sábado, 4 de marzo de 2023

 

ERMITA DE SANTA GERTRUDIS DE CACERES

 

 

Está ubicada en la calle Santa Gertrudis, al final de la popular calle “Barrio Nuevo” el aspecto actual del templo dista mucho del que tuviera en sus orígenes. Fue construida en el siglo XVII, perteneciendo a la jurisdicción de la iglesia de San Juan. Debido a su mal estado de conservación se cerró al culto en el siglo XIX, trasladándose a la iglesia de San Juan sus bienes muebles. En el año 1889 se abrió nuevamente al culto, y para su cuidado se autorizó que allí se asentasen las religiosas de la comunidad Amantes de Jesús, que regentaron una Escuela-Hogar (actual Colegio de San José) para niñas pobres, la ermita pasó a ser la iglesia del centro religioso.

El templo conserva las siguientes imágenes: el Cristo del Amor, del año 1930, procedente de los talleres de Olot; Ntra. Sra. de la Caridad, obra del siglo XVIII y el Señor de las Penas, obra de estimable valor artístico del siglo XVI, sale en procesión el Viernes de Dolores y el Domingo de Ramos (por la tarde) con los hermanos cofrades de la Cofradía del Cristo del Amor al igual que las dos restantes imágenes citadas, el Jueves Santo. La ermita pertenece a la parroquia de San José y es sede de la cofradía del Cristo del Amor, fundada en 1989. La escultura de mayor valor artístico que se venera en esta ermita es la del Señor de las Penas, restaurada con esmero por varios restauradores en diferentes fases.

En una primera fase: Tallado de la parte posterior, peana y sujeción a ésta, así como de varios dedos de las manos y los pies: Realizado por el escultor sevillano don Antonio Gibello.  

En una segunda fase: Consolidación, restitución de la pigmentación perdida, limpieza y policromado en los añadidos: Realizado en el Taller Cacereño Gótico: por doña María Ángeles Penis Rentero y doña Gracia Sánchez-Herrero Rosado.

Fase III. Nuevas veladuras, encarnaduras y retoques realizados por don Juan J. Camisón.

Fase IV. Nuevo diseño y retallado, dorado y policromado del manto, así como de la corona y de algún detalle de la cara. : Realizada por don Eduardo Álvarez y don Juan J. Camisón.

Estamos ante una figura que representa a Jesús ante Pilatos tras haber sido flagelado y befado por los sayones. Este Ecce Homo o Cristo Varón de Dolores, como es de uso que se denomine a tal iconografía de Cristo, aparece desnudo, coronado de espinas, ensangrentado, maniatado, con la carne tumefacta por las marcas dejadas por los latigazos y bofetadas, y portando una clámide roja que le cubre la espalda y arrastra hasta el suelo. Están sus ingles cubiertas por el consabido paño de pureza y lleva entre las manos maniatadas una caña, símbolo absoluto de burla y escarnio. La expresión de su rostro es altamente dramática y congestionada, contrastando con el casi derrumbamiento que todos los miembros de su cuerpo están a punto de sufrir. Pero es, sin duda, en esa mezcla de impotencia y majestuosidad donde radica su indudable belleza.

Es una escultura de bulto redondo, realizada en madera de cedro. Nunca fue pensada para ser procesionada, sino que debió de formar parte de un retablo de altar originalmente. El ahuecamiento de la parte posterior que presentaba y la factura así lo atestiguan. Habría que situarla entre finales del XVI y muy principios del XVII. Por una parte, la clámide rectilínea, nada barroca, el aspecto compacto de todo el conjunto de la imagen, su macicez, su tronco musculoso, su morbidez, el giro lastimoso de su cabeza, la S que prefigura todo su cuerpo humillado, abatido y aún aguantando con brío la dureza del castigo, nos hacen pensar en el movimiento manierista heredado de Italia y tan en boga en España (escuelas burgalesa y vallisoletana principalmente) en los finales del XVI como una reacción a la estética renacentista, pero por otra parte la gran expresividad del rostro, el dramatismo, el fuerte modelado de los volúmenes y un cromatismo muy significativo nos conducen hacia un tipo de escultura que, sin duda, anuncia ya a los grandes imagineros del Naturalismo castellano. A pesar de la antigüedad, el estado de conservación de la pieza es bueno. Ésta es una descripción pormenorizada del mismo. La encarnadura original del siglo XVI ha desaparecido casi por completo por haber sido repintada la pieza en el siglo XVIII, debido posiblemente al mal estado en que se encontrara la que se realizó en origen. La que actualmente presenta es más clara que la primera y menos sanguinolenta (dato que hemos apreciado a través de ciertos desconchones en el repinte), pero no por ello menos importante. Sin embargo, el resto de la policromía es la original: estofados de la capa, rajado del paño de pureza, veladuras del rostro, pigmentación de la corona de espinas, de la cuerda que lo maniata, de la cabellera y de la barba..., a excepción de los retoques realizados en la actualidad allí donde se consideró necesario hacerlos para una digna presentación en público de la imagen. De la misma manera que ha habido que retallar partes de la clámide, de los dedos, de las manos y de los pies, de la corona y de la cabellera que habían desaparecido.

La escultura está documentada y certificada (documentación en poder de la Cofradía) como obra del escultor Pedro de la Cuadra, tallista de la escuela castellana que trabajó en Valladolid y sus alrededores desde el 1595 al 1624. Empezó su labor siguiendo las directrices escultóricas manieristas del momento y que marcaron maestros como Gaspar Becerra y Esteban Jordán, pero pronto su arte había de cristalizar en el naturalismo de los grandes imagineros del siglo XVII. Esta evolución artística se debe sin duda a la estrecha amistad que le unió a Gregorio Fernández, del que recogió, evidentemente, su mensaje escultórico al menos en lo formal, pues no hay que ocultar que si bien el parecido de la imaginería de Pedro de la Cuadra con la de Gregorio Fernández es obvio (al menos en los trabajos realizados dentro del siglo XVII)[1] sin embargo nunca llegó nuestro tallista a lograr la espiritualidad del gran maestro, dotado, amén de su notabilidad escultórica, con una unción espiritual y religiosa en su calidad de devoto creyente, inigualable, rasgo en el que no destacó precisamente Pedro de la Cuadra. En esta obra del Cristo de las Penas, se observa la calidad de imaginero, un gran sentido de la composición en el que el equilibrio de las masas y el equilibrio de la fuerza expresiva se armonizan logrando el sentido plástico que debe presidir toda obra de arte[2].

 

 

 






 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Vid. GARCÍA. CHICO, E., Pedro de la Cuadra, Valladolid, 1960; ALONSO CORTES, N: Datos para la biografía artística de los siglos XVI y XVII. Boletín de la Real Academia de la Historia, Madrid, pp. 129-135.

[2] Agradecemos la colaboración desinteresada de don Juan J. Camisón.

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