NUESTRA SEÑORA DE
GUADALUPE (CACERES): NUEVAS HIPÓTESIS ACERCA DE SU ORIGEN Y DATACIÓN DE LA
IMAGEN
En el Monasterio regentado por los franciscanos desde
1908, ubicado en la Puebla de Guadalupe, en el que se unen: fe, arte e historia
se conservan verdaderas joyas artísticas.
Este centro espiritual comenzó su
andadura a principios del siglo XIV, siendo inicialmente una pequeña ermita, de
cuyo culto se encargaba el sacerdote Pedro García. El rey Alfonso XI cazaba por
esta sierra de Altamira, para ello contamos con el Libro de la Montería del propio monarca que nos ofrece una
descripción detallada del paisaje natural cercano al santuario en la primera
mitad del siglo XIV, fecha en la que el rey visitó la ermita (año 1335),
contemplando el estado ruinoso en el que se encontraba, dio órdenes para la
construcción de una iglesia en el año 1340 en acción de gracias por haber
confiado a la Virgen de Guadalupe la victoria de la batalla del Salado.
En este tiempo se fundó la Puebla y
por orden de Alfonso XI comenzaron a construir el Monasterio (año 1340)
solicitando y obteniendo para este lugar la creación de un priorato secular y
lo declaró de su real patronato. Durante los años 1341 y 1367[1]
estuvo al frente del santuario Toribio Fernández como procurador del cardenal
Gómez Barroso y, después, como prior secular hasta que se hicieron cargo del
mismo los jerónimos (priorato regular) en el año 1389.
El Monasterio fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1993. En su
interior se custodia la imagen de la Virgen
de Guadalupe, Patrona de Extremadura y Reina de la Hispanidad
y, con toda seguridad, la imagen tallada en madera policromada más longeva de
Extremadura.
La talla se asignó inicialmente al grupo de Vírgenes
negras de Europa occidental de los siglos XI y XII, donde el pueblo campesino
sería retratado en estas imágenes ennegrecidas, verían a sus mujeres, sus
hijas, morenas del sol de los rastrojos, realizándose así una sublimación de su
mundo a las esferas de lo sagrado[2].
Desde el siglo XIV aparece vestida con ricos mantos y joyas, dándole ese
carácter triangular que la caracteriza y habiendo recibido varias
restauraciones a través de los tiempos: en el siglo XIV (año 1389) para
presentarla vestida, tal y como hemos indicado; en el año 1928 fueron colocados
varios aditamentos para fortalecer la imagen, para que resistiese la talla al
peso de la corona de Félix Granda, con motivo de su coronación canónica; en
1967 se hizo una nueva restauración, afectando a desinsectación y consolidación
por el equipo de don Sebastián de la Torre y en 1984, sufrió otra restauración
en el taller de don Joaquín Arquillo y Francisco Arquillo Torres[3],
precisamente, este catedrático de Restauración de la Facultad de Bellas Artes
de Sevilla y director de la última restauración de Nuestra Señora, llevada a
cabo en 1984, dejó escrito en su informe técnico:
“Las operaciones más trascendentes sufridas por la Imagen
consistieron en la mutilación de una supuesta corona almenada; en el relleno de
la cabeza con mortero de yeso y trozos de madera clavados en el original para
obtener la nueva configuración para la adaptación de una corona sobrepuesta; en
los suplementos de los costados y la espalda con piezas clavadas sobre la
policromía, extendiéndose esta última desde la cintura hasta el relleno
posterior de la cabeza; en la sustitución del brazo derecho de la Virgen por
otro más acorde con la actitud requerida por la nueva disposición del conjunto,
pero con caracteres estilísticos discordantes con el concepto estético general;
y en el cambio del brazo derecho del Niño por uno de plata, que igualmente
disiente estilísticamente del resto”[4].
