OBRAS INÉDITAS EN
COLECCIONES PARTICULARES EXTREMEÑAS. IGNACIO DE RÍES Y BERNABÉ DE AYALA
INMACULADA CONCEPCIÓN
Autor: Ignacio de
Ríes
Óleo sobre lienzo
Medidas: 110 x
191 cms.
En excelente
estado de conservación.
Hacia 1660
Por su localización cronológica y geográfica, la obra se adscribe
estilísticamente al ámbito del barroco hispánico[1]. La época barroca ha sido
tradicionalmente considerada la más esplendorosa de la pintura española, ya que
en ella florecieron figuras como Ribera, Velázquez, Zurbarán o Murillo. Nos
encontramos ante una magnífica obra que, sin duda, ha salido de la paleta de
Ignacio de Ríes[2].
El estilo barroco llega a España mediante el intercambio de artistas (son
frecuentes en la época los viajes de artistas españoles a Italia, así como
también la llegada de artistas procedentes de otros países – de estos últimos
formará parte Ignacio de Ríes-), que importarán
los manierismos florentinos y lombardos, así como los hallazgos
lumínicos de Caravaggio y sus seguidores. El tenebrismo se fusionará con el
vigoroso realismo nacional para servir de expresión formal a una inquietante
meditación sobre la condición humana. Predominan composiciones sencillas y
temas religiosos.
Formalmente,
la obra se caracteriza por una acusada influencia del estilo de Francisco de
Zurbarán, a cuyo taller estuvo asociado Ignacio de Ríes durante su permanencia
en Sevilla (que está documentada, según Pérez Sánchez[3], desde 1636 hasta, al
menos, 1661. Brasas Egido disiente en la primera fecha, que sitúa en 1642)[4]. No aparece todavía el
influjo murillesco que será palpable en las últimas obras del pintor, como la
“Asunción de la Virgen”, pintada en 1661 para la iglesia de San Bartolomé, en
Sevilla, y que aportará, al fusionarse con la tradición de Zurbarán, un mayor
dinamismo compositivo y una cierta blandura, si bien los tipos humanos, los
severos esquemas compositivos y el claroscuro heredados de Zurbarán, pervivirán
hasta el final. Ignacio de Ríes realizó, entre otras, dos composiciones de la
Inmaculada, una se encuentra en colección particular madrileña (según
fotografía que presentamos en este estudio) y otra, en el Museo de Bellas Artes
de Sevilla, donde coincide el autor no solo en las proporciones del lienzo sino
además en las características estilísticas y formales, así como la decoración
paisajística de los cuadros con obras arquitectónicas sevillanas como la Torre
del Oro, un pozo y la fuente a cada lado de la Inmaculada en la zona inferior
del cuadro. Curiosamente, se trata de la misma fuente y paisaje arquitectónico
que centran sus composiciones e iluminan el paisaje de Sevilla, ciudad de
trabajo y afectos, que nos ofrece el maestro Zurbarán en su “Inmaculada niña”,
realizada en 1630, propiedad de la Fundación Perlado Verdugo de Jadraque
(Guadalajara)[5].
Las alegorías relacionadas con la Inmaculada Concepción que aparecen en las
letanías lauretanas se descubren también en la ciudad de Sevilla que aparece en
la parte inferior del cuadro que estamos estudiando, simbolizando la Nueva Jerusalén. Se adivinan alegorías
como la Torre del Oro, como Torre de Marfil (Cant 7, 4); la Giralda, como Torre de David (Cant 4, 4); que aparecen separadas de la otra parte paisajística
de la escena por el curso de un río; el huerto
cerrado con el ciprés (Eccl 24, 17) y
la palmera (Eccl 24, 18). Fundidos en
el paisaje hemos de recordar que el jardín cerrado (hortus conclusus, Cant 4, 12), la fuente (fons signatum) y
el pozo de aguas vivas (pocens aquarum viventim, Cant 4, 15) y la estrella de
la mañana en la lado opuesto (Ap 2, 28) son
símbolos marianos, donde muestra toda su maestría como pintor de naturalezas
muertas.
