lunes, 27 de noviembre de 2017

LOS RESTOS PREHISTORICOS DE CAÑAMERO

La fertilidad natural del suelo, unida a la gran abundancia de aguas, clima y excelente posición geográfica, determinaron el poblamiento de esta comarca desde tiempos remotos que se pierden en la bruma prehistórica. Útiles de la industria lítica se han localizado en las Mesas de las Rañas y en las terrazas del río Ruecas, consistentes en cantos rodados, raederas, bifaces. Mario Roso de Luna descubrió a principios del siglo XX en la Dehesa del Porrero, junto al río Ruecas varias hachas de fibrolita, de perfil semiovoideo, pulimentadas y finamente ejecutadas[1]. Los primeros utensilios humanos, se han encontrado en las rañas más orientales consisten en piedras hábilmente talladas que fueron transformadas en herramientas cortantes, los restos más numerosos e interesantes datan del Neolítico.
En su término municipal se ha localizado un importante conjunto de pinturas rupestres esquemáticas, formado por más de una decena de estaciones distribuidas a ambos lados del río Ruecas, en las terrazas del mirador y detrás del castillo, clara vía de penetración prehistórica hacia la zona montañosa de las Villuercas, destacando la Cueva Chiquita o de Álvarez[2], el cancho de la Burra, las pinturas de Asunción, de la Rosa y los Vencejos, del Batán o en La Madrastra[3]. Nos encontramos ante varios conjuntos de pinturas esquemáticas trazadas generalmente en las superficies rocosas más pulimentadas y visibles de las covachas, abrigos o paredes al aire libre, que se han conformado en los afloramientos de cuarcitas. En Cañamero es donde han aparecido la mayor densidad de pinturas esquemáticas de las Villuercas así como en los abrigos de las proximidades de Berzocana, desde que las descubriese en 1916 el abate francés Henri Breuil, respondiendo a figuras de tamaños pequeños, pintadas con un solo color, en tintas planas de tonos rojos, a los que siguen en abundancia pigmentos negros o blancos. Formas humanas o de animales y signos, encontrando las estaciones pictóricas más impresionantes en la margen derecha del río Ruecas, en las umbrías de la Sierra de la Madrila y la del Pimpollar.
Menos abundantes son los conjuntos de grabados rupestres. Se trata de cazoletas, series de trazos o figuras muy esquematizadas, inscritas en superficies rocosas, contando con importantes ejemplos en Cañamero concretamente en el lugar conocido como Vaciancha.
También nos encontramos con restos de viviendas o chozas presumiblemente circulares, su construcción arranca directamente de la roca madre sin ningún tipo de cimentación, a lo sumo se aplanaba el terreno y se desbastaba la superficie de la roca para colocar las primeras hiladas. A continuación se levantaba el muro sin argamasa y se cubrían los huecos con barro. La estructura se remataba con una cubierta vegetal compactada con pellas de barro. Este tipo de hábitat es muy característico de la última etapa del Bronce.
Próxima a una de las viviendas hay una peña con cazoletas. Una de las cuestiones que más incógnitas han provocado a los arqueólogos a la hora de datar y ofrecer una explicación coherente  son las cazoletas.  Se conjetura que las ha ido creando la naturaleza con el tiempo, sin que el hombre haya intervenido para nada. Pero es cierto, sin embargo, que algunas de las cazoletas que presentamos en este estudio presentan circunstancias y características que hacen sospechar que, sobre una base natural, alguien en algún tiempo y por alguna circunstancia las ha transformado por algo y para algo que no conocemos. Las cazoletas localizadas tienen un diámetro aproximado de entre 10 y 15 mm,  se encuentran agrupadas. Es difícil encontrarle el significado concreto. Lo primero y más importante en estos casos es saber discernir lo hecho por la naturaleza de lo que no lo es. Cuando estamos seguros de lo segundo es cuando comienza la investigación arqueológica.
Algunos investigadores indagan la relación que pudiera existir entre la colocación de las cazoletas sobre las peñas y las visiones del cielo. Con modernos mecanismos de medición están encontrando relaciones evidentes entre fenómenos periódicos de tipo climático (equinoccios, solsticios…) y algunos casos de cazoletas. Esto pudiera tener una explicación sencilla en unas sociedades en las que no existían los mecanismos para saber las horas, el tiempo, etc. Sabían de la periodicidad de los fenómenos en el cielo porque los veían y tenían que fijar pistas para detectarlos.  De hecho, muchas de las tareas de su economía agraria estaban basadas en los ciclos del sol, por lo tanto era preciso conocerlos con exactitud. Evidentemente esos lugares se convertían en sitios sagrados y como tales, teniendo en cuenta que su uso era durante mucho tiempo, se dejaban marcas unas veces simbólicas y otras destinadas a marcar pistas para la detección de los fenómenos celestes que les interesaran. Algunas de esas marcas eran las cazoletas aludidas y en las que a través de su estudio parece evidente que al menos las de algunos puntos tenían que ver con la observación fenómenos celestes, pero en otros no, lo cual indica que su cometido no era exclusivamente astronómico.
