UN COMPLEJO ARQUEOLÓGICO EN SANTA CRUZ DE LA SIERRA
Existen interesantes asentamientos
localizados en la Sierra de Santa Cruz de la Provincia de Cáceres
correspondientes al Bronce Final, Hierro Inicial y Pleno y época medieval y que
han merecido varios estudios desde Roso de Luna[1], Martín Almagro-Gorbea[2], Ana María Martín Bravo[3] en relación al castro
situado en el extremo Norte de la Sierra y los abundantes restos de edificaciones
musulmanas de los siglos IX-XIII (necrópolis, hábitat, fortificación)
estudiados por Mélida y la profesora Sophie Gilotte[4]. Por su parte, el profesor
Manuel Rubio realizó un interesante estudio sobre otro castro localizado en el
cerro San Juan el Alto[5] e hizo referencias a los
restos encontrados en la cercana huerta de Mariprao en el año 1956 por el profesor
Mena de un rico ajuar perteneciente a un enterramiento fenopúnico[6].
En el contexto en el que el profesor
Manuel Rubio localizó en San Juan el Alto un poblado y abundantes restos de
cerámica en los años 70 del siglo XX. Damos a conocer en dicho cerro y en la
cercana huerta Mariprao un complejo arqueológico prerromano próximo al lugar
donde el profesor Mena localizó en 1956 los citados restos funerarios, donde
hemos localizado restos de muralla, canteras, cazoletas, tres altares de
sacrificio o “peñas sacras” y, a escasos 200 metros un nuevo santuario o altar,
así como grabados rupestres al aire libro y restos de cerámica y objetos
metálicos en superficie que nos permiten datar dicho conjunto arqueológico
entre el Bronce Final y el Hierro Inicial.
Este complejo arqueológico está situado
en el término de Santa Cruz de la Sierra (Extremadura), concretamente a 800
metros de la citada población, sus coordenadas geográficas son 39° 20’ 10,16 ‘’
Latitud Norte, 5º 50’ 11,22’’ Longitud
Oeste, meridiano de Greenwich, desde esta zona se domina la llanura trujillana
la hacia el norte y la depresión del Guadiana, hacia el sur.
El poblado se enclava en el apéndice de
un cerro granítico que recibe el nombre de San Juan el Alto, al sureste de la
población, presentando su zona más elevada una plataforma o bloque residual
sobreelevado a 453 metros de altitud destacando sobre el terreno; dicha altura
proporciona al Castro una posición estratégica acentuada, aprovechando la
defensa natural que le proporciona este relieve de sierra. La ladera se
aprovecha para pastizal y algunas parcelas dedicadas al cultivo, hay abundantes
chumberas, olivos, almendros mezclados con la vegetación mediterránea (encina,
roble), lo que pone de manifiesto que existen suficientes recursos en el
entorno del Castro para mantener a una población estable, también hemos de
destacar el codeso y la escoba (retamar) y la vegetación fisulírica en la
fractura de los bolos del cerro de San Juan siendo la más característica la
Digitalis thapsis; y, mamíferos como la liebre, el conejo y el zorro. Tampoco
existen problemas para el abastecimiento de agua, pues existen importantes
manantiales cuya agua incluso es utilizada hoy día por el pueblo.
Debido a la gran cantidad de materiales
dispersos por toda la superficie del yacimiento, como consecuencia de la
remoción de tierras por los agricultores, hemos podido localizar en superficie
numerosos restos de cerámica del poblado de dimensiones y tipologías variables,
destacando bordes aplanados o almendrados y fondo plano o curvo
indistintamente, y dos colgantes amorcillados macizo, materiales que apuntan
una cronología avanzada dentro del Bronce Final, situándolos en el siglo IX a.
C. los colgantes amorcillados estuvieron en uso desde el Bronce Final hasta los
siglos VI-V a. C[7]. No
obstante, en el yacimiento se observa claramente una continuidad en el
asentamiento que nos lleva hasta el Hierro Inicial. Aunque este material no es
muy significativo, si es semejante al documentado en poblados del Bronce Final
por lo que creemos necesario recoger esta información ya que con él son ya dos
los poblados de esta época, este estamos estudiando y otro situado en el extremo
Norte de la cercana Sierra de Santa Cruz cuya cota es de 743 m, frente a los
843 m que alcanza el pico más alto de la Sierra o “monte isla”[8] donde se localizan restos
de ocupación del Bronce Final, Hierro Inicial y Pleno y época medieval, ya que
este lugar es un enclave idóneo para situar rastros, siendo uno de los escasos
sitios donde se documenta una ocupación que abarca desde la Prehistoria hasta
la Edad Media.
