Extremadura es una tierra que
ofrece abundantes paisajes de berrocales, algunos de extraordinario interés,
pues siempre han atraído al hombre, todavía más en tiempos prehistóricos,
cuando las extrañas formas de los berrocales de granito y de otras peñas eran
vistos con una perspectiva animista, que en algunos casos ha perdurado en el folklore
hasta nuestros días. De ahí su extraordinario interés.
Con el sugestivo título BERROCALES SAGRADOS
DE EXTREMADURA hemos publicado un libro en el que hemos incluido todas aquellas
peñas graníticas existentes en la tierra extremeña, auténticos altares
rupestres que son manifestaciones del arte rupestre que habitualmente suelen
pasar desapercibidas siendo, desde nuestro punto de vista, una de las más
emocionantes muestras del arte Prehistórico y Protohistórico; simplemente, nos
resulta sobrecogedor pensar que sobre esas piedras nuestros antepasados
realizaban sus rituales, ceremonias y sacrificios en sus intentos de
comunicarse con el más allá. Estimamos que la mayoría de estas peñas
sacras fueron utilizadas mayormente durante el Calcolítico y Bronce Final y que
es muy probable la existencia en los alrededores de la existencia de poblados
construidos durante esa época. Estamos, por tanto, ante obras
monumentales realizadas entre 3000 y 2000 años a.C. Recordemos que a este
periodo pertenecen gran parte de las pinturas esquemáticas que podemos
encontrar en territorio extremeño así como dólmenes, crómlechs y menhires. Tras
la romanización de la zona, estos altares cayeron en desuso. Hemos de tener en
cuenta que la mayoría de los altares rupestres corresponden a la Edad del
Hierro. Dichos altares, desconocidos para la mayoría de los investigadores y
del público en general, hasta estos momentos, son descritos como bolos de
pequeño y mediano tamaño que presentan cazoletas, grabados lineales, cubetas
talladas y canalillos de desagüe. Estaríamos, por tanto, ante altares donde se
realizarían sacrificios y cremaciones, habiendo encontrado la mayoría de ellos
en Valcorchero (Plasencia), el Pico de San Gregorio de Santa Cruz de la Sierra
y en Malpartida de Cáceres (Los Barruecos). Este libro es el resultado de
cuatro años de investigación y de un importante trabajo de campo que se venía
realizando años atrás. Es el resultado de
bastantes años de recoger información por nosotros, especializados en este
campo de nuestro patrimonio etno-arqueológico. Pero en todos los
casos, es un hecho el que la piedra, símbolo de lo imperecedero desde tiempos
remotos, se ha constituido como base para la práctica de los rituales
religiosos e incluso como objeto principal de veneración pues en ella se labran
altares, se graban o pintan elementos sagrados, se encuentran grutas y simas
donde se rinde culto a la Divinidad, se construyen templos, monumentos
megalíticos, etc.
Uno
de los tipos más frecuentes que hemos localizado e investigado han sido las
“peñas resbaladeras” que han quedado relegadas al considerarlas
relacionadas con juegos infantiles. Se analizan las referencias a estas peñas
en la historiografía, se ofrece su definición y sus características y un catálogo-inventario de los ejemplares hasta
ahora conocidos en Extremadura, con un análisis de su dispersión geográfica, sus nombres
populares y los escasos restos conservados del rito original, que confirman su
relación con ritos de fecundidad. Por ello las “peñas
resbaladeras” forman parte del corpus de peñas sacras
de la Península Ibérica y suponen una aportación para conocer ancestrales
tradiciones prehistóricas de origen animista.
Las “peñas
resbaladeras” se caracterizan por ofrecer la huella de repetidos deslizamientos realizados sobre su superficie
inclinada a lo largo de los siglos. Hasta ahora nunca han sido estudiadas en su conjunto, pues apenas habían
llamado la atención al considerarlas un lugar de juego de niños. Sin embargo,
su análisis complementa la visión sobre las “peñas sacras” de la antigua Hispania,
al margen del propio interés que ofrecen en sí mismas como confirman sus
paralelos en otras áreas de Europa Occidental.
Las “peñas resbaladeras” nos ofrecen una superficie lisa e inclinada,
generalmente entre los 25º y los 30º, aunque alguna alcanza casi los 50º. Es
esa superficie se observa una acanaladura, generalmente de entre 30 y 50 cm de
ancho, que es la huella del desgaste por roce producida al haberse resbalado
miles de veces por esa superficie. Esta acanaladura es el elemento que
caracteriza las “peñas resbaladeras”, pues permite identificar el rito
practicado en ellas, para el que se aprovecha la altura y la inclinación de la
pared, cuyo uso prolongado ha producido esa acanaladura. La longitud de la
“resbaladera” o zona desgastada al resbalarse varía notablemente de unos casos
a otros, pero siempre ofrece varios metros de recorrido, desde apenas 2 m, como
las de Garrovillas y Piornal en Cáceres, las de Almendralejo y Zafra en Badajoz
o la de Arrabalde en Zamora, hasta casos que superan los
Hasta la publicación de nuestro libro, las peñas sacras de Extremadura han carecido de
tradición historiográfica, pues apenas se han valorado a lo largo del siglo XX.
Sin embargo, en Extremadura también se constata una tradición de valorar como
monumentos celtas los dólmenes y ciertas piedras naturales de características
especiales, como las basculantes, interpretación que alcanzó su máximo
desarrollo en la arqueología tardo-romántica del siglo XIX avanzado. Estos
estudios se centraron, básicamente, como hemos indicado, en los altares y las
peñas caballeras o basculantes, que eran las que suscitaban mayor atención,
pero sin que los estudios asocien ambos tipos, cada uno de los cuales ofrece su
propia historiografía.
