ANTONIO GONZÁLEZ y GONZÁLEZ. Estadista
liberal y diplomático
Antonio González y
González, destacado político natural de Valencia del Mombuey, fue una figura de
singular relevancia en la historia decimonónica de la política local y regional
de Extremadura.
Sus primeros pasos en
la política se dieron en el ámbito local, donde fue testigo de la lenta pero
inexorable transformación de la sociedad extremeña, impulsada tanto por las
políticas de desarrollo regional implementadas en el siglo XIX como por los
movimientos sociales y sindicales que comenzaban a cobrar fuerza. A lo largo de
su carrera, Antonio González defendió con vehemencia la necesidad de potenciar
el desarrollo rural. En este sentido, fue un pionero en la promoción de
políticas que combinaban el respeto por las tradiciones locales con la adopción
de nuevos enfoques productivos. Fue el I marqués de Valdeterrazo, político, diplomático y abogado
español.
Enemigo de las ideas del Antiguo Régimen, fue un relevante
político del primer liberalismo español y responsable de su implantación. A lo largo de la Guerra de la
Independencia española participa
en multitud de batallas contra los franceses hasta 1814, como por ejemplo
la batalla de La Albuera, recibiendo por sus servicios multitud
de medallas honoríficas y alcanzando el grado de oficial en 1811.
Al terminar la guerra retoma los estudios, cursando leyes en la Universidad de Zaragoza, donde se gradúa como bachiller en
1819, ejerciendo la profesión de abogado en dicha ciudad. Atraído por la
ebullición política del Trienio Liberal se
traslada a Madrid, donde se integra en la burocracia jurídica del régimen
liberal. En 1822 ocupa un puesto como asesor de la Capitanía General de Madrid
y al año siguiente se traslada a Sevilla como
auditor de la Capitanía General de Andalucía. El último puesto que ocupa es el de
fiscal en el Tribunal especial de Guerra y Marina, pero con el avance de las
tropas de los Cien Mil Hijos de San Luis, enviadas por la Santa Alianza para
reimplantar el absolutismo en España, debe abandonar su trabajo y buscar
refugio, junto a otros liberales, en la ciudad de Cádiz.
Triunfante
la reacción absolutista e incumplida por Fernando VII la promesa de amnistía a
Antonio González, como a los demás liberales más comprometidos, no le quedó más
salida que el exilio. Sin embargo, tras permanecer unos meses en Gibraltar, no
siguió los pasos de la mayoría emigrando a Gran Bretaña, sino que, junto a su
hermano Luis González y los militares Facundo Infante y Antonio Seoane, se
dirigió a Perú.
La llegada de Luis y
Antonio González, Facundo Infante y Antonio Seoane al Perú, por lo tanto, se
dio en un momento crítico en el que las fuerzas realistas estaban tratando
desesperadamente de mantener su autoridad, aunque con cada vez menos éxito
frente a los movimientos independentistas que finalmente triunfarían.
A su llegada al departamento de Santa Cruz en septiembre
de 1824, fueron arrestados por orden del general español Juan José Olañeta,
futuro suegro de Antonio González. Salvo él, aquejado de unas “calenturas
malignas”, los demás lograron fugarse en diciembre con el desconcierto ocasionado
por la batalla de Ayacucho. La evasión de Antonio González tuvo que esperar, no
sin riesgos para su vida, al progresivo predominio de los independentistas.
Fueron muchas las penalidades que pasaron los españoles exiliados en América. A
punto estuvieron de ser fusilados en varias ocasiones, pero –como hemos
indicado- aprovechando la transcendental batalla de
Ayacucho del día 9 de diciembre de 1824, pudieron escapar
de su prisión todos los integrantes del grupo menos Antonio González, por
hallarse muy débil por unas fiebres contraídas. Antonio Bonifacio estuvo
protegido por el cura de la prisión y algunas autoridades de la villa boliviana
de Totora. Una vez recuperada la salud y con la ayuda de los bolivianos
consigue escaparse y dirigirse a la ciudad peruana de Arequipa,
donde vivirá los siguientes diez años. Allí abrió
un despacho de abogado, que le proporcionó cuantiosos ingresos.
