SOR MARIANA DE SANTA CLARA Y LA DEVOCION A LA VIRGEN DE
GUADALUPE EN TRUJILLO
Sor Mariana de Santa Clara fue la primera abadesa del Real
Monasterio de la Madre de Dios de Mula (Murcia)[1].
Nació en Trujillo el 17 enero del año 1631, sus padres
fueron don Juan Orozco Carrasco y doña María Alarcón Pizarro, nobles por su
linaje. Su padrino fue su tío don Fernando de Alarcón, del que recibió las
aguas del bautismo el día 5 febrero del mismo año, en la parroquia de San
Martín[2]. Vistió el hábito
franciscano el 12 agosto del año 1643 en el convento de San Antonio de
Trujillo, en cumplimiento de un voto de sus padres, profesando con gran júbilo
el 21 enero 1647.
Gracias a la crónica de Molina y Castro conocemos algunos
datos de su biografía. Padeció una enfermedad muy grave que fue desahuciada por
los médicos, incluso su familia la vieron agonizar. Su padre se fue
desconsolado al convento de San Antonio, religiosas descalzas de Santa clara,
de quien era especial bien hecho, y en aquella época Síndico. Refirió a las
monjas su dolor, afirmando que se hallaba en tan lastimoso estado la niña que
no sería posible hallar la vida cuando volviese a su casa. Le oyó una religiosa
y le consoló afirmando sanar a la niña si él hacía voto de consagrar la Dios en
aquel monasterio, y que vistiese luego el hábito de religiosa, como prenda que
asegurarse el cumplimiento de su palabra en tiempo oportuno.
La proximidad de la muerte de esta santa religiosa,
anunciada por ella misma al padre de la niña, con la singularidad de que no
moriría mientras Suiza no entran en el convento, resolvió definitivamente a dar
cumplimiento a la promesa.
Procesa ya en el convento desempeña a pesar de sus años,
diversos oficios, incluso el de Prelada. Con fecha 9 mayo del año 1677 la destino
el reverendo padre Samaniego para fundadora y abadesa del proyectado monasterio
de Mula, con Sor Juana de la Cruz (Vicaria), Sor Juana María de Santa Teresa
(Tornera y Maestra de Novicias) y Sor María de San Pablo. En cumplimiento de la
obediencia salieron juntas del convento de San Antonio con dirección al de las
Descalzas Reales de Madrid, donde habían de esperar el término de la epidemia
que asolaba por entonces el territorio de Murcia. En Madrid, fue maestra de
novicias de Teresa Herrera, Margarita de Cantos, Francisca de las Heras,
Catalina García de Torrealta, Manuela Martínez, María Luisa Ortiz de la Torre,
Francisca de Cabra y Manuela Sarmiento, que con las anteriores partieron para
Mula el día 19 febrero 1678, donde establecieron la más estrecha observancia de
la primitiva Regla de Santa Clara.
Sor Mariana de Santa clara realizó un viaje en romería a
visitar la Virgen de Guadalupe en su monasterio de Las Villuercas. Según su
biógrafo el padre Molina y Castro[3] “Como andaba el demonio
solícito contra la vida de esta criatura, apenas había salido de su susto,
cuando daban como otro. A los cinco años le preparó una caída tan terrible, que
se abrió todo el casco de la cabeza, y quedó toda lastimoso me levantada.
Examinadas las heridas por los cultivos, se negaron a su curación, declarando,
sólo Dios por conocido milagro la podía remediar. En este desamparo recurrió al
Padre, lleno de fe, a la Madre de Misericordia por su milagrosa imagen de
Guadalupe, a quien pidió salud para Suiza, prometiendo llevar la a su casa para
darle gracias. Oyó la Divina Reyna su oración, y alcanzó salud instantánea, y
milagrosa tanto, que no pudieron negar la evidencia del milagro, aún los más
escrupulosos, admirando la prontitud y solidez de la curación. Por toda su vida
conservó las cicatrices en la cabeza, para perpetuo testimonio de su gratitud
por el favor. Cumplió el padre de su voto llevando la niña aquel célebre
santuario, donde ofreció dones y sacrificios, y dio afectuosa gracias a la
patrona”.
Hemos de tener muy en cuenta que en la huerta del convento
de San Antonio de Trujillo, había una ermita consagrada a la Virgen de
Extremadura.
Continúa el biógrafo: “ caminando un día con la Cruz al
hombro, y el crucificado en el pensamiento, se le apareció Cristo en forma de
Nazareno, quien tomando la Cruz de los hombros de Mariana, la colocó en los
suyos, y mandó seguir. Caminaba el Divino Redentor llevando la Cruz, y le
seguía Mariana toda absorta, hasta entrar en una Hermita que había en la
huerta, dedicada a María Santísima, en su imagen de Guadalupe. Aquí aparecieron
ángeles que quitaron la Cruz de los hombros del Redentor, y Mariana como otra
Magdalena, llena de lágrimas, confusión y vergüenza se postró a sus pies”[4].
Aquí terminó la visión, y ante la virgen de Guadalupe, prometió
resueltamente desechar las tibiezas, y emprender una vida santa, como lo hizo.
De suerte que a la virgen de Guadalupe fue cierto modo deudor a de la santidad
de su vida.
[1]
MOLINA Y CASTRO, P. Angel: Crónica del religioso, observantísimo Real Monasterio
de María Santísima de la Encarnación. Murcia, 1779.
[2]
Libro III de Bautizados de la parroquia de San Martín de Trujillo, folio 217.
Según certificación firmada por don Juan Loro Peña, presbítero.
[3]
Molina y Castro, op. Cit.., pp. 424-425.
[4]
Molina y Castro, op. Cit., pp. 610-611.
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