miércoles, 28 de septiembre de 2022

 

OBRAS INÉDITAS EN COLECCIONES PARTICULARES EXTREMEÑAS.  IGNACIO DE RÍES Y BERNABÉ DE AYALA

 

 

 

 

 

 

INMACULADA CONCEPCIÓN

 

Autor: Ignacio de Ríes

Óleo sobre lienzo

Medidas: 110 x 191 cms.

En excelente estado de conservación.

Hacia 1660

 

 

Por su localización cronológica y geográfica, la obra se adscribe estilísticamente al ámbito del barroco hispánico[1]. La época barroca ha sido tradicionalmente considerada la más esplendorosa de la pintura española, ya que en ella florecieron figuras como Ribera, Velázquez, Zurbarán o Murillo. Nos encontramos ante una magnífica obra que, sin duda, ha salido de la paleta de Ignacio de Ríes[2]. El estilo barroco llega a España mediante el intercambio de artistas (son frecuentes en la época los viajes de artistas españoles a Italia, así como también la llegada de artistas procedentes de otros países – de estos últimos formará parte Ignacio de Ríes-), que importarán  los manierismos florentinos y lombardos, así como los hallazgos lumínicos de Caravaggio y sus seguidores. El tenebrismo se fusionará con el vigoroso realismo nacional para servir de expresión formal a una inquietante meditación sobre la condición humana. Predominan composiciones sencillas y temas religiosos.

Formalmente, la obra se caracteriza por una acusada influencia del estilo de Francisco de Zurbarán, a cuyo taller estuvo asociado Ignacio de Ríes durante su permanencia en Sevilla (que está documentada, según Pérez Sánchez[3], desde 1636 hasta, al menos, 1661. Brasas Egido disiente en la primera fecha, que sitúa en 1642)[4]. No aparece todavía el influjo murillesco que será palpable en las últimas obras del pintor, como la “Asunción de la Virgen”, pintada en 1661 para la iglesia de San Bartolomé, en Sevilla, y que aportará, al fusionarse con la tradición de Zurbarán, un mayor dinamismo compositivo y una cierta blandura, si bien los tipos humanos, los severos esquemas compositivos y el claroscuro heredados de Zurbarán, pervivirán hasta el final. Ignacio de Ríes realizó, entre otras, dos composiciones de la Inmaculada, una se encuentra en colección particular madrileña (según fotografía que presentamos en este estudio) y otra, en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, donde coincide el autor no solo en las proporciones del lienzo sino además en las características estilísticas y formales, así como la decoración paisajística de los cuadros con obras arquitectónicas sevillanas como la Torre del Oro, un pozo y la fuente a cada lado de la Inmaculada en la zona inferior del cuadro. Curiosamente, se trata de la misma fuente y paisaje arquitectónico que centran sus composiciones e iluminan el paisaje de Sevilla, ciudad de trabajo y afectos, que nos ofrece el maestro Zurbarán en su “Inmaculada niña”, realizada en 1630, propiedad de la Fundación Perlado Verdugo de Jadraque (Guadalajara)[5]. Las alegorías relacionadas con la Inmaculada Concepción que aparecen en las letanías lauretanas se descubren también en la ciudad de Sevilla que aparece en la parte inferior del cuadro que estamos estudiando, simbolizando la Nueva Jerusalén. Se adivinan alegorías como la Torre del Oro, como Torre de Marfil (Cant 7, 4); la Giralda, como Torre de David (Cant 4, 4); que aparecen separadas de la otra parte paisajística de la escena por el curso de un río; el huerto cerrado con el ciprés (Eccl 24, 17) y la palmera (Eccl 24, 18). Fundidos en el paisaje hemos de recordar que el jardín cerrado (hortus conclusus, Cant 4, 12), la fuente (fons signatum) y el pozo de aguas vivas (pocens aquarum viventim, Cant 4, 15)  y la estrella de la mañana en la lado opuesto (Ap 2, 28) son símbolos marianos, donde muestra toda su maestría como pintor de naturalezas muertas.

