miércoles, 11 de octubre de 2017

LAS OBRAS DE ARTE DEL MONASTERIO DE LAS ISABELAS DE TRUJILLO. MONASTERIO DE SAN MIGUEL Y SANTA ISABEL


Han desaparecido con el paso del tiempo algunas de las obras de arte que en otras épocas hubo en el templo conventual de San Miguel y Santa Isabel de Trujillo, como las que recoge Ponz a finales del siglo XVIII.
Y dice textualmente: “En el convento de las Monjas de S. Miguel el altar mayor es cosa buena, formado de tres cuerpos, el uno jónico, y los dos superiores corintios. Las figuras de Santos pintadas en los intercolumnios, me han parecido muy buenas, y lo es la arquitectura de los altares colaterales. Tiene también su mérito el de Santa Ana en el cuerpo de la iglesia: es de piedra con un Quadro razonable en medio, firmado de Joseph Mera. Acaso este Mera será el de la inscripción en la casa del Conde del Puerto”.
Por la manera de expresarse hay que suponer que se trataba de un retablo mayor clasicista de fines del siglo XVI. SE tata del mismo retablo que fue citado por don Federico Acedo en 1913.
También indica que había un cuadro firmado por José de Mera, destacado pintor natural de Villanueva de la Serena, formado en Sevilla dentro de la tradición murillesca y que realizó varias obras para distintas localidades de Extremadura en el primer tercio del siglo XVIII (Villanueva de la Serena, Don Benito, Plasencia, Trujillo y Coria).
Es probable que se trate del cuadro restaurado en el taller trujillano de José Gómez y que en la actualidad se encuentra en la iglesia de San Martín, que representaba a la Sagrada Familia con San Joaquín y Santa Ana (140x162 cms). Está firmado y fechado en el ángulo inferior: Joseph de Mera faciebat año de 1724.
Las figuras de Santa Ana, la Virgen y el Niño componen el tema principal de la obra, respondiendo a una estructura triangular invertida, siendo el Niño el punto central de la obra, el más iluminado y hacia el que se dirigen todas las miradas. La escena se desarrolla en el interior de una estancia con el suelo ajedrezado y los estrados para ubicar sus figuras, características muy propias de Mera.
Los personajes femeninos están tratados con delicadeza, utilizando para los ropajes una variada combinación cromática de rosas y azules.
En segundo plano vemos a San Joaquín y a San José, éste en actitud de leer un libro, lo que resulta poco frecuente.
En la iglesia encontramos varias esculturas. En el altar mayor existe un púlpito de granito, donde destaca el escudo de la Orden de Predicadores con la cruz floronada y jironada orlada de un rosario.
Allí se conservan una talla de Jesús crucificado en madera policromada, del siglo XVIII, y una interesante talla de La Dolorosa, de expresivo realismo, obra de la escuela castellana del primer tercio del siglo XVIII.
En dos cuadritos pequeños junto a la imagen reza lo siguiente: “Los señores obispos, de este obispado, D. Lorenzo Igual de Soria y D. Carillo Mayoral han concedido cada uno destos señores 40 dias dindvlgencia rezando vn Padre Nº y vn ave Mª delante desta imagen del Mayor Dolor”.  En otro cuadro: “El Yllmº y Revmo. D. F. Franco Laso de la Vega y Córdova, Concedió 40 días de indulgencia rezando un pntro y Ave Maria delante de esta Sta. Imagen de N. S. Del Mayor Dolor. El Ilmo. y revmo. Sr. Dn. F. Rodrigo Antonio de Orellana. Obispo de Ávila visitando esta capilla en 25 de agto. De 1818. Concedió por si y otros dos Sres. obispos con quienes estaba Convenido para este efecto 120 días rezando una Salve delante de esta Sta Imagen. Yten 40 días rezando un Responso por la intención de S.Sª Yllma en esta Capilla. El Yllmo y revsmo. Sr. Dn Cipriano Varela, Obispo de Plasª  concedió 40 días de indulgencia rezando una Salve”.
