domingo, 16 de noviembre de 2025

 

 

UN BODEGÓN INÉDITO DE JAIME DE JARAIZ

  

"Bodegón de manzanas"

Técnica: Óleo sobre lienzo.

Autor: Jaime de Jaraíz (1934-2007).

Firmado ángulo inferior izquierdo.

Medidas: 53 x 64 cm.

 Colección privada, Extremadura.

 

  

Composición y Disposición.-

 

La composición de este bodegón es clásica y cuidadosamente equilibrada. La estructura central está anclada en la cesta y el paño blanco que la envuelve, estableciendo un punto focal que se eleva de manera inusual. El artista rompe con la disposición tradicional al colocar una de las manzanas de forma precaria sobre la cesta, creando un eje vertical que atrae la mirada hacia arriba. Este gesto introduce una sutil tensión y dinamismo en una escena que, de otro modo, sería estática. Las otras cuatro manzanas están distribuidas alrededor de la base, formando un contrapeso horizontal que estabiliza el conjunto y guía la vista por la superficie. La forma general de la disposición evoca una pirámide, una estructura compositiva clásica que aporta solidez y orden a la obra.

 

Tratamiento de la Luz y el Color.-

 

El manejo del claroscuro es una de las características más destacadas de la pintura de Jaraíz. La luz, que parece provenir de una fuente única e intensa en la parte superior izquierda, no solo ilumina los objetos, sino que también los modela y les da volumen. Los brillos intensos en la superficie de las manzanas y los pliegues del paño blanco contrastan con las sombras profundas proyectadas sobre la base, creando un efecto dramático y tridimensional.

 

La paleta de colores es cálida y terrosa, dominada por los tonos rojos, amarillos y anaranjados de las manzanas, que resaltan de forma vibrante contra el fondo oscuro y neutro. El paño blanco actúa como un elemento de contraste y un punto de luz que magnifica el efecto lumínico sobre el conjunto.

 

            "Bodegón de manzanas" Medidas: 53 x 64 cm. Colección privada. Extremadura.

 

 

Técnica y Textura.-

 

El artista Jaime de Jaraíz demuestra una notable maestría técnica en la representación de las texturas. Las pinceladas son precisas y detalladas para capturar la rugosidad del cesto de mimbre, la suavidad y los pliegues de la tela, y la piel brillante e imperfecta de las manzanas. 

 

El realismo en la representación de los reflejos de luz sobre la fruta es particularmente convincente, sugiriendo la frescura y la solidez de cada objeto.

 

Conclusión e Interpretación.-

 

Esta obra es un excelente ejemplo de un bodegón contemporáneo que dialoga con la tradición pictórica española. Aunque el tema no puede ser más clásico, el artista lo aborda con una sensibilidad moderna, utilizando la luz y la composición para transformar objetos cotidianos en una escena de profunda belleza y presencia. 

 

La tensión que crea la manzana sobre la cesta añade un guiño conceptual, que invita al espectador a una contemplación más allá de la simple representación, demostrando el dominio técnico y la visión artística de Jaraíz. Su "visión metafísica" es muy acertada y nos revela una capa de significado que trasciende la simple representación.

 

El bodegón tradicionalmente se ha centrado en la belleza de lo cotidiano y la habilidad técnica. Sin embargo, en esta obra, la disposición deliberadamente inestable de la manzana sobre la cesta eleva el cuadro a un plano más conceptual. Esta tensión visual rompe con la placidez esperada de un bodegón y lo dota de un aire de misterio o incluso de fragilidad existencial.

 

El estilo realista de Jaime de Jaraíz se enmarca en una tradición figurativa y así el uso de la composición para crear esta sensación de extrañeza y quietud podría evocar una resonancia de los bodegones del Siglo de Oro español. En este subgénero, que se tan hizo popular a principios del siglo XVII, grandes maestros como Sánchez Cotán,  Alejandro de Loarte, van der Hamen o nuestro paisano Zurbarán, ya nos mostraron en sus magníficas obras, como simples objetos cotidianos, se disponían en composiciones insólitas para generar un sentido de enigma y una reflexión sobre la realidad más allá de su apariencia física.

 

Por tanto, más allá de un simple ejercicio de realismo, esta singular obra de Jaime de Jaraíz en estudio se podría interpretarse como una meditación visual sobre la precariedad del equilibrio y la belleza en la tensión. La manzana, símbolo clásico, ya no es solo un objeto, sino un elemento narrativo que nos invita a cuestionar la estabilidad aparente de las cosas. El arte, a través de la representación, tiene la capacidad de revelar la esencia profunda y universal de la existencia, y no solo sus manifestaciones externas

 

"La finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia" Aristóteles.