El cuadro de la “Inmaculada” que hemos atribuido a Ignacio de Ríes, objeto de nuestro estudio, nos representa a una Virgen que destaca en el lienzo por la luminosidad del color blanco del vestido y un manto azul. Una mujer Virgen joven situada sobre ángeles y enmarcada en un cielo dulce y amable, sobre su cabeza lleva una aureola de rosas (rosa mística, como símbolo mariano); con las puntas de la luna hacia arriba y hacia abajo alumbrando, al recibir la luz del sol, a la mujer que estaba sobre ella. Hay una perfecta contención formal y un firme modelado. La Virgen aparece con rostro gentil y delicado, con las manos juntas en oración y en espacio abierto de cielo donde irrumpen los querubines con gran sutileza.

El estilo pictórico de Ignacio de Ríes, propio de la Contrarreforma, fusiona la faceta religiosa con la cotidianidad en la defensa de la fe católica. La temática de sus obras es predominantemente religiosa. No olvidemos que los fieles sevillanos del siglo XVII vivían con fuerza la creencia en la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

 

 





 

 

 

 

ÁNGELES INEDITOS EN EXTREMADURA

 

 

 

En la cultura occidental, el origen de la iconografía de los ángeles se remonta a los primeros siglos del cristianismo. En la Edad Media, los ángeles no eran representados de forma aislada, a excepción de algunas obras como "San Miguel Arcángel. En el Renacimiento los ángeles comienzan a ser pintados individualmente, práctica que se extiende durante el barroco.  

En la jerarquía eclesiástica podemos realizar una división de la manera de representación de los ángeles. El primero está compuesto par serafines, querubines y tronos; el segundo por potestades, virtudes y poderes y el tercero par príncipes, arcángeles y ángeles. Los serafines están en la cima de la jerarquía y rodean el trono de Dios, son de color rojo y su atributo es el fuego. Los querubines simbolizan la sabiduría divina y son de color azul y oro. Los tronos representan la justicia divina y llevan toga y bastón de mando. El segundo grupo es responsable de los elementos naturales y de los cuerpos celestes, los dominios y los poderes que llevan corona y cetro. Las virtudes se refieren a la pasión de Cristo y llevan a veces flores o símbolos de María.  

El tercer grupo establece la relación con la humanidad. Los principados protegen las naciones, los arcángeles son mensajeros de Dios (la tradición popularizó sus nombres: Miguel, Rafael y Gabriel); en fin, los ángeles protegen a todos los hombres.  

En base a este esquema, algunas composiciones de ángeles fueron estampadas durante la segunda mitad del siglo XVI. Sirvieron de modelo a pinturas realizadas posteriormente sobre el mismo tema. El culto a los ángeles fue difundido notablemente en el siglo XVII, en el ámbito católico, dando lugar a que surgiese una iconografía muy copiosa, especialmente en la escuela artística sevillana de ese momento, donde se crearon con gran originalidad, aunque su origen no fue la capital hispalense sino que ya existían reproducidos en series de grabados desde finales del siglo XVI en Flandes, grabados por Crispin de Passe, Gerhard de Jode y otros muchos que sirvieron a los pintores barrocos para recrear su iconografía[6].

Tras el Concilio de Trento, las órdenes religiosas difundieron el culto a los ángeles, su  presencia en conventos y en hospitales se explica como una misión de consuelo en una época marcada por tormentos[7]. 

 

 

 



1.- ANGEL

 

Autor: Bernabé de Ayala 

Óleo sobre lienzo

Medidas: 199´8 x 111´5 cm.

En excelente estado de conservación.

 

 

El autor nos presenta a un ángel de cuerpo entero y con disposición vertical, vestido con ricos ornamentos, calza unas sandalias y con las alas extendidas, las alas desplegadas y la vestimenta flotando al viento; advirtiéndose en el rostro, que los ojos se dirigen al espectador para lograr mayor comunicación.

