viernes, 19 de enero de 2024

 

SOR MARIANA DE SANTA CLARA Y LA DEVOCION A LA VIRGEN DE GUADALUPE EN TRUJILLO

 

Sor Mariana de Santa Clara fue la primera abadesa del Real Monasterio de la Madre de Dios de Mula (Murcia)[1].

Nació en Trujillo el 17 enero del año 1631, sus padres fueron don Juan Orozco Carrasco y doña María Alarcón Pizarro, nobles por su linaje. Su padrino fue su tío don Fernando de Alarcón, del que recibió las aguas del bautismo el día 5 febrero del mismo año, en la parroquia de San Martín[2]. Vistió el hábito franciscano el 12 agosto del año 1643 en el convento de San Antonio de Trujillo, en cumplimiento de un voto de sus padres, profesando con gran júbilo el 21 enero 1647.

Gracias a la crónica de Molina y Castro conocemos algunos datos de su biografía. Padeció una enfermedad muy grave que fue desahuciada por los médicos, incluso su familia la vieron agonizar. Su padre se fue desconsolado al convento de San Antonio, religiosas descalzas de Santa clara, de quien era especial bien hecho, y en aquella época Síndico. Refirió a las monjas su dolor, afirmando que se hallaba en tan lastimoso estado la niña que no sería posible hallar la vida cuando volviese a su casa. Le oyó una religiosa y le consoló afirmando sanar a la niña si él hacía voto de consagrar la Dios en aquel monasterio, y que vistiese luego el hábito de religiosa, como prenda que asegurarse el cumplimiento de su palabra en tiempo oportuno.

La proximidad de la muerte de esta santa religiosa, anunciada por ella misma al padre de la niña, con la singularidad de que no moriría mientras Suiza no entran en el convento, resolvió definitivamente a dar cumplimiento a la promesa.

Procesa ya en el convento desempeña a pesar de sus años, diversos oficios, incluso el de Prelada. Con fecha 9 mayo del año 1677 la destino el reverendo padre Samaniego para fundadora y abadesa del proyectado monasterio de Mula, con Sor Juana de la Cruz (Vicaria), Sor Juana María de Santa Teresa (Tornera y Maestra de Novicias) y Sor María de San Pablo. En cumplimiento de la obediencia salieron juntas del convento de San Antonio con dirección al de las Descalzas Reales de Madrid, donde habían de esperar el término de la epidemia que asolaba por entonces el territorio de Murcia. En Madrid, fue maestra de novicias de Teresa Herrera, Margarita de Cantos, Francisca de las Heras, Catalina García de Torrealta, Manuela Martínez, María Luisa Ortiz de la Torre, Francisca de Cabra y Manuela Sarmiento, que con las anteriores partieron para Mula el día 19 febrero 1678, donde establecieron la más estrecha observancia de la primitiva Regla de Santa Clara.

Sor Mariana de Santa clara realizó un viaje en romería a visitar la Virgen de Guadalupe en su monasterio de Las Villuercas. Según su biógrafo el padre Molina y Castro[3] “Como andaba el demonio solícito contra la vida de esta criatura, apenas había salido de su susto, cuando daban como otro. A los cinco años le preparó una caída tan terrible, que se abrió todo el casco de la cabeza, y quedó toda lastimoso me levantada. Examinadas las heridas por los cultivos, se negaron a su curación, declarando, sólo Dios por conocido milagro la podía remediar. En este desamparo recurrió al Padre, lleno de fe, a la Madre de Misericordia por su milagrosa imagen de Guadalupe, a quien pidió salud para Suiza, prometiendo llevar la a su casa para darle gracias. Oyó la Divina Reyna su oración, y alcanzó salud instantánea, y milagrosa tanto, que no pudieron negar la evidencia del milagro, aún los más escrupulosos, admirando la prontitud y solidez de la curación. Por toda su vida conservó las cicatrices en la cabeza, para perpetuo testimonio de su gratitud por el favor. Cumplió el padre de su voto llevando la niña aquel célebre santuario, donde ofreció dones y sacrificios, y dio afectuosa gracias a la patrona”.

Hemos de tener muy en cuenta que en la huerta del convento de San Antonio de Trujillo, había una ermita consagrada a la Virgen de Extremadura.

Continúa el biógrafo: “ caminando un día con la Cruz al hombro, y el crucificado en el pensamiento, se le apareció Cristo en forma de Nazareno, quien tomando la Cruz de los hombros de Mariana, la colocó en los suyos, y mandó seguir. Caminaba el Divino Redentor llevando la Cruz, y le seguía Mariana toda absorta, hasta entrar en una Hermita que había en la huerta, dedicada a María Santísima, en su imagen de Guadalupe. Aquí aparecieron ángeles que quitaron la Cruz de los hombros del Redentor, y Mariana como otra Magdalena, llena de lágrimas, confusión y vergüenza se postró a sus pies”[4].

Aquí terminó la visión, y ante la virgen de Guadalupe, prometió resueltamente desechar las tibiezas, y emprender una vida santa, como lo hizo. De suerte que a la virgen de Guadalupe fue cierto modo deudor a de la santidad de su vida.

 



[1] MOLINA Y CASTRO, P. Angel: Crónica del religioso, observantísimo Real Monasterio de María Santísima de la Encarnación. Murcia, 1779.

[2] Libro III de Bautizados de la parroquia de San Martín de Trujillo, folio 217. Según certificación firmada por don Juan Loro Peña, presbítero.

[3] Molina y Castro, op. Cit.., pp. 424-425.

[4] Molina y Castro, op. Cit., pp. 610-611.

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