Esta imagen se veneraba en la iglesia de la Encarnación de los Dominicos y se conocía como Virgen del Mayor Dolor. Cuando los religiosos tuvieron que abandonar su convento, fue trasladada al Monasterio de San Miguel, juntamente con la llamada de la Encarnación y la del Santísimo Cristo que hoy mismo se venera en la iglesia de San Miguel. Es obra del escultor Bartolomé Fernández Jerez, uno de los más destacados artistas en la Alta Extremadura en la primera mitad del siglo XVIII6. Un Decreto del obispo de Plasencia don Francisco Lasso de la Vega otorga licencia a los parroquianos para costear la pieza a partir del propio caudal de la parroquia y de las cofradías del Buen Nombre de Jesús, el Santísimo Sacramento, el Cristo del Desamparo y Ntra. Sra. del Mayor Dolor. La cantidad librada durante el período 1731-1735 ascendió a la cantidad de 2.186 reales de vellón.
Curiosamente, este prelado en el tiempo que ocupó la sede placentina (1721-1728) terminó a sus expensas la iglesia de los dominicos de Trujillo donde estaba colocada la imagen del Mayor Dolor, continuó la obra de los tres lienzos del claustro, sacristía y biblioteca, ordenando, además, que si muere en Plasencia sea enterrado en el convento dominico de San Vicente, pero si la muerte ocurriera en Trujillo, como así fue el 14 de julio de 1738, manda que se le entierre en el convento de la Encarnación de dominicos de Trujillo.
En su epitafio se hace mención a la imagen de Ntra. Sra. del Mayor Dolor, y que esta obra y altar fueron ejecutados por él; Citamos textualmente: “D. O. M. S. Aquí yace nuestro amado hermano el Sr. D. Fr. Francisco Laso de la Vega y Córdoba, hijo ilustre de la Religión Guzmana, de quien esta casa se gloría ser madre: obispo de Ceuta y de Plasencia, el cual dando cuanto tenía a los templos y menesterosos, quedó pobre; y finalmente quiso posar en este lugar a la vista de la imagen de la Virgen nuestra Señora, cuyo altar había erigido, mandando que en cualquier parte donde le cogiese la muerte, fuesen trasladados sus huesos a esta casa y sitio, por lo que esta pobre comunidad, agradecida al hijo que la enriqueció, aún no queriendo él, le consagró este monumento, así que la gloria, la fama y el honor unidos, llevara su memoria hasta los cielos quedando en la tierra mas que sombra y polvo. Murió el día 14 del mes de julio del año del Señor de 1738” .
El artista se ha esmerado en el modelado cuidadosamente, paños amplios y elegantemente dispuestos, de una elegancia algo rebuscada, que se manifiesta en los plegados sobrios que huyen de la línea recta para quebrarse en curvas y diagonales; sin embargo, las manos y la cabeza responden a un recio realismo, ponderado en la expresión de emociones. El artista une a estas características  cualidades puramente plásticas, cual su predilección por una silueta esbelta y ceñida, y un modelado muy expresivo ennoblecido por la policromía, revelando un espíritu barroco.
El Crucificado del Altar Mayor es una magnífica talla del siglo XVIII. Cristo, representado en el momento de expirar, cae pesadamente la cabeza sobre su hombro derecho, con larga melena coronada con las espinas, boca entreabierta, redondeada barba.
El Crucificado, unido al madero por tres clavos, serpentea en una expresiva y dinámica interpretación de su agonía. La cuidada anatomía, de suave modelado y gran belleza plástica, se cubre con un paño sujeto en la cadera derecha.
Algunas obras existentes antaño en el convento dominico de la Encarnación se encuentran en el de San Miguel.
BIOGRAFIA DE LASO DE LA VEGA
Conviene relatar algunos datos biográficos del prelado bienhechor de Trujillo don Francisco Laso de la Vega, pues así incluimos datos histórico-artísticos del convento de la Encarnación que es interesante para este trabajo.
Laso de la Vega tomó el hábito de dominico en el convento de San Pablo de Sevilla. A finales del año 1715 fue nombrado prior del convento de Guadix; después ascendió al obispado de Ceuta. A él se debe la reconstrucción del Palacio Episcopal.
Vivió en Ceuta al tiempo que se habían producido una serie de acontecimientos importantes. Hacía 21 años que el Muley Ismail había cercado la plaza, provocando el aumento de la guarnición y la remodelación de las fortificaciones del Frente de Tierra.
El asedio fue levantado únicamente tras su muerte. Durante el cerco tiene lugar en España la Guerra de Sucesión, acontecimiento que redujo la atención sobre Ceuta.
