viernes, 19 de enero de 2024

 

TRUJILLO, SOLAR DE CONQUISTADORES, CUNA DE FRANCISCO PIZARRO

 

 En la conquista histórica de las tierras de América va siendo cada vez más valorado el nombre de Extremadura. Y esto es porque tal región española constituye la parcela de suelo hispano más representativa de la ciclópea empresa de la civilización y colonización americana. Basta para comprender esta afirmación los nombres de Cortés, Pizarro, Valdivia, Alvarado, Orellana, Nicolás de Ovando etc., que constituyen un grupo de exploradores extremeños o descubridores.

Ancha es Castilla, y las que fueron sus tierras en otras épocas son el empuje vital de sus ánimos. En la profunda y dura Extremadura es el berrocal la excelencia de su configuración topográfica, sus encinares son la esencia de sus ansias por la aventura, por escribir páginas históricas.

En torno a Trujillo, el Peñascal y el Berrueco son la forma peculiar de su suelo por naturaleza, así es que el hombre nacido sobre esta cantería habría de ser duro. Por eso aquí lo pensado fue ejecutado sin dilación, lo soñado fue vivido con decisión. Los sueños al socaire de lo sencillo no suelen conducir a grandes empresas, mas lo soñado sobre el berrocal o al cobijo de la áspera encina tiene que ser amplio y heroico. Por eso lo fueron las empresas llevadas al nuevo mundo desde aquí, por eso la inmensidad del esfuerzo realizado y lo inconmensurablemente de su acción.

El fuero extremeño fue llevado hasta la otra orilla o sean a desde Trujillo por la figura señera, la tenaz osadía de Francisco Pizarro. El empuje de este extremeño audaz hizo solidario del al gran solar hispano. Y por tal arrojo, en ese soñar y realizar tan grande está presente lo estará siempre Extremadura.

Trujillo en una plaza mayor con todo lo que debe tener una plaza histórica, sus porches provincianos con sabor de siglos, su antigua casa consistorial de arquitectura señorial, sus palacios nobles para aureolar la aristocracia de la plaza, su iglesia de San Martín con su reloj para contar el tiempo histórico de la ciudad, y en medio su pilar y su sol veraniego extremado y extremo.

Pero sobre todo esto, en la plaza mayor de Trujillo está la figura ecuestre de Pizarro, modelado en bronce tan duro como él, con su casco plumeado, su coraza y su caballo que trotar para alcanzar el centro de la plaza, pues lo dejaron al borde de ella. Esta es la plaza mayor de Trujillo, palenque para la figura de los conquistadores y palestra para su fama. Es, pues, plaza de armas para torneos y, además, para profesiones y para festivales.

Francisco Pizarro nació en Trujillo, era hijo natural del famoso capitán don Gonzalo Pizarro, destacado Guerrero. Al gran capitán. Francisco Pizarro fundó la ciudad de Lima y fue émulo de Hernán Cortés y de Núñez de Balboa. Jamás le abatieron las fatigas de la guerra, demostrando una robustez a toda prueba. Sin medios, al principio, para ejecutar sus proyectos, se asoció con Diego de Almagro y Fernando de Luque, jurándose mutua colaboración en el reparto de sus conquistas y botines de guerra. Primeramente se dirigió a la expedición de las costas del sur, disponiendo tan sólo de una nave con la que se lanzó hacia el Ecuador en peligrosas singladuras, pero el hambre, la fatiga y los indígenas le hicieron desistir.

El gobernador le envió un barco para obligarle a regresar, y esto fue lo bastante para confiar su ánimo, haciéndole sacar todas osadía y valor. Y trazando el suelo una raya con su espada, pronunció estas palabras que han pasado a la historia: “ el que quiera seguir la senda de los peligros y de la fortuna, salve esta raya y quédese conmigo, los demás pueden volverse a Panamá”.