 

 

 

martes, 11 de noviembre de 2025

 

Mayoral Dorado, Fernando Feliciano

 

Valencia de Alcántara (Cáceres), 14.IV.1930 – Valencia de Alcántara, 14.VI.2022. Escultor.

En 1947 asistió en Salamanca a la Escuela de Artes y Oficios, ciudad cultural y universitaria en la que centraría su residencia quince años después, no sin antes finalizar sus estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando en Madrid y residir algunos años en París. En 1957 viajó a Italia pensionado por el Ministerio de Asuntos Exteriores. Trabajó con el arquitecto Pier Luigi Nervi. Consiguió en 1965 la Cátedra de Dibujo de enseñanza media, ejerciendo su labor en Salamanca en el instituto nacional Torres Villarroel.

En 1953 obtuvo su primer premio de escultura otorgado por el Casino de Salamanca, un año después lo volvió a conseguir, esta vez como pintor (tuvo varios premios en su trayectoria artística); premio por el monumento a San Juan de la Cruz (Salamanca, 1992); premio al boceto presentado en Trujillo para el Monumento al Mestizaje, con la efigie de Francisca Pizarro Yupanqui (1992).

En sus obras resalta la plástica neofigurativa hacia la que ha dirigido sus pasos. Su escultura está cargada de sugerencias expresivas y simbólicas y se encuadra dentro de la tendencia del “espacialismo vital” de los estilos figurativos contemporáneos, según la cual el dinamismo de la figura, expresado en gestos de gran fuerza, genera su propio espacio vital.

Ha realizado numerosas exposiciones, entre las que se pueden citar la de Galería La Araigne de Le Pouldu (Francia, 1965-1966); en 1971, en la Primera Bienal de Pontevedra; en 1973, en el Salón de Otoño de Sevilla y un año después en el Salón de Primavera de la ciudad hispalense. En la década de 1980 presentó sus obras en varias exposiciones (Bienal de Valdepeñas; en la Galería Winker de Salamanca; exposición itinerante de la Diputación de Salamanca; de la Caja de Ahorros de Pontevedra y Vigo; en la Galería Artis de Salamanca).

Utilizó en sus obras distintos materiales, como el hierro, el bronce, la piedra y el poliéster. En 1956 ejecutó su primera gran obra de envergadura, una escultura de hierro para el Ayuntamiento de Salamanca titulada El alma de la ciudad, que actualmente está en los jardines de los comedores universitarios. Fue autor del mural en piedra para el instituto de enseñanza media Fray Luis de León en Salamanca (1962), también en esta ciudad cultural realizó la decoración de la Escuela de Estudios Empresariales (1963) y un medallón de Lord Wellington en la Plaza Mayor de Salamanca (1980). Realizó monumentos públicos, como el busto del cronista oficial de Trujillo, sacerdote y fundador de congregaciones religiosas Juan Tena Fernández (1972), en el paseo del Campillo; el monumento de realización naturalista al médico Ignacio Lorenzo Laguardia en Torrecillas de la Tiesa; al doctor Joaquín Jiménez Sánchez, en Madroñera (1964); o retratos a políticos como el de Fraga Iribarne, para su domicilio en Villalba (Lugo, 1968). Hizo obras religiosas como una Santa Teresa para el Carmen de Boulogne de París (1967) o una Virgen en madera policromada para la iglesia de la Encarnación de Valencia de Alcántara. También en madera policromada esculpió el paso de Semana Santa de la Santa Cena, para la cofradía de la Vera Cruz de Zamora (1990), previo premio en el Concurso Nacional.

Es una de las obras de las que más orgulloso se sentía el autor. En 1987 se celebró en Zamora el Primer Congreso Nacional de cofradías de Semana Santa en el que se alcanzó un compromiso entre Ayuntamiento y Diputación para financiar a partes iguales un grupo escultórico. En 1988 la Junta Pro Semana Santa convocó un concurso nacional para la realización de una nueva Santa Cena que sustituyera a la realizada en 1943 por Ricardo Segundo. El fallo del jurado (mayo de 1989) dejaba desierto el concurso y adjudicaba un segundo premio a la maqueta presentada por Mayoral. El mismo año se acordó el encargo directo al escultor después de importantes mejoras presentadas a la maqueta primitiva. La escena representada, la Última Cena, está organizada en torno a una mesa que servirá de eje, presidida por la imagen de Jesús de pie. Los apóstoles aparecen en actitudes dialogantes entre sí o contemplando a Cristo, sin que existan repeticiones en la composición, sino que todas y cada una de las formas consiguen una expresión individualizada sin detrimento del conjunto, que permiten su valoración independiente, logrando un buen ritmo compositivo. Hay, siguiendo la tradición de la imaginería castellana, un barroquismo del gesto, del plegado de los ropajes, exigido por la perspectiva de conjunto en la que se va a contemplar la obra, concebida para la procesión. La mesa procesional es diseño del propio escultor. Desfiló por primera vez el 28 de marzo de 1991 en la tarde del Jueves Santo en la cofradía de la Vera Cruz.

