El monumento rupestre conocido como La Molineta se alza sobre un batolito granítico ubicado en un cerro que domina la ciudad de Trujillo, entre la antigua vía romana que comunicaba Augusta Emerita (Mérida) con Caesaraugusta (Zaragoza).
La gran roca posee unas dimensiones aproximadas de 4 m de
altura, con ejes longitudinales de alrededor de 4,60 m y 2,50 m. Una escalera formada
por oquedades irregulares talladas en la roca conduce a una meseta superior de
forma amesetada, ligeramente inclinada hacia el norte. En la cima se aprecian
concavidades comunicadas, algunas de ellas erosionadas por escorrentía natural
que ha generado canalillos que vierten al pie del altar.
Estos rasgos son característicos de las llamadas peñas
sacras o altares rupestres, usados como santuarios al aire libre. Incluían
escalones para acceder al punto superior, donde se practicaban sacrificios
animales o incluso humanos, depositando sangre y vísceras en cubetas conectadas
mediante canalillos.
La Molineta fue utilizada principalmente en el Calcolítico y
Bronce Final, aproximadamente entre el 3000–2000 a.C., y muy probablemente
estuvo asociada a asentamientos humanos en los alrededores. Considerando que la
continuidad ritual pudo prolongarse durante la Edad del Hierro, integrándose en
un conjunto sacrifical junto a otros altares próximos.
La función simbólica de La Molineta va más allá de lo
ritual: se considera un ómphalos, es decir, un centro cósmico visible que
conecta cielo, tierra e inframundo. El ascenso al altar simboliza el contacto
con lo sagrado, una proyección astral de las ceremonias hacia el firmamento.
Consideramos que la ubicación y orientación del altar
podrían relacionarse con fenómenos celestes específicos, reforzando su valor
como punto de mediación entre mundos.
Con la romanización, la práctica de estos altares rupestres
decayó radicalmente, en favor de cultos en espacios construidos dentro del
ámbito urbano.
Durante la época islámica, se edificó una atalaya sobre el
mismo cerro por su posición estratégica. Más tarde, en el siglo XVIII, sobre
los restos de la atalaya se levantó un molino de viento cilíndrico (unos 7 m de
altura y 6 m de diámetro), cuyos muros subsisten parcialmente, aunque la
maquinaria y las aspas ya han desaparecido. También existen cerca restos de una
prensa olearia del siglo XVII.
A solo unos kilómetros, en la finca llamada Las Calderonas,
se registra otra peña sacra de similares características: escalones tallados y
formas rituales en una ubicación diferente-un valle rodeado de elevaciones más
prominentes-que refuerzan la idea de espacios complementarios de culto.
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