Volviendo al asentamiento que nos ocupa,
el material recogido en superficie está compuesto por cerámicas a mano, algunas
con las superficies bruñidas y otros restos cerámicos fabricados a torno, vasos
cuya única forma significativa son los bordes exvasados y vueltos; el material
metálico es, sin embargo, el que mejor información con lógica aporta, tal es el
caso del citado colgante amorcillado (mediados o finales del siglo IX a. C).
Hace algunos años, el profesor Manuel Rubio recogió en este cerro de San Juan
el Alto[9] varios restos de cerámica a torno, correspondientes a recipientes de
paredes gruesas presentando la pasta un color rojo parduzco, la forma de los
recipientes seguía la tendencia esférica u oval. Según el profesor Manuel Rubio
pertenecían a grandes recipientes de almacenaje para gran permanencia temporal
-las denominadas tinajas de lagar-. También encontró una serie de fragmentos de labios; realizados con pasta
fina, sus caras son rojo anaranjado, no
así el interior que es gris oscuro; la arcilla tiene presencia de desgrasante
muy fino y se realizaron también a torno, posiblemente pertenecientes a
vajillas de uso cotidiano aunque a veces de cierto lujo y prestigio.
Igualmente, recogió importante número de restos de cerámicas estampiladas,
incisas (por puntos, trazos lineales rectos, angulaciones, a peine) y
pintadas consistentes en cerámicas finas y anaranjadas la presencia de seis
fragmentos decorados con bandas de color rojo vinoso.
Todo el poblado se rodeó de una muralla
de bloques de granito (86 metros) aprovechando los afloramientos rocosos
aparejados en seco, de modo que en algunos tramos lo único necesario fue tapar
los huecos entre ellos. La cantidad de piedra desplomada de los lienzos es
ingente, alcanzando el derrumbe de los 3 m de altura y un espesor que oscila
entre 3, 50 y 3, 70 metros. La muralla exterior marca una línea de defensa que
rodea todo el cerro situándose en la zona sureste, la más desprotegida. No
obstante, en esta zona se observa claramente otra línea de muralla casi
paralela a la muralla principal y separada de ella tan sólo unos metros. Esta
primera muralla tiene la particularidad de ser un sencillo parapeto que
completa la defensa que proporcionan los escarpes casi verticales de este
cerro. La superficie del asentamiento situado en San Juan el Alto pudo ser
aproximadamente 700 mtrs cuadrados.
La técnica de construcción de la muralla
fue la superposición de bloques de granito sin formar y largas regulares; las
de mayor tamaño se colocaron en las caras exteriores del muro, utilizando las
más pequeñas para acuñarlas. El interior presenta un relleno de piedras más
pequeñas colocadas sin forma determinada alcanzando un espesor de 1,50 m en
algunas zonas del recinto, encontrándonos en la zona Este paramentos
construidos en talud llegando a alcanzar la muralla una altura de 5,78 m mientras
que en el extremo Norte (que mira a la población de Santa Cruz de la Sierra) se
construyeron rectos y, destacamos cuatro orificios cuadrados practicados en la
roca para la colocación de una empalizada. Los accesos al interior del recinto
se sitúan en los flancos Sur y Sureste. Observándose claramente un vano en el
flanco sur de 1 m de luz en la muralla, que lleva una anchura de 1,30 m en el
lado opuesto se observa los derrumbes de otro más pequeño. Predomina el granito
de grano grueso y leucogranito, presentando un grano cuyo grosor está entre 5
mms y 3 cms. Se trata de granitos de dos micas y muy ricos en moscovitas.
El complejo sistema defensivo es
característico de una etapa que va de finales del Bronce al Hierro Inicial, por
lo que nos permite señalar que fue en ese periodo de transición entre una y
otra fase cuando se construiría. El material arqueológico es muy escaso en el
poblado los únicos indicios de viviendas son algunos pequeños fragmentos de
adobes.