Son varios los tipos de peñas sacras que
hemos clasificado, estudiado y organizado tipológicamente en esta obra. También
podemos citar las peñas numínicas, “del tesoro”, oscilantes o bamboleantes,
astronómicas o solares, peñas fálicas o menhires. Se ha debatido
mucho sobre el significado del menhir, pues es complejo y es difícil de sintetizar,
ya que la mayoría de las funciones que se proponen serían compatibles en gran
medida. El menhir, como el betilo en las culturas orientales, puede
considerarse una peña sagrada de carácter onfálico, que representa el “centro
del mundo” y el punto de unión entre las tres zonas del cosmos, cielo, tierra e
infierno. Ese “centro” es sagrado, como también lo es el menhir por ser el
símbolo que lo representa. En el contexto cultural megalítico se considera que
era un elemento de culto y de agregación social y territorial, en ocasiones con
funciones delimitadoras del territorio, pero es más evidente su carácter
cultual, que debe considerase esencial, relacionado probablemente con el mundo
funerario, aspecto que se conservó hasta época histórica entre los germanos de
Escandinavia, pues elevaban estelas en forma de menhires en memoria de los
muertos[1]
y también algunas tradiciones míticas hacen referencia a este uso. Igualmente,
se han relacionado con posibles preocupaciones topoastronómicas y de carácter
celeste, pero, sobre todo y básicamente, el menhir es un símbolo relacionado
con cultos y ritos de fertilidad agraria y de la fecundidad humana, como
evidencia su forma fálica, que puede ser más o menos explícita, y que podemos
considerar la conjetura cimérica del carácter fálico de estos monumentos. Los
menhires, por su carácter sacro original, jamás han dejado de suscitar
veneración y de ser objeto de culto. Para su veneración ha perdurado
prácticamente hasta nuestros días, ya que las propiedades “sobrenaturales” del
menhir y su relación con la fertilidad quedaron enraizadas para siempre en el
imaginario popular, con características aún más marcadas que las de otras “peñas
sacras” de origen natural con funciones semejantes, aunque las evidencias del
culto originario se han debido adaptar a lo largo de más de cinco milenios, por
lo que pocos monumentos arqueológicos testimonian un proceso tan evidente de
“larga duración”.
Es frecuente que los santuarios rupestres y, en
general, los elementos de culto se encuentren situados en alturas, debido
seguramente a la creencia de que en estos lugares es donde más cerca se está de
la divinidad o donde ésta se manifiesta especialmente; aunque junto a la
anterior idea, y en cierto modo opuesta a ella, existe otra según la cual las
profundidades insondables de la tierra o el mar albergan otra serie de deidades
de los abismos. La localidad de Malpartida de Cáceres es rica en vestigios arqueológicos
diseminados por sus pintorescos parajes, que no dejan indiferentes a los
viajeros que recorren sus campos en busca de naturaleza y lugares repletos de
Historia. No pretendemos hacer aquí un estudio exhaustivo de los yacimientos
arqueológicos localizados en su término municipal. Que nadie espere encontrar
en estas líneas un recorrido por el impresionante yacimiento de Los Barruecos
ni por aquellos otros lugares que ya han sido objeto de análisis por otros
investigadores. Hemos prestado gran atención a los restos arqueológicos
inéditos que hemos tenido ocasión de visitar y estudiar haciendo un recorrido
por el norte de la localidad, en la zona de La Zafrilla de los
Estantes y alrededores, en el triángulo formado entre la estación de
Arroyo-Malpartida, Los Arenales y la propia localidad de Malpartida de Cáceres.
En un área de unos 5 km, hemos podido documentar numerosos e interesantes
vestigios del pasado. Se trata de un paisaje típico de la penillanura con suaves ondulaciones,
dominado por amplias zonas de pastizal temprano y fino con un bosque residual
de encinas y alcornoques a intervalos irregulares. Los omnipresentes bolos
de granito rompen aquí y allá la monotonía de la llanura, configurando a veces
sugerentes y caprichosas formas que la acción de los agentes meteorológicos han
ido tallando con el paso del tiempo.
Nos situamos en un cruce importante de caminos que comunica
Cáceres, Arroyo de la Luz y Malpartida, por donde discurren las rutas que de
Norte-Sur y Este-Oeste atraviesan la región. En
su entorno, surcado por varios arroyos y la existencia de numerosos pozos que
aseguran el acceso al agua incluso en las épocas más secas, proliferan los
asentamientos humanos desde fechas muy tempranas. Sus vestigios pueden verse
hoy día dispersos por una amplia zona, algunos de los cuales detallamos a
continuación. En el Polígono Industrial destacamos “Cuatro hermanas”, donde
cuatro grandes bolos nos trasladan a un culto sacrifical de la Edad del Hierro.
Una gran roca ceremonial alcanza los 5 m de altura por 10 de ancho, presenta
formas redondeadas y amesetada en la parte superior, donde se aprecia una gran
pila con desagüe de grandes dimensiones (220 x 94 x 50 cm) y al lado una cubeta
cuadrada de 20 x 20 cm. Se accede a la parte superior por una escalinata de 14
peldaños tallados en la roca, algunos de ellos apenas insinuados o desgastados
por la erosión, a intervalos de 40 o 50 cm de distancia. Con una orientación
Norte-Sur, tiene en la cara noreste cuatro concavidades casi circulares con un
diámetro aproximado de 15 cm. El bolo está repleto de petroglifos y cazoletas,
así como profundos surcos paralelos cuyo significado no acertamos a comprender.
La disposición de la pila con sus canales y
desagüe hace pensar en una especie de recipiente en la parte inferior para recoger la sangre de las
víctimas, hipótesis que no consideramos descabellada, si tenemos en cuenta las
referencias clásicas de Estrabón o Silio Itálico que mencionan sacrificios como
práctica corriente entre los pueblos del noroeste y la Lusitania.
No muy lejos de aquí se han
documentado otros altares de sacrificio de similares características, como el
de Los Barruecos o el de La Zafrilla, que seguidamente veremos. No es frecuente
la aparición de varios de estos espacios sagrados en un espacio tan reducido.
Su proliferación en Malpartida de Cáceres tiene que venir motivada
necesariamente por razones relacionadas con la pervivencia del hábitat a lo
largo de las sucesivas etapas protohistóricas.
Siguiendo al profesor Almagro-Gorbea, el culto a las peñas se documenta
ya desde el Campaniforme en Peñatú y en Fraga da Pena, en el Bronce Final en
Axtroki y en la Edad del Hierro en Ulaca y Peñalba de Villastar, siempre
asociado al culto solar[2]. Estas manifestaciones
religiosas las relaciona Almagro con un sustrato muy arcaico “protocéltico” que
coinciden con otros rituales como los depósitos de armas en cuevas y peñas que
aparecen ya desde los primeros momentos
del Bronce Atlántico y continúan hasta el Bronce Final con la costumbre de
arrojar armas a las aguas. El ritual
del sacrificio debió de ser muy similar en los pueblos de la Hispania Céltica.