Crece sólo se quedaron con él, marchando la expedición a la isla de Gorgona, uno de los peores terrenos de América, poblados por salvajes que pasaban desde el continente. Allí les vino a socorrer un barco enviado por sus compañeros, con el cual descubrió las costas del Perú y tomó tierra en Tumbez, más disponiendo de pocas fuerzas se trasladó al Itsmo para adquirir refuerzos. No encontró en Panamá lo que deseaba, por lo que regresó a España, pidió protección al gobierno y volvió nuevamente América, donde, a pesar de ir provisto de títulos oficiales y de ser ayudado por Luque y Almagro, apenas pudo armar tres navíos dotados con 180 hombres, 80 caballos y dos piezas de artillería.

Con tan escasas fuerzas se atrevió a atacar a una nación extensa como Perú, ya bastante civilizada, con su gobierno, su religión, su agricultura y sus artes: en una palabra, una nación regularmente constituida y organizada. Después de un considerable número de encuentros, escaramuzas y combates, consiguió rodar el golpe de gracia los incas en la batalla de Cajamarca, en la que destrozó a los enemigos que, aturdidos ante los caballos de su tropa, animal allí desconocido entonces todavía, huyeron aterrados abandonando a Atahualpa, que fue prisionero. Esta jornada decidió la suerte del Perú. Atahualpa fue juzgado y decapitado, y los españoles se vieron dueños de aquella vasta región, en la que los indígenas, dispersos y divididos, se rindieron sin condiciones con los caciques Cuzco y  Quito a la cabeza. Almagro adelantó sus descubrimientos hasta Chile. Pizarro pensó en colonizar para España aquel vasto territorio que había ocupado, y este fin repartió entre sus gentes los terrenos conquistados y echó los cimientos de la ciudad de Lima, en el año 1535.

Lima que habría de servir de capital del nuevo imperio, se convirtió poco tiempo en una respetable población, estratégicamente construida. Pizarro, halagado con sus triunfos y con la tranquilidad que rodeaba su colonia, en un hombre dichoso, su corazón y su gran simpatía le hacían acreedor al cariño de las gentes. Almagro había vuelto también triunfante de Chile y no quería reconocer a nadie superior a él unto y Pizarro, por igual razón, tampoco se avenía a ocupar un puesto secundario. Y vino la guerra entre ellos. Aquellos dos jefes que al principio se habían jurado mutuo husillo protección, y que al comienzo de la conquista marcharon de común acuerdo, querían ambos ocupar la jefatura de la colonia peruana, y esto, repercutido en sus compañeros y subordinados, fue aprovechado por los naturales del país para crear sublevaciones.

Estos enfrentamientos acabaron en sangre, declarándose la guerra entre los partidarios de uno y otro, y después de varias vicisitudes, Almagro fue vencido con los suyos o las tropas de Pizarro, siendo aquel jefe hecho prisionero. Almagro había perdonado a Gonzalo y a Hernando Pizarro, parientes del conquistador del Perú, cuando estuvieron prisioneros del primero, pero Hernando, cuando tuvo en sus manos la suerte de Almagro, se manchó con la ingratitud, haciendo matar a su rival en la ciudad de Lima en el año 1538. Todo quedó en tranquilidad con la muerte de Almagro, pero habiendo dejado este un hijo de espíritu guerrero, a quien Pizarro cedió una parte de las conquistas de su padre, se unió a sus partidarios eran numerosos y después de un acto de conspiración y rebeldía atravesaron la plaza sin que nadie les opusiera resistencia y entraron en el palacio de Francisco Pizarro. Éste se defendió heroicamente, mas a pesar de ello fue vencido y asesinado su propio dormitorio. El conquistador del Perú y fundador de Lima acabó allí su vida el día 26 junio de 1541, quedando la colonia entregada a una guerra civil que por muchos años de sólo su suelo. Poco antes de su muerte, el emperador Carlos I le había concedido los títulos de marqués de Abatillos y de marqués de las Charcas, por cuyos nombres apenas se le nombra en la historia.

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