Corresponde al último tercio del siglo XIX y se caracteriza por su singularidad arquitectónica a base de ladrillo y piedra, mediante el juego de arcos de medio punto de ladrillo sobre pilares y pretiles de cantería.
El lavadero, de titularidad pública, era utilizado antiguamente por los vecinos de Trujillo y de las pedanías de Huertas de Ánimas y Belén. Tiene una superficie de más de 700 metros cuadrados. En el año 2007 el Consistorio llevó a cabo obras de recuperación del mismo.
Las lavanderas eran las profesionales especializadas en el lavado de la ropa, siendo uno de los oficios más duros, dentro de los que se prestaban a los hoteles y veraneantes, por personas del exterior tal era el caso del Hotel “El Cubano” de Trujillo, lugar en el que tuvieron fama las lavanderas y que en ocasiones se simultaneaban con labores de planchado.
A finales del siglo XIX y hasta mediados del XX, adquirió importancia el Lavadero de Trujillo. La limpieza de las ropas se llevaba a cabo en los márgenes de cantería del citado Lavadero. Las lavanderas, de bruces sobre las lanchas de piedras, realizaban el trabajo siempre penoso.
Un avance importante supuso la construcción de especies de cobertizos o bancos sobre las corrientes de agua, en cuyo interior se colocaron una especie de bancos o cajones, donde las mujeres podían acomodarse, preservándose de la humedad, disponiendo de una piedra, que en su parte inferior entraba en el agua y sobre la que podían jabonar, restregar y golpear la ropa.
En este lavadero de Trujillo se alineaban un número variable de puestos de trabajo individuales, constituidos básicamente, por una piedra inclinada, sobre la que las mujeres llevaban a cabo su tarea.
Las tareas básicas del lavado consistían en "enjabonar la ropa con pastillas de Chimbo o Lagarto", poner a remojo, dejar reposar, quitar manchas restregando si las hubiera y aclarar con agua a mano o golpeando sobre la piedra.
La siguiente operación, tras preparar en un barreño una mezcla de agua y lejía, era la inmersión en la misma de la ropa, "dejándola un buen rato", si bien, en el caso de las sábanas de hilo, no podía utilizarse lejía, aunque sí el jabón. Tras un nuevo aclarado, se volvía a meter la ropa en una mezcla de agua y añil, para acabar retorciéndola hasta quitarle toda el agua posible.
Aunque, para el secado, lo habitual era extenderla al sol sobre la hierba o las zarzas. Tras el estirado y su doblado, se colocaba en una cesta de mimbre o castaño, procediéndose de nuevo a su recuento y entrega.
El lavadero de Trujillo adquiere aún más importancia por estar ubicado en un complejo yacimiento arqueológico en la zona: un altar rupestre, también llamados peñas sacras, lagareto, un molino del siglo XVIII y una torre defensiva musulmana.
ALTARES DE LA EDAD DEL BRONCE
El altar rupestre de 'La Molineta' se ubica en una elevación similar en altura a la que ocupa el solar de la vieja Turgalium, al otro lado del pequeño valle por donde discurre el camino natural sobre el que se construyó la vía romana Ab Emeritam Caesaragustam. Son dos montes gemelos que han flanqueado esta importante vía de comunicación, testigos del lento transitar de pueblos que a lo largo de la Historia han hollado su senda.
La peña sacra se localiza en la ladera, a pocos metros de la cima, como una especie de balconada que preside las impresionantes vistas que desde esta atalaya muestra la ciudad. Es un paraje de gran belleza que se yergue majestuoso sobre la meseta trujillano-cacereña, salpicada aquí y allá de grandes bolos de granito que mezclados con el encinar dibuja el típico paisaje de la zona.
A pocos metros de nuestra peña, y en un plano superior en el paisaje, se yergue otro gran bolo de granito, de caprichosa forma, que parece imitar una esfinge. Se aprecia perfectamente un rostro desdibujado, pero que aún conserva sus rasgos más distintivos.
No hay que olvidar que la comarca de Trujillo es uno de los focos de poblamiento más significativos de toda la Cuenca Media del Tajo entre el IV y el III milenio por su riqueza minera, que fue explotada desde épocas muy remotas.
Quizás date ya de esta época la primera utilización de nuestra peña como lugar sagrado por los habitantes del lugar. Desconocemos prácticamente todo lo relacionado con los rituales y ceremonias de las gentes del Calcolítico y la Edad del Bronce, pero parece claro que la utilización de estas peñas como lugares sacros se remonta a épocas muy antiguas, frecuentemente asociadas a fenómenos megalíticos.