Es importante destacar que en la Huerta
Mariprao se localizaron dos urnas fenopúnicas (enterramiento de incineración) en torno al siglo VIII a. de C.-, es decir en
Época Orientalizante o Hierro I. que fueron
dadas a conocer por Mena en 1959[10]; otros estudios realizados en 1977[11]
y 1999[12]
y en el año 2007, concretamente en el
Boletín número 81 del Museo de Cáceres, traslada la ubicación de su hallazgo a la
ladera noreste de la sierra de Santa Cruz, inexactitudes ya que el profesor
Manuel Rubio Andrada confirma que el hallazgo tuvo lugar en la huerta de
Mariprado, pues era alumno de Antonio Mena y se encontrarme en el colegio, en
el momento en que un campesino llevo los restos a las escuelas. Si continuamos
el razonamiento en dicho enterramiento se localizaron también en el año 1959
dos vasos colocados a cada lado, un plato y una figura de arcilla con forma de
pájaro depositada junto los huesos, que fueron depositados en el Museo de
Cáceres. Un vaso fabricado a torno, y se caracteriza por un cuello acampanado
alto y panza ovoide separados por un marcado bisel, con la superficie cubierta
por cuatro bandas paralelas de engobe rojo salvo la zona de la base. El segundo
también está fabricado a torno y de una forma similar, aunque la panza es más
ovoide y no se marca el bisel, también está cubierto por bandas de engobe rojo[13].
Los vasos fenopúnicos de Santa Cruz de la Sierra han sido estudiados por Aubet
y los considera productos algún taller del Bajo Guadalquivir[14].
Tanto Ana María Martín
Bravo, del Depº de Documentación del Museo del Prado, como la profesora Marisa Ruiz-Gálvez han
planteado la hipótesis de que el enterramiento de Santa Cruz de la Sierra
podría ser de origen tartésico, una mujer que trasladaría su residencia a las
tierras del interior; posiblemente estaría unida a algún jerarca, como vínculo
para garantizar las relaciones entre las gentes de procedencia tardecita y la
población local y controlaba los puertos de acceso a la cuenca del Tajo,
influyendo en el caso de Santa Cruz de la Sierra la estratégica posición este
lugar ocupa, al estar junto uno de los principales puertos que hay que cruzar
para adentrarse en la Alta Extremadura[15].
En el cerro de San Juan el
Alto damos a conocer la existencia de dos altares de sacrificio, uno más
situado en la ladera sureste fuera del recinto amurallado –considerando que se
trate de un altar de la Edad del Bronce Final-, y, en lo alto del cerro otro
altar (a 200 metros de los anteriores).
ALTAR DE SACRIFICIOS DE SAN
JUAN EL ALTO: Se sitúa en una de las entradas del poblado con orientación NW-SE, tiene un amplio ara
rectangular que mide 4 x 2 m y dos escaleras amplias (70 x 50 cms y 60 x 10
cms, respectivamente). El altar o “peña sacra” mide 4,50 m x 2,40 m.
presentando otras dos escaleras de forma casi circular (24 x 40 cm) y dos
cubetas. Correspondiente a la Edad del Hierro.
ALTAR DE SACRIFICIOS DE SAN
JUAN EL ALTO: A 7 metros del altar
citado encontramos otro, posiblemente de
la Edad del Bronce Final. Mide 3,30 m x 2,10 m. presenta 3 orificios en la zona
superior (90 x 60 cms, 60 x 37 cms y 50 x 40 cms. el ara que vierte por un
canalillo, con orientación NW-SE. En la
base del santuario hay una concavidad producida por la erosión del granito, con
una angosta entrada, cuyo interior ha sido un importante metamorfismo (metablastos de ortosa) formando hoyos de 10
cms de diámetro.
Entre ambos conjuntos o
“peñas sacras” hay una cantera.
ALTAR DE SACRIFICIOS EN SAN JUAN EL
ALTO: En lo alto del cerro San Juan el Alto, a 200 metros del castro y “peñas
sacras” citadas predomina la formación de “bolos” debido a la acción combinada
del diaclasado con el lajamiento superficial, dando lugar a capas de varios
centímetros redondeando las aristas formadas por el diaclasamiento, un bolo
granítico que emerge en el terreno sobre otros dos, formando una pequeña
cavidad interior, incluso formando parte de la defensa natural del poblado.
Allí nos encontramos con otro santuario que presenta al suroeste cuatro
escaleras en reducción según ascendemos al ara que van de 70 cms. a 40 cms. y,
dos escaleras más con forma cuadrangular que miden 30 x 20 cms. En la zona
superior se encuentra el ara (70 x 30 cms).
A estas formas habría que unir extensas
lanchas –bien trabajadas- y amplios “domos”, donde se retiene el agua de lluvia
generando erosión por disgregación granular y encontrando en varios lugares
escaleras practicadas en la roca que permiten acceder a los distintos lugares
del asentamiento.