El sacrificio se efectuaba en la parte superior del santuario y las piletas
estaban destinadas a contener la sangre de las víctimas y a la cremación de las
entrañas de las mismas. La coincidencia de la orientación del altar con la
cumbre alta podría no ser casual y estar intencionadamente buscada en
asociación con algún fenómeno celeste. En este sentido podemos citar la peña
solar que existe en Los Barruecos. El
cielo ha sido para el hombre, desde los tiempos más antiguos de la humanidad,
un elemento de referencia, visible de día y de noche. Los cambios repetidos del
sol, de la luna y de las estrellas dan una percepción objetiva y reiterada del
paso del tiempo, que sirve para
regular la actividad personal y de la
sociedad, que siguen ese orden cósmico. Toda sociedad necesita conocer esos
ciclos para actuar de forma coordinada. Estos conocimientos, basados en
múltiples observaciones repetidas a lo largo del tiempo, se pueden considerar
como el primer avance hacia el saber racional, pues implican memoria selectiva,
capacidad de cálculo y una transmisión de estos conocimientos, pero también la
perennidad de los ciclos celestes ha debido sugerir los primeros mitos y
reflexiones religiosas para explicarlos. Por todo ello, la observación del
cielo es esencial en cualquier cultura. Este contexto explica la función de
algunas peñas sacras estrechamente relacionadas con los conocimientos
astronómicos.
Estos últimos años se ha acrecentado de forma
notable el interés por la Arqueoastronomía y cada día son más abundantes los
estudios dedicados a este campo en la Prehistoria y en la Antigüedad, pues,
hasta entrado este siglo XXI, se echaban en falta estos aspectos de la cultura
céltica en las grandes obras de síntesis. Peñas solareso con orientación
astronómica son escasas en Extremadura, pues no se conservan leyendas
referentes a peñas con estas características, ni tampoco se han realizado
análisis topoastronómicos. Sin embargo, el topónimo Peña del Sol es bien
conocido en diversos lugares de España, como también en Francia existen pierres
solaires o pierres du soly en Alemania Sonnensteine, que en
el siglo XIX se relacionaron con supersticiones de tipo cósmico.En Extremadura
hasta el momento apenas se han identificado con cierta seguridad tres o cuatro
casos, a falta de los necesarios análisis topo-astronómicos, pero parece
lógico, pues es muy posible, que existan otros casos aún desconocidos. Al margen de casos más dudosos que no se han
analizado, todas las peñas conocidas en la actualidad se sitúan en la provincia
de Cáceres, con una clara concentración en el municipio de Malpartida, donde
destacan diversas peñas sacras con características astronómicas en el paraje de
Los Barruecos. En este lugar, varias peñas ofrecen características que debieron
ser utilizadas para calcular en tiempo, como la Peña del Caracol y la Peña
de la Horca, situadas, además, en un lugar que se ha denominado
“Observatorio Astronómico” por ofrecer características de ser un santuario con
orientación astronómica. A ellas se puede añadir la
Peña Horcada, en la finca del mismo nombre en el término
municipal de Cáceres, a unos 5 km al este de las anteriores. El impresionante
conjunto de Los Barruecos constituye un paraje
muy sugestivo y de gran belleza, que fue declarado Monumento Natural por la Junta de Extremadura en 1996[3].
Como indica su nombre, es un paisaje de grandes rocas graníticas que forman
parte de un batolito granítico que destaca en la penillanura cacereña de rocas
pizarrosas, por lo que, probablemente, pudo ser todo él un ámbito sagrado, más
que un santuario, dada la acumulación de peñas sacras y de numerosos abrigos
con pinturas rupestres[4],
además del ambiente sugestivo e impactante que crean las peñas que lo
conforman. Las excavaciones han documentado un yacimiento fortificado usado
desde el Neolítico Antiguo, datado por una fecha de C-14 en el 6060±50 BP =
5210-4800BC Cal 2σ[5], aunque
su uso proseguiría hasta el Campaniforme, según indican los materiales
arqueológicos hallados. Por lo tanto, el conjunto ritual de Los Barruecos
debería fecharse a partir del 5000 a.C., aunque los grabados y pinturas se
suelen situar en el Calcolítico e incluso en la Edad del Bronce, es decir, a
partir del III milenio a.C., fechas muy antiguas que son de gran interés para
datar los cultos y ritos asociados a las peñas sacras.
El monumento principal y más
popular lo forman un conjunto de peñas de
características muy peculiares conocido como en Los
Barruecos “de abajo”, situado al suroeste del paraje de Los
Barruecos. Algunas de las peñas que lo forman debieron ser utilizadas para
calcular en tiempo, como la Peña del Caracol y la Peña de la Horca,
además de otra peña que se ha denominado “Observatorio Astronómico”, mientras
que otras, por su forma, parecen ser pareidolias, como la citada Peña del
Caracol y la Peña de la Seta, a las que se añade la peña de forma
umbilical que recuerda un pecho de mujer. Este conjunto de peñas queda situado
al este de una gran lancha plana, que mide más de 15 m de largo por 14 m de
ancho y que se eleva desde 1 m hasta los 5 m de altura, a la que se accede por
cuatro escalones. Esta gran lancha con escaleras acentúa el carácter
ritual del conjunto, que parece constituir un verdadero santuario, pues las
escaleras deben considerarse un elemento simbólico, quizás posterior, ya que el
acceso a no ofrece dificultad. Esta gran lancha plana se ha interpretado como
un gran escenario para desarrollar actividades rituales integrado en el área
sagrada del santuario principal de Los Barruecos y adaptado a la peculiar
topografía del terreno. La peña de más interés de este santuario, conocida
como “Observatorio Astronómico”, fue descubierta el año 2012 por Juan
Rosco Madruga. Esta Peña Madruga es un gran bolo de granito vaciado por taffoni erosivos en su interior que
forman una cavidad con una perforación que permite ver el cielo. Este hecho ha
debido siempre llamar la atención, pues ofrece varios
paneles de grabados, entre los que destaca el panel principal con una superficie inclinada en la que se han labrado nueve
figuras, entre ellas cuatro antropomorfos (hombre, una mujer embarazada y un
niño)[6], asociadas a cazoletas, cuyas formas recuerdan la
serie de barras grabadas descubiertas en San Juan el Alto, en Santa Cruz de la
Sierra. La Peña Madruga permite
observarcómo la luz del sol penetra en la cavidad a través de una perforación
producida por la erosión en su lado meridional. Los rayos solares penetran a
largo del año con diferentes ángulos según las fechas y al mediodía dan sobre
el panel con los cuatro grabados antropomorfos citados, uno de ellos faliforme[7],
pero tan sólo en los días equinocciales, que marcan el inicio de la primavera y
del otoño (el 21 de marzo y el 22 de septiembre), la luz del sol ilumina
totalmente los grabados antropomorfos, que se suponen de fecha calcolítica, por
lo que se datarían en el IV o III milenio a.C. Frente a esta peña se sitúa la Peña
del Caracol, que por su parte posterior ofrece una serie vertical de
pequeñas oquedades erosivas[8].
