UN VIAJE A
TRUJILLO (Extremadura)
Amigo viajero cuando veas las cigüeñas revolotear en el
cielo, volando pesadamente, habrás llegado a Trujillo. Cuando escuches el son
de las campanas al anochecer, lentas y melancólicas, estarás en Trujillo.
Bienvenido a nuestra Ciudad. Siéntate al caer la tarde en el atrio de la
iglesia de San Martín, cuando las campanas tocan a misa y se acercan a la
iglesia hombres y mujeres silenciosos escuchándose el taconeo los zapatos en el
empedrado de la calle. Todo en Trujillo es hermoso, con una belleza lineal y
brillante, serena, que no cansa jamás. Destacamos en esta singular Plaza Mayor
-donde se encuentra la iglesia de San Martín, pregonando a los cuatro vientos
la nobleza de su estirpe- los balcones de esquina, tan extremeños, los del
palacio del Marqués de la Conquista y del Duque de San Carlos, buenos linajes,
a los que perteneció el propio Francisco Pizarro que recibió dicho marquesado
del emperador Carlos V por la conquista del Imperio Inca, que tanto influyó en
los destinos de España. Frente por frente se encuentran dichos balcones
esquinados, donde se enlaza la historia monumental de Trujillo con la de España
y América. Presidiendo la Plaza Mayor está la estatua ecuestre de Francisco
Pizarro.
Por la Cuesta de la Sangre llegarás a la zona monumental,
que quedará separada en lo alto, a tu espalda, la ciudad del sur, llena de
vida, de color. Frente a ti, un mundo medieval y quieto, donde pasan las horas
una a una, donde las tardes son largas y melancólicas, donde el sol se pone más
lentamente que en ninguna otra parte porque está enamorado de una piedra vieja
y tiene que disfrutarla antes de marchar. Existe un importante contraste entre
la zona monumental y la zona nueva, la urbe, donde vive la mayoría de la
población. Cuando las tardes de invierno
caen despacio paseamos por la zona monumental, cayendo en el hechizo de las
viejas piedras, adentrándonos en un mundo que sólo existe aquí, distinto del de
ahora, más quieto, más lleno, más sereno. La parte alta de la ciudad es un
conjunto impresionante, en el que se enlazan lo románico, lo mudéjar y lo
gótico, con torres del siglo XIII y murallas con puertas monumentales. Tras
atravesar el arco de Santiago, entramos en la iglesia gótica de su mismo
nombre, donde se mezclan varios estilos artísticos. Nos arrodillamos bajo las
bóvedas sostenidas por viriles nervios que pasan su esfuerzo a los pilares
insensiblemente. Aquí se encuentra el Cristo de las Aguas, del siglo XIV, al
que acudía el trujillano en plegarias en tiempos de sequía. Saldremos a la
calle y nos dirigiremos por una angosta cuesta hacia el castillo moruno, cuyos
fuertes cimientos se asientan en grandes sillares romanos, piedras reutilizadas
por los árabes en el siglo IX para construir una de las principales fortalezas
extremeñas.
Un castillo que se construyó firme y seguro en sus raíces,
el hombre se integra en el viejo escenario vital hasta la impregnación, delicia
de los muchos fotógrafos que pasan por nuestra Ciudad, impresionante mole reproducida
mil veces en postales y acuarelas, en una armoniosa y pintoresca síntesis de lo
medieval, ya casi como un elemento decorativo con sus torres albarranas y
presidiendo la patrona de la ciudad, la virgen de la Victoria, colocada en una
hornacina sobre la puerta de herradura. Un sol llameante la ilumina en un ocaso
de oro al mediodía. Por la Calleja de los Mártires llegamos a la casa solar de
los Pizarro, cuyo escudo campea en la fachada principal. Y es que los buenos
hidalgos de entonces siempre dormían teniendo sobre la cabeza su blasón
esculpido en piedra, en la portada de su casa cuando vivían, sobre su tumba
cuando morían. Era su orgullo, su gloria, su tarjeta de visita, la mejor
herencia que dejaban a sus descendientes. Y es verdad. Casas nobles, la de
Francisco de Orellana o la de los Pizarro se confunden con la roca. Los hijos
de Trujillo siempre han tenido temple de diamante. Francisco Pizarro,
conquistador del Perú; Francisco de Orellana, el descubridor del Amazonas;
Diego García de paredes, el hombre de las mil hazañas; Francisco de las Casas,
que fundó Trujillo de Honduras y participó en la conquista de México; entre
otros, así lo acreditan. Trujillo está escrito por los siglos. Aquí abrieron
por primera vez sus ojos a la luz y de aquí salieron ilusionados hacia América,
con el corazón angustiado y el cerebro lleno de aventuras y ambición, los
héroes de nuestra historia nacional, algunos de ellos se bautizaron en la
iglesia gótica de Santa María “La Mayor”, osario de ilustres linajes, fue
mezquita árabe hasta la reconquista en el año 1233; su altar mayor contiene un
magnífico retablo gótico que deslumbra con sus veinticinco tablas del taller de
Fernando Gallego. Se podría seguir la enumeración de un gran número de palacios
y casas solariegas, testigos de grandes hazañas y cargados de arte.
Salimos del barrio antiguo, para desembocar en la cuesta de
San Andrés que nos presenta un conjunto urbano y bellísimo de carácter típico y
en la lejanía urbanizable. Donde se ha ido asentando esa generación nueva que
sucumbe cada día con el pie en el acelerador y la mano crispada sobre el
volante, los viejos trujillanos que aún residen en la Villa se burlan de la
muerte invierno tras invierno, mientras el calendario gira sin prisa entre
murallas, palacios y casas fuertes. Porque las murallas los defienden y los
palacios les cobijan. La Ciudad madre de aquellos veintidós Trujillos de América, es hoy una ciudad
eminentemente turística, los descendientes de aquellos hombres que hicieron
patria, viven y trabajan al igual que en todas partes para llevar a cabo la
ruda conquista de cada día y cada hora por un futuro que se nos antoja
satisfactorio. Atrás queda ese fabuloso espectáculo de murallas, torres y casas
solariegas, y en lo alto del Cabezo de Zorro, el castillo que nos despide en la
lejanía de este viaje de leyenda y de historia, de vida y recuerdos, ayer y
hoy….
No hay comentarios:
Publicar un comentario