lunes, 24 de febrero de 2025

 

MATRIMONIO MISTICO DE SANTA CATALINA DE ALEJANDRIA

 

 

 En propiedad particular cacereña localizamos una magnífica obra plástica que representa el “Matrimonio místico de Santa Catalina de Alejandría”.

Se nos muestra a la Virgen sentada, vestida con túnica de color roja y cubierta con un manto azul, mantiene al Niño Jesús en el regazo, mientras pasa la mano izquierda para sostener a Santa Catalina que coge la mano del infante. El Niño se nos ofrece desnudo. El paisaje frondoso ocupa parcialmente el fondo de la escena, dejando libre el ángulo inferior para el desarrollo de la composición. Se divisa un reducido paisaje donde se desarrolla otra escena –en la que se aprecia a un hombre desnudo que está siendo martirizado, arrojándole piedras- en un ambiente campestre sobre peñas, una hilera de árboles y un cielo de tonos azules y rojizos. Presentan las imágenes rubias y ensortijadas cabelleras. Es una composición que forma un triángulo invertido que forman la Virgen, el Niño y la Santa –que viste manto anaranjado, de las doncellas romanas-, y una figura en segundo plano que prácticamente no participa en la escena y porta un haz de flechas. Algunas veces se la representa a la santa con un anillo, en este momento el Niño Jesús tiene en su diestra el anillo que va a colocar en el dedo de la Santa, aludiendo así a los místicos desposorios de ésta con el Niño Jesús. Se trata de la Virgen y mártir de Alejandría, de familia noble. Sufrió varios tormentos y, en pública discusión, confundió a los filósofos paganos, pro lo que es patrona de la Filosofía. Murió decapitada por orden de Majencio en el año 307. La Santa lleva como atributo en esta escena una espada.

 Su fuerza plástica viene ofrecida por el modelado de las figuras y el contraste de colorido, derivados del juego entre la luz, cuyo foco central se localiza en el Niño y las sombras que genera la composición.

 El tema ha ofrecido muchas posibilidades al autor anónimo para crear animación, el lenguaje gestual le otorga unidad, las figuras no resultan distantes, hay comunicación visual (correspondencia de miradas) entre ellas y permiten una relación directa con el espectador. Tema, formas y ejecución técnica nos han recordado una influencia clara con las obras de Correggio. Es obra del siglo XVII.



  

Dos obras inéditas con la representación de San Juanito

 

 En colección particular de la ciudad de Cáceres, se conservan dos cuadros con la representación de San Juan Niño, procedentes de una casa particular. En uno de ellos, San Juanito conduce con amabilidad al cordero. Representación que ya aparece en el simbolismo cristiano primitivo.

El cordero, u oveja, tiene siempre, en todas las pinturas de catacumbas y en sarcófagos del siglo IV, un significado asociado con la condición del difunto después de muerto. Pero en la nueva era iniciada por Constantino el Grande, el cordero aparece en el arte de las basílicas con un significado totalmente nuevo. El esquema general de la decoración absidal con mosaico en las basílicas que se construyen por todas partes tras la conversión de Constantino, se asemeja en lo fundamental a lo descrito por San Paulino en el existente en la Basílica de San Felix de Nola. "La Trinidad resplandece en su misterio pleno", el santo nos dice: "Cristo es representado mediante la figura de un cordero; la voz del Padre truena desde el cielo; y el Espíritu Santo es derramado a través de la paloma. La Cruz está rodeada por un círculo de luz como por una corona. La corona de esta corona son los mismos apóstoles, que son representados por un coro de palomas. La Divina unidad de la Trinidad es resumida en Cristo. La Trinidad tiene al mismo tiempo sus propias representaciones; Dios es representado por la voz paternal, y por el Espíritu; la Cruz y el Cordero significan la Víctima Santa. El fondo de púrpura y las palmas significan la realeza y el triunfo. Sobre la roca está de pie aquel que es la Roca de la Iglesia, de la que fluyen las cuatro fuentes murmurantes, los Evangelistas, ríos vivos de Cristo" (San Paulino, Ep. XXXII, ad Severum, sect. 10, P. L. LXI, 336). El Divino Cordero era normalmente representado en los mosaicos absidales de pie sobre el monte místico desde donde fluyen los cuatro arroyos del Paraíso simbolizando a los Evangelistas; doce ovejas, seis a cada lado, eran además representadas, viniendo desde las ciudades de Jerusalén y Belén (indicadas por pequeñas casas en los extremos de la escena) y marchando hacia el cordero.