Fuera de todo el recinto amurallado, en
el extremo Norte (que mira a la población de Santa Cruz) encontramos en un
peñasco que forma parte del bloque amurallado dos grabados, un soliforme con
seis puntuaciones o coviñas rodeando una central. Y a escasos metros siete
haces de líneas o barras verticales. Al problema de la identificación de lo
representado se añade el no menos importante de su representación, realizada
desde nuestra perspectiva, que evidentemente no tiene por qué coincidir con la
de otros autores. Nos encontramos ante dos asociaciones aparentemente
simbólicas elaboradas mentalmente, con las que tratarían de expresar o
comunicar ideas a modo de códigos de comunicación mediante una sencilla técnica
y utilizando la piedra como soporte y,
teniendo muy en cuenta la primitiva elección del asentamiento.
La estructura de puntos consigue
reflejar la misma idea que el petroglifo tipo “círculo trazado mediante
puntos”, o que el tipo “coviña central rodeada por línea circular, seguida de
anillo de coviñas rodeadas de línea circular”.
La curiosidad humana con respecto al día y la noche, al Sol, la Luna y las estrellas, llevó a los hombres primitivos a la conclusión de que los cuerpos celestes parecen moverse de forma regular. La primera utilidad de esta observación fue, por lo tanto, la de definir el tiempo y orientarse. Para los pueblos primitivos el cielo mostraba una conducta muy regular. El Sol que separaba el día de la noche salía todas las mañanas desde una dirección, el Este, se movía uniformemente durante el día y se ponía en la dirección opuesta, el Oeste. Por la noche se podían ver miles de estrellas que seguían una trayectoria similar.
La curiosidad humana con respecto al día y la noche, al Sol, la Luna y las estrellas, llevó a los hombres primitivos a la conclusión de que los cuerpos celestes parecen moverse de forma regular. La primera utilidad de esta observación fue, por lo tanto, la de definir el tiempo y orientarse. Para los pueblos primitivos el cielo mostraba una conducta muy regular. El Sol que separaba el día de la noche salía todas las mañanas desde una dirección, el Este, se movía uniformemente durante el día y se ponía en la dirección opuesta, el Oeste. Por la noche se podían ver miles de estrellas que seguían una trayectoria similar.
En las zonas templadas, comprobaron que el
día y la noche no duraban lo mismo a lo largo del año. En los días largos, el
Sol salía más al Norte y ascendía más alto en el cielo al mediodía. En los días
con noches más largas el Sol salía más al Sur y no ascendía tanto.
Pronto, el conocimiento de los movimientos
cíclicos del Sol, la Luna y las estrellas mostraron su utilidad para la
predicción de fenómenos como el ciclo de las estaciones, de cuyo conocimiento
dependía la supervivencia de cualquier grupo humano. Cuando la actividad
principal era la caza, era trascendental predecir el instante el que se
producía la migración estacional de los animales que les servían de alimento y,
posteriormente, cuando nacieron las primeras comunidades agrícolas, era
fundamental conocer el momento oportuno para sembrar y recoger las cosechas.
La alternancia del día y la noche debe
haber sido un hecho explicado de manera obvia desde un principio por la
presencia o ausencia del Sol en el cielo y el día fue seguramente la primera
unidad de tiempo universalmente utilizada.
Debió de ser importante también desde un
principio el hecho de que la calidad de la luz nocturna dependiera de la fase
de la Luna, y el ciclo de veintinueve a treinta días ofrece una manera cómoda
de medir el tiempo. De esta forma los calendarios primitivos casi siempre se
basaban en el ciclo de las fases de la Luna. En cuanto a las estrellas, para
cualquier observador debió de ser obvio que las estrellas son puntos brillantes
que conservan un esquema fijo noche tras noche. Los primitivos, naturalmente,
creían que las estrellas estaban fijas en una especie de bóveda sobre la
Tierra. Pero el Sol y la Luna no deberían estar incluidos en ella.
