo, 1598.

[61] incluso en el año 1868, todavía existían restos de los muros de esta ermita, pues el 28 diciembre del año 1868 en una sesión municipal se da cuenta de una solicitud de Lucas Acedo, en representación de la Cofradía de ánimas, pretendiendo que se devuelvan los documentos en que se solicitaba la inscripción de la ermita y corral de San Juan a nombre de dicha Cofradía, había unido, así como se le franqueará certificación del acuerdo en que el ayuntamiento lo había resulto, y el ayuntamiento acordó según se solicita por este interesado. TENA FERNANDEZ, op. cit., p. 553.  En la actualidad, ya no quedan restos de la ermita.

[62] Tres censos que gravan a una tenería y tahona de Trujillo. El primero a favor de Alonso Galán y el segundo a los herederos de Juan Escobar y el tercero a la Cofradía de los Santos Mártires Hermógenes y Donato. 4 folios. Archivo Municipal de Trujillo, 2-1-339-1. año 1702.

 

[63] FLOREZ, E: La España Sagrada, tomo XIII, p. 120, Madrid, 1756.

[64] Tomo III, pág. 460.

[65] TENA FERNANDEZ, J, op. cit., p. 305.

[66] “Idus Decembris. In Spanis Civitate Emérita natalis Eulaliae, et in alio loco Ermogenis, Donatis et aliorum XXII”. TENA FERNANDEZ, J, op. Cit, p. 316.  Lo mismo testifica el Martiriologio Blumnao que expresa: “Hermógenis, Donati et aliorum XII”. Y, también el Richenoviense: “Et in alio loco Ermoginis, Donati, etc…”.

[67] Según consta en los Anales Toledanos I-II, datan entre 1219-1250. Nos interesan los Anales II, que llegan hasta 1250 y parecen estar redactados por un mudéjar. Los Anales Toledanos I y II fueron publicados por primera vez por Francisco de Berganza en Antigüedades de España en 1721; en 1767 el historiador y teólogo Enrique Flórez reunió los tres Anales en el tomo XXIII de la España Sagrada, publicada en 1747.

[68] Leg. 1-4-2. Archivo Municipal de Trujillo.

[69] “Que los caballeros del mes fagan prevenir la feista del Señor San Pablo para que se celebre en su iglesia que se ha reedificado desde este año en adelante y echen el sermón a quien le a de predicar”. Leg. 1-6-10. Archivo Municipal de Trujillo.

[70] Por Real Cédula de 1603 se crea el Tribunal de la Santa Cruzada, encargado de proceder en los litigios y causas surgidas por la administración y cobranza de las bulas. Formaban parte de este Tribunal: el comisario general de Cruzada, un subdelegado general, un tesorero y varios miembros de la Audiencia, un fiscal de lo civil, un oidor y el oficial real más antiguo, éste último con el cargo de contador. El Tribunal de la Santa Cruzada se extinguió por Ordenanza de Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, primer conde de Revillagigedo, el 29 de diciembre de 1752. Sin embargo José de Gálvez, visitador enviado por el rey, firmó instrucciones con fecha 12 de diciembre de 1767, en donde comunicó que el ramo de la Santa Cruzada sería administrado por cuenta de la Real Hacienda. La Ordenanza de lntendentes de 1786, dispuso que la administración del ramo de Bulas de la Santa Cruzada quedara bajo la Superintendencia Subdelegada de la Real Hacienda. MANSUTTI RODRIGUEZ, Alejandro: Catálogo del ramo Bulas de la Santa Cruzada. México, Archivo General de la Nación de México, 1979; La «Bula de la Santa Cruzada», Documentos para el Estudio de la Historia de la Iglesia,  Buenos Aires, 1999.

[71] RAMOS RUBIO, J. A: "Aportaciones históricas acerca de la Cofradía de la Vera Cruz de Trujillo". Revista La Piedad, 1995, pp. 23-25.

 

[72] Carta de pago de Pedro Gómez Suárez, Receptor de la Santa Cruzada en Trujillo a 15 de julio declarando haber satisfecho la Ciudad 20 ducados por Bula de Composición por los toros que se solían correr en ella. Folio 93. Año 1.532. Archivo Municipal de Trujillo, 1-3-78-1; Provisión Real en Madrid a 16 de abril refrendada de Diego Guerra de Noriega para que no se eximan de cargas los oficios de Cruzada y otros. 4 folios. Año 1692. Archivo Municipal de Trujillo, 1-6-226-30; Provisión Real en Madrid a 10 de octubre refrendada de Marcos de Prado y Velasco para que los familiares, y ministros de Cruzada no se les considere exentos de ir a las guerras. En Badajoz a 14 de febrero del 1647. Año 1645. Archivo Municipal de Trujillo, 1-6-225-26; De las bulas de la Santa Cruzada. Año 1845-50. Archivo Municipal de Trujillo, 6-3-872-17; Escrituras de compromiso del Ayuntamiento de Trujillo de pagar las bulas de cruzadas que se expresa al Administrador Tesorero del obispado de Plasencia. Impresos. Año 1856 y 57. Archivo Municipal de Trujillo, 2-7-561-7, 1864; Recibos pagados de bulas de cruzadas. Impreso. Año 1865 y 1868. Archivo Municipal de Trujillo 2-7-561-8.