El San Juanito motivo de nuestro estudio porta una cruz con una filacteria en la que reza “Ecce Agnus Dei” (“Este es el Cordero de Dios”). En el texto de los ritos romano y ambrosiano: “Agnus Dei, Filius Patris, qui tollis peccata mundi, miserere nobis; qui tollis peccata mundi, suscipe deprecationem nostram; qui sedes ad dexteram Patris, miserere nobis (Cordero de Dios, Hijo del Padre, que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros; que quitas los pecados del mundo, recibe nuestra súplica; que estás sentado a la diestra del Padre, ten piedad de nosotros, Nuevo Testamento)”, que contienen todas las palabras de la fórmula original del Agnus Dei, podemos encontrar la fuente inmediata de su texto. Su fórmula más remota es la declaración del Bautista: “Ecce Agnus Dei, ecce qui tollit peccatum mundi” (“He aquí al Cordero de Dios, he aquí al que quita el pecado del mundo”, Jn 1, 29). El desarrollo de la idea de asociar la Cruz con el cordero aparece por primera vez en un mosaico del siglo VI de la Basílica Vaticana.

Fue Isaías quien comparó a Nuestro Salvador con un cordero, el Bautista fue el primero que aplicó ese nombre a Nuestro Señor- “He aquí al Cordero de Dios”- y sin duda lo hizo siguiendo un cierto sentido derivado de algún antiguo modelo y profecía. De todas las representaciones figurativas, el cordero ha sido el que ha subsistido con más fuerza en el arte. Por sus cualidades de dulzura, inocencia y pureza. Ha sido considerado en muchas culturas como el animal de sacrificio por excelencia.

            Durante el siglo XVII menudearon las representaciones de San Juan Bautista como niño. Era una forma de manifestar la ternura de la piedad religiosa de esa época. San Juan había estado retirado en el desierto, por eso se nos muestra vestido con piel de camello. Lleva en su mano derecha la vara o cruz que le identifica. La escena aparece representada en un paisaje en los que el artista plasma suaves y delicados efectos atmosféricos, que sirven para definir la naturaleza y destacar la figura en primer plano.

Es obra de la segunda mitad del siglo XVII.

En el otro cuadro, está presente la dulzura de la infancia de San Juan, que se cubre con un manto rojo, dejando gran parte del cuerpo desnudo, emergiendo del fondo de sombra, con preponderancia de la disciplina gestual y el equilibrio de los volúmenes, predominando las distendidas posturas de la figura infantil, con una cierta sofisticación y blandura de modelado barroco. San Juan niño se encuentra suspendido en medio de áureos resplandores celestiales sobre una peana de nubes rodeada de una nutrida corte angélica de aspecto infantil, en posición simétrica, sus cabelleras deben mucho a la influencia flamenca en la pintura granadina del momento. El artista ha querido plasmar un juego de emociones y sentimientos figurados en San Juan niño, mediante bellas e idealizadas formas y, como fondo, un espacio arquitectónico sencillo, enmarcando la figura en un arco. Su técnica fluida y precisa, revela el contacto del autor anónimo con pintores venecianos, posiblemente de la colección real.

En forma genérica y en virtud de las características conceptuales y formales, puede adscribirse a un pintor perteneciente a la amplia nómina de los que se formaron en la escuela andaluza en la segunda mitad del siglo XVII (de hacia 1665-1670).




 

domingo, 9 de febrero de 2025

 

 

NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE (CACERES): NUEVAS HIPÓTESIS ACERCA DE SU ORIGEN Y DATACIÓN DE LA IMAGEN

 

 

En el Monasterio regentado por los franciscanos desde 1908, ubicado en la Puebla de Guadalupe, en el que se unen: fe, arte e historia se conservan verdaderas joyas artísticas.

Este centro espiritual comenzó su andadura a principios del siglo XIV, siendo inicialmente una pequeña ermita, de cuyo culto se encargaba el sacerdote Pedro García. El rey Alfonso XI cazaba por esta sierra de Altamira, para ello contamos con el Libro de la Montería del propio monarca que nos ofrece una descripción detallada del paisaje natural cercano al santuario en la primera mitad del siglo XIV, fecha en la que el rey visitó la ermita (año 1335), contemplando el estado ruinoso en el que se encontraba, dio órdenes para la construcción de una iglesia en el año 1340 en acción de gracias por haber confiado a la Virgen de Guadalupe la victoria de la batalla del Salado.

En este tiempo se fundó la Puebla y por orden de Alfonso XI comenzaron a construir el Monasterio (año 1340) solicitando y obteniendo para este lugar la creación de un priorato secular y lo declaró de su real patronato. Durante los años 1341 y 1367[1] estuvo al frente del santuario Toribio Fernández como procurador del cardenal Gómez Barroso y, después, como prior secular hasta que se hicieron cargo del mismo los jerónimos (priorato regular) en el año 1389.