La pérdida de Gibraltar hizo que la población se quedara sin su más cercano puesto de socorro, produciéndose una refundación de Algeciras, con lo cual no sólo se lograba dar solución al problema surgido tras la expulsión de los habitantes del Peñón, sino también promocionar un nuevo punto de apoyo a la guarnición del otro lado del Estrecho.
Después de su pontificado en Ceuta (1716-1721), fue trasladado a Plasencia el 4 de agosto de 1721, teniendo una particular predilección por la ciudad extremeña de Trujillo, donde volcó su cáridad y su atención episcopal  y otorgando en ella su testamento en el mismo mes de julio de 1738, muy poco antes de morir, pues falleció el 14 de ese mismo mes.
Su partida de defunción se encuentra en el Archivo parroquial de San Martín de Trujillo y dice literalmente: “En catorze  de jullio de mill setecientos y treinta y ocho murió en esta ziudad el Illmo. Señor don Fray Francisco Laso de la Vega y Córdoba, obispo de Plasencia”.
En la capital de la diócesis nuestro Obispo ordenó Constituciones y ordenanzas por las que se había de  regir el Hospital del Abad de Santander don Nuño Pérez de Monroy, pero aún estas ordenanzas están promulgadas en Trujillo, en las casas de su habitación mientras andaba de Visita pastoral el 24 de junio de 1726.
Ofrezco el epitafio del prelado en el convento de San Pablo de Sevilla, que no es su epitafio original sino la versión castellana del mismo: “D.O.M.S. Aquí yace nuestro amado hermano el Sr. D. Fr. Francisco Laso de la Vega y Córdoba, hijo ilustre de la religión Guzmana, de quien esta casa se gloría ser madre. Obispo de Ceuta y de Plasencia, el cual dando cuanto tenía a los templos y menesterosos, quedó pobre; y finalmente quiso posar en este lugar a la vista de la imagen de la Virgen nuestra Señora, suyo altar había erigido, mandando que en cualquier parte donde le cogiese la muerte, fuesen trasladados sus huesos a esta casa y sitio. Por lo que esta pobre comunidad, agradecida al hijo que la enriqueció, aún no queriendo él, le consagro este monumento; así que la gloria, la fama y el honor unidos, llevara su memoria hasta los cielos quedando en la tierra mas que sombra y polvo. Murió el día 14 del mes de julio del año del Señor de 1738”.
Fue un verdadero mecenas, muy preocupado por la cultura de su tiempo y por la conservación del patrimonio. Al arrabal de Trujillo, que se llamaba Papalvas, consiguió que se le cam­biara el nombre por el que hoy lleva de Belén, por su devoción a la Stma. Virgen de dicha advocación.
Contribuyó para que se terminara la pequeña iglesia parroquial que el pueblo estaba levantando. También se debe a él la construcción de la ermita de Santa Ana en Trujillo.
A la vera de la Cañada Real de Sevilla, y en pleno berrocal trujillano se yerguen impertérritos, desafiantes al tiempo, los maltratados muros de la ermita de Santa Ana, edificada en 1732 por el obispo de Plasencia Fray Francisco Laso de la Vega y Córdoba.
El documento que lo asevera está en el Libro Capitular del año 1731, que dice literalmente: Al margen: Licencia para la fábrica de la Ermita de Santa Ana: “El Señor D. Antonio de Orellana Tapia dio cuenta a esta ciudad de  que el Ilmo. Sr. D. Fray  Francisco Lasso de la Vega y Córdoba, Obispo de Plasencia, del Consejo de S.M. desea hacer la fábrica de una Ermita a devoción de Señora Santa Ana en el berrocal de esta Ciudad, inmediata de Humilladero, oído por esta Ciudad, y por lo que desea complacer a su Ilma. dio comisión amplia al dicho Sr. D. Antonio para que reconozca el sitio y señale el terreno necesario para dicha fábrica de la Ermita, Sacristía y Oficinas para el Santero, como para algún corral para más extensión y beneficio de él, y que con copia de este acuerdo y señalamiento que hiciera dicho Señor se tenga por bastante título para lo referido”.