El
cuadro de la “Inmaculada” que hemos atribuido a Ignacio de Ríes, objeto de
nuestro estudio, nos representa a una Virgen que destaca en el lienzo por la
luminosidad del color blanco del vestido y un manto azul. Una mujer Virgen
joven situada sobre ángeles y enmarcada en un cielo dulce y amable, sobre su
cabeza lleva una aureola de rosas (rosa mística, como símbolo mariano); con las
puntas de la luna hacia arriba y hacia abajo alumbrando, al recibir la luz del
sol, a la mujer que estaba sobre ella. Hay una perfecta contención formal y un
firme modelado. La Virgen aparece con rostro gentil y delicado, con las manos
juntas en oración y en espacio abierto de cielo donde irrumpen los querubines
con gran sutileza.
El
estilo pictórico de Ignacio de Ríes, propio de la Contrarreforma, fusiona la
faceta religiosa con la cotidianidad en la defensa de la fe católica. La
temática de sus obras es predominantemente religiosa. No olvidemos que los
fieles sevillanos del siglo XVII vivían con fuerza la creencia en la Inmaculada
Concepción de la Virgen María.
ÁNGELES INEDITOS EN EXTREMADURA
En la cultura occidental, el origen de la
iconografía de los ángeles se remonta a los primeros siglos del cristianismo.
En la Edad Media, los ángeles no eran representados de forma aislada, a
excepción de algunas obras como "San Miguel Arcángel. En el Renacimiento
los ángeles comienzan a ser pintados individualmente, práctica que se extiende
durante el barroco.
En la jerarquía eclesiástica podemos
realizar una división de la manera de representación de los ángeles. El primero
está compuesto par serafines, querubines y tronos; el segundo por potestades,
virtudes y poderes y el tercero par príncipes, arcángeles y ángeles. Los
serafines están en la cima de la jerarquía y rodean el trono de Dios, son de
color rojo y su atributo es el fuego. Los querubines simbolizan la sabiduría
divina y son de color azul y oro. Los tronos representan la justicia divina y
llevan toga y bastón de mando. El segundo grupo es responsable de los elementos
naturales y de los cuerpos celestes, los dominios y los poderes que llevan
corona y cetro. Las virtudes se refieren a la pasión de Cristo y llevan a veces
flores o símbolos de María.
El tercer grupo establece la relación con
la humanidad. Los principados protegen las naciones, los arcángeles son
mensajeros de Dios (la tradición popularizó sus nombres: Miguel, Rafael y
Gabriel); en fin, los ángeles protegen a todos los hombres.
En base a este
esquema, algunas composiciones de ángeles fueron estampadas durante la segunda
mitad del siglo XVI. Sirvieron de modelo a pinturas realizadas posteriormente
sobre el mismo tema. El culto a los ángeles fue difundido notablemente en el
siglo XVII, en el ámbito católico, dando lugar a que surgiese una iconografía
muy copiosa, especialmente en la escuela artística sevillana de ese momento,
donde se crearon con gran originalidad, aunque su origen no fue la capital
hispalense sino que ya existían reproducidos en series de grabados desde
finales del siglo XVI en Flandes, grabados por Crispin de Passe, Gerhard de
Jode y otros muchos que sirvieron a los pintores barrocos para recrear su
iconografía[6].
Tras el Concilio
de Trento, las órdenes religiosas difundieron el culto a los ángeles, su presencia en conventos y en hospitales se
explica como una misión de consuelo en una época marcada por tormentos[7].
1.- ANGEL
Autor: Bernabé de
Ayala
Óleo sobre lienzo
Medidas: 199´8 x
111´5 cm.
En excelente
estado de conservación.
El autor nos
presenta a un ángel de cuerpo entero y con disposición vertical, vestido con
ricos ornamentos, calza unas sandalias y con las alas extendidas, las alas
desplegadas y la vestimenta flotando al viento; advirtiéndose en el rostro, que
los ojos se dirigen al espectador para lograr mayor comunicación.