El Monasterio fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1993. En su interior se custodia la imagen de la Virgen de Guadalupe, Patrona de Extremadura y Reina de la Hispanidad y, con toda seguridad, la imagen tallada en madera policromada más longeva de Extremadura.

La talla se asignó inicialmente al grupo de Vírgenes negras de Europa occidental de los siglos XI y XII, donde el pueblo campesino sería retratado en estas imágenes ennegrecidas, verían a sus mujeres, sus hijas, morenas del sol de los rastrojos, realizándose así una sublimación de su mundo a las esferas de lo sagrado[2]. Desde el siglo XIV aparece vestida con ricos mantos y joyas, dándole ese carácter triangular que la caracteriza y habiendo recibido varias restauraciones a través de los tiempos: en el siglo XIV (año 1389) para presentarla vestida, tal y como hemos indicado; en el año 1928 fueron colocados varios aditamentos para fortalecer la imagen, para que resistiese la talla al peso de la corona de Félix Granda, con motivo de su coronación canónica; en 1967 se hizo una nueva restauración, afectando a desinsectación y consolidación por el equipo de don Sebastián de la Torre y en 1984, sufrió otra restauración en el taller de don Joaquín Arquillo y Francisco Arquillo Torres[3], precisamente, este catedrático de Restauración de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla y director de la última restauración de Nuestra Señora, llevada a cabo en 1984, dejó escrito en su informe técnico:

 

“Las operaciones más trascendentes sufridas por la Imagen consistieron en la mutilación de una supuesta corona almenada; en el relleno de la cabeza con mortero de yeso y trozos de madera clavados en el original para obtener la nueva configuración para la adaptación de una corona sobrepuesta; en los suplementos de los costados y la espalda con piezas clavadas sobre la policromía, extendiéndose esta última desde la cintura hasta el relleno posterior de la cabeza; en la sustitución del brazo derecho de la Virgen por otro más acorde con la actitud requerida por la nueva disposición del conjunto, pero con caracteres estilísticos discordantes con el concepto estético general; y en el cambio del brazo derecho del Niño por uno de plata, que igualmente disiente estilísticamente del resto”[4].

 

Pertenece al grupo de las Vírgenes con el Niño. La Virgen  está[5] sentada en un "rudo sillón, rodeado de un miriñaque", condecoración en forma de aspillera y flor cuadrilobulada, talla realizada en madera de cedro mide 59 cm. de altura y pesa alrededor de 3975 gr. y el Niño mide 23 cm y pesa 200 gr. La Virgen se cubre con un velo, tributo de sabiduría, que le acerca al simbolismo de las Sedes Sapienciae. Viste un manto de color verde, presenta un sobrecuello imitando un bordado en hilo, unos puños dorados y un manto de color ocre. Sobre la cabeza lleva un velo blanco con vueltas de color bermellón. El rostro de la Virgen es ovalado. Es talla ingenua, inspirada en la Teótokos bizantina, con los ojos entornados, nariz rectilínea, boca con los labios breves y redondeada barbilla. La Virgen sostiene al Niño, algo recostado en su pecho, sentado en la parte central del regazo de María, con la mano izquierda (mano que no es visible ya que se oculta bajo los vestidos), portando un cetro con la derecha. Del cuerpo de la Virgen tan solo son visibles su rostro y su mano derecha, muy delicadamente tallada. La mano extiende sus finos y delgados dedos hacia el frente sosteniendo entre ellos con gran finura el cetro. El Niño pende de un anillo sujeto a los vestidos de su madre. Sólo se aprecia su rostro y su pequeña mano derecha que está en actitud de bendición y en la otra lleva el Libro, símbolo de la sabiduría divina[6]. En el siglo XV se le colocó al Niño una mano de plata en sustitución de la primitiva. Es obra del último tercio del siglo XII[7]. La escultura de la Virgen con el Niño medieval más antigua de Extremadura.  Es una Virgen negra, también el rostro del Niño, con su inevitable referencia al Cantar de los Cantares: "Negra soy pero graciosa, hijas de Jerusalén, como las tiendas de Quedar, como los pabellones de Salomón. Nos dijesen que estoy morena: es que el sol me ha quemado"[8].

