Cruces de término y cruceros de Montehermoso
Fueron varias las
cruces que tuvo el municipio, la cruz de María Hernández, en el Retamar; la
cruz de la Graná, en el camino al lagar de La Puente, y la cruz del Medio,
junto al actual Centro de Salud. De aquellas tres cruces, sólo se conserva la
de la Graná. En la entrada a Montehermoso por la carretera de Morcillo se
encuentra la Cruz del Ruedo. En el capítulo dedicado a tradiciones populares
explicaremos una de las costumbres que han desaparecido en el municipio de que
se celebraba el día de la Cruz de Mayo (3 de mayo) y estaba muy relacionada con
las cruces y cruceros del municipio.
El sustantivo “cruz”
es definido por la Real Academia Española como “instrumento formado de dos leños ó maderos, el cual es de varias
hechuras, una compuesta de un madero largo derecho, que se llama pie, y cerca
de la extremidad se le atraviesa otro menor a proporción del primero, que se
llama brazos…” [1], en otras
ediciones, recoge “cruce” con la definición de “punto donde se cruzan dos
líneas. El cruce de dos caminos” [2]; en el Diccionario crítico etimológico castellano e
hispánico[3], consta que se trata de una derivación semiculta del
latín /CRÛCEM/, de /CRUX, -CIS/ con el significado de “cruz, horca, picota”.
Sebastián de Covarrubias, por su parte,
ofrece para “encrucijada” la definición de “…dos caminos encontrados que hacen cruz[4].
A pesar de no quedar
referida en los diccionarios, la acepción de “cruz” como elemento
de deslinde territorial se puede rastrear ya en los
siglos XI y XII[5]. La cruz, en ocasiones, era una forma de amojonar…
Otras veces es la guía del vía crucis o el hito de bienvenida a un lugar; pero
muy frecuentemente hace referencia a una encrucijada de caminos”; documentando
que, en determinados casos, ésta se cristianizó o santificó, adoptando la forma
de “santa cruz”, atestiguando desde el siglo XI ya la existencia de este
topónimo[6].
El crucero es un monumento
religioso constituido por una cruz generalmente de piedra (en menor medida,
los hay construidos en madera) sobre un pilar, situado en un lugar
público, principalmente encrucijadas (cruces de caminos), atrios de iglesias, lugares elevados, o sobre la extremidad de lugares
en los que antiguamente existían cultos paganos a la
naturaleza. Significativamente, todavía
hoy en día, una parte de estas “cruces” detectadas siguen correspondiendo con
los límites de los términos municipales. Por otra parte, cuando las mismas
quedan en el interior de los términos municipales actuales, es posible rastrear
su correspondencia con la existencia de antiguos enclaves de población de menor
entidad, despoblados o territorios pertenecientes a antiguos adehesamientos
relacionados con los anteriores.
Asimismo, hemos
documentado ejemplos en los que confluyen las dos anteriores circunstancias
mencionadas: localización en las proximidades de las actuales delimitaciones
municipales y correlación con un despoblado. En el estudio, se observan además
fenómenos de redundancia toponímica, con la presencia en las mismas áreas
de ubicación de “cruces” de otros topónimos referidos también a amojonamientos
o deslindes relacionados con topónimos
que apuntan etimológicamente una vinculación también con procesos de
amojonamiento.
A lo largo de la historia, prácticamente
todas las civilizaciones han hecho uso de la sacralidad de las piedras. De este
modo en la antigua Grecia, exactamente en Quersoneso, ya en el año 405 a.C. se
adoraba una piedra que decían haber caído del cielo; más tarde, en el siglo II
d. C., Pausanias hace referencia a unas piedras sagradas situadas en el
interior de los templos, con forma piramidal y coronadas con cabezas de
divinidades[7]. El pueblo egipcio adoraba el Cipo de Horus
(o estatua sanadora), estela sostenida por un hombre en posición oferente con
una inscripción, a modo de conjuro, para curar la picadura de escorpión o
serpiente. La figura solía ir colocada sobre un pedestal, con un pequeño surco
que servía para recoger el agua de lluvia, que al pasar por la estela adquiría
poderes mágicos. El agua así obtenida, era empleada para curar a las personas
que habían sufrido la picadura de una serpiente o de un escorpión. Si
observamos este ritual posee una gran similitud con el que actualmente se
practica en algunas regiones del norte peninsular, donde las piedras
“sanadoras” almacenan agua en sus huecos para ser utilizada con esta función;
lo mismo que ciertos cruceros que poseen pequeños pocillos horadados en el
pedestal con igual intencionalidad.