Pertenece al grupo de las Vírgenes con el Niño. La
Virgen está[5]
sentada en un "rudo sillón, rodeado de un miriñaque", condecoración
en forma de aspillera y flor cuadrilobulada, talla realizada en madera de cedro
mide 59 cm. de altura y pesa alrededor de 3975 gr. y el Niño mide 23 cm y pesa
200 gr. La Virgen se cubre con un velo, tributo de sabiduría, que le acerca al
simbolismo de las Sedes Sapienciae.
Viste un manto de color verde, presenta un sobrecuello imitando un bordado en
hilo, unos puños dorados y un manto de color ocre. Sobre la cabeza lleva un
velo blanco con vueltas de color bermellón. El rostro de la Virgen es ovalado.
Es talla ingenua, inspirada en la Teótokos
bizantina, con los ojos entornados, nariz rectilínea, boca con los labios
breves y redondeada barbilla. La Virgen sostiene al Niño, algo recostado en su
pecho, sentado en la parte central del regazo de María, con la mano izquierda
(mano que no es visible ya que se oculta bajo los vestidos), portando un cetro
con la derecha. Del cuerpo de la Virgen tan solo son visibles su rostro y su
mano derecha, muy delicadamente tallada. La mano extiende sus finos y delgados
dedos hacia el frente sosteniendo entre ellos con gran finura el cetro. El Niño
pende de un anillo sujeto a los vestidos de su madre. Sólo se aprecia su rostro
y su pequeña mano derecha que está en actitud de bendición y en la otra lleva
el Libro, símbolo de la sabiduría divina[6].
En el siglo XV se le colocó al Niño una mano de plata en sustitución de la
primitiva. Es obra del último tercio del siglo XII[7].
La escultura de la Virgen con el Niño medieval más antigua de Extremadura. Es una Virgen negra, también el rostro del
Niño, con su inevitable referencia al Cantar
de los Cantares: "Negra soy pero graciosa, hijas de Jerusalén, como
las tiendas de Quedar, como los pabellones de Salomón. Nos dijesen que estoy
morena: es que el sol me ha quemado"[8].
Según opinión fidedigna de Antonio Ramiro Chico: “El
mismo sello del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, una de las
representaciones iconográficas más antiguas de esta imagen, es una piedra
negra. Una piedra negra, es la que mueve a los musulmanes del mundo entero a
peregrinar a la Meca, como símbolo de fecundidad y fertilidad. Los propios
escultores medievales al emplear el color negro en la Virgen, tienen en la
mente el citado versículo del Cantar de los Cantares: “Soy negra, pero
hermosa...”, además este color, nunca fue empleado ni dado a otra estatua que
no fuera la Virgen, salvo a Santa Ana, madre de la Madre, en una vidriera de
Chartres. Este simbolismo del color negro se refuerza con otros colores, que
los autores de estas imágenes repiten con idéntica fidelidad en la
simbología preestablecida, cual es el
azul, blanco y rojo, todos ellos presentes en las vestiduras de Nuestra Señora
de Guadalupe”[9].
Los extremeños hemos visto en esta imagen lignaria el
oriente secular de la devoción, una auténtica advocación histórica, un modelo
iconográfico que visualiza la historia de la salvación teniendo como escena el
mundo medieval y el trasfondo bíblico.
Para relatar la leyenda de la Virgen de Guadalupe y
siguiendo las investigaciones de don José María Domínguez[10],
recurrimos al documento que se conserva en el Archivo Histórico Nacional bajo la
codificación de C-48 B o el documento que aparece con la signatura C-1 en el
Monasterio de Guadalupe, y que fueron redactados a finales del siglo XV.
Exponemos
literalmente la leyenda:
"De
cómo San Gregorio envió a España la imagen de Santa María de Guadalupe a San
Leandro, Arzobispo de Sevilla. En el tiempo que reinaba Rescesvinto era Papa de
Roma el glorioso doctor San Gregorio. El cual tenía en su cámara un oratorio en
el cual tenía muchas reliquias, entre las cuales tenía la imagen de Nuestra
Señora Santa María...