Algo más apartada queda la
Peña de la Horca, igualmente situada en el centro de Los
Barruecos. La Peña de la Horca es un berrocal con un gran taffoni, que en su techo presenta un
doble agujero circular que permite desde el suelo ver el firmamento con
orientación sureste-noroeste, lo que pudo servir para observar el paso de las
estrellas y precisar las estaciones desde una pequeña protuberancia existente
a escasos 60 cm. del suelo, que ofrece un conjunto de cazoletas que se ha
supuesto que pudiera ser una representación estelar.
Las peñas de Los
Barruecos forman parte de un complejo santuario rupestre que por sus
características físicas recuerda los santuarios rupestres graníticos de la zona
de Salamanca y Zamora, cuyo origen, a juzgar por Los Barruecos, pudiera
remontar al Neolítico o Calcolítico, lo que los aproxima al posible santuario
neolítico con estelas de Orca da Lapa de Lobos, en Nelas, al sureste de Viseu.
Sin embargo, por su carácter solar, también recuerda algunos santuarios
tracios, tanto por los elementos formales que lo integran como por la
complejidad de los ritos que suponen. La Peña Madruga pudo servir para
determinar con precisión los equinoccios y, en consecuencia, las festividades
rituales de inicio de la primavera y del otoño de la población calcolítica de
esa zona. El equinoccio de primavera se asocia a ritos de iniciación y
probablemente de matrimonio, mientras que el equinoccio de otoño se relaciona
con los ritos del final del ciclo ganadero a fines de septiembre, fecha
esencial del calendario ganadero que se cristianizó en la festividad del
arcángel San Miguel. Esas celebraciones
rituales quizás se llevaran a cabo en la mencionada lancha con escaleras de
acceso situada en su proximidad, apta para bailes y cantos rituales asociados a
presumibles ritos de iniciación.
Junto a la Peña Madruga de carácter solar está la Peña
de la Seta. Esta proximidad debía tener sus mitos explicativos, como es
habitual en el imaginario popular de todos los tiempos y lugares, aunque esas
leyendas se hayan perdido en Los Barruecos. La Peña de la Seta es
una pareidolia, cuya asociación a la peña calendárica anterior hace suponer
ritos de iniciación relacionados con el consumo de la Amanita muscaria como
estupefaciente, como se ha constatado en los santuarios tracios, en los que
peñas en forma de seta se han relacionado con ritos de éxtasis facilitados por
este alucinógeno, ritos asociados a creencias en una Diosa Madre y su paredro,
como testimonian los autores clásicos[9].
Esta explicación mítica podría relacionarse con la peña que recuerda un
pecho de mujer situada junto a la Peña de la Seta. La forma fálica de la
Peña de la Seta y la penetración de los rayos solares en la covacha del
interior de la Peña Madruga hacen pensar en un mito de hierogamia, que
confirmarían los grabados principales de la Peña Madruga, que han sido
interpretados como un hombre, una mujer embarazada y un niño, situados, precisamente, en la zona que iluminan los
rayos del sol en los equinoccios. Esta interpretación, ciertamente hipotética,
recuerda algunos santuarios tracios, donde los participantes en el rito, en
especial los iniciados, podían observar la penetración del rayo solar en
una oquedad de la roca, concebida como útero, como una metáfora cosmogónica de
la relación hierogámica de la gran Diosa Madre con su hijo y paredro, el
Dios-Sol, un mito explicativo de la fecundación
de la Diosa Tierra por el Dios Sol. A este respecto, podemos recordar que Paul Sébillot recogió en Francia a inicios
del siglo XX la creencia de que el Sol y la Luna eran esposos y las estrellas
sus hijos, aunque se consideraba al Sol como Dios y a la Luna como un genio o
demonio[10]. Ecos de una hierogamia
semejante se ha conservado en la Virgen de Eirita, en Tierra de Bergantiños,
Galicia, pues en su territorio se localizaría el nacimiento del Sol y de la Luna,
dentro de un posible mito uránico de hierogamia divina. La mitología gaélica también ofrece un buen
paralelo, como es la hierogamia de la Diosa
madre de la tierra, Ériu, diosa epónima de Irlanda, con Mac Gréinne,
“Hijo del Sol” y nieto de Dagda, de cuya descendencia procederían los
gaélicos irlandeses, dato de gran interés para confirmar la existencia de estas
hierogamias en la mitología celta de Occidente. Estas interpretaciones son
siempre difíciles ante la falta de testimonios históricos o epigráficos
precisos, pero plantean la necesidad de estudiar estas peñas y de precisar su
contexto cronológico y cultural, que tienen sorprendentes analogías con los
santuarios de la lejana Tracia[11].
No lejos del paraje de Los Barruecos está situada la Peña Horcada, en una finca del mismo
nombre del término municipal de Cáceres. La Peña Horcada se halla a unos
5 km al este de Los Barruecos y es otro ejemplo de una peña utilizada para
calcular en tiempo. Es una masa granítica que acaba en una especie de cuello que
se eleva sobre el conjunto y que termina en una V, con una altura total de unos
4 m por 3 m de diámetro máximo. Está orientada de sureste a noroeste y la V de
su parte superior, que se nos muestra en forma
de “horca", de lo que viene su nombre, marca el solsticio de
invierno, cuando, al pasar el sol con sus rayos, éstos se dirigen hacia un altar de
sacrificios que se encuentra justo en frente, a escasos 20 m.
