El
asentamiento tardoantiguo de la Dehesa de Casillas
A 39º 23’ 51,11’’ norte y a 5º 57’ 43,05’’
oeste y a una altura de 470 m, en un pequeño cerro, se encuentra la dehesa de
Casillas, a que se puede acceder por la Ex -381.
En esta dehesa se han localizado restos arqueológicos del siglo IV a. C., lugar de asentamiento de pastores celtas. Estos pueblos eran tribus seminómadas dedicadas fundamentalmente al pastoreo que estaban en curso de transformar su régimen económico en sedentario y agrícola. En el año 218 a. C. en el transcurso de la II Guerra Púnica los romanos desembarcaron por primera vez en la Península Ibérica en Ampurias, al mando de Cneo Cornelio Escipión y durante dos siglos de conquista se enfrentaron a los distintos pueblos existentes en la zona. El dominio romano perduró hasta el siglo V d. C, habiéndose localizado abundantes restos en la finca de Casilla, donde se encuentra una lápida ornamentada en la cabecera con una flor cuadripétala: “D(is) M(anibus) s(acrum). Q(uinto) CAEC(i)l(i)o Celi(i) f(ilio)”.
Otro epígrafe en el que aparece como dedicante
de un ara un norbano (desaparecida): “L(ucius) Nor(ba)/nus Ruf/us Iovi/(a)ram”.
De hecho, por aquí
pasaba una de las calzadas romanas más antiguas de Extremadura, concretamente
por la finca de la Roda que está en el margen derecha del río Gibranzos, y
Casillas en el margen izquierdo, aprovechando en parte el trazado de un camino
natural. Todos los indicios apuntan a que haría su salida de Metellinum a
través de su puente romano sobre el Guadiana. Desde este punto su recorrido con
una dirección S‑N se identifica con el Camino de la Plata, que después de
atravesar los términos municipales de Medellín y Santa Amalia se dirigen a
Miajadas en cuyo espacio atraviesa la dehesa de Los Canchales, en la que se han
localizado importantes restos romanos. Desde aquí continúa hasta los términos
municipales de Montánchez y Valdemorales, pasando antes por las fincas Las
Mezquitas, Corchuelo y Vallehondo, rodeando la ladera Norte de la sierra del
Saltillo y continua por las dehesas de La Tocona, Casajato, Los Palos, La
Dehesa y Quebrada. Salva la Sierra de Montánchez por el puerto del Jabalí y se
dirige hacia el pueblo de Torre de Santa María, Vadefuentes y la finca La
Torrecilla, para después salvar el Salor por el denominado “Puente Nuevo” y
continuar por el espacio de Torremocha por la finca El Castellar y volver a
cruzar el río por las inmediaciones y al sur del casco urbano. Existe una
desviación de este camino hacia Trujillo, desde Montánchez, para conectar
después con Salvatierra de Santiago. Desde aquí de prolonga, durante otro
trayecto, penetrando en Ruanes, cuyo casco urbano atraviesa, dejando constancia
de ello en su calle principal que significativamente se denomina “Calle de la
Roa” o también coloquialmente “Calle Empedrada”.
Después del término municipal de Ruanes, penetra
esporádicamente en pertenencias de Trujillo por la dehesa de Piedra Hitilla y
se adentra en el espacio de La Cumbre entre las fincas de El Campillejo y
dehesa de Roa o Roda, sirve de límite a los pueblos de Santa Ana y La Cumbre, y
penetra definitivamente en Trujillo con las dehesas de La Magascona y Solanilla
(No hemos de desechar las menciones de Turcalion y Rodacis
que se hacen en el Anónimo de Rávena (312,
14‑15). Conocido
también popularmente como Ravennate,
es un texto compilado por un cosmógrafo cristiano, hecho en el siglo VII
(aproximadamente sobre el año 670), manejando documentación de siglos
anteriores (siglo III o siglo IV).
En un amplio perímetro
donde localizamos interesantes yacimientos arqueológicos que abarcan desde el
Calcolítico hasta la Edad del Hierro.
En
un lateral de la casa, muy remozada en los últimos años, encontramos cuatro
tumbas excavadas en la roca, que fechamos en el siglo VII d. C., con las
siguientes características.
Tumba
1: El largo de este sepulcro
es de 1,82 m, su ancho oscila entre 0,42 – 0,45 m y la profundidad máxima es de
0,40 m en la parte S. Hacia el N hay un rebaje paulatino de la profundidad de
apariencia más tosca. Posee una cabecera bastante centrada y algo asimétrica en
el lado S cuyo largo es 0,09 m, el ancho 0,30 m y 0,25 m de profundidad;
presenta un parcial alisado superior; la altura externa de este monumento es de
1,44 – 1,33 m.