Del Megalítico se conservan grabados en
piedra de las figuras de ciertas constelaciones: la Osa Mayor, la Osa Menor y
las Pléyades. En ellos cada estrella está representada por un alvéolo circular
excavado en la piedra. La literatura vertida sobre estas combinaciones
circulares que tienen un contenido simbólico es abrumadora. Su amplia difusión
en Europa y la existencia de figuras semejantes en América y Asia, así como su
datación desde la Edad del Bronce en el área del Oriente Próximo hasta tiempos
relativamente recientes en otras zonas, nos ponen ante un símbolo universal de
significado posiblemente diferente según el lugar y la época en que se
inscriba. Temática característica que nos muestra un mundo simbólico muy
intrincado, producto de una sociedad compleja. La carencia de información
objetiva sobre aspectos tan básicos como las características fundamentales de
la sociedad de la Edad del Bronce nos impide todo intento serio por abordar de
forma coherente un tema imprescindible, constatando la relación directa entre
las rocas con grabados y el hecho de que desde ellos se contara con una amplia
perspectiva visual sobre terrenos muy aptos para sustentar pastos naturales,
reduciendo la existencia del pastoreo, su relación con los grabados y su
elevado grado de incidencia en el régimen económico de la comunidad humana que
aquí se estableció, dotada de un cierto grado de organización social en una
fase transicional Bronce-Hierro. Lo que sí está claro es que el arte rupestre
está muy lejos de constituir una mera manifestación estética, en él subyace un
fuerte componente simbólico que es fiel reflejo de la existencia su alrededor de
un mundo espiritual relativamente complejo, en el que por fuerza habrían de
jugar un papel importante ciertos individuos destacados que detentarían un
mayor o menor grado de poder ideológico y material, al estar en posesión de las
claves necesarias para interpretar el universo simbólico representado en los
grabados.
Podemos agrupar este tipo de grabados a
las formulaciones teóricas de lo que se ha dado en llamar Arqueologia del Paisaje, pues consideramos que nos encontramos ante
un paisaje ritual, empleando la hipótesis cronológica tradicional
–lo que nos dificulta una adecuada contextualización, cosa que nos preocupa en
exceso pudiendo adaptar modelos teóricos procedentes de la órbita anglosajona,
entendiendo la mayor parte de los petroglifos como una forma de apropiación
simbólica del espacio por comunidades humanas en zonas muy concretas donde se
produciría cierta competitividad por el acceso a determinados recursos.
Ubicando los grabados cronológicamente en a finales de la edad del bronce, y
permitiendo integral del fenómeno dentro de un contexto histórico específico:
exactamente el mismo que la investigación arqueológica apunta a los primeros
tiempos de la introducción de la metalurgia en esta zona, una época
caracterizada por la apertura de este asentamiento exterior, por un dinamismo
económico y un crecimiento demográfico derivados de la intensificación
agropecuaria, y por el inicio de una acusada tendencia hacia la aparición de
formas de organización social complejas, una hipótesis que planteamos al observar
la presencia de múltiples asientos practicados en la roca teniendo que ver con
el nuevo orden social, como un instrumento para la difusión y la reproducción
del dominio de clase, naturalizado una representación de la realidad
caracterizada por la presencia social del varón y el poder individual.
Resulta especialmente llamativo la existencia de estas oquedades formadas o
practicadas en bloques graníticos, tras su observación consideramos que no se
trata del desgaste del granito en proceso de descomposición, producido por
agentes atmosféricos generales y algún agente local de extraordinaria
virulencia. Nos encontramos ante asientos practicados en la roca donde los
pobladores de este asentamiento asistirían a una especie de ritual.
Frente a este conjunto pétreo se encuentra una especie de pileta muy bien
tallada en la roca con una orientación y una configuración del paisaje
totalmente diferente, comienza a invitarnos inevitablemente a prestarle
atención al asunto. Aquí estamos ya ante un bloque exento, ante un pequeño
canchal no muy elevado que exhibe en la zona superior una circunferencia
perfectamente estar tallada, sin que se pueda apreciar “resbalón” o acanaladura
que denuncie algún tipo de vertido. Probablemente estemos ante un altar de
ofrendas que podemos asociar a los grabados localizados en esta zona.
El paraje en que se encuentra es la planicie del cerro que estamos
estudiando, mirando al Norte, concretamente a la actual población de Santa Cruz
de la Sierra, en la que pueden observarse también señales de transformación,
pudiéndose observar un poblamiento estable. El paraje está claramente
antropizado y se observan señales claras de poblamiento; apareciendo incluso
abundantes restos de cerámica correspondientes a la Edad del Bronce Final y
Hierro Inicial. Definiendo con todo ello un tipo de espacio que podemos definir
como paisaje ritual.