También, pudiera darse el caso de que las cazoletas fueran huecos para contener líquidos utilizados para un determinado ritual, ya que algunos pueblos actuales de estructura primitiva labran estas cazoletas buscando recoger el ellas el agua lustral, por ejemplo el agua procedente del rocío. En otro caso, podemos relacionarlas con lugares donde van a reunirse para honrar a una divinidad y de paso comunicarse inventos y adelantos, cambiarse productos. También, por la disposición de las mismas, pudiera tratarse de algún tipo de juego primitivo e incluso, hemos llegado a aventurar la hipótesis de encontrarnos con los más primitivos planos de una tribu, la ubicación de sus chozas.
Del Neolítico se conservan los dólmenes del Rosano y el de La Olivilla. Al popularmente conocido dólmen de las Brujas se puede acceder una vez visitado el castillo, desde este peñón donde otea la fortaleza árabe, tras un suave descenso llegamos al collado de la Escarihuela. Continuando ladera abajo llegamos al conjunto arqueológico de El Mirador, allí está el dólmen, que recibe ese popular nombre por la tradición villuerquina de brujas blancas. Igualmente, hemos hallado restos de un castro en la ladera del castillo, la zona Oeste. Entre los restos encontrados se hallan hachas de piedra, restos de muros convertidos en majanos, ruedas de molino de piedra, cerámica fina y tosca, etc.
En los alrededores del casco urbano existen vestigios de los castros conocidos como Castillejos y Cenal. En el municipio fue localizada por don Juan Maldonado Otero una estela de pizarra con caracteres ibéricos en la que podemos leer según los vocablos: “RAIATA”. La estela fue hallada junto a varios útiles mineros, un puñal de hoja triangular, una punta de flecha y un torqués de bronce, catalogados y conservados en el Museo Provincial de Cáceres. Hallazgos que según la interpretación fidedigna de don Juan Gil Montes confirman los contactos comerciales y culturales que existieron entre los pobladores de nuestra comarca y el mítico reino de Tartessos, situado en la desembocadura del Guadalquivir, donde afluían los viajeros procedentes del Mediterráneo para adquirir estaño.
Del proceso de romanización se han localizado restos de villas en La Olivilla, Las Víboras, Los  Carrascales y en la Dehesa Boyal, habiéndose localizado en superficie abundantes tégulas, cerámicas y monedas. En el siglo IV, existía una importante  villa romana que explotaba el rico valle del Vacianchas y que sirvió, en sucesivas etapas, como núcleo de población aglutinante de lo que sería el futuro Cañamero.
Cañamero y su entorno han mantenido potencialmente la existencia de filones mineros desde su explotación en época romana, destacando los filones con material de hierro en Cañamero[4] y las minas de fosforita de Logrosán en el Cerro de San Cristóbal[5]. También, hemos de tener en cuenta que la población se encuentra ubicada próxima a la calzada romana, en el trazado entre Emérita Augusta (Mérida) y Toletum (Toledo)[6] discurre en gran parte por las estribaciones de la Sierra de las Villuercas donde nos encontramos con el Puerto Llano de Cañamero (700 m.) y el Puerto de San Vicente (800 m.). El Puerto Llano o Puerto de Cañamero debe su nombre a que se remonta fácilmente desde una gran plataforma que se extiende al pie de su ladera suroeste, formando una meseta de numerosos kilómetros cuadrados denominada Las Mesas de las Rañas en Cañamero, y los baluartes orográficos del Puerto de San Vicente.
Calzada que nacía en Mérida y continúa por la mansio Lacipea, estación caminera que era también usada para llegar hasta las ciudades de Metelinum (Medellín) al sur y a Turgalium (Trujillo) al norte. Atravesando las Vegas Altas del Guadiana por Rena en dirección a la mansio Leuciana (cerro del Castillejo de Madrigalejo), continuando por las Vegas del Ruecas hasta la antigua Venta de Valdeazores, sobre el viejo camino medieval de Guadalupe a la Dehesa de Valdepalacios y en dirección a las Rañas de Cañamero, hasta llegar primero a la Venta de La Laguna y después al Puerto Llano, donde ambas vías se separan, una en dirección norte, por el valle de Valtravieso buscando el Puerto de la Cabeza de la Brama y el valle del Ibor para alcanzar finalmente Augustóbriga (Talavera la Vieja).
En la plaza del “pueblo de abajo” o villa vieja de Cañamero aparecieron en el año 1972 tres inscripciones funerarias que se conservan en el Museo Provincial de Cáceres. Una de ellas, es un ara votiva romana (foto 4) de piedra granítica rojiza en la que leemos: “Marti/ Avgv(s)/tinv(s)/ ser(vvs)/ e(x) i(ussu)/ v(otvm) s(olvit) m(erito)[7]. Esta ara está coronada por el foculus de forma circular, en el centro del mismo se ha grabado el nombre de la divinidad: Marte. Fue donada al Museo Provincial de Cáceres por Roso de Luna en el año 1902[8].
En el citado Museo Provincial se expone una estela de granito (foto 5) fragmentada que formaba parte del pavimento de la plaza de la villa vieja. Fue localizada por Juan Gil Montes y donada al Museo Provincial de Cáceres por el Ayuntamiento de Cañamero, puede leerse en este epitafio doble: "D(is) M(anibus) S(acrum)/ Eburus / (Tauri) f(ilius)/ an(norum) LXIII / h(ic) s(itus) e(st) s(it) t(ibi)/ t(erra) l(evis) Abita.
D(is) M (anibus) s(acrum)/ Succ(e)ssa / Succ(e)ssi f(ilia)/ an(norum) LIII / hi(c) s(ita) e(st) s(it) t(ibi) t(erra) l(evis) / ITM"[9].
Es importante tener en cuenta que por Puerto Llano pasaba una de las vías romanas que unían las ciudades de Mérida y Toledo, camino que perdurará durante toda la Edad Media con el nombre de “camino sevillano”. 