Ya existió en la época romana una
preocupación por señalar los límites con mojones inscritos o epígrafes. Piedras
de límite que estaban bajo la protección de Iuppiter
Terminus[8]
y su alteración o desplazamiento suponía para el responsable la condena a muerte.
Una estrecha relación entre el límite y la religión, lo que los agrimensores
llaman terminio pali sacrificales, y que consignan la costumbre, en algunos
lugares, de realizar sacrificios a Júpiter antes de instalar un cipo[9]. Incluso, las
cruces ya eran usadas por los romanos al inicio de las calzadas. Las distancias entre
ciudades estaban marcadas por los miliarios, elementos posteriormente
cristianizados, por lo que esta red viaria se convierte en un importante medio
de difusión de los cruceros, tanto por la conversión de antiguos miliarios como
por la posibilidad de comunicación entre distintos puntos de la geografía. Los
miliarios eran cipos de hasta dos metros de altura destinados a marcar las
distancias entre ciudades; elementos considerados, en muchas ocasiones, como un
paso entre el menhir y la marca kilométrica. Esta costumbre era únicamente
romana, pues los griegos no marcaban en los caminos estas distancias, sino que
colocaban unas piedras, conocidas como Hermes, destinadas a proteger a los viajeros
y viandantes. En esta práctica podemos buscar también el origen simbólico de
muchos cruceros situados a la vereda de los caminos y en las encrucijadas de
los mismos.
Los romanos fueron grandes constructores de
calzadas. El emperador Augusto dio un gran impulso a la construcción de vías y
así, durante su gobierno, quedó terminada la red viaria de España. Varias lo
fueron por razones militares; otras fueron reparadas como resultado del
comercio. Red de calzadas que subsistieron al inicio de la era cristiana. En
las Etimologías de San Isidoro, obra
enciclopédica basada en la Antigüedad que tanta influencia tuvo en el Medievo,
se leen algunos datos de interés sobre la clasificación de los caminos.
Concretamente este autor dedicó un capítulo entero en el libro XV a la
terminología y significado del vocabulario viario. Así, los miliarios son la
distancia entre los caminos; una legua mide 1500 pasos (2205 m). Los caminos
eran públicos o privados; el primero se del suelo público y este tránsito
libre; estos caminos pertenecen a las ciudades. Mientras que el camino privado
era propiedad de los municipios. Hemos
de destacar que hemos localizado numerosas cruces de término en la Vía de la
Plata, es una de las principales vías de comunicación de la Península Ibérica,
que cruza Extremadura[10].
A partir del siglo XVI sus miliarios llamaron
la atención de estudiosos como Nebrija y pudo precisar en ella la longitud de
la milla romana. Desde entonces ha suscitado numerosos estudios. Dicha vía
romana unía Mérida con Astorga. Sin embargo, este tramo de la vía romana no
debe considerarse que es la única Vía de la Plata, aunque sea la más conocida,
pues la actual denominación alude a la vía de comunicación de todo el
occidente, de la que el tramo citado es sólo una parte, existiendo ramales
paralelos. Esta vía de comunicación fue descrita por el Itinerario Antonino y el Anónimo
de Rávena y precisada por miliarios, puentes y demás obras de ingeniería,
que desde el II milenio a. C. por ella transcurrían los lusitanos, representada
en estelas decoradas con armas y objetos suntuarios de origen mediterráneo,
como fíbulas y carros, seguramente a cambio del oro y estaño de estas regiones,
teniendo como salida natural la fenicia Gades. De hecho, en el I milenio a. C.
por ella penetraron los tartesos del Guadalquivir convirtiéndose en el eje de
salida económica hacia el Mediterráneo con productos fenicios y tartésicos. A
partir del siglo III a. C. esta vía fue un eje esencial de los púnicos y la
conquista romana fue el eje de la estrategia contra los pueblos peninsulares,
siendo Augusto el que fundarse la colonia de Mérida para controlar esta vía y
los territorios que comunicaba. Por tanto, la enorme importancia histórica y
cultural de la vía se refleja en los numerosos monumentos que la jalonan,
siendo un referente turístico cultural en España
Más tarde, a partir de la Edad Media estas marcas de
los camino se situaban en las entradas de los pueblos como símbolo de fe
cristiana, y de reconquista a los musulmanes, avisando a los foráneos que entraban
en una población leal a la cristiandad.