Ese mismo año ejecutó en poliéster su original versión expresionista de San Pedro de Alcántara para la exposición San Pedro de Alcántara y su tiempo (Cáceres, 1990). En 1993, el presidente de la Junta de Castilla y León inauguraba el medallón de Alberto de Churriguera, ejecutado por Mayoral, en la Plaza Mayor de Salamanca. Un año después realizaba la escultura de María Auxiliadora en piedra, para la fachada de su santuario salmantino. Desde entonces, sus miras artísticas y encargos han ido de la mano de la imaginería semanantera; realizó un Calvario para el retablo mayor de la parroquia de San Juan Evangelista de Santiago de Compostela (1996) o el Crucificado de madera para la cofradía de las Siete Palabras de Zamora, aunque también recibió encargos públicos como el monumento en bronce de la Beata sor Eusebia Palomino para Cantalpino (Salamanca, 1998) o la estatua en bronce de Alberto de Churriguera (Ayuntamiento de Salamanca, 1998). Entre sus últimas obras, hay que destacar el grupo escultórico de Las comadres (Ayuntamiento de Salamanca para la plaza de San Justo, 1999); la ejecución de La conversión del centurión (Zamora, 2000); el Monumento a Gonzalo Torrente Ballester (Salamanca, 2000) o el busto en bronce de Segundo Cid (Galicia, 2000).

Sin duda alguna, Fernando Mayoral fue el artista extremeño que, fuera de su región, más encargos recibió y ello es un claro ejemplo de su aclamada fama como excelente realizador de esculturas que deben perdurar para el deleite de todos los amantes del arte y de la historia.

 

Obras de ~: El alma de la ciudad, jardines de los comedores universitarios, Salamanca, 1956; Mural del instituto de enseñanza media Fray Luis de León, Salamanca, 1962; Decoración de la Escuela de Estudios Empresariales, Salamanca, 1963; Monumento a Joaquín Jiménez Sánchez, Madroñera (Cáceres), 1964; Retrato de Fraga Iribarne, 1968; Santa Teresa, Carmen de Boulogne, París, 1967; Medallón de Lord Wellington, Plaza Mayor, Salamanca, 1980; Paso de Semana Santa de la Santa Cena, Zamora, 1990; San Pedro de Alcántara (poliéster), Cáceres, 1990; Monumento a San Juan de la Cruz, Salamanca, 1992; Calvario para retablo mayor de la parroquia de San Juan Evangelista, Santiago de Compostela, 1996; Monumento a la beata sor Eusebia Palomino, Cantalpino (Salamanca), 1998; Estatua de Alberto de Churriguera, Salamanca, 1998; Grupo Las comadres, plaza de San Justo, Salamanca, 1999; La conversión del centurión, Zamora, 2000; Monumento a Gonzalo Torrente Ballester, Salamanca, 2000; Busto de Germán Sánchez Ruipérez, 2001; Monumento a Alberto Churriguera, 2005; Monumento a Vicente del Bosque, 2017; Cristo de la Humildad, 2017.

 

Bibl.: F. J. Pizarro Gómez y M. Terrón Reynolds, Catálogo de los fondos pictóricos y escultóricos de la Diputación Provincial de Cáceres, Cáceres, Institución Cultural El Brocense, 1989, pág. 298; VV. AA., Plástica extremeña, Salamanca, Caja Badajoz, 1990; J. A. Ramos Rubio, “Los escultores de la provincia cacereña en el siglo XX. Trayectoria artística”, en Alcántara (Seminario de Estudios Cacereños, Institución Cultural El Brocense-Diputación Provincial de Cáceres), 50 (mayo-agosto de 2000), págs. 45-73.