Sobre su significado estos ángeles cumplían la misma misión de amparo y protección a los hombres que habían desempeñado en el Antiguo Testamento.

A ambos lados del ángel nos encontramos con el cordero al que señala el ángel con su mano diestra y al otro lado en una cartela escrito: “Etenim dominus dabit benignitatem et terra nostra dabit fructum suum”, que traducido nos viene a decir: “El mismo Señor nos dará su bonanza y nuestra tierra dará sus frutos”.  Se trata de la inscripción del Salmo 85, versículos 13 y 14. Y, en torno a la cabeza BEGNINITAS ET MANSUETUDINEM DEI  (Bondad y Mansedumbre de Dios o la bondad y la mansedumbre vienen de Dios). El cuadro aparece rodeado de flores, generalmente rosas (virtud).

Obra de mediados del siglo XVII, que son las fechas en las que se advierte que ha sido realizado tanto este ángel como el siguiente que vamos a estudiar, época que se corresponde con los momentos de esplendor del culto que éstos recibieron.

 

 

 

2.- ÁNGEL

 

Autor: Bernabé de Ayala 

Óleo sobre lienzo

Medidas: 199´8 x 111´5 cm.

En excelente estado de conservación.

 

 

La técnica del pintor muestra un dibujo discreto en las figuras de los ángeles que aparece, como el anteriormente estudiado, de cuerpo entero, elegantemente vestido, advirtiéndose en el rostro estereotipado, que los ojos se dirigen a la paloma que lleva en su mano derecha, y en la izquierda lleva una palma. Y, con las alas desplegadas y la vestimenta flotando al viento. El cuadro aparece rodeado de flores.

A un lado nos muestra en una cartela el epígrafe: “Iustitia ante eum ambulabir et ponet in vía gressus suos”, cuya traducción es: “La Justicia ante él caminará preparándole el camino”.  Este texto es una Antífona del Responsorio “Tribulare”: Nolo mortem peccatoris sed ut magis convertatur et vivat”, traducido nos viene a decir: “No deseo la muerte del pecador, sino que se convierta con fuerza y viva”. Es un Responsorio que se inspira en Mc 2, 15-17 y en el versículo de Ezequiel 33, 11, aunque este nos dice exactamente “nolo mortem impii, sed ut revertatur impius a via sua et vivat”. Y, en torno a la cabeza OMNI POTENTIA DEI.

 

La actividad de los maestros menores sevillanos también tuvieron una gran demanda de sus creaciones en el ámbito del Nuevo Mundo, repercutiendo en la creatividad de los pintores indígenas del Perú o Bolivia, que inspirándose en estas creaciones de ángeles realizaron a finales del siglo XVII y principios del XVIII bellas versiones angélicas.

Ambas obras mantienen muchísimas características estilísticas con obras del discípulo de Zurbarán, el pintor Bernabé de Ayala, tales como la representación de “Jael” en el Museo de Sevilla o la representación de la joven “Abisal” del Museo Goya de Castres. En ambas el suelo aparece sembrado de flores y un ángel sostiene una cartela con la identificación del personaje representado.  

Ninguna de estas pinturas está firmada y no existe documento que nos permita identificar a su autor.

Descartamos por completo en nuestro estudio la posible autoría de Zurbarán, pero podemos señalar con cierta seguridad que estas pinturas pertenecen al taller de un anónimo artista que ciertamente conocía el estilo del gran maestro pero que trabajaron una técnica diferente, posiblemente son obra de Bernabé de Ayala, de mediados del siglo XVII.

Los célebres hermanos Polanco que se mostraron al mundo del arte a fines de la primera mitad del siglo XVII, fueron con Bernabé de Ayala, los más auténticos continuadores del arte de su maestro Francisco de Zurbarán en Sevilla.