...envió nuestro Señor Dios una pestilencia muy
espantosa en el pueblo romano; y que andando las personas o estornudando o
bostezando se caían muertos en el suelo. Y viendo este glorioso doctor esta
plaga tan cruel, púsose en oración delante de aquella imagen de nuestra Señora,
rogando a nuestro Señor Dios y a ella que los pluguiese tener piedad de su
pueblo.
...Y
ordenó este santo padre San Gregorio una solemne procesión...y en esta
procesión llevaba San Gregorio la imagen de Nuestra Señora Santa María arriba
dicha...
...Y cesó luego la pestilencia...y acabada la
procesión volvió San Gregorio a su palacio, y puso la imagen en su oratorio.
Conociendo
el bienaventurado San Gregorio que era muy necesario para servicio de Dios y
ensalzamiento de nuestra fe que se juntase concilio, envió con solemnes
mensajeros a llamar por sus cartas a San Leandro, arzobispo de Sevilla, y a
otros muchos prelados... El cual viendo que no podía ir entonces allá,
respondió por sus cartas poniendo en ellas sus escusas legítimas; pero, envió
con ellas a su hermano San Isidoro y a otros prelados. Los cuales como
embarcasen en la mar, llegaron muy pronto a Roma...
Y díjole
San Gregorio: Hijo, el arzobispo tu hermano me envió demandar las escrituras
que he hecho sobre Job, y las homilías que escribí sobre los evangelios... y yo
le quiero enviar esta imagen de nuestra Señora que tengo en mi oratorio, y esta
cruz y un palio... y quiero enviarle estas santas reliquias que tenemos... Y
aparejados los que mandaron volver a Sevilla, mandó San Gregorio poner la
imagen y las santas reliquias, y las santas escrituras en un arca muy noble...
Y viniendo
por mar resolvió el demonio muy gran tormenta...y como esto viese un santo
clérigo que ahí iba, abrió el arca que contenía la imagen de nuestra Señora
Santa María, y la tomó en los brazos y saltó con ella sobre el navío. Y luego,
en esa hora, pareció todo el navío lleno de cirios encendidos, y cesó toda
aquella tormenta...y desde que llegaron a Sevilla fuéronse al palacio del
arzobispo...Y abriendo San Leandro el arca en que venía la dicha imagen, la
sacó con mucha alegría y devoción; y la puso en su oratorio y las santas otras
reliquias.
De cómo
fue traída la dicha imagen de nuestra Señora por los clérigos de Sevilla y como
la dejaron en este lugar escondida huyendo por miedo a los moros.
En el tiempo en que reinaba don Rodrigo...
pasaron tantos moros sobre el mar que no podrían ser contados; los cuales
desembarcaron en el puerto de Gibraltar.
Por esta causa huyeron de Sevilla todas las
gentes. Entre las cuales también huyeron unos clérigos devotos y de santa vida;
y trajeron consigo la dicha imagen de nuestra Señora, Santa María, y la cruz y
las santas otras reliquias. Y viniendo huyendo cuando, fuera del camino,
llegaron a un río que llaman Guadalupe. Y junto con él estaban unas grandes
montañas. Y en esas montañas hallaron una ermita y un sepulcro de mármol, en el
cual estaba puesto el cuerpo de San Fulgencio, cuyos huesos están ahora
enterrados en el altar mayor de esta iglesia de nuestra Señora Santa María de
Guadalupe. Y estos devotos clérigos hicieron una cueva dentro de la ermita, a
manera de sepulcro y pusieron dentro la dicha imagen de nuestra Señora, y con
ella, una campanilla y una carta y cercaron aquella cueva con muy grandes
piedras, y pusieron encima unas piedras grandes y se fueron de ahí.
Y en la
carta que dejaron con la imagen, de Santa María estaba escrito cómo aquella
imagen de Santa María tenía San Gregorio en su oratorio y que la hiciera San
Lucas y cómo San Gregorio la trajera en
procesión y cesara la pestilencia: y cómo la envió San Gregorio de Roma a San
Leandro, arzobispo de Sevilla, con otras santas reliquias que le envió el Papa
San Gregorio: y como fuera allí traída por unos clérigos devotos...
