miércoles, 30 de julio de 2025

 

Los Autos Sacramentales de Calderón de la Barca conservados en Trujillo: Patrimonio Teológico y Artístico del Siglo XVII

En el corazón histórico de la ciudad de Trujillo, en la iglesia de San Martín, se conservan dos valiosísimos manuscritos de Autos Sacramentales atribuidos al dramaturgo Pedro Calderón de la Barca (1600–1681), figura capital del Siglo de Oro español. Datados hacia mediados del siglo XVII, estos textos teatrales no solo constituyen una cumbre del arte escénico barroco, sino también un testimonio denso y elocuente del pensamiento teológico, estético y político de su época.

Ambos manuscritos contienen un corpus considerable de obras, cuidadosamente transcritas en folios manuscritos, preservados hasta nuestros días en condiciones que merecen urgente atención archivística y patrimonial.

El primero de estos manuscritos agrupa diez Autos Sacramentales distribuidos en 339 folios. Los títulos, transcritos literalmente, son los siguientes:

  • Psiquis y Cupido
  • La Segunda Esposa
  • El Segundo David
  • Psiquis y Cupido (reiterado, posiblemente por una variante dramática o duplicación)
  • Llamados y Escojidos
  • No ay más fortuna que Dios
  • El Cubo de la Almudena
  • La Torre de Babilonia
  • La Lepra de Constantino
  • El Arca de Dios Cautiva

Por su parte, el segundo manuscrito contiene nueve Autos Sacramentales, repartidos en 322 folios, con los siguientes títulos:

  • El Demonio mudo
  • A Dios por razón de Estado
  • La Cruz donde murió Christo
  • Las dos Estrellas de françia
  • Las Espigas de Ruth
  • El Año Santo en Roma
  • La Prudente Abigail
  • La piel de Gedeón
  • El Cordero de Ysaías

Cada uno de estos títulos representa una síntesis simbólica y alegórica en torno al dogma eucarístico y la moral cristiana, bajo la pluma de Calderón, quien monopolizó el género desde la década de 1640 hasta su muerte.

La composición de estos textos tiene lugar durante un período de intensos conflictos sociopolíticos y religiosos: la Europa del siglo XVII fue escenario de la devastadora Guerra de los Treinta Años (1618–1648), una conflagración que reconfiguró el mapa político europeo y puso en cuestión las bases de la soberanía y el orden internacional. Al mismo tiempo, la Monarquía Hispánica comenzaba a mostrar signos de agotamiento, tanto a nivel institucional como cultural.

En ese contexto, Calderón escribe desde una posición privilegiada dentro del aparato ideológico del poder, pero también con una notable densidad filosófica. Sus Autos Sacramentales, lejos de ser meras formas de adoctrinamiento litúrgico, contienen elaboradas estructuras dramatúrgicas que interrogan la libertad humana, la salvación, la redención y la justicia divina. En muchos casos, el tratamiento de la fe aparece teñido de una ética que trasciende lo meramente confesional.

Ortega y Gasset, al analizar esta etapa en su célebre obra La rebelión de las masas, hablará del proceso de “tibetanización” de España, es decir, su creciente aislamiento respecto a los movimientos modernizadores del resto de Europa. No obstante, ese repliegue cultural no impidió la eclosión de una de las más ricas tradiciones artísticas del continente, de la cual Calderón de la Barca es figura clave.

Según los registros documentales, algunos de estos Autos Sacramentales fueron representados en el atrio de la iglesia de San Martín, lo que sugiere un uso comunitario y ceremonial del drama sacro, especialmente en el marco del Corpus Christi, festividad central del calendario católico contrarreformista. Las representaciones, organizadas con gran aparato escenográfico, incluían carros teatrales móviles, tramoyas, efectos visuales espectaculares y un uso sofisticado de la música, la danza y los símbolos alegóricos.

La función de estos dramas era doble: por un lado, instruir doctrinalmente a un pueblo muchas veces iletrado; por otro, fascinar a la nobleza eclesiástica y civil con un despliegue visual y filosófico que convertía la fe en espectáculo sublime. En la Plaza Mayor de Trujillo, estos dramas eran contemplados por las élites locales como acontecimientos teatrales de primer orden, que reunían a la comunidad bajo un lenguaje simbólico compartido.

La riqueza alegórica de los personajes —representaciones de Virtudes, Pecados, el Alma, el Entendimiento, el Demonio, la Gracia, entre otros— convierte estos Autos en verdaderos tratados visuales de teología moral. Pero esa misma densidad simbólica, a veces ambigua y provocadora, no libró a Calderón de ser objeto de censura o sospecha. Si bien respaldado por la ortodoxia dominante, el autor también debió moverse con cautela entre las tensiones ideológicas del momento, en una España cada vez más cerrada al disenso teológico y artístico.

Los manuscritos de la iglesia de San Martín de Trujillo constituyen no solo una joya de la literatura barroca, sino también un testimonio insustituible del patrimonio escénico, religioso y cultural de España. Su estudio detallado —filológico, codicológico y escenográfico— permitiría arrojar nueva luz sobre la evolución del Auto Sacramental como género y sobre las dinámicas culturales de la Castilla barroca.

Su preservación, digitalización y edición crítica deberían ser tareas prioritarias para instituciones académicas y patrimoniales, en la medida en que estos textos contienen una visión totalizadora del arte y la espiritualidad del Barroco español, en la que convergen el teatro, la pintura, la música, la teología y la filosofía moral.

 


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