BIBLIOGRAFÍA

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[1] MÉLIDA ALINARI, 1924, 12.
[2] CABRÉ, 1915; BREUIL, 1933; MÉLIDA, 1924; HERNÁNDEZ PACHECO, 1952; FERNÁNDEZ OXEA, 1969, 41-44; GIL MONTES y RODRÍGUEZ DE LAS HERAS, 1976, 68-78; GONZÁLEZ CORDERO y DE ALVARADO GONZALO, 1991, 139-156; 1991, 281-290; 1993, 18-25; GARCÍA ARRANZ, 1990 y 1992; GARCÍA ARRANZ, 2011; V. M. PIZARRO, 2008.

[3] 1994, 45-439; GIL MONTES y RODRÍGUEZ DE LAS HERAS, 1976, 68-78; RIVERO DE LA HIGUERA, 1972-73, 304.
[4] CHECKLAND, 1967, 5.
[5] ÁLVAREZ MARTÍNEZ, 1985, 138; BLÁZQUEZ, 1968, 37; ROSO DE LUNA, 1982, 17-26.
[6] Itinerario nº 25 de Antonino Pío: “Alio Itinere ab Emerita Caesaraugustam”. Recorrido diseñado por mi buen amigo Juan Gil Montes.
[7] SANGUINO, 1900, 275; CALLEJO SERRANO, 1962, 127; BELTRÁN, 1982, 115; ESTEBAN ORTEGA y SALAS MARTÍN, 2003, 53-54; ESTEBAN ORTEGA, 2012, 72.
[8] ROSO, 1900, 322.
[9] ESTEBAN ORTEGA, 2012, 72-73; ESTEBAN ORTEGA y SALAS MARTÍN, 2003, 54-55; BELTRÁN, 1976, 24-25. Agradecimiento a don Juan Valadés por permitirnos realizar foto en el Museo Provincial de Cáceres.

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