Hemos de relacionar igualmente las cañadas de ganado con la ubicación de cruces,
que en un principio se señalaron mediante hitos o mojones, con el objeto de
servir de guía a los ganaderos y evitar agresiones en su trazado original. El
cristianismo, por su parte, sembró de cruces los caminos para la protección de
los caminantes, al igual que aconteció con las vías pecuarias, en cuyo
recorrido se fueron levantando numerosas cruces y cruceros para proteger a los
pastores y sus ganados. Muchos de estos ejemplares han llegado hasta nuestros
días en su emplazamiento original, junto a las cañadas[11].
También es importante destacar que las
piedras de sacrificio, son piedras con cazoletas, huecos o pozas y son veneradas
como antiguos lugares de culto pagano que todavía conservan ciertos poderes
mágicos o religiosos. Estas características las encontramos en algunas mesas de
altar que fueron destino de sacrificios y que posteriormente se cristianizaron
mediante la incisión de cruces, colocación de una cruz en la cúspide o por la
erección de un crucero junto a las mismas[12].
Además de estos cultos, debemos
mencionar aquellos rituales especiales que estuvieron dedicados a la piedra
como materia. Muestra de ello son las covachas excavadas en la roca que se han
encontrado próximas a algunas canteras del centro peninsular. Estos espacios
presentan una chimenea y un altar, posiblemente empleado para algún tipo de
ritual llevado a cabo por las gentes que trabajan la piedra, las cuales habrían
desarrollado un tipo de religiosidad vinculada a los medios y recursos que les
permitían la subsistencia.
Al igual que ocurrió con el resto de
cultos paganos, el cristianismo adaptó el culto dado a las piedras a su
religión y para ello superpuso las celebraciones de sus festividades a las
antiguas, erigió ermitas junto a elementos paganos, colocó cruces sobre las
piedras y las marcó con cruces incisas[13].
En la Edad Media asistimos a un retroceso de
este proceso vertebrador viario, debido a la pérdida del brazo estatal fuerte
capaz de acometer obras públicas costosas y concebidas con un criterio técnico
y con una visión política unificadora del territorio. Además, todo sucumbió el
19 julio del año 711 con la invasión musulmana.
No será hasta el proceso reconquistador
cristiano cuando los caminos vuelvan a adquirir importancia; sobre todo, los
caminos de peregrinación. El camino de Santiago está orlado de cruceros de
piedra que marcan como los mobiliarios romanos la vía sagrada de la
peregrinación. Caminos por los que transitaban viajeros y mercancías que eran
difíciles de financiar. Invertir en los caminos no parecía muy rentable, salvo,
claro está, en las mejoras de los pasos de los ríos construyendo puentes o,
simplemente, reparando los que las riadas se llevaban con frecuencia.
Aunque fuese excepcionalmente, se dieron
casos en los que el empleo de un topónimo no garantizaba la existencia física
de una cruz, ya que pudo utilizarse sólo para señalar un cruce de caminos. Con
respecto a los hitos datados en nuestra investigación, podemos decir que en la
mayoría de ellos, y tal como vamos a probar documentalmente, sí existieron
cruces, aunque las noticias reunidas no permiten determinar las características
propias de cada una de ellas ni la fecha en que fueron erigidas, a excepción de
varias que hemos datado en los siglos XVI y XVII.
En la segunda mitad del siglo XVI, y sobre
todo, en el siglo XVII, se da prioridad a la creación o reparación de nuevos
caminos situando en las entradas de los municipios cruces de término. En
España, se contaba con una red viaria tradicional, legada por los
hispanorromanos y algunos nuevos caminos medievales, que si bien eran deficientes.
Por estas razones, los caminos nuevos fueron escasos casi todos ellos, y
surgieron por las necesidades políticas o económicas. La mejora de la red
viaria se limitó a allanar nuevos pasos, a construir puentes en los pasos
fluviales, y a publicar las primeras guías de viajes: los repertorios, no resultando extraños los itinerarios que -por
ejemplo- describe, en 1546, Juan de Villuga en su Repertorio de todos los caminos de España, apreciándose la alta
densidad de caminos de Castilla, que confluyen en buena medida en Toledo, fue
una herramienta muy útil que los viajeros podían llevar consigo dado su pequeño
formato. Fue el primero de los utilizados y editados en España y tuvo una gran
importancia en su época. En el año 1576, Alonso de Meneses publica un nuevo Repertorio que los principales autores
consideran esencial, ya que ambos proporcionan una red de caminos, la mayor
parte de herradura, que suman en conjunto una longitud total de 18.000 km.
Noticias más detalladas y extensas nos las proporciona las Relaciones Topográficas ordenadas por el rey Felipe II y que
constituyen una muestra del afán de este rey por conocer la población y las
infraestructuras de España.