Tumba
2: Su orientación es de 20º N – 200º S. El hueco interior de este monumento
mide de largo 1,74 m, su ancho oscila entre 0,50 y 0,42 m y su profundidad es
de 0,37 m. Tiene la cabecera orientada al N y situada en el ancho mayor, es de
forma cuadrangular. La roca que sirve de soporte posee algunos retoques
tendentes a ser redondeada. La roca está elevada de la actual superficie en
torno a 1,30 m.
Tumba
3: Situada junto a las otras
tumbas o sepulcros formando una necrópolis. Actualmente se encuentra elevada
sobre una gran roca. Tiene una orientación de 70º NE – 250º SW; su longitud de
1,76 m; el ancho es de 0,51 m y la profundidad es de 0,34 m.
Tumba
4: Fue tallada en un gran cancho. Tiene una orientación próxima a 20º NE – 200º
SW; se realizó con una cabecera, bien trazada; su longitud es de 1,80 m y el
ancho oscila entre 0,58 y 0,62 m y la profundidad ronda los 0,30 m. No presenta
moldura superior aunque si un pequeño alisamiento. Aún conserva restos de lajas
de pizarra y trozos de piedra que la cubrían.
Considerando que se trata de tumbas
características del medievalismo y la consideración de incluirlas en los
periodos post-romano y altomedieval con respecto a las épocas romana y feudal.
Hemos de destacar que a partir del siglo IV es frecuente la alternancia de
ritos que conducen a cambios estructurales, a modificar el rito de la
inhumación. El hecho de encontrarnos en la zona con restos visibles de villas
romanas (especialmente sillares bien escuadrados y cerámicas de construcción y
comunes en superficie) y se aprecia la existencia de ciertas estructuras
soterradas que parecen corresponder a un hábitat altomedieval, tumbas como las
existentes cerca de La Costera o las de Casillas, nos hacen suponer que dichas
tumbas excavadas en la roca corresponderían a la época tardorromana, que puede
definirse en términos generales como una preponderancia de las estructuras
asociadas a las comunidades rurales, en una zona llana, sobre una colina de
baja altura, asociado a terrenos de dedicación agrícola y esencialmente
ganadera.
Nuestra opinión es que el hábitat
tardoantiguo y altomedieval en esta zona estaba vertebrado en torno a núcleos
relativamente pequeños, compuestos de distintos focos de hábitat, aunque
interconectados entre sí, con una disposición laxa y flexible. Otra cosa muy
distinta es su vinculación con un proceso de abandono de las áreas centrales en
época romana en beneficio de las periféricas, a causa de la crisis vilicaria.
Aunque no podemos aquí profundizar sobre ese asunto, por la ausencia de datos
arqueológicos, además las tumbas han aparecido vacías, posiblemente como
consecuencia de algún tipo de violación o el paso del tiempo (inclemencias al
estar expuestas al deterioro exterior), impidiéndonos encontrar restos en el
interior de las mismas.
Es interesante advertir que estamos
ante uno de los ejemplos de transformación de una antigua estructura romana en
un centro de culto, un cambio que reflejaría además las alteraciones en el
sistema social y en la articulación del estatus. Las tumbas sirvieron
directamente como depósito del cadáver, son exactamente ataúdes excavados
directamente en la roca.
La enorme profusión y variedad de
estructuras talladas en roca que aquí se encuentran, proporcionan un conjunto
inmejorable para facilitar la comprensión de estos asuntos. Aunque estas
afirmaciones parecen confirmar la idea de que las primeras fases de la
utilización de las tumbas excavadas en la roca, deben situarse en los siglos tardoantiguos,
la asociación de las necrópolis con tales centros de hábitat romanos es,
detodos modos, compleja. Las razones estriban en que no se ha constatado de
manera fehaciente que exista una conexión sincrónica entre los yacimientos, que
pueden corresponder a momentos distintos de ocupación, y en el hecho de que no
es segura la adscripción vilicaria de los núcleos señalados. La ausencia de
ajuares y la inexistencia de dataciones absolutas lastran cualquier precisión
cronológica.