Además de las peñas astronómicas de la
zona de Malpartida de Cáceres, en Extremadura existen otras peñas de función
semejante, hoy desconocidas por haberse perdido las leyendas o mitos que
permiten identificarlas. Un ejemplo, a juzgar por el topónimo, debe ser el Cancho
del Reloj de Solana de Cabañas, un impresionante macizo cuarcítico de
la Sierra del Castillejo, en las Villuercas, cuya denominación se explica por ser
el primer pico rocoso que se ilumina con los primeros rayos del sol, marcando
el inicio del nuevo día a los habitantes de Solana[12],
hecho al que se añade que en su base existen abrigos con pinturas esquemáticas
del Calcolítico, lo que confirmaría que es una peña numínica relacionada con
cultos solares.
En el marco de este mismo paisaje, a
escasos 200 metros damos a conocer una peña sacra inédita que hemos bautizado
como "La Peña del Culo" por su parecido a esa zona anatómica de
nuestro cuerpo. Se trata de un gran bolo granítico que se alza a una altura de
6,2 m con 21 m de dimensión, al que se accede mediante unas entalladuras. En la parte
superior, de superficie algo sinuosa, se aprecia una cavidad natural de forma
ovalada junto al borde O de la peña, con 62 cm x 35 cm de dimensión y 8 cm de
profundidad, en la que se abrió artificialmente un amplio canal de desagüe, con
80 cm de largo, y 6 de profundidad, orientado hacia el O, admitiendo claramente
el uso ritual de esta estructura rupestre.
A unos 3 km de Cuatro Hermanas por el camino que
lleva al Casar de Cáceres, en la Dehesa de los Estantes, proliferan los
vestigios de la presencia humana en aquellas tierras. Constituye el lugar a un
complejo arqueológico formado por lagaretos, peñas con cazoletas y tumbas antropomorfas,
así como un nuevo altar rupestre situado sobre una roca aislada. El
lugar es bastante húmedo y en las cercanías se pueden ver todavía norias, construidas aprovechando las fuentes y
manantíos naturales que brotan en superficie. En sus proximidades hemos
localizado en superficie tégulas y
sillares romanos, cerámica común correspondientes a grandes dolias destinadas al
almacenamiento de productos diversos y otras cerámicas con paredes más finas
perteneciente a recipientes del ajuar cotidiano. Restos todos ellos que completan una secuencia de ocupación difícil
de valorar. El espacio ritual de La Zafrilla se localiza en una pequeña
elevación del terreno, dominando una amplia zona salpicada aquí y allá por
otros bolos de granito. Uno de estos bolos fue utilizado como altar de
sacrificios. Tiene forma trapezoidal, más ancho en la parte superior y estrecho
en la inferior. Con una orientación Este-Oeste, mide 242 cm de alto por 140cm
de ancho y tiene un perímetro de 10 m. El ara se ubica en la parte superior y
consta de una superficie cóncava de unos 41 x 29 cm. Se accede a éla través de una escalinata formada por cuatro
peldaños irregulares y de dimensiones variables que oscilan entre 28 y 51 cm de
ancho. Al comienzo de la escalinata se ha grabado una cruz y al lado de los
primeros peldaños se aprecia un vaciado rectangular de 28 por 24 cm. Muy
próximo al altar encontramos un afloramiento granítico también con una
orientación Este-Oeste. El bloque se ha ido desgastando por efecto de la
erosión y se ha partido, desprendiéndose de él varios fragmentos que se
encuentran en la actualidad soterrados al lado del bloque principal. Esta roca
en tiene una altura de 180 cm y una anchura total de 130 cm. Presenta una
escalinata de cuatro peldaños tallados en la roca muy irregulares con medidas que oscilan entre 28 y 60 cm de anchura. En
las proximidades se encuentran otras peñas con unas formas características que
posiblemente tuvieron relación con algún tipo de ritual sagrado. Concretamente,
una gran roca volteada por efectos atmosféricos de 1 m de alto por 2,55 cm de
ancho; y dos lagaretos, el más cercano está muy próximo a la peña y mide 84 x
62 cm y el más alejado se encuentra a una distancia de unos 20 m y tiene unas
dimensiones de 90 x 60 cm. A finales del
siglo XIX aparecieron dos exvotos de bronce en forma de cabritas dedicadas a la
diosa Ataecina[13]
que al parecer pueden proceder de este complejo arqueológico; se podría poner
en relación los citados exvotos de la diosa celta[14]
con nuestro altar de sacrificio y, por tanto, sería Ataecina la divinidad
invocada en dicho santuario. Esta divinidad prerromana mantuvo su culto profundamente arraigado en época romana
y, a tenor de la presencia de los exvotos fechados entre los siglos I y II de
nuestra Era, el santuario siguió manteniendo su vigencia al menos durante el
Alto Imperio, cuando aparece asimilada ya a la romana Proserpina. La cruz que
presenta en el arranque de la escalinata delata la cristianización posterior de
este lugar de culto pagano. Los sacrificios de cabras a Ataecina,
unido a la ablución purificadora con el agua de la fuente milagrosa, eran un
rito en el que el animal se convertía en victima expiatoria del mal del
oferente. Los exvotos broncíneos de cabras se convertirían en ofrendas
permanentes ante la divinidad por parte de quien las realizaba. En este
contexto debemos mencionar la existencia en la zona de un manantial de aguas
mineromedicinales que seguramente habría que poner también en relación con el
culto a Ataecina.
Dispersas en
las cercanías del complejo ritual de La Zafrilla se encuentran un
pequeño grupo de tumbas excavadas en la roca aprovechando las afloraciones
graníticas que abundan en la zona. Hemos documentado un total de ocho
enterramientos con una variada tipología. Tres de ellos tienen una forma
rectangular simple que pueden llevar curvatura en los y la cabecera; tres más
presentan forma ovoide; y dos con estructura antropomorfa. Las medidas oscilan entre los 218 cm de la tumba
con mayor longitud y los 172 cm la de menor; la anchura de la cabecera suele
estar en torno a los 55 cm y el ancho de
los pies 30 cm. Casi todas están en un lamentable
estado de conservación, aunque las tres tumbas con forma ovoide están menos
deterioradas. Todas ellas han sido vaciadas y carecen de la típica tapadera que
las cubría. No parecen formar necrópolis, pues se encuentran dispersas, aunque
en un área no muy extensa, en los alrededores del santuario rupestre. Siguiendo
el camino de El Casar de Cáceres, a unos 4 km de distancia del complejo ritual
de La Zafrilla (en las coordenadas 6º 27' 57.8" Long.W–39º 29'
23.67" Lat. N), llegamos al sitio conocido como “La
Marrada del Muro”; un paraje muy similar al descrito anteriormente, aunque
quizás algo más sinuoso. Allí, en una abrupta zona de enormes lanchares
graníticos planos que deben provocar una considerable escorrentía pluvial, sin
formar necrópolis, hemos localizado un total de 8 tumbas excavadas en la roca.