Por tanto, la información que nos
proporcionaron los Repertorios, nos
da una idea de las principales rutas terrestres existentes. Será el rey Felipe
V a mediados del siglo XVIII el que manifieste un gran interés en mejorar las
comunicaciones interiores, encargando a intendentes y corregidores vigilar
cuanto concernía al buen estado de los caminos y de promover las obras
necesarias para facilitar el transporte de mercancías. En la Ordenanza de 1749
se establecía que los intendentes y corregidores encargasen especialmente a
todas las justicias de sus demarcaciones para que cada uno, en su término, procurase
tener bien reparados los caminos públicos y los puentes. Habrían de vigilar
asimismo que no ocupasen parte alguna de ellos los labradores, para lo que
deberían colocar mojones que delimitasen el espacio ocupado por cada vía y en
el cruce de los caminos se debía de colocar un poste de piedra con un letrero
que indicase la dirección de los caminos.
Será en el año 1772 cuando se aprueben las
reglas que deberían observarse para la conservación de los caminos del Reino,
tanto los ya construidos, como los que se fueran a construir. Por Real Decreto
de 8 de octubre de 1788, la Superintendencia General de Caminos y Posadas fue
agregada a la de Correos y Postas, por interesar a ésta la seguridad del
tránsito y del tráfico, para conseguir una fácil comunicación. En junio de 1794
fue promulgada la Ordenanza General de Correos y Postas, Caminos y Posadas, con
idea de mejorar en todo lo posible los caminos, hacerlos más seguros y que
fuera más fácil viajar y transportar mercancías. Época en la que destacamos la edición
de guías que permitían determinar una red caminera tupida, los mapas
científicos de la segunda mitad del siglo XVIII como los de Tomás López,
Antillón o Tofiño. En el siglo XIX será buena la información cartográfica sobre
los caminos con el excelente Atlas
Geográfico de España, confeccionado por Coello a escala 1: 20.000. Los
mapas de la red de caminos correspondientes al siglo XVIII como la guía de Pedro Pontón (1705), la de
Matías Escribano (1760), Tomás López (1767) y, en el siglo XIX la de Santiago
López (1828) o Javier Cabanes (1830). Gracias a ellos podemos conocer el
esfuerzo que hizo la Corona en fomentar la mejora de la red de caminos.
De hecho, el origen de nuestras cruces de
piedra debemos buscarlo en las Islas Británicas, en el arte celta de esta
región. Las primeras cruces de esta categoría que se erigieron fueron las
llamadas cruces altas (también llamadas outaso hincadas)
irlandesas y anglosajonas durante los siglos VII y VIII, entre las que destacan
dos de las más antiguas, la cruz escocesa de Ruthwell2 y la inglesa de Bewcastle3
ambas datadas en el siglo VII[14].
La aparición de estos hitos en los espacios públicos y
caminos debemos relacionarlo de forma general con el propósito de sacralizar
dichos lugares, aunque la finalidad y circunstancia que determinó la creación
de cada uno de ellos le confirió un carácter específico, siendo identificados
con nomenclaturas propias, derivadas del lugar de ubicación, de las causas de
su creación, o la época en que se construyeron, entre otras circunstancias.
La influencia del
arte celta de las Islas Británicas sobre las cruces del arte continental
europeo queda patente en dos hechos importantes: por un lado el nacimiento de
las cruces altas en Europa como asimilación de los menhires y por otro,
el renacer de una escultura desde las cruces anglo-irlandesas que
posteriormente se desarrollará y florecerá con el arte románico[15].
En lo referente a las
cruces altas o cruces hincadas con un posible origen en las Islas
Británicas, pero también es necesario mencionar las cruces monumentales provistas
de gradas, conjuntos erigidos sobre unos escalones y con otros elementos que le
son característicos y que datan del siglo XIV, cuyo origen podemos encontrarlo
en las cruces levantadas en los campos germanos y que se introducen en España a
través del ciclo Bretón[16]. Las primeras cruces
que llegan a la península Ibérica datan del siglo VII, periodo en el que muchos
monjes bretones e irlandeses se instalaron en la zona norte con la intención de
evangelizar este territorio. Aunque cabe señalar a este respecto que mucho
antes de esta fecha, ya existían asentamientos bretones con una estructura
eclesiástica formada, sin olvidar las rutas de entrada a la Península
destacando el Camino de Santiago. La influencia que tuvieron los cruceros
bretones e irlandeses sobre nuestras cruces a través del Camino de Santiago es
innegable, pues fueron muchos los viajeros procedentes de Europa que llegaron a
Santiago siguiendo este trayecto[17].