Un aporte interesante a la iconografía arcangélica realizó la escuela sevillana, especialmente Zurbarán y su taller, pero el tema se desarrolló sobre todo en el Virreinato del Perú, empezando por una réplica de la obra de Bartolomé Román de los Siete Arcángeles, hay en la iglesia de San Pedro de Lima, en diversos lugares ejemplares atribuidos a Zurbarán, otros a Bernabé de Ayala[8]. No olvidemos que se Sevilla fue el centro de los mercados hispanoamericanos.

Finalmente, cabe resaltar el hecho de que la presencia de la iconografía en el arte colonial americano no supone una in fluencia artística de la escuela de Zurbarán, y las coincidencias sirven más de referencias a la "multiplicidad" encadenada de referencias que sirvieron como base para las interpretaciones del arte neogranadino.

 

BODEGONES

 

Origen:   Escuela Mallorca

Técnica: óleo sobre lienzo

Medidas: 134´5 x 95´5 cm.

Estado de conservación: excelente[9]

Siglo XVII.

 

 



El "bodegón" o "naturaleza muerta" tiene sus orígenes en Europa a mediados del siglo XVI, adquiriendo el español pronto personalidad propia, incluyendo indistintamente la pintura de flores, frutas, animales y objetos, casi siempre relacionados con la cocina.

Presentamos dos bodegones de la serie denominada Bodegón Floral, que representa la naturaleza y principalmente flores, el mayor experto en este subgénero es el pintor español del Barroco, Juan de Arellano. Ambos lienzos nos ofrecen dos recipientes de metal donde se acumulan docenas de flores de morosa ejecución, enmarcados en dos cortinajes a ambos lados y sobre una mesa con un paño muy decorado con calidad técnica, en una simetría apenas animada por flores ligeramente movidas.

El realismo de las flores reproducidas se explicaría porque el autor anónimo (no tienen firmas los cuadros) las pintaba del natural, elaborando los ramos en su estudio. Pero un mismo bodegón muestra flores de distintas épocas del año, imposibles de reunir sin las técnicas de invernadero actuales. Podemos suponer que el autor recopilaba bocetos o modelos parciales de flores y las repetía en los bodegones según criterios estéticos, sin atender a la lógica estacional.

Los bodegones, en general, son una muestra de la vida cotidiana de las personas. Esta rama de la pintura se sirve de un exquisito arreglo, encanto colorístico y de una iluminación fina para producir un efecto de serenidad, bienestar y armonía.

SAN JUAN BAUTISTA

 

Anónimo

Óleo sobre lienzo

Medidas: 130 x 94 cms.

En perfecto estado de conservación

 

 

El autor anónimo nos representa a un San Juan Bautista joven, con los cabellos y barba morenos, y con la vara de caminante terminada en cruz, donde se anuda una cinta con la leyenda “Ecce Agnus Dei” (Ecce Agnus Dei, ecce qui tollis pecata mundi (Jn 1, 27)[10].  Llama poderosamente la atención la viveza de los colores, como el rojo del manto y una fuerte luz dirigida hacia la figura del santo. Es un San Juan ermitaño, penitente en el desierto y vestido pobremente; en la zona inferior, el carnero, que es símbolo del sacrificio. Las ropas –que le cubren- hechas con piel que el profeta portaba en su retiro del desierto. La contorsión de la figura nos habla de un resto manierista.

 

La línea que predomina será la diagonal, pero a la vez esta línea cobrará un movimiento curvilíneo que envuelve a las figuras. El anónimo pintor pertenecería a la escuela del manierismo revolucionario donde los artistas fueron en parte excéntricos y atormentados. Las matemáticas, la perspectiva lineal o la relación figura y espacio fueron abandonadas. Esta corriente convino al naturalismo y a la imaginación; el espacio fue ocupado por figuras dentro de diferentes planos pictóricos como ocurre con el cordero y San Juan. El personaje principal de la pintura se distingue, pero a la vez el ojo pierde la situación por la multiplicidad de líneas en desequilibrio. El claroscuro no modela ya la figura, pues la luz creará ilusiones ópticas, colores intensos e iluminación teatral. El retorcimiento de la figura que se vuelve para mirarnos, en un equilibrio inestable, el hermoso desnudo masculino, todos son rasgos que evidentemente el artista posiblemente tomó de los frescos de Miguel Angel Buonarrotti en la Capilla Sixtina. Estaríamos entonces ante un pintor que viajó a Italia. Pero mientras Miguel Angel nos representaba idealizaciones monumentales de efebos, profetas, putti y atlantes, nuestro artista anónimo nos muestra a un joven con el torso desnudo, perfectamente natural y cercano.