 

 

JACINTO RUIZ DE MENDOZA

 

En la historia de la Guerra de la Independencia española brillan nombres que, con justicia, la memoria popular ha consagrado en mármol, bronce y liturgia patriótica. Entre ellos figuran inmortales los capitanes de Artillería Luis Daoiz y Pedro Velarde, héroes indiscutibles del levantamiento madrileño del 2 de mayo de 1808. Sin embargo, durante décadas permaneció en la penumbra la figura del tercer protagonista de aquel dramático episodio: el teniente Jacinto Ruiz y Mendoza, cuyo valor y abnegación fueron decisivos en la defensa del Parque de Artillería de Monteleón. Su existencia transitó, primero, por la disciplina silenciosa de los cuarteles, después por el fuego y la sangre del levantamiento, y finalmente hacia un lugar de muerte y olvido, lejos de su tierra natal. Fue en Trujillo, ciudad extremeña cargada de historia, donde terminó la vida del héroe que el tiempo relegó a la sombra de sus propios compañeros.

Jacinto Ruiz nació en Ceuta en el seno de una familia militar. Su padre, Antonio Ruiz, era subteniente de Infantería, y su madre, Josefa Mendoza, pertenecía igualmente a un linaje noble. El ambiente en que se crió fue el de la vocación de servicio al rey y al ejército, tradición que heredaba de dos generaciones: tanto su padre como su abuelo habían servido en el Regimiento Fijo de Ceuta. Por ello, no sorprende que el joven Jacinto, con apenas quince años, obtuviera la gracia de cadete e ingresara en dicho cuerpo el 17 de agosto de 1795.

Su carrera avanzó con disciplina constante, sin estridencias ni honores particulares. En 1800 alcanzó el grado de segundo subteniente, y tras el correspondiente periodo de prácticas, fue destinado al Regimiento de Voluntarios del Estado. Sus superiores lo describían como oficial de buena conducta, aplicado y formal. Nada hacía presagiar que aquel joven, cuya trayectoria parecía destinada a la discreción del servicio rutinario, se convertiría en símbolo de heroísmo popular.

El ascenso a teniente, el 12 de marzo de 1807, le situó ya en Madrid cuando se inició la crisis política que desembocaría en el levantamiento. El país asistía, impotente, a la progresiva ocupación francesa. Las renuncias al trono, primero por Carlos IV y luego por Fernando VII en Bayona, habían sembrado el desconcierto. Y mientras, el general Murat, lugarteniente de Napoleón en España, ordenaba la movilización de la familia real hacia territorio francés. El pueblo madrileño sintió aquello como despojo y traición. La indignación estalló en la mañana del 2 de mayo de 1808.

El teniente Ruiz se hallaba enfermo aquel día, aquejado por fuertes fiebres. Pero la convulsión que agitaba Madrid no le permitió permanecer en reposo. Se presentó en su cuartel en la calle Ancha de San Bernardo, desde donde fue enviado al Parque de Artillería de Monteleón bajo las órdenes del capitán Goicoechea. Allí halló al capitán Luis Daoiz, indeciso entre obedecer las órdenes superiores de mantenerse al margen o sumarse al pueblo que reclamaba auxilio.

La decisión que tomaría aquel reducido grupo marcaría la historia: abrir las puertas del Parque y armar al pueblo que clamaba defensa frente al invasor. Antes, fue necesario reducir a la guardia francesa apostada en el recinto. Aquí intervino directamente Ruiz, quien, al mando de su compañía, logró rodear y desarmar a los soldados enemigos, tomando prisioneros a más de setenta hombres. Era el primer acto decisivo de resistencia organizada contra la ocupación napoleónica en Madrid.

Lo que siguió fue un combate desigual. Apenas un centenar de hombres españoles, con cinco cañones, se enfrentaron durante más de tres horas a más de dos mil soldados franceses de la División Lefranc. Ruiz, con conocimientos de artillería adquiridos años atrás, operó uno de los cañones con precisión y energía, alentando a civiles y soldados por igual.

Durante el combate fue herido en el brazo izquierdo, pero, tras contener la hemorragia con un pañuelo, regresó a su puesto sin vacilar. Fue también él quien advirtió la maniobra engañosa del coronel Montholon, que intentaba parlamentar mientras avanzaba su infantería. Ruiz ordenó disparar, frustrando la estratagema y prolongando la resistencia.

Pero el número terminó imponiéndose. Daoiz cayó, luego Velarde. Ruiz recibió un disparo que atravesó su cuerpo de espalda a pecho. Su cadáver fue dado por muerto entre los demás, hasta que un médico francés comprobó que aún respiraba.

Trasladado a una casa particular, Jacinto Ruiz fue cuidado en secreto para evitar su ejecución. Su recuperación fue lenta y dolorosa. Un mes después, aún con la herida abierta, logró huir hacia Extremadura acompañado por amigos y camaradas. Fue recibido en Badajoz con honores, y pese a su grave estado insistió en reincorporarse al Ejército de Extremadura.