El poblamiento de la Edad del Bronce sigue los mismos parámetros de emplazamientos, constructivos y habitacionales de la etapa anterior, pero las comunidades se hacen más complejas y estructuradas como consecuencia de las corrientes metalúrgicas atlánticas y mediterránea que dejarán su impronta en todas las facetas de la vida de estas comunidades. Y la religión y sus rituales no van a permanecer al margen de las nuevas modas que empiezan a transformar las vidas de los lugareños.
Almagro Gorbea relaciona estas manifestaciones religiosas con un sustrato muy arcaico que define como «protocéltico» y viene a coincidir con otros elementos rituales del llamado Bronce Atlántico como el ya mencionado de arrojar armas a las aguas.
No estamos en condiciones de asegurar que el altar de sacrificio de 'La Molineta' siguiera cumpliendo su función en la etapa prerromana, cuando las tierras de la meseta trujillano cacereña estuvieron habitadas por vettones, pero las características topográficas parecen descartar la existencia de un poblado en ésta época.
Con la llegada de Roma y la reorganización administrativa de las comunidades indígenas, el poblamiento se concentró en el monte gemelo, donde se edificó la antigua ciudad de Turgalium, que debió amortizar hasta épocas posteriores el uso de 'La Molineta'.
Para la época romana hay abundante documentación en la epigrafía que nos habla de una serie de divinidades indígenas que debieron recibir culto en santuarios localizados en la zona urbana de la capital de la regio, por lo que este tipo de altares rupestres debieron caer en desuso, al menos los que estaban el zonas intensamente romanizadas.
En su lugar surgieron otros espacios sacros al estilo romano, como el documentado en una inscripción hallada en el patio del convento de las Jerónimas en la que se menciona un fanum dedicado posiblemente a la diosa Bellona y donde recientemente han aparecido restos que podrían pertenecer al citado edificio sacro.
POSICIÓN ESTRATÉGICA
La posición estratégica de 'La Molineta' no pasó desapercibida para la invasión árabe. En lo más alto de la elevación se conservan los restos de una atalaya de esta época, citada reiteradamente por las fuentes como un bastión esencial de ocupación islámica desde donde se divisaba la ciudad de Taryala (Trujillo) a unos 2 km al Oeste, y la Sierra de Santa Cruz al Sur, que fue otro enclave importante con restos de ocupación humana desde la Prehistoria hasta el siglo XIII.
La construcción aprovecha una elevación granítica para erigir en su perímetro muros de mampostería en los que destacan los mampuestos a sardinel. Consideramos que dicha atalaya pudo haber sido construida en época emiral, perpetuándose la ocupación hasta el siglo XIII, abandonada tras la reconquista cristiana acaecida el 25 de enero de 1232; abandono que se ha mantenido hasta nuestros días.
A grandes rasgos, en función de lo que permiten ver la mucha vegetación y los derrumbes que se aprecian en la falda del cerro, presenta una gran plataforma construida en piedra provista de enormes contrafuertes cuyo grosor supera los dos metros y con alzados superiores a cuatro.
El alto del cerro debió estar coronado por una atalaya de importantes dimensiones, aprovechando los muchos afloramientos rocosos existentes, que aun hoy día puede verse a pesar del deterioro avanzado en el que se encuentra.
Encima de los restos de la atalaya, y aprovechando los materiales pétreos de la misma, en el siglo XVIII se construyó el molino para triturar el grano. El molino tiene forma cilíndrica y mide unos siete metros de altura con un diámetro aproximado de más de seis metros. La planta baja, todavía visible, aunque en lamentable estado de conservación, se utilizaba como almacén y la planta superior estaba sostenida por una bóveda de sillar de tosca de ¼ de esfera, tal como se aprecia por los arranques y donde se colocaba toda la maquinaria.
En la actualidad el molino está destruido y sólo se mantienen los muros maestros; las aspas y la maquinaria, que se conservaba hasta finales del siglo XIX, han desaparecido.
Entre el Altar y el Molino, nos encontramos con los restos de una prensa olearia. Es una auténtica reliquia del siglo XVII y constituye un fiel reflejo de los antiguos molinos olearios mediterráneos, cuyas principales características se mantuvieron sin cambios durante cerca de dos milenios.
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