Como
hipótesis, puede plantearse que estos lugares sufrieron una remodelación en
época tardoantigua, transformada en una zona de hábitat con construcciones de
materiales perecederos o en espacios funerarios, produciéndose entonces la
eclosión del cementerio. Aunque siempre como hipótesis, la reiteración de los
datos en este sentido permite aventurar un origen tardoantiguo de las
necrópolis de tumbas excavadas en la roca. De todos modos, los siglos VIII al X
marcaron posiblemente el apogeo de esta forma de enterramiento, pudiendo afirmar
que el momento de finalización del uso de estas necrópolis debe situarse en la
consolidación del poblamiento aldeano y de la parroquia como centro de culto y
eje de la articulación rural.
La
investigación sobre las necrópolis de tumbas excavadas en la roca se ha
preocupado muy poco por profundizar en las relaciones que éstas tenían con la
organización del territorio y del poblamiento. En nuestro caso, vinculamos
estas tumbas con un hábitat disperso que habría surgido tras la época romana,
como probaría su emplazamiento en esta zona. Esta distribución de sepulturas
aisladas sería un vestigio de necrópolis más extensas. Es como trasladarse a un
lugar del pasado en el que el ser humano concedió una importancia tal, que
plasmó en el paisaje una impronta que refleja como en muy pocos otros lugares
su más profunda e íntima personalidad, encontrándonos ante un paisaje que se
eleva con respecto a la zona circundante formando una pequeña llanura,
condicionado por el clima que lo circunda, por la humedad que procede de los
arroyos que allí nacen.
Estas
tumbas aparecen en los lugares más dispares, aunque en una geografía precisa,
en diferentes disposiciones y orientaciones y con distintas formas. La
orientación de los sepulcros excavados en los lanchares y bolos graníticos está
condicionada por la disponibilidad de superficie apta, distribuyéndose
anárquicamente. Algunas responden a un tipo de enterramiento en el que la fosa
era excavada directamente en la roca, solían ser de formas ovaladas y
fusiformes (de bañera), y en ocasiones de forma antropomórfica (reproduciendo
la silueta del muerto) algunas incluso con la forma de los hombros y rebaje
para la cabeza. Estas tumbas antropomórficas se conocen con el nombre de
"olerdolanas" por haberse documentado por primera vez en el
yacimiento de Olérdola, provincia de Barcelona. El rito de inhumación estaba
relacionado con las costumbres cristianas autóctonas, se lavaba y ungía el
cadáver, envolviéndolo después en una sábana de lino para luego depositarlo
dentro de la fosa directamente y sobre el cadáver se echaba arena y finalmente
se sellaba la tumba con lajas de piedra. También destacamos las de tipo bañera
o “fusiformes”, y antropomorfas. Podemos interpretar, incluso, que algunas de las primeras comunidades
cristianas quedaron aisladas y dispersas por la zona, en tiempos de plena
dominación romana de toda la Península, y permanecieron aisladas durante épocas
posteriores, al menos hasta la etapa visigoda.
También
hay quienes defienden -muy respetablemente- la procedencia visigoda o medieval,
exclusivamente, de este tipo de yacimientos. Podemos certificar la existencia
de un núcleo cultural, reconociendo un lugar sagrado común para la práctica de
ritos de inhumación. Esto explicaría en parte la diversidad de tipos coincidiendo
en un mismo espacio. Una teoría interesante, porque hay que considerar que no
estarían compartiendo exclusivamente la “necrópolis”, sino el territorio en el
que ésta, que sería un centro ritual.
Las grandes villas
tardorromanas y altomedievales (siglos IV-XI) de los latifundios extremeños
poseían todas las instalaciones necesarias para el mantenimiento y la
subsistencia del asentamiento, entre ellas la prensa de aceite y el lagar del
mosto, el horno, la herrería, la basílica, la necrópolis, los talleres, etc.
En los suelos arenosos de
la extensa tierra cacereña, desarrollados a partir de la meteorización de los
batolitos graníticos, se encuentran diseminadas gran cantidad de villas
rústicas tardorromanas, hispanovisigodas y mozárabes, en las que podemos
encontrar plataformas de prensado de aceitunas, y junto a ellas, cilindros
contrapesos, molas olearias, pilas para recoger el aceite, amén de
un sin número de sarcófagos antropomorfos, excavadas todas in
situ sobre las mismas rocas graníticas o bien, algunas pocas, en las
duras areniscas pizarrosas.
La mayoría de estos
asentamientos fueron abandonados durante la invasión musulmana, pero
posteriormente serían ocupados y cristianizados por los nuevos colonos
procedentes de los reinos castellano y leonés, quienes reutilizaron sus viejas
piedras y levantaron ermitas.
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