En el Protocolo de Pedro de Rodas Serrano, fechado el 3 agosto 1732, consta la dotación que tan meritisimo obispo placentino hizo a favor de esta ermita, con las palabras siguientes:
"Por cuanto a sus expensas se ha fabricado cerca del Humilladero de esta Ciudad la Capilla e Iglesia de Señora Santa Ana de que con todo lo a ella anexo y perteneciente, tiene hecha su Ilma. donación a la ilustre y esclarecida Congregación de Sacerdotes y Ordenados in sacristía que ha fundado y de que su Ilma. es actual Prior y porque desea el mayor esplendor, aumento y  conservación de ella por lo que cede en el mayor culto de Señora Santa Ana. Honra y gloria de Dios Nuestro Señor ha tratado con su prior y demás oficiales de dicha venerable Consagrable dotar dicha Capilla de dos mil ducados de vellón que su Ilma., ha de entregar de pronto para que se conviertan en comprar ciertas fanegadas de tierras de pan de llevar que están en término de lugar de Don Benito, jurisdicción de la villa de Medellín, de este obispado que quedaron por muerte de Juan y Francisco García Cabezas y se hayan casadas veintiún mil ochocientos y tantos reales, las cuales se han mandado vender judicialmente, para fenecer la obra de la iglesia parroquial de dicho lugar... Que en cada año se compren seis arrobas de aceite para la lámpara de la ermita a no ser que de limosnas se supiera este servicio, descontándose de los bienes fundacionales lo que con los donativos se consigan.
Manda que anualmente se compre una arroba de cera. Ordena que de renta se tome perpetuamente cada año 120 reales vellón para las limosnas de 3 misas cantadas, las que se habían de  decir los días de San José, Santa Ana y el domingo festividad del Santísimo Rosario, las tres se celebraría con diáconos y subdiáconos y cantaría un sochantre. Asistirían l2 sacerdotes hermanos, a cada uno de los 12 se les daría de limosnas dos reales, cinco al que diga la misa y tres al diácono y subdiácono, tres al sochantre y uno a cada acólito.
Cubiertos  estos gastos, los sobrantes de la renta se aplicarían a la fábrica de la iglesia. De fina y airosa traza neoclásica, es la ermita de Santa Ana. Su planta es de cruz latina con gallarda rotonda y bovedaje sobre un arco toral sobre talladas pilastras incrustadas en los muros de mampostería que recorre el recio encaje de una imposta de piedra berroqueña.
En el lienzo central del Altar se conserva una hornacina. A los lados del presbiterio están dos recoletos compartimentos que debieron servir para guardar ornamentos y otros objetos de culto.
Algunos trozos del piso parecen indicar que aquel fue en su totalidad una cerámica local, recia y bien trabajada. Una graciosa espadaña de tres piezas de fino granito se alzaba en la fachada que mira al Campo de San Juan.
Su campana fue trasladada a Santa María la Mayor. El  pueblo la llamaba la Santa Ana. Sobre el dintel de su típica portada, bajo las insignias episcopales, está el escudo de armas del obispo Laso de la Vega.
IGLESIA DE LA ENCARNACIÓN
Terminadas estas obras, nuestro Prelado se ocupó de otros asuntos.
En un acta del Consejo, fielmente copiado leemos: "Licencia a su Ilma. Para fabricar una casa  junto a la Ermita de Señora Santa Ana: Que por cuanto esta ciudad se haya noticiosa de que el Ilmo. y Reverendísimo Señor don Fray Francisco Lasso de la Vega o Córdoba. Obispo de Plasencia  del Consejo de S.M, en continuación de su fervoroso celo y devoción a Señora Santa Ana cuya Ermita y Capilla ha hecho fabricar su Ilma. a sus expresas en el berrocal de esta Ciudad, inmediata al Humilladero, desea fabricar también cerca de dicha Capilla una casa más para extensión de los vecinos y personas que concurren visitar la Santa Imagen y tener sus novenas y cumplimientos de promesas. Y porque el ánimo de esta Ciudad y todos sus vecinos desde cede en beneficio de esta Ciudad y todos sus vecinos,  desde luego concede licencia y facultad amplia y sin ninguna limitación a su Ilma. para que mande hacer y fabricar la dicha casa con todas las oficinas, corral y cercado de terreno, y en la conformidad que dicho Ilmo. Señor tuviere por conveniente y fuere su voluntad mediante no ser de perjuicio alguno y por la grande extensión de dicho berrocal. Y acordó se saque testimonio de este acuerdo y en nombre de esta Ciudad le pase el presente escribano de su Ayuntamiento a manos de su Ilma. Y con él sirva de título y pertenencia a dicha casa y de todo lo a ella anejo y que su Ilma. Mande edificar como va expresado. Licenciado Don Bernardo de Losada. Ante nos Pedro de Rodas”.