Sobre su
significado estos ángeles cumplían la misma misión de amparo y protección a los
hombres que habían desempeñado en el Antiguo Testamento.
A ambos lados del
ángel nos encontramos con el cordero al que señala el ángel con su mano diestra
y al otro lado en una cartela escrito: “Etenim
dominus dabit benignitatem et terra nostra dabit fructum suum”, que
traducido nos viene a decir: “El mismo Señor nos dará su bonanza y nuestra
tierra dará sus frutos”. Se trata de la
inscripción del Salmo 85, versículos 13 y 14. Y, en torno a la cabeza
BEGNINITAS ET MANSUETUDINEM DEI (Bondad
y Mansedumbre de Dios o la bondad y la mansedumbre vienen de Dios). El cuadro
aparece rodeado de flores, generalmente rosas (virtud).
Obra de mediados
del siglo XVII, que son las fechas en las que se advierte que ha sido realizado
tanto este ángel como el siguiente que vamos a estudiar, época que se
corresponde con los momentos de esplendor del culto que éstos recibieron.
2.- ÁNGEL
Autor: Bernabé de
Ayala
Óleo sobre lienzo
Medidas: 199´8 x
111´5 cm.
En excelente
estado de conservación.
La técnica del
pintor muestra un dibujo discreto en las figuras de los ángeles que aparece,
como el anteriormente estudiado, de cuerpo entero, elegantemente vestido,
advirtiéndose en el rostro estereotipado, que los ojos se dirigen a la paloma
que lleva en su mano derecha, y en la izquierda lleva una palma. Y, con las
alas desplegadas y la vestimenta flotando al viento. El cuadro aparece rodeado
de flores.
A un lado nos
muestra en una cartela el epígrafe: “Iustitia ante eum ambulabir et ponet in
vía gressus suos”, cuya traducción es: “La Justicia ante él caminará
preparándole el camino”. Este texto es
una Antífona del Responsorio “Tribulare”: Nolo mortem peccatoris sed ut magis
convertatur et vivat”, traducido nos viene a decir: “No deseo la muerte del
pecador, sino que se convierta con fuerza y viva”. Es un Responsorio que se
inspira en Mc 2, 15-17 y en el versículo de Ezequiel 33, 11, aunque este nos
dice exactamente “nolo mortem impii, sed ut revertatur impius a via sua et
vivat”. Y, en torno a la cabeza OMNI POTENTIA DEI.
La actividad de
los maestros menores sevillanos también tuvieron una gran demanda de sus
creaciones en el ámbito del Nuevo Mundo, repercutiendo en la creatividad de los
pintores indígenas del Perú o Bolivia, que inspirándose en estas creaciones de
ángeles realizaron a finales del siglo XVII y principios del XVIII bellas
versiones angélicas.
Ambas obras
mantienen muchísimas características estilísticas con obras del discípulo de
Zurbarán, el pintor Bernabé de Ayala, tales como la representación de “Jael” en
el Museo de Sevilla o la representación de la joven “Abisal” del Museo Goya de
Castres. En ambas el suelo aparece sembrado de flores y un ángel sostiene una
cartela con la identificación del personaje representado.
Ninguna de estas
pinturas está firmada y no existe documento que nos permita identificar a su
autor.
Descartamos por
completo en nuestro estudio la posible autoría de Zurbarán, pero podemos
señalar con cierta seguridad que estas pinturas pertenecen al taller de un
anónimo artista que ciertamente conocía el estilo del gran maestro pero que
trabajaron una técnica diferente, posiblemente son obra de Bernabé de Ayala, de
mediados del siglo XVII.
Los célebres hermanos Polanco que se mostraron al mundo del arte a
fines de la primera mitad del siglo XVII, fueron con Bernabé de Ayala, los más
auténticos continuadores del arte de su maestro Francisco de Zurbarán en
Sevilla.