Igualmente, las órdenes monásticas –benedictinos, cistercienses, dominicos y
franciscanos- fueron difusoras de este tipo de cruces. Precisamente, a partir del siglo XV, las órdenes mendicantes
inculcaron en el pueblo el miedo a la muerte, entendida ésta como la
posibilidad de una condena en el infierno y no, según se había hecho hasta
entonces, como el inicio de una nueva vida, con el desarrollo a finales del
siglo XVI de los petos de ánimas, lápidas exentas generalmente adosadas
a un crucero y con la representación de las almas del Purgatorio salvadas por
San Francisco o la Virgen del Carmen; elementos cuya intencionalidad era
demandar oraciones y limosnas para estas almas. Los cruceros, levantados en
caminos, atrios de iglesias o plazas, se erigían a petición de los más
modestos, convirtiéndose de este modo en objetos de culto popular.
Precisamente, fueron
franciscanos los encargados de introducir el Vía Crucis en España en el siglo
XIII, aunque la verdadera difusión y proliferación del mismo, también llamado Camino
de la cruz, tuvo lugar a partir del año 1686, fecha en la que Inocencio XI
aprueba la concesión de indulgencias a través de la práctica de este camino
(formado inicialmente por las 12 estaciones o paradas realizadas por Jesús
camino del Calvario). Más tarde, en 1731, Clemente XIII fija las estaciones en
14 y permite su representación en todas las iglesias siendo bendecidas por los
franciscanos. Este hecho supuso la erección de un elevado número de cruceros
con objeto de marcar las 14 estaciones que forman el mismo[18].
Por otro lado,
debemos también a los franciscanos el gran impulso que adquirió la religiosidad
popular gracias a su proceso evangelizador en ciudades y pueblos, en el interior
de los templos o en medio de plazas y campos. De este modo, fueron los
encargados de levantar cruces y cruceros en las proximidades de los núcleos
urbanos y de expandir esta costumbre por todo el territorio español.
Del conjunto de cruces documentadas en la
provincia de Cáceres, un número importante de ellas se encuentran en las
inmediaciones del casco urbano, lindantes a los márgenes y cruces de los
caminos más importantes que entraban y salían de la población. Existen otras
muchas cruces que se encuentran dentro del casco urbano y, la mayoría en los
atrios parroquiales y en los cementerios. Es importante destacar que la mayoría
de las cruces que hemos localizado se encuentran en el interior de los
cementerios municipales.
La muerte supone una transición, un cambio de
status, por eso el ámbito funerario fue un escenario básico en la construcción
de la memoria social de todas las épocas. El ritual y el espacio funerario
siempre ha sido un acto social reflejo de la sociedad de los vivos integrado en
un contexto lleno de significado. Una consecuencia natural de la muerte y el
resultado de decisiones marcadas por el contexto social, la representación
social de los muertos y el mensaje que se quiere transmitir.
Será a partir del siglo VIII cuando la
Iglesia adquiera un papel preponderante en la gestión de los espacios
funerarios. Desde el siglo IV se había aceptado la presencia de un espacio en
torno a las iglesias y monasterios, un área que rodeaba a estos centros
eclesiásticos alrededor de los mismos, donde se situaban los enterramientos de
los fieles y las comunidades monásticas que se inhumaban fuera del edificio. Si
bien eso no elimina la presencia de áreas de inhumación dispersas en
asentamientos aldeanos.
Entre los siglos IX y XI se fueron dando
importantes avances en la necesidad de separar estrictamente los espacios
sagrados de los que no son, interviniendo en ello la consagración de los
espacios eclesiásticos y, además, los clérigos se convirtieron en los únicos
mediadores posibles entre los fieles y la divinidad, de tal manera que las
celebraciones funerarias serían una cohesión entre la comunidad cristiana y la
Iglesia, permitiendo así la generalización de un espacio funerario controlado
por la Iglesia, que será la auténtica salvaguarda del fiel, que a su vez
comenzó a ser consagrado a partir del siglo X, fecha en la que aparece el
cementerio parroquial, pues todos los fieles debían integrarse en una
parroquia, un espacio comunitario que permitiera el acercamiento definitivo
entre el finado y la institución eclesiástica. Precisamente, en ese período es
cuando el cementerio parroquial se consolida como espacio funerario por
excelencia. En algunos lugares, en el siglo XII se reafirman las redes
parroquiales y se documentan incluso cesiones de tierras para segregar un
cementerio.