En el
tiempo que este rey don Alonso reinaba
en España apareció nuestra Señora, la Virgen María a un pastor de las montañas
de Guadalupe de esta manera: andando unos pastores guardando sus vacas cerca de
un lugar que llaman Halía, en una dehesa que se dice dehesa de Guadalupe, uno
de esos pastores que era natural de Cáceres, donde aún tenía su mujer e hijos,
halló menos una vaca de las suyas. El cual se apartó de ahí por espacio de tres
días buscándola. Y no encontrándola, se metió en unas grandes montañas que
estaban río arriba, a su búsqueda; y se apartó a unos grandes robledales y vio
que estaba allí su vaca, muerta y cerca de una fuente pequeña.
Y al ver su vaca muerta, se llegó a ella; y
moviéndola con diligencia, y no hallándola mordida de lobos ni herida de otra
cosa, quedó muy maravillado: y sacó luego su cuchillo de la vaina para
desollarla. Y abriéndola por el pecho a manera de cruz, según es costumbre
desollar, luego se levantó la vaca. Y él, muy espantado, se apartó del lugar; y
la vaca estuvo quieta. Y luego, en esa hora, apareció ahí visible nuestra
Señora la Virgen María a este dichoso pastor y díjole así: «No tengas miedo;
pues yo soy la madre de Dios, por la cual el linaje humano alcanzó redención.
Toma tu vaca y vete, y ponla con las otras; pues de esta vaca habrás otras
muchas, en memoria de esta aparición. Y después que pusieres tu vaca con las
otras, irás luego a tu tierra, y dirás a los clérigos y a las otras gentes que
vengan aquí, a este lugar donde yo me aparecí a tí: y que caven aquí y hallarán
una imagen mía».
Y después
que la santa Virgen le dijo estas cosas y otras, las cuales se contienen en
este capítulo, luego desapareció. y el pastor tomó su vaca, y se fue con ella y
la puso con las otras. Y contó a sus compañeros todas las cosas que le habían
acaecido. Y como ellos hicieren burla de él, respondióles y les dijo: «Amigos,
no tengáis en poco estas cosas. Y si no queréis creerme, creed aquella señal
que la vaca trae en los pechos, a manera de cruz», y luego le creyeron.
Y el
citado pastor, despidiéndose luego de ellos, se fue para su tierra. Y por donde
iba contaba a todos cuantos hallaba este milagro que le había ocurrido. Y al
llegar a su casa encontró a su mujer llorando, y le dijo: «¿Por qué lloras?». Y
ella le respondió, diciendo: «Nuestro hijo está muerto», y díjole él: «No
tengas miedo ni llores: pues yo le prometo a Santa María de Guadalupe para
servidor de su casa, y ella me lo dará vivo y sano».
Y luego,
en esa hora, se levantó el mozo vivo y sano, y dijo a su padre: «Señor padre,
preparaos y vamos para Santa María de Guadalupe». Por lo cual, cuantos allí
estaban presentes y vieron este milagro, quedaron muy maravillados, y creyeron
después todas las cosas que este pastor decía de la aparición de la Virgen
María. Y luego, este dicho pastor llegó a los clérigos y les dijo así:
«Señores, sabed que me apareció nuestra Señora la Virgen María en las montañas
cerca del río Guadalupe, y me mandó que os dijera que fueseis allí donde me
apareció, y encontraríais una imagen suya; y la sacaseis de allí; y le
hicieseis allí una casa. Y me mandó que dijese más: que los que tuviesen a
cargo su casa, diesen a comer una vez al día a todos los pobres que a ella
viniesen. Y me dijo más: que haría venir a esta su casa muchas gentes de
diversas partes, por muchos y grandes milagros que ella haría por todas partes
del mundo, así por mar como por tierra; y me dijo más: que allí, en aquella
gran montaña, se haría un gran pueblo».