Sin embargo, su salud no volvería a ser la misma. Las infecciones derivadas de su herida y los esfuerzos del servicio terminaron por quebrar su resistencia física. En Trujillo, donde contaba con parientes, redactó testamento el 11 de marzo de 1809. Falleció dos días después, el 13 de marzo, a los 28 años de edad. Fue enterrado en la iglesia de San Martín.

Mientras Daoiz y Velarde fueron elevados a la gloria patriótica por decretos, monumentos y títulos nobiliarios, Jacinto Ruiz cayó en el olvido. Su padre reclamó repetidamente reconocimiento para su hijo, pero la administración lo ignoró durante décadas. Solo a partir de 1888, gracias al artículo “Homenaje a un mártir olvidado de nuestra independencia”, publicado en El Ejército Español por el teniente Alcántara Berenguer, comenzó la reivindicación de su memoria.

Se erigieron monumentos en Madrid y en su Ceuta natal, y en 1909 sus restos fueron solemnemente trasladados desde Trujillo al monumento del Dos de Mayo en la capital.

Jacinto Ruiz representa el arquetipo del héroe no proclamado, del oficial que, sin ambición ni mandato, se alza movido únicamente por el deber y la dignidad. Su vida resume el despertar de un pueblo que, frente a la imposición extranjera, halló en la defensa de la religión, la patria y el rey una causa común.

En su muerte humilde y silenciosa se cifra la grandeza del sacrificio que sostiene la historia: el heroísmo que no pide memoria, pero la merece.
























jueves, 6 de noviembre de 2025

 

PEÑAFIEL, centinela de piedra en la Raya de los reinos

 

 

Se encuentra próximo a Alcántara en el lado noroeste de la provincia de Cáceres, es una población fronteriza dominada por la silueta del castillo de Peñafiel, fortificación que se encuentra a 3 km de la población de Zarza la Mayor, en las márgenes del río Erjas, marcando la línea fronteriza con Portugal[1].

 

Hemos de hacer la salvedad de la existencia en el término de Zarza la Mayor de varios baluartes castrenses construidos por los árabes: Benavente, Bernardo, Peña de fray Domingo y Racha Rachel (Peñafiel, cristiano)[2]. Concretamente, el castillo de Benavente fue reconquistado por Alfonso IX, concediendo su propiedad a los caballeros calatravos en 1199. Los árabes volverán a apoderarse de la fortaleza. Reconquistada defintivamente por el mismo rey Alfonso cuando bajaba de Coria a la reconquista de Alcántara en 1213, entregando el castillo y la aldea a los templarios, junto con el de Bernardo[3]. Sus términos lindaban con la villa de Milana, anteriormente entregada a la Orden del Temple por Fernando II.

 

Estos castillos ubicados en el territorio de Zarza la Mayor, fueron muy útiles durante la Baja Edad Media para la defensa del reino portugués y para evitar un nuevo ataque musulmán.

Los orígenes del castillo de Peñafiel hemos de buscarlos en el siglo IX cuando fue construido por los musulmanes. En 1166 el rey Fernando II de León desde Ciudad Rodrigo llevó a cabo una importante ofensiva sobre Alcántara, apoderándose de distintos baluartes fortificados como el de Racha Rachel, nombre árabe con el que se conocía al castillo de Zarza la Mayor, en alusión a la roca sobre la que se asienta[4]. Con motivo de esta conquista los cristianos reforzaron las defensas del castillo[5].

Esta fortificación castrense fue construida por los musulmanes a finales del siglo IX y pasó a manos cristianas en el año 1212[6], cuando el rey Alfonso IX conquistó Alcántara, para ser entregada a la Orden Militar de Calatrava, a la que no pertenecerá durante mucho tiempo, ya que en 1218 formará parte de las posesiones de la Orden Militar del Pereiro (1219, Orden de Alcántara). Las posesiones de las Ordenes Militares en Extremadura se habían convertido en grandes latifundios ganaderos, que generaban enormes ganancias. Las extensas dehesas alimentaban incontables rebaños trashumantes, al tiempo que eran lugar de paso de importantes vías de comunicación norte-sur y este-oeste, creadas a partir de las calzadas romanas. La administración de estos recursos creaba constantes disputas entre los Concejos ciudadanos y las Ordenes, y entre éstas mismas.

Este castillo de Peñafiel fue testigo de los enfrentamientos armados entre las órdenes militares, que tuvieron como escenario las tierras del antiguo reino de León, en la tierra de Coria. La situación fronteriza ocasiona conflictos armados frecuentes a lo largo de la Edad Media, teniendo que refugiarse en numerosas ocasiones los vecinos de Zarza la Mayor buscando la protección del Castillo de Peñafiel[7].