En un Libro de Cuentas de Fábrica (1772-1817) custodiado en el Archivo parroquial de Santa María la Mayor, al folio aparece inscrito su “Inventario de Alhajas y ornamentos”, realizado para la Santa Visita de 1772, el cual publico para mayor acrecentamiento de nuestro conocimiento de esta querida ermita en apéndice documental.
Todavía, en los sólidos muros de la Ermita (que casi destruyeron los franceses) puede contemplarse el escudo de este Prelado pregonando su mecenazgo. Frente a la misma ermita construyó el mismo obispo un Pósito como granero para necesidades de los pobres en años de escasa cosecha.
También a sus expensas se terminó la iglesia de la Encarnación, perfeccionándola y aumentándola, y fundado una dotación para reparos de la citada iglesia, decencia y aseo de los ornamentos de la sacristía. Además, según consta en el testamento, se construyeron a su costa la obra de los tres lienzos del claustro, sacristía y librería, los que ya se hallaban en buen estado.
Podemos destacar de la primitiva fábrica los muros maestros que hay en la fachada principal de sillería, reforzados a tramos por enormes contrafuertes, la torre es rectangular corrida de balaustrada ciega.
La puerta de la sacristía y la que da acceso al patio son amplias  y de buena factura. Pero la que merece mejor atención es la de la calle que es un hermoso arco de medio punto con dovelas radiadas.
Sobre un doble friso lleva la siguiente inscripción latina: “A dominio factum est istud,salvum fac populum tuum, domine et benedic hereditati tuae”, o sea:“Esto lo ha hecho el Señor. Señor salva a tu pueblo y bendice tu heredad”.
Los motivos religiosos que simbolizan la Anunciación y Encarnación del Verbo Divino, se representan en altos relieves, esculpidos en granito en los laterales de la puerta, figurando a la Santísima  Virgen y al Arcángel San Gabriel, y en el centro, con el jarrón de azucenas.
En el paramento se abren tres ventanas rectangulares, coronada la central con un ligero frontón triangular, y los vértices de su tímpano adornados con flameros. Más arriba está un escudo real y sobre los bastiones que enmarca la fachada, se alzan acroteras de tipo herreriano.
En el año 1738, quiso ser enterrado en este templo el obispo de Plasencia don fray Francisco Lasso de la Vega, en un sepulcro  construido a sus expensas, junto a las gradas del altar;
Sus restos fueron trasladados años después al convento de San Pablo de Sevilla, donde había tomado los hábitos.
Todavía se conservan algunos blasones en el edificio. En los lienzos del claustro destaca uno de la ciudad de Trujillo, prueba de su mecenazgo, y otro de los dominicos, Orden religiosa a la que  perteneció el Obispo.
En la zona inferior de la  cúpula, que linda con el presbiterio hay un blasón policromado con las armas del mismo Prelado. Trae un campo partido 1º VEGA-en frange, 1º y 4º de sinople banda de gules perfilada de oro, 2º y 3º, de oro, AVE MARIA, de sable, 2º LASO -cuartelado en cruz- y 1º y 4º, escacado de plata y de sable; 2º y 3º de oro, tres bandas de gules, al timbre capelo y borlas.
El edificio conventual de La Encarnación ha sido utilizado desde su exclaustración y desamortización para varios usos: colegio preparatorio militar (1888), después sede de instituciones docentes, y en la actualidad colegio María Paz Orellana.
Fue un convento que a lo largo de su historia  gozó de privilegios eclesiásticos y reales.
Al tiempo de realizar las obras en la Encarnación había hecho donación del mejor de sus coches, que era el grande forrado de terciopelo verde, con su guarnición de seda blanca, y el tiro de seis mulas con sus arreos correspondientes. Afirmaba y ratificaba esta donación con la condición de que todo fuera vendido por sus testamentarios y su importe librado mensual o semanalmente a los obreros. Estas obras fueron de ampliación de la primera fábrica, pues el convento de la Encarnación contaba en 1732, doscientos cuarenta y tres años de existencia.
En su testamento, el escribano testifica haber visto en una pieza baja de las casas de la habitación del Ilmo. Sr. Obispo de Plasencia, el cadáver del mismo vestido con el hábito de Religioso Dominico al que algunos frailes de su Orden estaban empezando a ponerle las vestiduras pontificales.