Y después
que los clérigos y las otras gentes escucharon estas cosas pusieron luego en
obra lo que les había dicho este pastor: los cuales; partiendo de Cáceres
anduvieron su camino hasta llegar a aquel lugar, donde la santa Virgen María
apareció al pastor. y después que llegaron, comenzaron a cavar en aquel mismo
lugar donde el citado pastor les mostró, que le había aparecido nuestra Señora
Santa María. Y ellos, cavando allí, hallaron una cueva a manera de sepulcro,
dentro del cual estaba la imagen de Santa María, y una campanilla y una carta
con ella; y sacáronlo todo allí, con una piedra donde la imagen estaba sentada.
Y todas las piedras que estaban al derredor de la cueva y encima, todas las
quebraron las gentes que vinieron entonces y se las llevaron por reliquias.
Y luego
edificaron ahí una casa de piedras secas y de palos verdes, y la cubrieron de
corchas; y pusieron en ella la dicha imagen con la campana y la carta. Y el
sobredicho pastor se quedó como guardador de esta ermita, y como servidores
continuos de santa María él y su mujer e hijos y todo su linaje. Y sabed que
con estas gentes llegaron también muchos enfermos, los cuales, en tocando la
dicha imagen de santa María, luego cobraban la salud de todas sus enfermedades
y volvían a sus tierras dando gracias al Señor y a la Virgen Santa María por
los grandes milagros que había hecho. Y luego que fueron estos milagros
publicados por toda España, venían muchas gentes de diversas partes a visitar
esta imagen, en reverencia a la Virgen santa María, por cuyos méritos y ruegos
nuestro Señor, Dios, tantos milagros y maravillas hacía a los que con devoción
la visitaban. Y como ya el dicho rey don Alonso supiese estos milagros, hubo un
escrito que hallaron con la dicha imagen de santa María, y mandó que fuese
trasladado en sus crónicas reales. Y poco después hubo una batalla con los
moros. y temiendo ser vencido en ella, prometióse el rey a Santa María de
Guadalupe, de la cual fue luego socorrido en tal manera que fue vencedor. Y
pasada la batalla, vino luego a esta casa de Guadalupe cumplir el voto que
había hecho; y trajo muchas cosas de las que se ganaron en la batalla, para
servicio de la casa de nuestra Señora. Entre las cuales cosas trajeron muchas
ollas de metal que sirvieron aquí mucho tiempo a los peregrinos".
En conclusión, la leyenda tiene la función de acrecentar y
propagar el culto primitivo a la Virgen. Si seguimos la hipótesis del profesor
Sanchez Salor, probablemente existiría una ermita visigoda (siglo VII), que
sería el vehículo material entre el culto y la leyenda. Es cierto que existía a
principios del siglo XIV (año 1327) una
ermita y un hospital, según un testamento de Sancho Sánchez de Trujillo, en el
que deja una manda para la “eglesia de sancta María de Guadalupe"[11]
y dos años después una carta de venta de casas de Valdemadel. Otorgada por Juan
Fernández a favor de frey Pero García, tenedor de la eglesia y del hospital
de Sancta María de Guadalupe. 6 de octubre de 1329[12].
Ermita o pequeña iglesia que en 1335
estaría en estado ruinoso, cuando la visitó Alfonso XI[13].
La ermita se amplió, construyendo una iglesia que pudiera atender a las
necesidades del culto y para poder acoger a los peregrinos que ya acudían,
secundando los deseos del papa Benedicto XII. Esta afirmación está en
consonancia con la carta de Alfonso XI, firmada en Cadalso, el 25 de diciembre
de 1340, en la que se dice: “Porque la hermita de Santa María, que es çerca del
río que dizen Guadalupe, era cassa muy pequenna e estaba derribada, las gentes
que ivan y benían a la dicha hermita en romería, por devoción non avían do
estar. Nos por esto tovimos por bien e mandamos fazer esta hermita mucho mayor,
de manera que la eglesia della es grande (...) e para fazer esta eglesia
diémosle suelo nuestro en que se fiziese e mandamos labrar las labores de la
dicha hermita”[14].