Según opinión fidedigna de Antonio Ramiro Chico: “El mismo sello del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, una de las representaciones iconográficas más antiguas de esta imagen, es una piedra negra. Una piedra negra, es la que mueve a los musulmanes del mundo entero a peregrinar a la Meca, como símbolo de fecundidad y fertilidad. Los propios escultores medievales al emplear el color negro en la Virgen, tienen en la mente el citado versículo del Cantar de los Cantares: “Soy negra, pero hermosa...”, además este color, nunca fue empleado ni dado a otra estatua que no fuera la Virgen, salvo a Santa Ana, madre de la Madre, en una vidriera de Chartres. Este simbolismo del color negro se refuerza con otros colores, que los autores de estas imágenes repiten con idéntica fidelidad en la simbología  preestablecida, cual es el azul, blanco y rojo, todos ellos presentes en las vestiduras de Nuestra Señora de Guadalupe”[9].

 

Los extremeños hemos visto en esta imagen lignaria el oriente secular de la devoción, una auténtica advocación histórica, un modelo iconográfico que visualiza la historia de la salvación teniendo como escena el mundo medieval y el trasfondo bíblico.

Para relatar la leyenda de la Virgen de Guadalupe y siguiendo las investigaciones de don José María Domínguez[10], recurrimos al documento que se conserva en el Archivo Histórico Nacional bajo la codificación de C-48 B o el documento que aparece con la signatura C-1 en el Monasterio de Guadalupe, y que fueron redactados a finales del siglo XV.

Exponemos literalmente la leyenda:

"De cómo San Gregorio envió a España la imagen de Santa María de Guadalupe a San Leandro, Arzobispo de Sevilla. En el tiempo que reinaba Rescesvinto era Papa de Roma el glorioso doctor San Gregorio. El cual tenía en su cámara un oratorio en el cual tenía muchas reliquias, entre las cuales tenía la imagen de Nuestra Señora Santa María...

...envió nuestro Señor Dios una pestilencia muy espantosa en el pueblo romano; y que andando las personas o estornudando o bostezando se caían muertos en el suelo. Y viendo este glorioso doctor esta plaga tan cruel, púsose en oración delante de aquella imagen de nuestra Señora, rogando a nuestro Señor Dios y a ella que los pluguiese tener piedad de su pueblo.

...Y ordenó este santo padre San Gregorio una solemne procesión...y en esta procesión llevaba San Gregorio la imagen de Nuestra Señora Santa María arriba dicha...

...Y cesó luego la pestilencia...y acabada la procesión volvió San Gregorio a su palacio, y puso la imagen en su oratorio.

Conociendo el bienaventurado San Gregorio que era muy necesario para servicio de Dios y ensalzamiento de nuestra fe que se juntase concilio, envió con solemnes mensajeros a llamar por sus cartas a San Leandro, arzobispo de Sevilla, y a otros muchos prelados... El cual viendo que no podía ir entonces allá, respondió por sus cartas poniendo en ellas sus escusas legítimas; pero, envió con ellas a su hermano San Isidoro y a otros prelados. Los cuales como embarcasen en la mar, llegaron muy pronto a Roma...

Y díjole San Gregorio: Hijo, el arzobispo tu hermano me envió demandar las escrituras que he hecho sobre Job, y las homilías que escribí sobre los evangelios... y yo le quiero enviar esta imagen de nuestra Señora que tengo en mi oratorio, y esta cruz y un palio... y quiero enviarle estas santas reliquias que tenemos... Y aparejados los que mandaron volver a Sevilla, mandó San Gregorio poner la imagen y las santas reliquias, y las santas escrituras en un arca muy noble...

Y viniendo por mar resolvió el demonio muy gran tormenta...y como esto viese un santo clérigo que ahí iba, abrió el arca que contenía la imagen de nuestra Señora Santa María, y la tomó en los brazos y saltó con ella sobre el navío. Y luego, en esa hora, pareció todo el navío lleno de cirios encendidos, y cesó toda aquella tormenta...y desde que llegaron a Sevilla fuéronse al palacio del arzobispo...Y abriendo San Leandro el arca en que venía la dicha imagen, la sacó con mucha alegría y devoción; y la puso en su oratorio y las santas otras reliquias.

De cómo fue traída la dicha imagen de nuestra Señora por los clérigos de Sevilla y como la dejaron en este lugar escondida huyendo por miedo a los moros.

En el tiempo en que reinaba don Rodrigo... pasaron tantos moros sobre el mar que no podrían ser contados; los cuales desembarcaron en el puerto de Gibraltar.

Por esta causa huyeron de Sevilla todas las gentes. Entre las cuales también huyeron unos clérigos devotos y de santa vida; y trajeron consigo la dicha imagen de nuestra Señora, Santa María, y la cruz y las santas otras reliquias. Y viniendo huyendo cuando, fuera del camino, llegaron a un río que llaman Guadalupe. Y junto con él estaban unas grandes montañas. Y en esas montañas hallaron una ermita y un sepulcro de mármol, en el cual estaba puesto el cuerpo de San Fulgencio, cuyos huesos están ahora enterrados en el altar mayor de esta iglesia de nuestra Señora Santa María de Guadalupe. Y estos devotos clérigos hicieron una cueva dentro de la ermita, a manera de sepulcro y pusieron dentro la dicha imagen de nuestra Señora, y con ella, una campanilla y una carta y cercaron aquella cueva con muy grandes piedras, y pusieron encima unas piedras grandes y se fueron de ahí.