Las disposiciones legales son las responsables de la
actual ubicación de los cementerios en los núcleos urbanos españoles y de una
parte de las características tipológicas de los mismos. Es el primer cuarto del
siglo XIX el impulsor de las medidas legislativas, tendentes en primera
instancia a la creación de cementerios para en una segunda fase trasladarlos a
las afueras de las localidades: son numerosas las disposiciones con este fin,
lo que hace ver el incumplimiento de las mismas, tanto por parte de las
autoridades municipales como por parte de los cargos eclesiásticos. A mediados
de siglo el conflicto se planteará con la provisión de fondos para proceder a
la erección de cementerios. Pero, el punto de partida lo encontramos el 3 de
abril de 1787 con la emisión de una Real Cédula dictada por Carlos III una vez
fueron constatados los efectos de las epidemias acaecidas en varias
localidades, especialmente en la villa de Pasajes seis años antes. La medida
resulta novedosa, y es contemporánea a las decretadas en otros lugares de
Europa. El principal rasgo es la preocupación por dictar "una providencia general que asegure la
salud pública "y evitar en lo posible el hedor sentido en la
iglesia parroquial por la multitud de cadáveres en ella enterrados. Intento de
establecer los cementerios fuera de las poblaciones o en grandes espacios
libres que pudieran existir en su seno, en "sitios ventilados é inmediatos á las parroquias". La cédula de 1787 es importante por ser la
primera indicación de construcción de recintos específicamente dedicados a la
recepción de cadáveres, y por su explícito concepto de velar por la salud
pública de sus súbditos.
Y, en La Novísima Recopilación, de 15 de julio
de 1805 señala: Ley 1, título II, libro 1.: "Se restablezca la disciplina
de la Iglesia en el uso y construcción de los cementerios según 10 mandado en
el ritual romano". Será en 1833 cuando se vuelva a contar con indicaciones
referentes a la construcción de cementerios, a pesar de existir en este espacio
de tiempo intermedio algunas medidas relacionadas con el tema de
enterramientos. Estas medidas se centran en las comunidades religiosas, sobre
todo las de clausura. Aunque nos encontremos en una fecha tan cercana como 1857
podemos comprobar con sorpresa la existencia de un número destacado de pueblos
que todavía no disponen de cementerio en la provincia cacereña. Aunque las
leyes de régimen local serán un tema de controversia con el estamento religioso
en relación con el dominio y titularidad de los recintos cementeriales la
mayoría de los cementerios que hemos incorporado a este estudio por encontrarse
en su interior cruces fueron construidos en la segunda mitad del siglo XIX.
Las disposiciones
legales más importantes en cuanto a cementerios y prácticas inhumatorias de la
legislación española se producen con la municipalización de 1931 y el segundo
-anterior en el tiempo- es la adopción definitiva de un marco científico e
higiénico-sanitario sobre enterramientos.
El Dictamen de la Comisión establecida para tal fin por el Real Consejo
de Sanidad de 21 de junio de 1894 es la plasmación científica de recopilación
de la experiencia llevada a cabo en los cementerios españoles, y el logro de un
cuerpo teórico sobre los procesos inhumatorios y de degradación de la materia.
Tras la Guerra Civil Española, desde el Gobierno hubo una
preocupación por el estado en el que se encontraban las cruces de término, tal
y como aparece en la circular enviada a las distintas poblaciones por el Director
General de la Administración Local. Y que destacamos en este trabajo por su
interés.
El Ilmo. Sr. Director General de la
Administración Local, con fecha siete del mes actual, me comunica la orden
circular siguiente:
“Excmo. Sr. : La labor restauradora del
patrimonio espiritual y artístico de nuestra patria, ha motivado la feliz
iniciativa del Ministerio de Justicia dirigida a la reconstrucción de las
cruces de término destruidas en gran parte durante la dominación roja. La orden
de 5 de febrero último está dictada con tal fin y constituida la Junta Nacional
bajo la presidencia del Excmo. Sr. Ministro de Justicia, se hace preciso para
facilitar su labor, obtener los datos precisos referentes a las cruces de
término desaparecidas.
Confiado a esta Dirección General de
Administración Local el encargo de recabar de los Gobernadores Civiles tales
datos, me dirijo a V. E., para que a la brevedad posible curse directamente una
comunicación a cada uno de los alcaldes de esa provincia ordenándoles se sirvan
rendirle una información detallada a los siguientes datos:
a)
Cruz
este término que hayan existido en el respectivo municipio.
b)
Cruces
que han sido destruidas y la causa de su desaparición.
c)
Cruces
que existen en la actualidad y su estado de conservación.
d)
Cruces de
término que deben ser construidas de nuevo, con indicación de las más urgentes
y lugar que se propone para su emplazamiento.