En el testamento, el Obispo declara ser dominico, proceder del con­vento de San Pablo de Sevilla y haber sido Obispo de Ceuta y luego de Plasencia.
Manda que si muere en Plasencia, o si su  muerte ocurriera en Trujillo, como así fue en 14 de julio de 1738, manda que revestido de ornamentos pontificales sea expuesto su cadáver en la habitación de su casa, sobre un tablado de po­ca altura donde se celebrarán el mayor número posible de misas.
Que se le entierre en el convento de la Encarnación de dominicos de Trujillo en la sepultura que a este fin y a sus expensas tenía fabricada en dicha iglesia a los pies de las gradas del Altar Mayor cubriéndola con la lápida que también tenía allí preparada. Dispone todo lo relativo a sufragios.
Si falleciere en otro pueblo dentro o fuera del Obispado, si solamente a tres leguas de Trujillo se traslade su cuerpo y se le sepulte en el conven­to dicho de dominicos y si la distancia era mayor, se le enterrara en la iglesia parroquial del pueblo del fallecimiento. Que en todo caso, y pa­sado el tiempo oportuno, se le traslade al convento de San Pablo de Se­villa, donde recibió el hábito de dominico.
Entre otros legados deja al fraile de su Orden que le asistió en Sevilla, en Ceuta y en Plasencia los hábitos y la ropa interior de religioso, una casa completa, 300 ducados y el costo del viaje a Sevilla si a ella quiere volver, además de la fundación que tenía hecha a su favor sobre la parte de de­hesa de Pozuelo de Herederos, según escritura otorgada en Trujillo, en septiembre de 1730.
Deja a medias a las catedrales de Plasencia y Ceuta, todas las alhajas de su Pontificado: pectorales, anillos, mitras, báculos, fuentes, salvillas, aguamaniles, vinajeras, vasos sagrados, palmatorias, punte­ros, albas, roquetes, corporales, ornamentos de todos los colores, libros pontificales, toallas, crismeras, capas, manteletas y mucetas.
Lega mil ducados al Colegio de la Concepción de Trujillo de niñas huérfanas para que construyan una iglesia en lugar del pequeño orato­rio de que disponen.
Dice que a sus expensas se terminó la citada iglesia de los Domi­nicos de Trujillo, fundando además una dotación para los reparos de di­cha iglesia, decencia y aseo de los ornamentos de la sacristía.
Dice que a sus expensas se empezó y continuó la obra de los tres lienzos del Claustro, Sacristía y Librería (biblioteca), los que ya se hallaban en buen estado y porque el tiempo de realizarse estas obras había hecho dona­ción del mejor de sus coches que era el grande, forrado de terciopelo verde, con su guarnición de seda blanca y el tiro de seis mulas con sus guarniciones correspondientes, afirmaba y ratificaba esta donación con la condición de que todo fuera vendido por sus testamentarios y su im­porte librado mensual o semanalmente a los obreros que realizaban la terminación de las obras dichas.
Deja dos mil ducados para que se repartan entre los pobres de su diócesis, con preferencia según la necesidad de los mismos. A todas las parroquias del Obispado lega mil ducados a prorrateo y con prefe­rencia de las más pobres.
A una huérfana de padre y madre a quien se movió a caridad soco­rriéndola al ver su desamparo a poco de llegar al Obispado de Plasen­cia, llamada Josefa María hija de honrada familia de Badajoz, educada que fue en el Convento de Jerónimas de Trujillo y  (cuando testa) novicia en el de Santa Clara de Jaraicejo, la deja la dote como había hecho con otras cuatro jóvenes pobres que fueron profesas en aquella villa.
Deja todos los libros que tenía en sus palacios de Plasencia y Truji­llo por igual a los conventos de dominicos de Sevilla y Guadix.
También tiene la siguiente curiosa disposición: «A la viuda más po­bre y necesitada del pueblo en que falleciere, le deja la cama íntegra de su uso cotidiano”.
Manda que se vendan, a excepción del coche grande que ya lo ha legado, todos los que tenía en Trujillo y en Plasencia con sus mulas, ca­ballos, sillas y demás arreos. Las vidrieras y esteras del Palacio placen­tino manda que se den por mitad a las capuchinas de Santa Ana (en la calle de los Quesos) y a los padres descalzos del Colegio de San Mi­guel.