Y en la carta que dejaron con la imagen, de Santa María estaba escrito cómo aquella imagen de Santa María tenía San Gregorio en su oratorio y que la hiciera San Lucas  y cómo San Gregorio la trajera en procesión y cesara la pestilencia: y cómo la envió San Gregorio de Roma a San Leandro, arzobispo de Sevilla, con otras santas reliquias que le envió el Papa San Gregorio: y como fuera allí traída por unos clérigos devotos...

En el tiempo que este rey don Alonso  reinaba en España apareció nuestra Señora, la Virgen María a un pastor de las montañas de Guadalupe de esta manera: andando unos pastores guardando sus vacas cerca de un lugar que llaman Halía, en una dehesa que se dice dehesa de Guadalupe, uno de esos pastores que era natural de Cáceres, donde aún tenía su mujer e hijos, halló menos una vaca de las suyas. El cual se apartó de ahí por espacio de tres días buscándola. Y no encontrándola, se metió en unas grandes montañas que estaban río arriba, a su búsqueda; y se apartó a unos grandes robledales y vio que estaba allí su vaca, muerta y cerca de una fuente pequeña.

Y al ver su vaca muerta, se llegó a ella; y moviéndola con diligencia, y no hallándola mordida de lobos ni herida de otra cosa, quedó muy maravillado: y sacó luego su cuchillo de la vaina para desollarla. Y abriéndola por el pecho a manera de cruz, según es costumbre desollar, luego se levantó la vaca. Y él, muy espantado, se apartó del lugar; y la vaca estuvo quieta. Y luego, en esa hora, apareció ahí visible nuestra Señora la Virgen María a este dichoso pastor y díjole así: «No tengas miedo; pues yo soy la madre de Dios, por la cual el linaje humano alcanzó redención. Toma tu vaca y vete, y ponla con las otras; pues de esta vaca habrás otras muchas, en memoria de esta aparición. Y después que pusieres tu vaca con las otras, irás luego a tu tierra, y dirás a los clérigos y a las otras gentes que vengan aquí, a este lugar donde yo me aparecí a tí: y que caven aquí y hallarán una imagen mía».

Y después que la santa Virgen le dijo estas cosas y otras, las cuales se contienen en este capítulo, luego desapareció. y el pastor tomó su vaca, y se fue con ella y la puso con las otras. Y contó a sus compañeros todas las cosas que le habían acaecido. Y como ellos hicieren burla de él, respondióles y les dijo: «Amigos, no tengáis en poco estas cosas. Y si no queréis creerme, creed aquella señal que la vaca trae en los pechos, a manera de cruz», y luego le creyeron.

Y el citado pastor, despidiéndose luego de ellos, se fue para su tierra. Y por donde iba contaba a todos cuantos hallaba este milagro que le había ocurrido. Y al llegar a su casa encontró a su mujer llorando, y le dijo: «¿Por qué lloras?». Y ella le respondió, diciendo: «Nuestro hijo está muerto», y díjole él: «No tengas miedo ni llores: pues yo le prometo a Santa María de Guadalupe para servidor de su casa, y ella me lo dará vivo y sano».

Y luego, en esa hora, se levantó el mozo vivo y sano, y dijo a su padre: «Señor padre, preparaos y vamos para Santa María de Guadalupe». Por lo cual, cuantos allí estaban presentes y vieron este milagro, quedaron muy maravillados, y creyeron después todas las cosas que este pastor decía de la aparición de la Virgen María. Y luego, este dicho pastor llegó a los clérigos y les dijo así: «Señores, sabed que me apareció nuestra Señora la Virgen María en las montañas cerca del río Guadalupe, y me mandó que os dijera que fueseis allí donde me apareció, y encontraríais una imagen suya; y la sacaseis de allí; y le hicieseis allí una casa. Y me mandó que dijese más: que los que tuviesen a cargo su casa, diesen a comer una vez al día a todos los pobres que a ella viniesen. Y me dijo más: que haría venir a esta su casa muchas gentes de diversas partes, por muchos y grandes milagros que ella haría por todas partes del mundo, así por mar como por tierra; y me dijo más: que allí, en aquella gran montaña, se haría un gran pueblo».