Además, encarecidamente expongo la
conveniencia de acompañar fotografías de las cruces existentes, o bien croquis
o planos y cuantos antecedentes y documentación se estimen necesarios para la reconstrucción. Lo que
traslado Usted a fin de que urgentemente remita a este Gobierno los datos que
se interesan a fin de poder cumplir lo ordenado por la Dirección General de
Administración Local.
Por Dios, España y su Revolución
Nacional-Sindicalista.
Cáceres, 14 de marzo de 1944 (firma: Luciano
López Hidalgo, Gobernador Civil)
Los cruceros son uno
de los monumentos más característicos de Portugal y Galicia
(donde se denominan cruzeiros y cruceiros, respectivamente),
aunque también se puede encontrar en otros puntos de la Cornisa
Cantábrica o en Castilla y León
(por ejemplo, en Sepúlveda). También existen en otras partes de España, con
diversas características y nombres, por ejemplo, cruz de término, cruz cubierta, y
otros. Por herencia cultural ibérica, también son abundantes en la arquitectura
colonial de Brasil. En Irlanda, Bretaña e Inglaterra, también
es posible encontrar cruceros, sobre todo frente a lugares religiosos.
Es una obra de arte
popular, mayormente esculpida en granito.
Es posible remontar su origen en torno al siglo XIV,
pero su mayor desarrollo se produjo en el siglo XVII.
Está constituido por varios elementos:
- Plataforma de una o más gradas.
- Pedestal,
normalmente cuadrangular, liso o con inscripciones.
- Fuste (o varal), cuadrangular,
octogonal o cilíndrico, liso con motivos diversos (escalera, martillo, tenazas, calaveras, serpiente, santiños
(escenas del Pecado original, etc).
- Capitel, de compleja y variada composición
(volutas, calaveras,
querubines alados, entre otras figuras).
- Cruz, raramente sola, a veces con
un Cristo crucificado en su cara
anterior, y una imagen de la Virgen
María o de algún santo en su cara posterior.
La expresión
simplificada del crucero es la cruz de piedra, sola, sin nada más. Existen
también los denominados «cruceros de capilla», en los cuales el capitel
está sustituido por una capilla en piedra con imágenes.
Los cruceros son una lección admirable de
Cristología y Mariología de los artistas
del granito han plasmado en piedra, que esos teólogos populares han ofrecido a
Cristo y a su Madre. Porque los cruceros son un monumento a la Cruz redentora,
es verdad, pero también son un himno de alabanza a María, cumpliendo nuestros
canteros con aquel presagio de la Anunciación: “Ecceenim ex hoc beatam me dicent omnes genetariones”, “Desde ahora me llamarán bienaventurada todas
las generaciones” (traducido). Un monumento plástico que expresa esta
prerrogativa mariana de la Corredención. También, los cruceros han señalado los
límites de las poblaciones.
Generalmente los cruceros constan de un fuste
o varal de escasa altura y con una superficie cuadrangular o poligonal. Y un
capitel y sobre el mismo una cruz con distintas representaciones. Generalmente
los más antiguos pertenecen al siglo XV últimas décadas del siglo XIV, y se
deben con bastante seguridad a la religiosidad mendicante. Algunos son muy
toscos formados por un gran bloque granítico con un calvario en el anverso y un
Cristo en majestad en el reverso.
La escenografía de la Semana Santa en que se
representaba en los atrios el descendimiento fue llevada por los artistas
también a los cruceros. Estos cruceros, aparte de figuras en el fuste y en el
capitel, representan el desenclavo efectuado por José de Arimatea y Nicodemus,
animando sendas escaleras a la Cruz y, día que se arrodilla contemplando la
escena antes de recibir el cuerpo exánime en su regazo.
I.-
Calvario (ermita del Cristo de los Remedios)
En un lateral de la ermita de los Remedios,
al sureste del municipio, en la calle Real,
se levantan tres cruces que forman el Calvario sobre basas
cuadrangulares, siendo de mayor altura la central para realzar la cruz que
representa la Crucifixión de Cristo. Son cruces de sección cuadrada. Una de las
cruces está en mal estado de conservación, los brazos se encuentran en el
suelo, junto a la basa. En esta ermita se celebra la fiesta de la exaltación de
la Santa Cruz, el día 14 de septiembre. Cada vez que el 14 de septiembre
coincide con el domingo se lleva la imagen del Cristo en procesión hasta la
iglesia. También se celebra en esta ermita la Cuaresma y actos litúrgicos en
Semana Santa, en la novena al Cristo de los Remedios y la procesión (9 días
previos al Domingo de Ramos) y el Vía Crucis. Por sus características
tipológicas podemos fecharlas hacia 1740.