Recién instalado en Arequipa, se granjeó la amistad de
destacados personajes como Francisco Xavier de Luna Pizarro,
Felipe S. Estrenós o José M. Rey de Castro, que fueron asesores de José de San
Martín, Simón Bolívar y Antonio José
de Sucre. El extremeño se integró en los círculos de juristas
de la ciudad, dando consejos jurídicos y ganándose la confianza de unos hombres
que al igual que él querían construir un estado liberal y moderno.
Espartero se encontraba prisionero de las
autoridades peruanas acusado de espionaje. Condenado a dura prisión, será
González y González el que interceda ante
Simón Bolívar, logrando que se le indultara de la pena de muerte a la que
estaba condenado por espionaje. Si esta relación surgida entonces fue
fundamental para su futura carrera política, para la diplomática lo fueron los
conocimientos que adquirió en el viaje que durante un año realizó por
diferentes países europeos, antes de regresar a España en mayo de 1834. Desde
el primer momento su protagonismo político fue muy destacado, comenzó siendo
procurador por la provincia de Badajoz en las primeras Cortes regidas por el
Estatuto Real.
Bajo la regencia de María Cristina, se
acababa de abrir tímidamente el camino a la Monarquía constitucional en torno
al Estatuto Real. Pues bien, en el estamento de procuradores contemplado en
este texto se integró Antonio González, al recibir el respaldo para ello de los
electores de Badajoz en los comicios celebrados en junio. La regente María
Cristina había aprobado el Estatuto Real de 1834, una especie de carta otorgada, que
disponía la creación de un Estamento de Procuradores, como órgano para dar
salida a las aspiraciones liberales.
Antonio González regresó a España, y fue elegido primer secretario de la Cámara, destacando como
uno de los representantes indiscutibles de la oposición del liberalismo
avanzado, siendo uno de los procuradores que más peticiones formuló y firmó,
destacando entre ellas la de la tabla de derechos presentada en agosto. Figura principal del partido progresista español del siglo xix, colaboró activamente en las
políticas llevadas a cabo por Juan Álvarez Mendizábal y Baldomero Espartero, aunque con el paso de los años sus ideas se moderaron.
Ocupó cargos tan importantes como presidente de la Cámara en
la Legislatura de las Cortes Constituyentes de 1836-1837, ministro de
Gracia y Justicia en 1838 y en 1840, de Estado en 1841 y presidente del Consejo
de Ministros en 1840 y 1841. Ocupando este cargo, la Reina propone la
disolución de la Cámara, lo que obliga a González y González a presentar su
dimisión. Numerosos cargos como Oficial del Regimiento de Caballería de Húsares
de Castilla, Fiscal Togado del Tribunal Especial de Guerra y Marina y ministro
del Tribunal Supremo de Justicia de España e Indias. La reina Isabel II por
Real Decreto dado en San Ildefonso de La Granja (Segovia) el 24 de agosto de
1864 le otorgó el título de marqués de Valdeterrazo.
Así, ya con este título, una vez
ostentada la jefatura de la sección de Negocios Extranjeros, a finales de abril
de 1866 alcanzó la presidencia de esa institución, cúspide de la administración
consultiva.
Hasta sus últimos días participó en la vida política
nacional, falleciendo con ochenta y cuatro años, Antonio Bonifacio González en
Madrid el 30 de noviembre de 1876, ostentando el título nobiliario de Marqués
de Valdeterrazo (otorgado por Real Orden de 31 de octubre de 1864 por Isabel
II), el ilustre político que honró a Extremadura. Fue Procurador en las
legislaturas de 1834 a 1835, y 1835 a 1836; Diputado constituyente en 1836 a
1837, y en las legislaturas de las ordinarias de 1837 a 1838, 1840 a 1841,1841
a 1842, 1842 a 1843, y en las Constituyentes de 1854 a 1856. Senador electivo
en 1837 a 1845 y en 1876, y vitalicio desde 1845 a 1868. Fue, asimismo,
Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Estado, Presidente del
Congreso de Diputados, Presidente del Consejo de Estado y embajador en Londres.
En sus últimos años de vida, senador por Almería. Fue enterrado en el panteón
familiar del cementerio Sacramental de San Isidro de Madrid.
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