Ya en 1243, tras el descalabro sufrido por los alcantarinos en Ronda, intentaron aquellos impedir el cobro del «portazgo» templario mediante saqueos, en lugares próximos al castillo y puente de Alconétar: Cañaveral, Garrovillas y otros. Los daños fueron mínimos y la cosa no pasó a mayores[8]. Sin embargo, en 1257 la competencia entre las Órdenes de Alcántara y el Temple rompió el frágil equilibrio que había mantenido durante años. La causa fueron dos impuestos relacionados con los ganados y mercancías. La encomienda templaría de Alconétar cobraba por el tránsito de ganados y mercancías: el «portazgo», por atravesar sus puentes, usar sus barcas y sus caminos particulares, a razón de un tanto por cabeza de ganado y vehículo.

Los demás hacían lo propio, pero parece ser que los caminos más transitados habían quedado en manos del Temple. Además, la Orden restauró entre 1230 y 1257 el puente romano de Alconétar sobre el Tajo, imprescindible en la Vía de la Plata, con lo cual los peregrinos, ganaderos y mercaderes preferían pagarles por cruzar cómodamente el río antes que hacerlo en las lentas barcas transbordadoras de los de Alcántara. Ello, junto con la feria-mercado del pueblo de Alconétar y los peregrinos que acudían a la capilla del castillo, para venerar la milagrosa y mágica reliquia del Mantel de la última Cena, hicieron que la presión se hiciese insoportable para la Orden de Alcántara.

Escarmentados por los sucesos de Ronda, los alcantarinos se prepararon a conciencia, decididos a mermar el poderío de sus competidores y, sin duda, deseando vengarse de la derrota toledana. El golpe estuvo bien planeado y se hizo de forma sincronizada. A finales del verano de 1257 atacaron tres lugares fortificados diferentes para impedir que las respectivas guarniciones pudiesen auxiliarse entre sí. Las víctimas fueron la aldea de Peñas Rubias y su castillo Bernardo; el pueblo de Peña Sequeros y su castillo de Nuestra Señora de Sequeros; y la villa de Benavente, con su castillo de Benavente de La Zarza. En estos tres lugares localizados entre los ríos Arrago y Erjas, que hacen frontera natural con Portugal, el ataque fue idéntico: asalto por sorpresa, sitiando a la guarnición en los castillos, para saquear a placer las aldeas y las granjas. Los de Alcántara actuaron con gran crueldad, dieron muerte a numerosos colonos templarios, incendiaron viviendas y edificios de labor, mataron los animales que no podían trasladar, talaron las dehesas y saquearon los graneros.

Cuando la guarnición templaría de Alconétar contraatacó, tras haberse reforzado con los mercenarios «turcopies», arrasaron las posesiones alcantarinas, matando también numerosos peones y algunos caballeros. Además, la tropa templaría que custodiaba el puente fortificado de Alcántara cortó el paso por dichas vías para incomunicar a sus enemigos y, de paso, perjudicar su comercio.

Aunque en octubre el rey Alfonso X convocó a las partes ante un tribunal para dirimir el pleito y depurar responsabilidades, los ánimos se calmaron tan sólo en apariencia. En 1266 los de Alcántara volvieron a la carga. Estos habían recibido el pueblo de Zarza la Mayor, pero quisieron obtener una rentabilidad inmediata de su nueva posesión e impusieron a los pobladores numerosos y elevados impuestos. La respuesta de los habitantes de Zarza no se hizo esperar: tomaron sus enseres y animales y se trasladaron en masa al vecino pueblo de Peñafiel. Allí se ofrecieron a los templarios como colonos, a cambio de protección y pagando sus cargas, que por supuesto eran mucho más bajas[9]. Velo y Nieto expuso este acontecimiento. Según él, el cronista Torres y Tapia, dejó constancia de las rivalidades existentes, a mediados del siglo XIII, entre los freiles alcantarinos y los templarios. Llegaron a encontrarse de tal manera que los alcantarinos asediaron la aldea y la fortaleza de Benavente. El rey Alfonso X tuvo que formar tribunal extraordinario en Coria ante el que hubieron de comparecer los freiles alcantarinos y los templarios para responder de sus actos[10].

Cuando la desairada Orden de Alcántara acudió a cobrar se encontró el pueblo abandonado. Sabido el destino de los desertores, el Maestre aparejó una hueste guerrera contra la aldea de Peñafiel[11]. A pesar de que la aldea resultó saqueada e incendiada, los colonos consiguieron salvar sus vidas. El primer comendador de Peñafiel nos lo sitúa Torres y Tapia en 1316[12].