Y después que los clérigos y las otras gentes escucharon estas cosas pusieron luego en obra lo que les había dicho este pastor: los cuales; partiendo de Cáceres anduvieron su camino hasta llegar a aquel lugar, donde la santa Virgen María apareció al pastor. y después que llegaron, comenzaron a cavar en aquel mismo lugar donde el citado pastor les mostró, que le había aparecido nuestra Señora Santa María. Y ellos, cavando allí, hallaron una cueva a manera de sepulcro, dentro del cual estaba la imagen de Santa María, y una campanilla y una carta con ella; y sacáronlo todo allí, con una piedra donde la imagen estaba sentada. Y todas las piedras que estaban al derredor de la cueva y encima, todas las quebraron las gentes que vinieron entonces y se las llevaron por reliquias.

Y luego edificaron ahí una casa de piedras secas y de palos verdes, y la cubrieron de corchas; y pusieron en ella la dicha imagen con la campana y la carta. Y el sobredicho pastor se quedó como guardador de esta ermita, y como servidores continuos de santa María él y su mujer e hijos y todo su linaje. Y sabed que con estas gentes llegaron también muchos enfermos, los cuales, en tocando la dicha imagen de santa María, luego cobraban la salud de todas sus enfermedades y volvían a sus tierras dando gracias al Señor y a la Virgen Santa María por los grandes milagros que había hecho. Y luego que fueron estos milagros publicados por toda España, venían muchas gentes de diversas partes a visitar esta imagen, en reverencia a la Virgen santa María, por cuyos méritos y ruegos nuestro Señor, Dios, tantos milagros y maravillas hacía a los que con devoción la visitaban. Y como ya el dicho rey don Alonso supiese estos milagros, hubo un escrito que hallaron con la dicha imagen de santa María, y mandó que fuese trasladado en sus crónicas reales. Y poco después hubo una batalla con los moros. y temiendo ser vencido en ella, prometióse el rey a Santa María de Guadalupe, de la cual fue luego socorrido en tal manera que fue vencedor. Y pasada la batalla, vino luego a esta casa de Guadalupe cumplir el voto que había hecho; y trajo muchas cosas de las que se ganaron en la batalla, para servicio de la casa de nuestra Señora. Entre las cuales cosas trajeron muchas ollas de metal que sirvieron aquí mucho tiempo a los peregrinos".

En conclusión, la leyenda tiene la función de acrecentar y propagar el culto primitivo a la Virgen. Si seguimos la hipótesis del profesor Sanchez Salor, probablemente existiría una ermita visigoda (siglo VII), que sería el vehículo material entre el culto y la leyenda. Es cierto que existía a principios del siglo XIV (año 1327)  una ermita y un hospital, según un testamento de Sancho Sánchez de Trujillo, en el que deja una manda para la “eglesia de sancta María de Guadalupe"[11] y dos años después una carta de venta de casas de Valdemadel. Otorgada por Juan Fernández a favor de frey Pero García, tenedor de la eglesia y del hospital de Sancta María de Guadalupe. 6 de octubre de 1329[12]. Ermita  o pequeña iglesia que en 1335 estaría en estado ruinoso, cuando la visitó Alfonso XI[13]. La ermita se amplió, construyendo una iglesia que pudiera atender a las necesidades del culto y para poder acoger a los peregrinos que ya acudían, secundando los deseos del papa Benedicto XII. Esta afirmación está en consonancia con la carta de Alfonso XI, firmada en Cadalso, el 25 de diciembre de 1340, en la que se dice: “Porque la hermita de Santa María, que es çerca del río que dizen Guadalupe, era cassa muy pequenna e estaba derribada, las gentes que ivan y benían a la dicha hermita en romería, por devoción non avían do estar. Nos por esto tovimos por bien e mandamos fazer esta hermita mucho mayor, de manera que la eglesia della es grande (...) e para fazer esta eglesia diémosle suelo nuestro en que se fiziese e mandamos labrar las labores de la dicha hermita”[14].

 

Un Real Privilegio de Alfonso XI de 28 de agosto del 1348 otorgado en Santa María del Paular, logró configurar la población como lugar de señorío temporal, concedido por Alfonso XI al prior del santuario y a sus sucesores[15].