 

Es una obra encuadrada en los inicios del siglo XVII.

 

 


 



[1] Agradecimiento a don Carlos Marcos Plaza

[2] Benito Navarrete Prieto ha publicado un interesante estudio sobre Ignacio de Ríes. NAVARRETE PRIETO, B: “Ignacio de Ríes”. Madrid : Fundación de Apoyo a la Historia del Arte Hispánico, 2001

[3] PÉREZ SÁNCHEZ, ALFONSO E: “Pintura barroca en España, 1600- 1750”, Madrid, Cátedra, 2000.   PÉREZ SÁNCHEZ, ALFONSO E.: “La pintura en Europa. La pintura en España”. Tomo II, Milán, Electa, 1995.

 

[4] BRASAS EGIDO, J.C.: “Las Edades del Hombre. Catálogo de la exposición”. Valladolid, 1988.

[5] Otros pintores incluyen el mismo paisaje en algunas de sus representaciones inmaculísticas, tal es el caso de Francisco Pacheco en la “Inmaculada” del Palacio Arzobispal y la de la Catedral de Sevilla. Y otros, representan símbolos marianos como el pozo, la fuente, las rosas y el jardín cerrado, tal es el caso de Cornelis Scout en su “Inmaculada Concepción” del Museo Diocesano de Arte Sacro de Vitoria-Gasteiz o Juan Sánchez Corán en la “Inmaculada” de la iglesia de Santiago Apóstol de Valladolid. También podemos citar la “Inmaculada Conceicón” de Giusepe Cesari de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid), donde igualmente aparece rodeada de los símbolos del Cantar de los Cantares, recogidos en las letanías, que se generalizará en el curso del siglo XVII.

[6] Es importante indicar que dentro del panorama literario español fueron muchos los escritos referidos a los ángeles en los siglos XVI y XVII, lo que aumentó su  popularidad entre los fieles, por citar algunos ejemplos: “Natura Angélica”, obra del franciscano Francisco Jiménez, obispo de Toledo (1527); el padre Agustín de Herrera con su “Tractatus de Angelis” o el “Tratado de los santos Angeles” de sor Hipólita de Jesús. Aunque el escrito que más circuló en los ambientes pictóricos fue el del padre jesuita Martín de Roa titulado “De los Angeles”.

[7] La base teórica de estas composiciones de ángeles se encuentra en la obra del jesuita Antonio Ruiz de Montoya, en Lima. En su libro “Silex del amor divino”, evoca la potencia divina que alcanza a la humanidad por intermedio de los ángeles, de las jerarquías celestiales y de los "siete principios": Miguel, Rafael, Gabriel, Uriel, Sealtiel, Jesidiel y Baraquiel. Obras como ésta pretendían desarrollar la devoción a los ángeles, y esto daría posteriormente nacimiento a una especie de religiosidad popular que reemplazaría la devoción a los seres celestiales por la adoración a fenómenos naturales.  

 

[8] Precisamente, Josef de Mera, el artista que tiene firmadas numerosas obras en Extremadura, fue discípulo en Sevilla de Bernabé de Ayala. Ceán Bermúdez, J. A.: “Diccionario histórico de los más ilustres profesores de Bellas Artes”. Real Academia de San Fernando, tomo III, Madrid, imprenta de la viuda de Ibarra, 1800, p. 133.

[9]  Agradecimiento a don Carlos Marcos Plaza

 

[10] Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten misericordia de nosotros.

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