[1]
Roso de Luna, M:
“Excavaciones en la Sierra de Santa Cruz”. Revista
de Extremadura, IV, Badajoz, 1902, pp. 253-258.
[2]
Almagro Gorbea, M: “El
Bronce Final y el período Orientalizante en Extremadura”. Bibliotheca
Preahistórica Hispana. XIV, Madrid,
1977, p. 204.
[3]
Martín Bravo, A. M: Los orígenes de Lusitania. El I Milenio a. C. en la Alta Extremadura. Real
Academia de la Historia, Madrid, 1999, p. 37.
[4] Mélida,
J. R..: Catálogo monumental de
España. Catálogo Monumental de la provincia de Cáceres. Madrid, 1924.
Gilotte, S: Aux
marges d'al-Andalus. Peuplement et habitat en Estrémadure centre-orientale
(VIIIe–XIIIe siècles) , 2 vol.. Academia Scientiarum Fennica.
Helsinki, Finlande 2010
[5]
Rubio
Andrada, M; Rubio Muñoz, F. J y Rubio
Muñoz, M. I: “El poblado de la Edad del Hierro de San Juan el Alto de Santa
Cruz de la Sierra”. Actas de los XXXVI Coloquios Históricos de Extremadura. Tomo II. Badajoz,
2008, pp. 683-713.
[6]
Mena Ojea, A: “Restos
prehistóricos en Santa Cruz de la Sierra”. Revista Alcántara, Cáceres,
1956, p. 41
[7] Martín Bravo, A. M: Los orígenes de Lusitania. El I
Milenio a. C. en la Alta Extremadura.
Real Academia de la Historia, op. cit., p. 37
[8] Gómez Amelia, D: La
Penillanura Extremeña. Estudio geomorfológico. Universidad de Extremadura,
Cáceres, 1985, p. 174; Roso de Luna, M: “Excavaciones en la Sierra de Santa
Cruz”, op. cit., pp. 253-258.
[9] Rubio Andrada, M; Rubio Muñoz, F. J y Rubio Muñoz, M. I: “El
poblado de la Edad del Hierro de San Juan el Alto de Santa Cruz de la Sierra”,
op. cit., pp. 689-691.
[10] Se encuentran en el Museo
Provincial de Cáceres. Mena Ojea, A: “Restos prehistóricos en Santa Cruz de la
Sierra”, op. cit., p. 41. El análisis antropológico de los restos óseos fue
realizado por los doctores Robledo y G. Trancho revelando que pertenecían a una
mujer joven, que murió cuando tenía una edad
entre los 25 y 30 años.
[11] ALMAGRO GORBEA, M: “El Bronce
Final y el período Orientalizante en Extremadura”, op. cit., p. 204.
[12] Vid. Martín Bravo, op. cit., p.
88.
[13] Similares a éstos son los vasos a chardon que aparecen en la base del
Túmulo A de Setefilla en Lora del Río, Sevilla; otro que procede del Túmulo B y
un vaso de la tumba 1 de La Joya. Vid.
Aubet Semmler, M.E: “La necrópolis de Setefilla en Lora del Río, Sevilla”. Programa
de Investigaciones. Protohistóricas. II. Barcelona, 1975; Aubet
Semmler, M.E: “La necrópolis de Setefilla (Lora del Rio, Sevilla). El Túmulo A.
Programa
de Investigaciones. Protohistóricas: Andalucía Extremadura,
Barcelona, 1981, p. 94; Aubet Semmler, M.E: Excavaciones en Setefilla: el
Túmulo B”. Programa de Investigaciones. Protohistóricas:
Andalucía Extremadura. Barcelona, 1981, p. 213; Orta, E. M y GARRIDO, J. P: “La
tumba orientalizante de “La Joya”, Huelva. Trabajos
de Prehistoria, número 11, 1963, 11, p. 21.
[14] Aubet Semmler, M.E: “La cerámica
púnica de Setefilla”. Studia
Archaeologica, 42, Madrid, 1976, p.
24. Cit. Martín Bravo, op. cit., p. 88.
[15] Martín Bravo, op. cit., p. 90.
Ruiz-Gálvez Priego, M: “La novia vendida: Orfebrería, Herencia y
Agricultura en la Prehistoria de la
Península Ibérica”. SPAL, 1, 1992, p. 238. Explicando el tesoro
de Aliseda y relacionándole con el ajuar localizado en la tumba de Santa Cruz
de la Sierra, repitiendo las extrañas características de la tumba de El Carpio
del Tajo, en Toledo.
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