No olvida consignar el estado en que encontró el Palacio episcopal de Plasencia y la manera cómo lo reparó. Y ésta interesante cláusula: «Declaro qué a mis expensas he fabri­cado los retablos. Y su talla que hice poner y sentar en la Ermita de Nuestra Señora del Puerto sita extra muros de la ciudad de Plasencia y el de la Capilla de Ntra. Señora de la Salud en la puerta que llaman de Trujillo de ella. Y habiendo sido mi ánimo y deseo dejar completas estas obras que principié, dorando dichos retablos, lo que hasta ahora no he podido practicar por haberme llevado la aplicación a otras obras que es­taban pidiendo sus fábricas y conclusión, quiero y es mi voluntad que se doren a costa de los bienes y efectos que quedaren a mi fallecimiento, aplicándose mis testamentarios con el mayor celo y eficacia a que se doren en la mayor conveniencia que sea dable”.
Continuando con la descripción de imágenes del monasterio de San Miguel, hay que decir que la de Nuestra Señora de Fátima fue adquirida por suscripción popular en 1948, suscitada y estimulada por don Lorenzo Palacios, en cumplimiento de una promesa por haber superado una grave enfermedad.
El 2 de julio de 1948, cuando la imagen llegó a Trujillo fue recibida en la ermita de San Lázaro por el pueblo en masa con todas sus autoridades y llevada procesionalmente a la iglesia conventual de San Miguel, donde se celebró un solemnísimo Triduo.
SANTO DOMINGO
La obra escultórica más llamativa es una de Santo Domingo de Guzmán penitente, en madera policromada. El santo fundador está arrodillado y flagela su torso desnudo con la mano derecha, mientras en la otra llevaría originariamente un crucifijo al que contempla el santo.
La pieza, prevista para ser contemplada frontalmente, presenta el aspecto de un altorrelieve. Responde a la tónica naturalista del siglo XVII en sus primeros años, es figura de cuidado realismo en su anatomía, en la que se perfilan con cierto detallismo los músculos y las venas, pero sin excesos.
Los paños que cuelgan de su cintura conforman una base triangular que consolida la estabilidad de la imagen y contribuye a contener la tensión del rostro y del cuerpo.
En su gran peana hay escenas pictóricas de la vida del santo; en una aparece arrodillado ante la Virgen María –servida por ángeles a sus pies- la cual le entrega el Rosario, aludiendo a que fue el santo el que instituyó dicha devoción. Domingo viste el hábito de la Orden: túnica y muceta blancos, manto con capuchón negro y correa negra a la cintura.
En otra escena se representa al Patriarca, nombrado maestro del Sacro Colegio, y cuando ya era conocido como “el Santo” recibiendo el cuerpo destrozado y muerto de un sobrino del cardenal Esteban de Fosanova caído de un caballo. Acuden a Domingo, y encerrándose en una habitación con el cadáver del adolescente se lo devolvió vivo a sus padres.
En otra de las escenas que se encuentran en la peana, el santo, vestido con túnica y muceta blancos y manto con capuchón negro,  se nos ofrece sentado leyendo un libro y un can con una antorcha encendida ofreciéndole luz, atributos tradicionales del santo. El libro representa la Biblia, que era la fuente de la espiritualidad y predicación de Domingo.
Era conocido como el Maestro” Domingo por el grado académico que obtuvo en la Universidad de Palencia. Sus contemporáneos nos dicen que en sus viajes por Europa siempre llevaba consigo el Evangelio de San Mateo y las Cartas de San Pablo. Esto hace referencia a la visión que tuvo en una de sus noches de vigilia. Mientras Domingo oraba, los santos Pedro y Pablo se le aparecieron.
San Pedro llevaba consigo el Evangelio y Pablo sus Cartas, y ambos le dijeron: "Ve y predica, porque has sido llamado para este ministerio". Esta visión le reafirmó en su vocación de continuar siendo “predicador itinerante", no sólo en el sur de Francia sino también en todo el mundo por medio de su Orden, la Orden de “Predicadores".
Es una magnífica obra sevillana del siglo XVII, procedente del Oratorio privado de los Condes de Quintanilla.  
Al siglo XVIII corresponde un San Miguel Arcángel (103x47 cms.), en madera policromada, colocada en el muro del Evangelio.