 

Ese culto a Santa María de Guadalupe permanecería más o menos aletargado durante la invasión árabe y resurgiría tras la reconquista[16]. Aunque a mí, personalmente, se me ocurren otras posibles hipótesis. pudiera darse el caso de que la zona montañosa de las Villuercas hubiera sido hallada en el siglo XIII junto con las reliquias de los santos visigodos Fulgencio y Florentina no una imagen de la Virgen sino un icono romano o bizantino, con lo cual estaríamos concretando obra artística de la época y fecha del hallazgo. De esta manera, la imagen actual de la Virgen de Guadalupe pudiera haber sido tallada por un artista o artesano de la zona, teniendo como muestra este icono, presumiblemente del siglo VI, y estaría enmarcado en el contexto de la tradición del hallazgo por parte de Gil Cordero y la leyenda, situándose en el reinado de Alfonso XI, en la primera mitad del siglo XIV. La existencia de una primitiva ermita, posiblemente visigoda, que visitara Alfonso XI en alguna montería (años 1335-1336) y que, tras la batalla del Salado del año 1340, en agradecimiento concediera privilegios y donaciones a la ermita[17]. También pudiera darse el caso, como era frecuente en las imágenes de campañas militares, que esta imagen de la Virgen fuera traída por el propio Alfonso XI al monasterio que se estaba empezando a construir en el año 1340, procedente de Castilla, hecho que estaría también probado porque la imagen de la Virgen tiene hueca la espalda, una característica más de las imágenes de campaña que acompañaban a los ejércitos cristianos.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

DOMÍNGUEZ MORENO, J. M:La leyenda de la Virgen de Guadalupe”, revista Folklore, núm. 158, 1994, pp. 39-46.

ESCOBAR PRIETO, E.: "Antigüedad y límites del obispado de Coria". Boletín de la Real Academia de la Historia, núm. 61, 1912. "Cartas y privilegios del rey don Alfonso XI al monasterio de Guadalupe". Revista Guadalupe, número 55, 1908.

GARCIA MOGOLLON, F. J.: Esculturas de la Virgen María en la provincia de Cáceres. Editorial Extremadura, Cáceres, 1987. Concatedral de Cáceres, Santa María la Mayor. León, 1993.

HERNANDEZ DIAZ, J.: "Los problemas de la conservación y restauración de pinturas y esculturas". Boletín de la Academia de Bellas Artes "Santa Isabel de Hungría", núm. IX, Sevilla, 1981, pp. 195-246. "Iconografía mariana hispalense". Archivo Hispalense, núm. 27-32. Sevilla, 1948. Berzocana, Cáceres, 1980.

MONTES BARDO, J.: Iconografía de Ntra. Señora de Guadalupe. Sevilla, 1978.

PÉREZ DE TUDELA y VELASCO, M. I: "Alfonso XI y el santuario de Santa María de Guadalupe", en España medieval. estudios en memoria del profesor Salvador Moxó. Madrid, 1982.

RAMIRO CHICO, A: “La Pasión, Arte y Devoción de Guadalupe”, Revista de Guadalupe, 823, 2011, núpp. 18-28. “Nuestra Señora Santa María de Guadalupe, Patrona de Extremadura y Reina de las Españas”. Ars et Sapientia, Cáceres, 2007. "Nuestra Señora de Guadalupe. De patrona de Extremadura a reina de las Españas". Advocaciones Marianas de Gloria, San Lorenzo del Escorial 2012, pp. 495-516

SANCHEZ SALOR, E.: "Mérida, metrópolis religiosa en época visigótica", Hispania Antiqua, t. V, Valladolid, 1975, pp. 135-150. "Orígenes del Crsitianismo en la Lusitania".  Actas de las Jornadas Manifestaciones  religiosas en la Lusitania, Cáceres, 1986, pp. 68-84. Guadalupe, leyenda e imagen. Badajoz, 1995.

 

 

 

 



[1]Archivo Histórico Nacional, Clero, carpeta 391/19,

[2] MONTES, 1978, 112.

[3] SÁNCHEZ SALOR, 1995, 121.

[4] En Revista de Guadalupe, 1984, 7-11.

[5] Según Montes Bardo en 1971 que nos describe como es la talla en el momento de despojarla de sus vestiduras. MONTES BARDO, 1978, 110.

[6] GARCÍA MOGOLLÓN, 1987, 88 y 89.

[7] HERNÁNDEZ DÍAZ, 1980, 15; MONTES BARDO, 1978, 111.

[8] Cantar de los Cantares, I, 5-6.

[9] RAMIRO CHICO, 2007, 47.

[10] DOMÍNGUEZ MORENO, 1994, 39-46.

[11] Archivo del Monasterio de Guadalupe. Testamento de Sancho Sánchez de Trujillo, dado en 1327.

[12] Archivo del Monasterio de Guadalupe, legajo 40.

[13] RAMIRO CHICO, 2012, 498.

[14] Archivo del Monasterio de Guadalupe, leg. 1: ALFONSO XI, Carta dada en Cadalso, 25 de diciembre de 1340, de Institución del Patronato Real y Priorato Secular. Vid. RAMIRO CHICO, 2012, 499.