En 1369 tras la muerte del rey don Pedro I, este castillo, que tomara partido por don Enrique ha causa de haberse refugiado en él varios caballeros partidarios de los Trastamaras, será sitiado y rendido por el maestre don Melén Suárez que apoyaba las pretensiones del monarca portugués al trono castellano. Posteriormente, tanto la aldea como el castillo intervinieron activamente en las luchas intestinas que se produjeron en la Orden a raíz de la muerte del maestre don Gómez de Cáceres y Solís, entre los aspirantes a su sucesión estaba el sobrino del difunto, don Francisco de Solís, el hijo de los condes de Plasencia don Juan de Zúñiga y el clavero de la Orden don Alonso Monroy. Peñafiel apoyaba la candidatura de este último por cuya causa fue excomulgado su comendador, los soldados y los vecinos de la aldea, ya que el Papa protegía al aspirante de los Zúñigas; esta circunstancia, junto con la rivalidad existente entre sus habitantes, influyó en su pronta decadencia[13].

 

Hasta 1410 su entorno estuvo muy poblado, pero a partir de entonces las gentes de Peñafiel y de los castillos cercanos comenzaron a trasladarse a La Zarza (la actual Zarza La Mayor)[14], iniciándose el abandono de esas fortalezas. En 1640, con motivo de la Guerra de la Independencia de Portugal, el castillo quedó en ruina una gran parte, aunque nunca perdería su altivo porte destacado en el territorio con un imponente Torre del Homenaje[15]. Con la desamortización, la dehesa de Benavente -donde está el castillo- pasará a manos privadas, quedando por entonces el castillo en lamentable estado de conservación.

 

El conjunto defensivo está construido a base de sillares y mampostería, estaba formado por una muralla de planta poligonal, que se adaptaba al terreno y aprovechaba las defensas naturales geográficas. Aún se conservan las bases de algunas torres rectangulares sobre el nivel de muralla, un camino de ronda circundaba y comunicaba los diversos espacios. El castillo estaba protegido por una barbacana, que defendía los lienzos situados en los lados del levante y meridional. Esta barbacana que circunda parte del castillo, es obra de mampostería gruesa y sillería en los ángulos, datada a mediados del siglo XVI, ejecutada por el maestro Gaspar López, siguiendo las trazas de Pedro de Ybarra[16]. Conocemos un croquis de la fortaleza realizado a finales del siglo XV por Duarte Darmas, en su obra manuscrita Libro das fortalezas situadas na raia de Espanha[17].

 

La Torre del Homenaje se encuentra prácticamente en el centro del baluarte defensivo. Es de planta cuadrada y almenada. En su interior cuenta con diversas plantas para alojamiento, con cerramiento en bóveda de crucería, precisamente en una de las claves lucen las armas del comendador fray Diego Chamizo, que nos permite datarla hacia 1475.  Esta torre fue reparada en el siglo XVI, así como algunos lienzos de la muralla y el aljibe[18]. Tiene tres niveles de altura, al piso inferior se accede por una puerta de arco apuntado, dividiéndose el espacio en dos estancias: una atahona y un calabozo, al que posiblemente se accedía por una oquedad desde el primer piso. El primer piso tiene su entrada desde el exterior por una puerta opuesta al anterior y elevada del suelo a la que se llegaba por unas escaleras de cantería que han desaparecido. Al segundo piso se llegaba a través de unas escaleras de cantería que partía desde el interior del primer piso alto. La techumbre que separaba el primer piso del segundo era de madera[19]. Los elementos arquitectónicos más importantes de la torre son la ventana gótica bigeminada y un pequeño vano oculado y trilobulado, así como la bóveda de cruceria con nervios y elementos de sillería granitica.

 

Destacamos la plaza de armas y, en su entorno, una serie de estancias como caballerizas, aposentos y un aljibe cubierto con una bóveda de sillería de medio cañón[20].

 

Su estructura es similar a la de los castillos y fortalezas de los alrededores, una simple torre que servía de atalaya y defensora del paso de la rivera Erjas, y una muralla o barbacana que la rodeaba. La muralla es de mampostería y cal, está provista de almenas y unida a la puerta principal del recinto interior por un camino de piedra. Sobresale la portada de entrada al recinto en arco de medio punto sobre impostas acanaladas, flanqueada por cubos y protegida por una ronda de murallas, es obra del maestro mayor de la Orden, Pedro de Ybarra, construida a mediados del siglo XVI (año 1565)[21]. En el último tercio del siglo XVI, Sebastián Aguirre (fallece en 1575), como Maestro Mayor de la Orden de Alcántara, llevará a cabo nuevas obras en el castillo de Peñafiel, concretamente en los encasamentos y refuerzos en varias puertas de la fortaleza, así como unos reparos en la Torre del Homenaje y en la muralla[22]. El cuerpo septentrional del recinto interior lo constituye un albacar, lugar para el ganado y cultivo. Y, el cuerpo meridional, era el emplazamiento de los casamentos o dependencias domésticas y residencial.