Un Real Privilegio de Alfonso XI de 28 de agosto del 1348
otorgado en Santa María del Paular, logró configurar la población como lugar de
señorío temporal, concedido por Alfonso XI al prior del santuario y a sus
sucesores[15].
Ese culto a Santa María de Guadalupe permanecería más o
menos aletargado durante la invasión árabe y resurgiría tras la reconquista[16].
Aunque a mí, personalmente, se me ocurren otras posibles hipótesis. pudiera
darse el caso de que la zona montañosa de las Villuercas hubiera sido hallada
en el siglo XIII junto con las reliquias de los santos visigodos Fulgencio y
Florentina no una imagen de la Virgen sino un icono romano o bizantino, con lo
cual estaríamos concretando obra artística de la época y fecha del hallazgo. De
esta manera, la imagen actual de la Virgen de Guadalupe pudiera haber sido
tallada por un artista o artesano de la zona, teniendo como muestra este icono,
presumiblemente del siglo VI, y estaría enmarcado en el contexto de la
tradición del hallazgo por parte de Gil Cordero y la leyenda, situándose en el
reinado de Alfonso XI, en la primera mitad del siglo XIV. La existencia de una
primitiva ermita, posiblemente visigoda, que visitara Alfonso XI en alguna
montería (años 1335-1336) y que, tras la batalla del Salado del año 1340, en
agradecimiento concediera privilegios y donaciones a la ermita[17].
También pudiera darse el caso, como era frecuente en las imágenes de campañas
militares, que esta imagen de la Virgen fuera traída por el propio Alfonso XI
al monasterio que se estaba empezando a construir en el año 1340, procedente de
Castilla, hecho que estaría también probado porque la imagen de la Virgen tiene
hueca la espalda, una característica más de las imágenes de campaña que
acompañaban a los ejércitos cristianos.
BIBLIOGRAFÍA
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Gloria, San Lorenzo del Escorial 2012, pp. 495-516
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1995.
[1]Archivo
Histórico Nacional, Clero, carpeta 391/19,
[2]
MONTES, 1978, 112.
[3]
SÁNCHEZ SALOR, 1995, 121.
[4]
En Revista de Guadalupe, 1984, 7-11.
[5]
Según Montes Bardo en 1971 que nos describe como es la talla en el momento de
despojarla de sus vestiduras. MONTES BARDO, 1978, 110.
[6]
GARCÍA MOGOLLÓN, 1987, 88 y 89.
[7]
HERNÁNDEZ DÍAZ, 1980, 15; MONTES BARDO, 1978, 111.
[8]
Cantar de los Cantares, I, 5-6.
[9]
RAMIRO CHICO, 2007, 47.
[10]
DOMÍNGUEZ MORENO, 1994, 39-46.
[11]
Archivo del Monasterio de Guadalupe. Testamento de Sancho Sánchez de Trujillo,
dado en 1327.
[12]
Archivo del Monasterio de Guadalupe, legajo 40.
[13]
RAMIRO CHICO, 2012, 498.
[14] Archivo del Monasterio de Guadalupe, leg. 1: ALFONSO XI,
Carta dada en Cadalso, 25 de diciembre de 1340, de Institución del
Patronato Real y Priorato Secular. Vid.
RAMIRO CHICO, 2012, 499.
[15] ALFONSO XI, Real Privilegio, dado en Santa María
del Paular, 28 de agosto de 1348. Archivo del Monasterio de Guadalupe,
leg. 1. Archivo Histórico Nacional, original, Clero, perg. 392/3 y 7.
[16]
SÁNCHER SALOR, 1995, 164.
[17]
ESCOBAR PRIETO, 1908, 168; PÉREZ DE TUDELA, 1982.
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