[15] ALFONSO XI, Real Privilegio, dado en Santa María del Paular, 28 de agosto de 1348. Archivo del Monasterio de Guadalupe, leg. 1. Archivo Histórico Nacional, original, Clero, perg. 392/3 y 7.

[16] SÁNCHER SALOR, 1995, 164.

[17] ESCOBAR PRIETO, 1908, 168; PÉREZ DE TUDELA, 1982.

miércoles, 5 de febrero de 2025

 

ERMITA DE LA PERENGUANA (RINCÓN DE BALLESTEROS)

 

 

A 39 kilómetros de Cáceres viven 210 vecinos que pertenecen a Cáceres, pues Rincón de Ballesteros es una pedanía más de Cáceres, situada en un paraje serrano singular y rodeada de bosques de alcornoques. Es un poblado de colonización como tantos otros se crearon a raíz de la política agraria de Franco de 1939. Rodeado de un paraje encuadrado dentro de la zona ZEPA, por lo cual se llevó a cabo en el año 2010 un proyecto de mejora de sendas y enclaves representativos en la población de Rincón de Ballesteros, término municipal de Cáceres (destacando el acondicionamiento social de la ermita de la Virgen de Perenguana) por poder afectar al lugar Natura 2000 LIC y ZEPA Sierra de San Pedro, según Resolución de 10 de agosto de 2010, de la Secretaría de Estado de Cambio Climático, sobre la evaluación de impacto ambiental del proyecto Mejora de sendas y enclaves representativos en la población de Rincón de Ballesteros, término municipal de Cáceres. Entre las actuaciones acordadas estaba la restauración de la ermita de la Virgen de Perenguana y su entorno, acondicionamiento del camino de acceso existente mediante la colocación de un pavimento de hormigón, actuaciones de mejora en la senda peatonal de escalones, creación de una zona de restricción de vehículos para estacionamiento de caravanas y colocación de cartelería y mobiliario.

Esta ermita se encuentra en un monte cercano llamado “La Perenguana” que fue construida en los años cincuenta del siglo XX. La ermita es moderna, construida en ladrillo y con verjas de hierro como puerta, además el acceso a lo alto de la montaña, a 300 metros de altura, es mediante un camino de piedras y 205 escaleras. En su interior alberga una imagen de granito de una Virgen con Niño en brazos de procedencia, fecha y autor desconocidos, aunque bautizada como Virgen de la Perenguana. Es una ermita abierta para que la imagen de la Virgen sea venerada por todos los fieles que pasan por los aledaños.

Consiguiendo así cumplir los mandatos de la Iglesia considerando a la Madre de Dios como tipo de la Iglesia, orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo. Porque en el misterio de la Iglesia que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre, pues creyendo y obedeciendo engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como una nueva Eva, practicando una fe, no adulterada por duda alguna, no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos[1], a saber, los fieles a cuya generación y educación coopera con amor materno»[2].

 

 Este formulario “contempla las múltiples relaciones que vinculan a la Iglesia con la Santísima Virgen” como Madre, de modo que los “textos eucológicos consideran especialmente cuatro momentos de la historia de salvación”

Para celebrar este misterio de maternidad e imitar las “virtudes” de la Virgen Madre, la Iglesia compone tres formularios que desarrollan precisamente el tema de María como Imagen y Madre[3].  Este formulario “contempla las múltiples relaciones que vinculan a la Iglesia con la Santísima Virgen” como Madre, de modo que los “textos eucológicos consideran especialmente cuatro momentos de la historia de salvación”[4]: la Encarnación del Verbo, pues la Virgen María al recibir la Palabra con limpio corazón, mereció concebirla en su seno virginal, y al dar a luz a su Hijo, preparó el nacimiento de la Iglesia; la Pasión de Cristo, porque María está cerca del misterio, lo contempla, sobre todo cuando Cristo está clavado en la cruz y proclamó como Madre nuestra a Santa María Virgen, Madre suya; el Espíritu Santo, el día de Pentecostés la Santísima Virgen se reúne con la comunidad apostólica para orar; por esta razón, al unir sus oraciones a las de los discípulos, se convirtió en el modelo de la Iglesia suplicante; y, por último, María, desde su Asunción a los cielos, acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina, y protege sus pasos hacia la patria celeste, hasta la venida de su Señor.

  

 









 

 

 



[1]Rom 8,29. 

[2]  LG 63. 

[3]  CONGREGATIO PRO CULTU DIVINO, Collectio Missarum de Beata Maria Virgine (25-27) Editio typica, Librería Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1987, 99-110. 

[4]  CONGREGATIO PRO CULTU DIVINO, Collectio Missarum de Beata Maria Virgine, 25.