 

Zarza la Mayor fue cabeza de encomienda de la Orden de Alcántara, en 1251 aparece mencionada en un documento la aldea[23]. La encomienda  comprendía un amplio territorio donde se incluían el castillo de Peñafiel, la actual villa de Zarza la Mayor y distintas fincas y posesiones rurales. El centro administrativo de la misma se alternó entre el castillo y la propia villa, compartiéndose en ocasiones la denominación o titularidad de la encomienda[24]. La primera información que disponemos del edificio de la encomienda data de 1563, con motivo de la visita y descripción que realiza Diego de Cáceres, alguacil, era una casa que se distribuía en dos plantas; el acceso a la planta alta se efectuaba desde el patio[25].

 

En 1565, el Maestro mayor de la Orden de Alcántara, Pedro de Ybarra, dirigirá las obras que acometerá el maestro Manuel Galavís, según una inscripción: ·IZO/SE ESTA/ OBRA SIEND/ MAESTRO DLLA/ MANUEL GALAVIS", dando lugar a una edificación de dos plantas, con puerta de entrada en arco de medio punto, flanqueada en su piso alto por dos balcones adintelado, entre los cuales lucen tres escudos, destacando el central, perteneciente a Felipe III. Un cuerpo inferior constituido por sillería donde se abren tres vanos y una puerta. La parte superior presenta  en la actualidad tres balcones intercalados con tres vanos estrechos y verticales, a modo de saeteras.

 

 

Bibliografía

Addison, C. G: The History of the Knights Templars (Londres,  1842).

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[1] Fernández López, 1995, 275.

[2] Citados por Velo y Nieto, 1956, 9.

[3] Hurtado, 1927. "(....) al monarca Alfonso IX en el camino que traía de Coria se le rindieron los castillos de Benavente y Bernardo".  Torres y Tapia, 1763, tomo I, 144.

[4] Moreno Aragoneses, 2014, 222.

[5] Solar y Taboada, 1891, 88.

[6] Caro del Corral, 1999, 222.

[7] Navareño Mateos, 1985.

[8] Los templarios en Extremadura. Datos de J. F. Romero.

[9] Castillo de la Zarza, J. F. Romero.

[10] Velo y Nieto, 1968, 658.

[11] A fnales del siglo XIII había una aldea poblada, ello vino motivado porque el maestre García Fernández había impuesto a los vecinos de La Zarza el pecho de la Martiniega, lo que contribuyó a su despoblamiento.  En 1322, los vecinos que aún vivían, motivado por las incursiones portugesas y la carencia de defensa, solicitaron al maestre Suero Pérez la conveniencia de fundar otro pueblo en lugar seguro, junto al castillo de Peñafiel, siendo aceptado el 18 de febero de 1323. Solar y Taboada, 1928, 21.

[12] Torres y Tapia, tomo I, 1763, 504.

[13] Moreno Aragoneses, 2014, 222.

[14] Bullarium, 169. Vid. Navareño Mateos, 1984, 80.

[15] Velo y Nieto, 1952, 108; Madoz, 1849.

[16] Navareño, 1987, 203; Caro, 1999, 226.

[17] Manuscrito publicado en Lisboa en 1692.

[18] Navareño, 1984, 128; Cano-Cortés, 1992, 68.

[19] Arroyo, 1996, 53.

[20] Navareño, 1985, 138; Floriano, 1953, 18.

[21] Archivo Histórico Nacional, Sec. Orden Militar de Alcántara. Plet. número 28.331. La barrera fue levantada por el Maestro Mayor de la Orden Pedro de Ybarra entre 1549 y 1550. Vid. Navareño, 1985, 126.

[22] Archivo Histórico Nacional, Sec. Orden Militar de Alcántara. Plet. número 28.099. Vid. Navareño, 1994, 144.

[23] Ortega y Cotes, 1759, 321; Velo y Nieto, 1957, 434.

[24] Navareño Mateos, 1984, 79.

[25] Archivo Histórico Nacional. Sección Ordenes Militares, Archivo Judicial, pleito n.0 28.099, fols. 44 a 49 v. Según Navareño,  1984, 81.