Los alrededores están plagados de restos de la acción antrópica.
Al Este restos de un pequeño chozo de horma y una zahúrda, con cochineras
perfectamente levantadas y cubiertas por aproximación de hiladas. Se trata de
una zona eminentemente agropecuaria con abundante agua que aún conserva un antiguo
manantial cubierto de zarzas, situado a unos 100 m de la zahúrda. Tres de las tumbas
tienen forma trapezoidal, con la cabecera más ancha que los pies. Como en La
Zafrilla, predominan las que tienen cabeceras y pie curvos, pero no faltan las
simples cajas rectangulares y algunas con forma antropomorfa. Las medidas
oscilan entre 179 y 167 cm de longitud, 57 cm y 49 cm de anchura. Hemos observado que la excavación de los “sepulcros” en lanchares y bolos
graníticos no viene determinada por la disponibilidad del espacio rocoso útil.
Hay grandes lanchares que podrían acoger un número considerable de ellos, pero
que solamente contienen una tumba aislada; existen también bolos aislados que
se han aprovechado para tallar el sarcófago que permanece exento y elevado
sobre el terreno circundante; y otros, en fin, excavados directamente en el
suelo rocoso. En la zona conocida como “Los Arenales”, a unos 9 km de Cáceres y a unos 4
km del anterior conjunto funerario, hemos localizado una auténtica necrópolis
con un total de 11 tumbas, siguiendo las coordenadas: 6º 26' 13.25" O /
39º 27' 53.52" N. El paraje está situado al sur del
antiguo y transitado camino que conducía a Arroyo de la Luz. La orientación de
los sepulcros excavados en los lanchares y bolos graníticos de la zona está
condicionada por la propia características de los afloramientos,
distribuyéndose anárquicamente. Tipológicamente presentan gran variedad. La orientación
predominante es O–E con la cabecera al Oeste y los pies al Este, mirando por
tanto, hacia Tierra Santa, como ocurre en la mayoría de los casos de las tumbas
excavadas en la roca de cronología altomedieval. Este hecho nos estaría
indicando el carácter cristiano de los individuos que se enterraron en estas
tumbas, y con ello, la cronología aproximada de las mismas. Otro tipo de
orientación, que también se advierte en otras tumbas, podría estar en íntima
relación con la natural disposición de los afloramientos rocosos localizados en
las cercanías de la iglesia y/o el poblado correspondiente; de tal manera que,
en determinados casos, las fosas deben adaptarse a esa topografía natural, sin
olvidar tampoco otro aspecto esencial como puede ser la propia dureza de la
roca. Todas las tumbas pertenecen a individuos adultos. Lo cierto es que a pesar de la disparidad de
lugares, la variedad de formas y las diferentes orientaciones, cuando uno se
acerca por primera vez a estos enterramientos, le envuelve la sensación de
haber estado allí antes; como si hubiera una misteriosa conexión que atrapa al
visitante y le transporta a parajes ya conocidos. Cabe preguntarse, y no son
pocos quienes lo han hecho, si es prudente considerar uno y el mismo fenómeno
algo que se presenta en tan variadas manifestaciones[15].
Estamos ante uno de los ejemplos de transformación de una antigua estructura
romana en un centro de culto, un cambio que reflejaría además las alteraciones
en el sistema social y en la articulación del estatus. Estas tumbas excavadas
en la roca deben conectarse con en el proceso de invasión musulmana y el asentamiento
de la población mozárabe en zonas rurales dispersas[16].
La mayoría de las necrópolis con tumbas excavadas en la roca ofrecen una
cronología centrada, básicamente entre la segunda mitad del siglo VIII hasta el
XI, centurias en las que podrían encajar nuestras tres áreas de tumbas. En
ningún caso queda argumentada la cronología prerromana propuesta por algunos
autores que han estudiado este tipo de tumbas en otras regiones y que deben
situarse en época altomedieval[17]. La ocupación visigoda de las
tierras cacereñas y las luchas familiares entre Leovigildo y su hijo
Hermenegildo, traerían consigo el declive de Norba como colonia romana, que después, con la invasión de los
árabes, recobraría cierta importancia estratégica.
Desde los primeros
momentos de la dominación musulmana en el 713 toda la zona quedó bajo el
dominio de los nuevos invasores tal y como citan las fuentes[18]. La comarca se caracterizaba, en cualquier
caso, por su aislamiento, un marcado carácter rural y una profunda
berberización. Sin embargo, no debemos olvidar que, además de estos nuevos
pobladores, la zona contaba con los habitantes autóctonos herederos de aquellos
hispano–visigodos que residían en Cáceres[19]. Los
mozárabes tenían en la sociedad árabe cacereña el estatus legal de dimmíes—que compartían con los judíos—,
como "no creyentes" en el Islam. A efectos prácticos su cultura,
organización política y práctica religiosa eran toleradas y contaban con cierta
cobertura legal. Sin embargo, se veían obligados a tributar –impuestos de los
que los musulmanes estaban eximidos– además de contar con otro tipo de
restricciones, pues, aunque no se destruían las iglesias ya edificadas, no se
permitía construir otras ni arreglar las ya existentes. A medida que la cultura
islámico-oriental arraigó en los territorios peninsulares dominados por los
musulmanes, los mozárabes se fueron arabizando y muchos de ellos, por diversos
motivos, se convirtieron al Islam. Los motivos eran tanto religiosos como
fiscales, dejando de ser mozárabes y pasando a ser designados muladíes. La
legislación islámica protegía a los grupos "ajenos", pero favorecía
su integración en el Islam con medidas de orden muy diverso.