II.-
Cruz de la Graná
Sobre un basamento formado por dos gradas
cuadrangulares se levanta esta airosa cruz, tiene basa cúbica de cantería con
los extremos moldurados, fuste liso, cilíndrico de piedra con collarino y
capitel sencillo ornamentado con granadas, de ahí su nombre; y cruz de brazos
cilíndricos. Podemos fecharla en el siglo XVII.
III.-
Cruz del Ruedo (camino de Morcillo)
En el camino de Coria se encuentra esta cruz
de sección cuadrada que se alza sobre un grueso basamento de cantería. Los
brazos se rompieron en el año 2007 y tres años después se restauraron.
IV.-
Calvario (ermita de San Antonio)
La ermita de San Antonio se encuentra al
Norte del municipio. Se sitúa entre la carretera que une la Plaza de España de
Montehermoso con Aceituna y un camino de huertos que va al Albadil (un barrio
de Montehermoso). La ermita fue construida en el siglo XVIII y fue
posteriormente restaurada entre enero y mayo del año 1998, ya que había sido
invadida por insectos devoradores de madera y las piedras tenían grietas y
humedad. Fue la segunda ermita en ser restaurada. Frente a la ermita de San Antonio
se levanta un Calvario de piedra. Las dos cruces laterales se alzan sobre una
basa cúbica de cantería y la cruz
central sobre tres gradas cuadrangulares y basa cúbica para realzarla más.
Todas las cruces son de sección cuadrada.
V.-
Cruz (camino de Plasencia)
En el camino de Plasencia, se alza una cruz
de piedra de brazos octogonales sobre una basa cúbica de cantería. Desde este
lugar se observa una vista magnífica del municipio. Por sus características
estilísticas fechamos esta cruz a finales del siglo XVIII.
VI.-
Cruz (ermita del Cristo de los Remedios)
Al sureste del municipio, justo al coger la
carretera a Plasencia, se encuentra esta cruz frente a la ermita del Cristo de
los Remedios.
BIBLIOGRAFIA
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[1]Real Academia
Española: Diccionario de la Lengua Castellana,
Imp. Francisco del Hierro, Madrid,
1729, 666.
[2]Real Academia
Española: Diccionario de la Lengua Castellana,
Imp. Hernando y Compañía, Madrid,
1899, p. 285
[3]Coromines y Pascual,
1980.
[4]Covarrubias, 1674, f. 171v.
[5]
Menéndez Pidal, 1929; Molero García, 2000, 707.
[6]Ripoll Vivancos
yMonescillo, 2009.
[7]Pausanias (siglo II d. C.), geógrafo e historiador
griego. Gernet,1980, 182–184.
[8]Antigua divinidad romana bajo cuya protección estaban las
piedras termini que marcaban las
líneas fronterizas y los lindes de las tierras de propiedad pública o privada.
Dios protector de los límites y fronteras.
[9]
Vid. Arino, op. cit. 2004, 23.
[10]
Roldán Hervás, 1971, 27; Cerezo, 2003, 42.
[11] De gran interés es el estudio de investigación de Plaza
Beltrán, 2013, 25; García Martín, 1991.
[12]
Plaza Beltrán, 2010, 11-19.
[13]Existen tres fuentes literarias especialmente relevantes
que tratan del culto a las piedras: Estrabón, San Martín Dumiense( DeCorrectioneRusticorum, S. VI) y las
actas de los concilios visigodos (Toledanos XII, canon 11 y XVI, canon II).
[14]Antigua cruz de piedra datada en
el siglo VII. Originalmente estaba situada en el cementerio de Ruthwell, pero
durante una reforma de rehabilitación de la iglesia se colocó en su interior.
En el brazo vertical inferior podemos ver escenas de las escrituras y de la
mitología anglosajona; también observamos textos bíblicos y un fragmento del
poema inglés TheDream of therood (El Sueño de la Cruz) en alfabeto rúnico que
relata el sueño de un poeta que encontró un gran árbol decorado con joyas y que
representaba la cruz de Cristo.Plaza Beltrán, 2013, 8.
[15]Stokes, 1921, 23.
[16]Entre las cruces bretonas podemos
mencionar ejemplos importantes como las cruces de Tremaouezan,
Kelecq-Kerhuou, Plouider, Lesneven, Cleder, Plouaeventer, etc. destacando
la de Plourivopor considerarse la más antigua de Bretaña junto a las de Lancerf.
[17]
Plaza Beltrán, 2013, 12.
[18]
Plaza Beltrán, 2013, 20.
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