ANTONIO OLIVEROS Y SÁNCHEZ, un cura patriota liberal y diputado
constitucionalista extremeño (1764-1820)
"Firmé aquella Constitución con la esperanza de
que cada español pudiera alzar la frente sin temor, y de que la ley protegiera
al frente débil al fuerte. No luché por gloria, sino por la justicia Que mi
nombre no queda en los libros que queda en el corazón de quienes buscan un
mundo mejor”.
(Antonio
Oliveros, 1814)
Antonio
Oliveros y Sánchez no era un hombre de muchos adornos, pero su presencia en la
historia de España, marcada por los años decisivos de las Cortes de Cádiz, nos
recuerda que los grandes momentos no siempre surgen de los grandes nombres.
Nació en
Villanueva de la Sierra, un rincón perdido entre los montes de la provincia de
Cáceres, donde el aire, impregnado de la sabiduría ancestral del campo, le
permitió forjarse una mente inquieta, libre y de convicciones firmes. Pocos
sabrán ya de él, pero en las horas oscuras de la historia patria, cuando las
guerras y las ideas se entrecruzaban como cuchillos en una lucha sin cuartel,
Oliveros fue un hombre que, como tantos otros, jugó sus cartas en la mesa
envenenada de la política.
Era un cura
liberal, que, como tantos de su época, se vio arrastrado por el torbellino de
los ideales ilustrados, creyendo en la razón por encima del dogma, en la
libertad por encima de la opresión. En las Cortes de Cádiz, entre los ecos de
la invasión napoleónica y las luchas intestinas por el futuro de España, se
destacó como una figura incómoda, pero necesaria. Su voz se alzó contra el
absolutismo, pidiendo reformas que muchos, acobardados por el peso de la
tradición, se negaban siquiera a susurrar. Los que lo conocían bien sabían que
Oliveros no era un hombre de compromisos fáciles, ni de esas medias tintas que
nunca sirven cuando el destino de una nación está en juego.
Antonio Oliveros Sánchez (1764-1820) fue un sacerdote
católico y diputado liberal por Extremadura en las Cortes de Cádiz, destacado
por su compromiso con las ideas progresistas durante el período de la Guerra de
Independencia Española. Nacido en Villanueva de la Sierra (Cáceres), estudió en
la Universidad de Salamanca, donde obtuvo el grado de bachiller en Teología y
fue ordenado sacerdote en 1784.
Realizó
su formación universitaria en Salamanca entre los años 1777 y 1784, cursando el
bachiller de Artes y en Teología en la Facultad Mayor de Teología.
La ciudad de Salamanca que
conoció Antonio Oliveros en 1777, era una ciudad con un gran peso histórico y
cultural en el ámbito de la educación, la religión y la vida intelectual de
España. Durante este período, la ciudad se encontraba bajo el reinado de Carlos
III, quien promovió algunas reformas, pero, al igual que el resto del país,
Salamanca vivía aún muy influenciada por la tradición y las estructuras
sociales del Antiguo Régimen.
Más tarde, obtuvo una canonjía en la iglesia de San
Isidro de Madrid. Para acceder a un cargo tan relevante como el de canónigo en
una capilla real, la formación teológica y jurídica era esencial. El candidato
debía haber completado estudios en Teología,
Derecho Canónico y Filosofía. Estos estudios eran
generalmente realizados en universidades de prestigio, como la Universidad de Salamanca, donde
estudió y se formó Antonio Oliveros. Además, el canónigo debía haber tenido una
preparación en el latín, ya que
este era el idioma principal en la liturgia y en los documentos eclesiásticos.
Los estudios en la Universidad también incluían formación en Derecho Canónico, lo que era
imprescindible para ocupar cargos administrativos dentro de la Iglesia.
La invasión napoleónica en
España a finales del siglo XVIII y principios del XIX fue un proceso complejo
que marcó un punto de inflexión en la historia de España. Este proceso culminó
en la Guerra de Independencia Española (1808-1814) y tuvo
profundas repercusiones tanto en el país como en el resto de Europa. La
invasión fue parte de las ambiciones expansionistas de Napoleón Bonaparte,
quien buscaba consolidar el poder francés en toda Europa. En 1808, las
tensiones entre España y Francia alcanzaron su punto máximo. Napoleón,
que ya había invadido Portugal, decidió poner bajo control a España,
asegurándose el dominio completo de la Península Ibérica. En marzo de
1808, las tropas francesas comenzaron a avanzar por el territorio
español. Napoleón invadió España como parte de su estrategia militar,
aprovechando las luchas internas entre los borbones para obligar al rey Carlos
IV a abdicar en favor de su hijo Fernando VII. Se
formó una Junta Suprema Central en Aranjuez
en 1808 que asumió la autoridad en nombre de Fernando VII,
quien se encontraba prisionero en Francia. Estas juntas fueron fundamentales
para organizar la resistencia a la invasión. Antonio Oliveros el 8 de junio de
1808 abandonaba Madrid para dirigirse a su localidad, Villanueva de la Sierra.
Allí entrará en contacto con el obispo de Coria, don Juan Álvarez de Castro, el
cual le pidió que escribiera dos pastorales con el objetivo de dirigir el espíritu público, contener la
anarquía y estrechar la unión de la provincia con las demás de la Monarquía.
