DIEGO
FRANCISCO MUÑOZ TORRERO: Cura liberal y
padre de la Constitución Española de 1812
Diego Francisco Muñoz
Torrero fue protagonista esencial del sentimiento de comunidad nacional que se
configuró en la España de finales del siglo XVIII y los primeros años del siglo
XIX.
Diego Francisco Muñoz Torrero y Ramírez Moyano nació en la villa extremeña de Cabeza del
Buey, el día 21 de enero del año 1761.
Nació en el seno de una familia acomodada por vía paterna, mientras que su
madre, María Francisca Ramírez Moyano, procedía de una familia humilde. Su
padre, Diego Antonio Muñoz Torrero, era farmacéutico (licenciado por la
Universidad de Salamanca), poseía tierras y era profesor de Latín, natural de
Cabeza del Buey. Fue el primer vástago del matrimonio contraído el 16 de
febrero de 1760. Su padrino fue su tío paterno Juan Muñoz Torrero, escribano de
número de la villa y de la Real Encomienda, de familia honrada y reconocida en
Cabeza del Buey, se los conocía con el sobrenombre de “los regidores”, por
haber venido desempeñando cargos municipales años atrás.
Fue un destacado diputado doceañista que a sus
cuarenta y nueve años se enfrentó a la Inquisición, un esforzado defensor de la
idea liberal y uno de los máximos defensores de la libertad de imprenta, de la
abolición del Honrado Concejo de la Mesta y los gremios, los señoríos
jurisdiccionales y el mayorazgo.
Fue un hombre de esclarecido talento, de alma generosa
y de brillantes cualidades. Cuando tenía doce años de edad, se matriculó en la
Universidad de Salamanca, donde
residió quince años, concretamente entre los años 1776
y 1790, viéndose impregnado por el ambiente estudiantil de la época, sobre
todo, por el reformismo del reinado de Carlos III. El siglo XVIII ha pasado a la Historia como
el “Siglo
de las Luces”. Allí
orientó su formación académica hacia los
estudios teológicos y filosóficos, la base de su futura actividad profesional
orientada a la carrera eclesiástica.
Muñoz Torrero, que había sido rector de la universidad
salmantina, cesó en su cargo y decidió dedicarse a la vida religiosa,
abandonando la facultad y Salamanca, para trasladarse a Madrid.
El XII marqués de Villafranca del Bierzo, Francisco de
Borja Álvarez de Toledo y Gonzaga, le ofreció una canonjía en su colegiata, donde permanece hasta 1810 desempeñando el
cargo de Chantre de Coro en la Colegiata, aunque viajará continuamente a Madrid
acudiendo a los ambientes liberales de la capital, siendo miembro asiduo en las
frecuentes tertulias que Manuel José Quintana organizaba en su casa. Una vez
que fuera nombrado chantre de la colegiata
de Villafranca, allí permaneció hasta que fue elegido representante a Cortes
por la provincia de Badajoz, en una sesión que tuvo lugar en la ciudad pacense.
En el año 1810, la Regencia promulgó un
decreto ordenando que se realizasen las elecciones de diputados y que en el mes
de agosto se reunieran los nombrados en la isla de León, donde se daría
principio a las sesiones. Las ciudades
con voto en Cortes y provincias enviaron a sus diputados entre los que se
encontraba Muñoz Torrero por Badajoz. Permanecieron abiertas las Cortes
generales y extraordinarias entre septiembre de 1810 y el mismo mes de 1813,
donde Muñoz Torrero ejerció un papel muy activo en los trabajos de diez
comisiones (Alhajas de las Iglesias, Comisiones del Congreso, Reglamento de las
Cortes, Constitución, Honor, Libertad de imprenta, Lista de Empleados,
Mensajes, Consejo de la Inquisición y Traslación de las Cortes), siendo la de
mayor relevancia su actuación como Presidente, llegando a contabilizar nada
menos que 227 intervenciones suyas en las Cortes Generales y Extraordinarias,
destacando como un excelente orador.
Precisamente, fue quien inauguró con un discurso todos
los principios que sirvieron después de base para redactar la Constitución de
1812. Muñoz Torrero se ganó muy pronto una gran fama como orador en las Cortes.
Esa intensa labor parlamentaria se completó con sus artículos en la
prensa. Lo que hizo ese día Muñoz
Torrero fue una clara declaración revolucionaria, cuando manifestó que los
representantes de la nación son los diputados y que en las Cortes formada por
estos reside la soberanía; que sin consentimiento expreso de la Nación no hay
monarca ni sucesión en el trono; que se debe proceder a la separación de
poderes. Un clarísimo ideario revolucionario.
A la vuelta de Fernando VII y el golpe de Estado que
significaba su Decreto de 4 de mayo de 1814, declarando “nulos y de ningún valor ni efecto” la Constitución y los decretos
de las Cortes, Muñoz Torrero fue arrestado en la noche del 10 de mayo,
declarado reo e incautándole todas sus pertenencias, entre las que se
encontraban interesantes documentos y, en consecuencia, incurso en pena de
muerte. A los liberales se
los consideraron enemigos, no solo de la soberanía, sino de la sagrada persona
del Rey, como refractarios, de nuestra santa religión, como destructores del
gobierno monárquico.
El sacerdote de Cabeza del Buey fue trasladado desde
la cárcel de la Corona hasta el Convento de franciscanos en Erbón (municipio de
Padrón, La Coruña), adonde llegó en los primeros días de enero de 1816,
provisto sólo de sus hábitos y algunos libros, condenado a seis años de
reclusión allí se dedicó a la oración y a la lectura. Allí permanecería por
espacio de casi un lustro (1816-1820).
Tras el levantamiento de Rafael de Riego en 1820 sería
nombrado diputado del Trienio Liberal por Badajoz (1820-1823), pero en abril de
1823 entraron en territorio español los Cien
Mil Hijos de San Luis, por lo que, probablemente en los primeros días de la
segunda quincena de junio, el ex rector de Salamanca salía de Madrid con
dirección a Badajoz, donde, protegido por sus amigos y correligionarios
políticos, permaneció durante algún tiempo. A comienzos del otoño de 1823, ante
el peligro que corría tras la reinstauración del orden absolutista en España,
se marchó a Portugal, concretamente a Campo Maior, donde permaneció casi cinco
años. Se recrudeció la persecución contra los liberales. Muñoz Torrero decidió
huir a Francia. Cuando se disponía a embarcarse desde Lisboa, en el mes de
noviembre de 1828, fue arrestado por los miguelistas y encarcelado en la torre
de San Julián de la Barra (Lisboa). Muñoz Torrero sobrevivió los cuatro últimos
meses de su vida, hacinado entre una celda subterránea que se inundaba con la
subida de la marea y sometido a trabajos forzados y vejaciones bajo la
dirección del brigadier José María Téllez-Jordán. Falleció a los sesenta y ocho
años de edad en San Julián de la Barra (Portugal) el día 16 de marzo de 1829,
este buen sacerdote, catedrático y primer presidente del primer Congreso
Parlamentario español.
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