No todos los grupos de
mozárabes eran pacíficos, los más intransigentes promovieron revueltas
militares contra los invasores musulmanes y en su mayoría emigraron a zonas
rurales cercanas a Cáceres fundamentalmente. Hasta el siglo XIII la comunidad
mozárabe vivió un periodo de intranquilidad que se vio acrecentada con la
llegada de los Almorávides primero y de los Almohades después, la tolerancia
fue disminuyendo y acabaron por ser masacrados, esclavizados y expulsados por
estos últimos. La actividad mozárabe en sus contactos con los reinos
cristianos, y más aún con su definitiva deportación, contribuyó a la difusión
de los conocimientos científicos y artísticos orientales por los territorios. Como hipótesis, puede plantearse que estos lugares
sufrieron una remodelación en época tardoantigua, transformada en una zona de
hábitat con construcciones de materiales perecederos o en espacios funerarios.
Los siglos VIII al XI marcaron posiblemente el apogeo de esta forma de
enterramiento con la instalación de una comunidad de mozárabes en ambas zonas,
pudiendo afirmar que el momento de finalización del uso de estas necrópolis
debe situarse en la consolidación del poblamiento aldeano y de la parroquia
como centro de culto y eje de la articulación rural[20].No cabe duda de que la orientación O–E
predominante en las tumbas sugiere, una adscripción cultural concreta, ya que estaríamos
hablando de cristianos. La investigación sobre las necrópolis
de tumbas excavadas en la roca se ha preocupado muy poco de profundizar en las
relaciones que éstas tenían con la organización del territorio y del
poblamiento. Mientras que en Los Arenales las inhumaciones aparecen en grupos
concentrados, en La Marrada del Muro y La Zafrilla, por el contrario, se extienden por un terreno amplio tal y como
ya hemos señalado. Esta distribución de sepulturas aisladas sería un vestigio
de necrópolis más extensas, lo que nos ha llevado a identificarlos como
yacimientos diferenciados, pero podría tratarse de una misma área extensa de
inhumación, dada la cercanía entre ambos conjuntos. Además, podría darse el
caso de que un mismo poblado tuviera en torno a sí al menos tres focos de
inhumaciones. Otra circunstancia a tener
en cuenta es la cercanía de estas necrópolis a determinadas vías locales,
conservadas en forma de carreteras o de caminos que unen a determinadas aldeas.
La Zafrilla y la Marrada del Muro–como ya hemos indicado- se encuentra en el
antiguo camino de Arroyo de la Luz a Cáceres, y en la bifurcación del camino de
Malpartida al Casar de Cáceres, y al Sur del camino está el yacimiento
funerario de Los Arenales. E igualmente es interesante comprobar el
emplazamiento de las tumbas en relación con los cursos de agua, en especial con
determinados arroyos tales como Los Arenales que es tributario del Tallón y
éste del Casillas, afluente del Salor. Podemos interpretar que algunas de las
primeras comunidades cristianas quedaron aisladas y dispersas por la zona, en
tiempos de plena dominación musulmana y así permanecieron durante algún tiempo,
al menos hasta la reconquista de Cáceres en el año 1229[21].
[1] Déchelette, 1908, 438 s.
[2] M. ALMAGRO GORBEA,
«Nuevas fechas para la Prehistoria y la Arqueología de la Península Ibérica», Trabajos de Prehistoria 33, 1976, pp.
307-317.
[3] D.O.E., Decreto 29/1996, de 19 de
febrero, sobre declaración del monumento natural «Los Barruecos».
[4] González
Cordero, A. (1999),
"Datos para la contextualización del Arte Rupestre Esquemático en la Alta
Extremadura", Zephyrus 52, 191-220; Sauceda Pizarro, M. I. (2001), Pinturas y grabados rupestres esquemáticos del monumento natural de Los
Barruecos. Malpartida de Cáceres, [Memorias
del Museo de Cáceres 2], Mérida.
Sauceda Pizarro, M. I. (2001), Pinturas y grabados rupestres
esquemáticos del Monumento Natural de Los Barruecos. Malpartida de Cáceres
[Memorias del Museo Arqueológico de Cáceres 2],Mérida.
Sauceda, M. I. (1992), “La secuencia cultural de ‘Los
Barruecos’. Malpartida de Cáceres (Cáceres)”,I Jornadas
de Prehistoria y Arqueología en Extremadura (1986-1990) [Extremadura
Arqueológica II],
27-44.
[5]
Cerrillo
Cuenca, E. (2006), Los Barruecos:
primeros resultados sobre el poblamiento neolítico de la cuenca extremeña del
Tajo, Mérida.
[6][6]
Alvarado, M. de y González Cordero, A. (1979), “Pinturas esquemáticas en Malpartida de Cáceres”, Alcántara 195, 16-22; González Cordero, A. y Alvarado Gonzalo, M. de (1991), “Pinturas y grabados rupestres de la provincia de Cáceres. Estado de la investigación”, Extremadura Arqueológica 2, 139-156.
[7]
Sauceda Pizarro 2001, 95 s. y 172, nº G2.
[8] “Observatorio solar y altar en los
Barruecos”. Cáceres al Detalle, marzo 21, 2019 (http://caceresaldetalle.blogspot.com/2019/03/observatorio-solar-y-altar-en-los.html; consultado 2020.5.1)
[9] Kiotsekoglou, S. D. (2015), “Thracian
Megalithic Sanctuaries from the Prefecture of Evros Greece”, D. Spasova, ed., Megalithic
Culture in Ancient Thraciae,Blagoevgrad,
39-55.
Kiotsekoglou, S. D. y Pagkalis, S. P.
(2015), “Stone mushrooms of Thracian megalithic sanctuaries in the Aegean
Thrace: an archaeological and geological approach”,Proceedings of
the First International Symposium Ancient Cultures in South East Europe and the
Eastern Mediterranean. Megalithic Monuments and Cult Practices.
Blagoevgrad-2012, Blagoevgrad, 232-254.
[10] Sébillot, P. (1882), Les Littératures populaires de toutes les
nations. Traditions et superstitions de la Haute-Bretagne, Maisonneuve ;
Sébillot, P. (1901), “451. Le
moine qui marchait sur l’eau”, Revue des traditions populaires16, 91-92.
[11] Ivanova, S. (2008), “Early human presence and
rock–cut structures in
the Eastern Rhodopes”, R. I. Kostov, B. Gaydarska, M.