Un aporte interesante a la iconografía arcangélica realizó la
escuela sevillana, especialmente Zurbarán y su taller, pero el tema se
desarrolló sobre todo en el Virreinato del Perú, empezando por una réplica de
la obra de Bartolomé Román de los Siete Arcángeles, hay en la iglesia de San
Pedro de Lima, en diversos lugares ejemplares atribuidos a Zurbarán, otros a
Bernabé de Ayala[8]. No
olvidemos que se Sevilla fue el centro de los mercados hispanoamericanos.
Finalmente, cabe resaltar el hecho de que la presencia de la
iconografía en el arte colonial americano no supone una in fluencia artística
de la escuela de Zurbarán, y las coincidencias sirven más de referencias a la
"multiplicidad" encadenada de referencias que sirvieron como base
para las interpretaciones del arte neogranadino.
BODEGONES
Origen:
Escuela Mallorca
Técnica: óleo
sobre lienzo
Medidas:
134´5 x 95´5 cm.
Estado de
conservación: excelente[9]
Siglo XVII.
El "bodegón" o "naturaleza muerta" tiene sus
orígenes en Europa a mediados del siglo XVI, adquiriendo el español pronto
personalidad propia, incluyendo indistintamente la pintura de flores, frutas,
animales y objetos, casi siempre relacionados con la cocina.
Presentamos dos bodegones de la serie denominada Bodegón Floral,
que representa la naturaleza y principalmente flores, el mayor experto en este
subgénero es el pintor español del Barroco, Juan de
Arellano. Ambos lienzos nos ofrecen dos recipientes de metal donde se acumulan
docenas de flores de morosa ejecución, enmarcados en dos cortinajes a ambos
lados y sobre una mesa con un paño muy decorado con calidad técnica, en una
simetría apenas animada por flores ligeramente movidas.
El realismo de las flores reproducidas se explicaría porque el
autor anónimo (no tienen firmas los cuadros) las pintaba del natural,
elaborando los ramos en su estudio. Pero un mismo bodegón muestra flores de
distintas épocas del año, imposibles de reunir sin las técnicas de invernadero actuales. Podemos suponer que el
autor recopilaba bocetos o modelos parciales de flores y las repetía en los
bodegones según criterios estéticos, sin atender a la lógica estacional.
Los bodegones, en general, son una muestra
de la vida cotidiana de las personas. Esta rama de la pintura se sirve de un
exquisito arreglo, encanto colorístico y de una iluminación fina para producir
un efecto de serenidad, bienestar y armonía.
SAN JUAN BAUTISTA
Anónimo
Óleo sobre lienzo
Medidas: 130 x 94
cms.
En perfecto
estado de conservación
El autor anónimo
nos representa a un San Juan Bautista joven, con los cabellos y barba morenos,
y con la vara de caminante terminada en cruz, donde se anuda una cinta con la
leyenda “Ecce Agnus Dei” (Ecce Agnus Dei, ecce qui tollis
pecata mundi (Jn 1, 27)[10]. Llama poderosamente la atención la viveza de
los colores, como el rojo del manto y una fuerte luz dirigida hacia la figura
del santo. Es un San Juan ermitaño, penitente en el desierto y vestido
pobremente; en la zona inferior, el carnero, que es símbolo del sacrificio. Las
ropas –que le cubren- hechas con piel que el profeta portaba en su retiro del desierto.
La contorsión de la figura nos habla de un resto manierista.
La línea que
predomina será la diagonal, pero a la vez esta línea cobrará un movimiento
curvilíneo que envuelve a las figuras. El anónimo pintor pertenecería a la
escuela del manierismo revolucionario donde los artistas fueron en parte
excéntricos y atormentados. Las matemáticas, la perspectiva lineal o la
relación figura y espacio fueron abandonadas. Esta corriente convino al
naturalismo y a la imaginación; el espacio fue ocupado por figuras dentro de
diferentes planos pictóricos como ocurre con el cordero y San Juan. El
personaje principal de la pintura se distingue, pero a la vez el ojo pierde la
situación por la multiplicidad de líneas en desequilibrio. El claroscuro no modela ya la figura, pues la luz
creará ilusiones ópticas, colores intensos e iluminación teatral. El
retorcimiento de la figura que se vuelve para mirarnos, en un equilibrio
inestable, el hermoso desnudo masculino, todos son rasgos que evidentemente el
artista posiblemente tomó de los frescos de Miguel Angel Buonarrotti en la
Capilla Sixtina. Estaríamos entonces ante un pintor que viajó a Italia. Pero
mientras Miguel Angel nos representaba idealizaciones monumentales de efebos,
profetas, putti y atlantes, nuestro artista anónimo nos muestra a un joven con
el torso desnudo, perfectamente natural y cercano.