En respuesta a la ocupación
francesa, las Juntas Provinciales de defensa de España, que ya
habían comenzado a formarse por todo el país, se unieron para formar la Junta
Suprema Central en septiembre de 1808. Esta Junta asumió el control
del gobierno en nombre de Fernando VII, quien aún se encontraba prisionero en
Francia. La victoria de Bailén, al haber demostrado que las tropas francesas no
eran invencibles, ayudó a consolidar estas juntas y fortalecer la resistencia
en todo el país.
Antonio
Oliveros se encontraba en su pueblo, ayudando al Obispo y a los miembros del
cabildo cauriense en las tareas destinadas a excitar el celo patriótico de la
población diocesana y recaudar los dineros que fuera posible a fin de costear
los gastos abundantes de la lucha antifrancesa se encontró hasta un momento
avanzado del mes de julio de 1808, cuando una presencia muy escasa de franceses
en Madrid y, más concretamente, el triunfo extraordinario conseguido por las
tropas españolas en la batalla de Bailén le impulsaron a volver a la Corte.
A su vuelta a la Corte
madrileña, continuó férreamente su intención de no acatar la Constitución de
Bayona y, mucho menos, jurar fidelidad a José I. Su actitud de resistencia
frente a la invasión napoleónica es notable, y uno de los episodios más
significativos de su vida fue su negativa a asistir al juramento de
José I en la Real Capilla de San Isidro de Madrid. La Real Capilla de
San Isidro en Madrid era un lugar de gran prestigio e importancia
religiosa. En 1808, durante la ocupación francesa, se llevó a cabo el juramento
de José I como rey de España, en un acto solemne que tenía
como objetivo legitimar su gobierno ante la sociedad española,
especialmente ante la élite eclesiástica y nobiliaria. Este tipo de eventos
eran clave para Napoleón, ya que buscaba consolidar su dominio sobre el país
mediante el apoyo de las principales instituciones, incluida la Iglesia.
Antonio Oliveros era
un hombre de fe y de profunda lealtad a la dinastía borbónica
y, por tanto, no aceptaba la legitimidad de José I como rey. Su negativa a
asistir al juramento de José I en la Real Capilla de San Isidro
refleja su postura en contra de la ocupación francesa y el gobierno impuesto
por Napoleón.
Como canónigo, Oliveros
tenía una alta posición en la Iglesia y un fuerte sentido de fidelidad al rey
legítimo, Fernando VII. Aceptar a José I como rey implicaba reconocer
la legitimidad de la ocupación francesa, lo cual era algo con lo que no podía
estar de acuerdo debido a sus principios. El acto de juramento
realizado en la capilla era una forma de que las figuras eclesiásticas y los
líderes civiles expresaran su lealtad a José I. Oliveros, al negarse a asistir,
estaba mostrando su oposición a la ocupación francesa y su fidelidad
a Fernando VII, el rey legítimo. Este acto de desobediencia fue en su
momento valiente, ya que mostraba una postura clara contra el régimen impuesto
por Napoleón.
En el contexto de la
guerra se crearon las Cortes de Cádiz (1810-1812). En
1810 se convocaron las Cortes de Cádiz, una asamblea
representativa que se reunió en la ciudad de Cádiz, que aún no estaba ocupada
por los franceses, y donde tendría un gran protagonismo Antonio Oliveros. Las
Cortes aprobaron una constitución liberal, conocida como la Constitución
de 1812, que representaba un avance en la modernización del Estado
español, estableciendo una monarquía constitucional y limitando el poder del
rey.
En 1810, Oliveros fue elegido diputado para
representar a Extremadura en las Cortes de Cádiz. Como liberal, defendió
algunos principios claves como la libertad de imprenta, la abolición de
privilegios feudales y gremiales, la supresión de la Inquisición y el
establecimiento de una monarquía constitucional. Su labor incluyó la
participación en varias comisiones importantes, como las de Constitución y
Libertad de Imprenta, y firmó la Constitución de 1812, conocida como La Pepa.
Antonio Oliveros Sánchez encajaría dentro de
esta corriente de clérigos ilustrados y reformistas que conciliaban su fe
religiosa con los ideales de libertad, igualdad y progreso. Su legado es
recordado como parte de la lucha por los valores liberales y constitucionales
en España durante una época de grandes cambios sociales y políticos.
Los diputados de las Cortes de Cádiz tuvieron un papel
fundamental en la elaboración de la Constitución
de 1812, un documento que estableció una monarquía constitucional y que
marcó el principio de un nuevo orden político en España. Los representantes de
Extremadura, como los de otras regiones, participaron activamente en la
discusión y redacción de la constitución, defendiendo los intereses y
características propias de su región, pero también buscando el bien común de
toda la nación, destacando sobremanera Antonio Oliveros, que mostraría una
inclinación hacia las ideas más reformistas y liberales,
que no solo lo vincularon a las Cortes de Cádiz, sino también
a los movimientos de cambio que buscaban modernizar la España
del siglo XIX, actuando como secretario en las Cortes gaditanas.
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