Gurova, eds., Geoarchaeology and Archaeomineralgy.Proceedings of
the International Conference,
Sofia-2008, Sofia, 185-192.
[12]https://ciudad-dormida.blogspot.com/2011/12/cancho-del-reloj-solana-extremadura.html;
consultado 2020.7.20.
[13]La primera las cabritas se
encuentra en el Museo Arqueológico Nacional y fue dada a conocer por
F. FITA, “Inscripciones romanas inéditas de Cáceres, Brandomil, Naranco y
Lérida”, Boletín
de la Real Academia de la Historia6, 1885, pp. 430 ss; la otra fue
cedida en 1918 por María del Carmen Jalónal
Museo Víctor Balaguer de Villanueva y Geltrú (Barcelona), donde actualmente se
encuentra. Esta segunda cabrita fue publicada también por el mismo autor, “Inscripciones romanas inéditas de Cáceres, Úbeda y Alcalá
de Henares”, Boletín de la Real Academia
de la Historia 7, 1885, pp. 45 ss.
[14]J. M. ABASCAL PALAZÓN,
"Las inscripciones latinas de Santa Lucía del Trampal (Alcuéscar, Cáceres)
y el culto de Ataecina en Hispania", Archivo Español de Arquología68,
1995 [1996], pp. 31-105; ÍDEM,
"De nuevo sobre Ataecina y Turobriga. Exploraciones del año 1900 en Las
Torrecillas(Alcuéscar, Cáceres)", Archivo Español de Arqueología, número 69,
1996, pp. 275-280.
[15]Algunos autores
consideran que este tipo de tumbas corresponden a la época tardorromana (entre
los siglos V y VII) como J. F. FABIÁN y M. SANTOJA, “Los poblados
hispano-visigodos de Cañán (Pelayos, Salamanca)”, Estudios Arqueológicos I, Salamanca 1986, pp. 187-202; y otros a
una cronología que abarca desde finales del imperio romano hasta el siglo XI,
según las características de los sepulcros, considerando un mayor número de
sepulcros correspondientes a necrópolis hispano-visigodas. I. MARTÍN VISO,
“Elementos para el análisis de las necrópolis de tumbas excavadas en la roca:
el caso de Riba Coa”, CuPAUAM31-32, 2005-2006, pp. 83-102.
[16]Hemos podido catalogar en el afloramiento granítico que rodea la ciudad de Cáceres una
buen número de necrópolis o conjuntos de tumbas, desde Trujillo a Torrequemada,
desde el heredamiento de Las Seguras hasta Los Barruecos, pasando por la finca
de las Breñas, desde Arroyo de la Luz hasta Garrovillas, pasando por la finca
de Casa de Hurtado en el Casar de Cáceres y la ermita de la Virgen del Prado,
en el paraje de La Jara de Arriba. Como ocurre en Las Breñas, se han localizado
junto a las tumbas numerosos restos de edificaciones, lo que demuestra que se enterrarían cerca de sus viviendas. Constituyen, sin duda, una
prueba de la existencia de pequeñas comunidades aisladas con un marcado
carácter ganadero y un componente nómada estacional que refleja de forma
paradigmática uno de los rasgos más típicos de esta zona, la dispersión.
[17]Algunos investigadores han planteado propuestas distintas consideran que
los inicios de las necrópolis de tumbas excavadas en la roca, incluyendo las
antropomorfas, deben situarse a finales del siglo VII, aunque serían entre los
siglos VIII al X cuando se produjo su momento de máximo uso. Tal es el caso de
J. LÓPEZ QUIROGA y M. RODRÍGUEZ LOVELLE, “L’habitat dispersé de la Galice et du
Nord du Portugal entre le Ve et le Xe siècle. Essaid’intepretation à partir del’analyse
macro et microrégionale”, en B. CURSENTE(ed.),L´habitat dispersé dansl’Europemédiévale
et moderne, Toulouse 1999,
pp. 97-119. Véase también: S. CARMONA BERENGUER, “Mundo funerario rural en la Andalucía tardoantigua y
de época visigoda. La necrópolis de El
ruedo (Almedinilla, Córdoba), Córdoba 1988, pp. 166–167; D. VAQUERIZO
et alii,Arqueología cordobesa. El
valle alto del Guadiato (Fuenteobejuna, Córdoba), Córdoba 1994, p.
227; D. VAQUERIZO GIL et alii:
“Arqueología de Conquista”, Los Pueblos
de Córdoba, 2, Córdoba 1992, p. 482.
[18] Las fuentes árabes consideran
Cáceres unas veces como medina y otros
como hisn, su entidad funcional no
está bien definida. YAQUT: Muýam al buldan, ed. WUSTENFELD: Jacut´sgeographischesWunterbuch,Leipzig
1866-1873, p. 184. J.
A.PACHECO PANIAGUA, 1991, p. 63; Mª A. PÉREZ ÁLVAREZ,Fuentes árabes de Extremadura,
Cáceres 1992, p. 63; AL-UMARI: KitabMasalik
al-absar, trad. del francés de E. FAGNAN, ExtraitsinéditsrelatifsauMaghreb,Alger 1924, p. 92.
[19]C.MAZZOLI-GUINTARD, Ciudades de al-Andalus. España y Portugal en
la época Musulmana (siglos VIII-XV),Granada 2000, pp. 27-33.
[20]El trabajo de BARROCA
sobre el mundo funerario medieval en el norte de Portugal (M.J. BARROCA,Necrópoles
e sepulturas medievais de Entre-Douro-e-Minho (séculos V a XV), Oporto 1987) da por buena la
diferenciación entre tumbas antropomorfas y no antropomorfas es correcta, a
pesar de las numerosas variantes formales en cada grupo, y acepta que las
antropomorfas serían posteriores y surgirían en el siglo IX.
[21][Bajo el dominio musulmán estuvo la villa cacereña hasta el 23 de
abril de 1229, año en que la conquista definitivamente Alfonso IX de León,
obteniendo la preciada condición de Villa libre de realengo, otorgándose el
Fuero Latino y un amplio territorio dependiente del Concejo. M. MURO CASTILLO; B. AGUILERA
BARCHET; Mª D. GARCIA OLIVA; A. MURO CASTILLO y B.CLEMENTE CAMPOS, El Fuero de Cáceres,ed. facsímil y
estudio crítico,Madrid 1998.
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