Es una obra
encuadrada en los inicios del siglo XVII.
[1]
Agradecimiento a don Carlos Marcos Plaza
[2] Benito Navarrete Prieto ha publicado un interesante
estudio sobre Ignacio de Ríes. NAVARRETE PRIETO, B: “Ignacio de Ríes”. Madrid :
Fundación de Apoyo a la Historia del Arte Hispánico, 2001
[3] PÉREZ SÁNCHEZ, ALFONSO E: “Pintura
barroca en España, 1600- 1750”, Madrid, Cátedra, 2000. PÉREZ SÁNCHEZ,
ALFONSO E.: “La pintura en Europa. La pintura en España”. Tomo II, Milán,
Electa, 1995.
[4] BRASAS EGIDO, J.C.: “Las Edades del
Hombre. Catálogo de la exposición”. Valladolid, 1988.
[5] Otros pintores incluyen el mismo paisaje en algunas
de sus representaciones inmaculísticas, tal es el caso de Francisco Pacheco en
la “Inmaculada” del Palacio Arzobispal y la de la Catedral de Sevilla. Y otros,
representan símbolos marianos como el pozo, la fuente, las rosas y el jardín
cerrado, tal es el caso de Cornelis Scout en su “Inmaculada Concepción” del
Museo Diocesano de Arte Sacro de Vitoria-Gasteiz o Juan Sánchez Corán en la
“Inmaculada” de la iglesia de Santiago Apóstol de Valladolid. También podemos
citar la “Inmaculada Conceicón” de Giusepe Cesari de la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando (Madrid), donde igualmente aparece rodeada de los
símbolos del Cantar de los Cantares, recogidos en las letanías, que se
generalizará en el curso del siglo XVII.
[6] Es importante indicar que dentro del
panorama literario español fueron muchos los escritos referidos a los ángeles
en los siglos XVI y XVII, lo que aumentó su
popularidad entre los fieles, por citar algunos ejemplos: “Natura
Angélica”, obra del franciscano Francisco Jiménez, obispo de Toledo (1527); el
padre Agustín de Herrera con su “Tractatus de Angelis” o el “Tratado de los
santos Angeles” de sor Hipólita de Jesús. Aunque el escrito que más circuló en
los ambientes pictóricos fue el del padre jesuita Martín de Roa titulado “De
los Angeles”.
[7] La base teórica de estas composiciones de
ángeles se encuentra en la obra del jesuita Antonio Ruiz de Montoya, en Lima.
En su libro “Silex del amor divino”, evoca la potencia divina que alcanza a la
humanidad por intermedio de los ángeles, de las jerarquías celestiales y de los
"siete principios": Miguel, Rafael, Gabriel, Uriel, Sealtiel,
Jesidiel y Baraquiel. Obras como ésta pretendían desarrollar la devoción a los
ángeles, y esto daría posteriormente nacimiento a una especie de religiosidad
popular que reemplazaría la devoción a los seres celestiales por la adoración a
fenómenos naturales.
[8] Precisamente, Josef de Mera, el artista
que tiene firmadas numerosas obras en Extremadura, fue discípulo en Sevilla de
Bernabé de Ayala. Ceán Bermúdez, J. A.: “Diccionario
histórico de los más ilustres profesores de Bellas Artes”. Real Academia de San
Fernando, tomo III, Madrid, imprenta de la viuda de Ibarra, 1800, p. 133.
[9] Agradecimiento a don
Carlos Marcos Plaza
[10] Cordero de Dios, que quitas el pecado del
mundo, ten misericordia de nosotros.
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