El santo porta lanza y balanza y está vestido de caballero con armadura y capa que deja ver unas alas muy desarrolladas. Lleva la lanza con la que ataca al ángel caído a sus pies representado con cuernos en la cabeza entre bucles.
En la misma mano sostiene la balanza –para pesar las almas en el Juicio Final- que portaría en la izquierda, según la disposición de la misma, pero en la restauración se le cambió de lugar. El rostro del arcángel, de elegante belleza, es el de un joven caballero.
SANTA CECILIA
En el mismo muro del Evangelio se halla un notable lienzo barroco de hacia 1700 que representa a Santa Catalina,  y en el muro de la Epístola un cuadro de la misma época y autor representando a Santa Cecilia.
Antes de acceder al presbiterio hay dos hermosos cuadros. Mélida los describe así: “Santa Cecilia cuadro grande en lienzo, del siglo XVII, representa a la Santa pulsando un arpa y rodeada de instrumentos músicos ante un pórtico de columnas en el que recogen una cortina rojo graciosos niños que descubre un paisaje por cuyo cielo baja un ángel que trae a la Santa una palma y una corona de flores, mientras otro ángel acompaña con otro instrumento la música. La fantasía campea en esta composición juntamente con el espíritu decorativo del gusto barroco. En la composición se nos presenta a la santa arrodillada estrechando fervorosamente sobre el seno una palma, también está presente la rueda de su martirio. Un ángel en una escalinata de mármol, otro ángel baja del cielo a coronarla de laurel; por una ventana del fondo se ve un paisaje”.
Interesante cuadro, nos encontramos con un óleo sobre lienzo en marco de rica hojarasca, con la representación de Santa Cecilia tocando el arpa, acompañada de ángeles y otros instrumentos musicales.
Se encuentra la santa en el interior de una estancia arquitectónica abierta al fondo.  Cecilia, virgen clarísima, viste túnica y manto, lírio del cielo llega escoltada por la gloria divina con música y cantos, al banquete nupcial, en palabras de la narración de la Passio: “Cantantibus organis, Cecilia, in corde suo, soli Domino decantabat, dicens: - Fiat cor et corpus meum immaculatum ut non confundar“.
Mientras tocaba el órgano, Cecilia cantaba salmos al Señor. En este cuadro, iconográficamente se la representa llena de alegría por la presencia del Señor tocando el arpa y a sus pies otros instrumentos musicales como la lira, la cítara, el clavicordio, el violonchelo, y rodeada de ángeles cantando.
La figura de la mártir romana, de tiempos del Papa Urbano (siglo III), murió decapitada en su casa –convertida en basílica- personifica el espíritu del canto y de la música sacra, y sale de los límites de la música italiana para inspirar la música y la pintura europeas y el arte internacional ya que el arte no tiene fronteras.
Un gran cortinaje rojo ocupa la zona superior derecha del cuadro consiguiendo dar más colorido a la escena. Presenta otros atributos como el ángel que la impone la corona de flores y los tres dedos de su diestra rectos, confesando la Trinidad. Es una obra de hacia 1700, de gran calidad artística.

Junto al cuadro de Santa Cecilia está una magnífica talla de San José con el Niño. La obra aparece con los caracteres propios de los inicios del siglo XIX de los círculos artísticos provinciales, y a pesar del control académico la imaginería se resistió a romper los lazos con la tradición barroca.
Renunciando al exaltado dinamismo formal y la acentuada expresividad de siglos anteriores, el arte escultórico se hace más reposado al dejarse sentir en ella los calmados aires de lo neoclásico y de la vertiente cortesana, aunque la técnica y composición de esta obra de San José con el Niño sigue evocando la tradición artística anterior.
Es una obra de correcta composición formal, presentando un rico juego de pliegues ondulados que blandamente se modelan en torno a la imagen, proporcionando una intensa belleza plástica. Sugiere la figura un discreto dinamismo que no altera la reposada tranquilidad de la obra, tanto los rostros del Niño como el de San José nos ofrecen dulces gestos en sus miradas. La obra ha sido restaurada recientemente.
Santa Catalina es un óleo sobre lienzo de hacia 1700 representando a la santa arrodillada y con palma de martirio, coronada por un ángel.
La escena se desarrolla en un interior arquitectónico en el que se abre una ventana que deja ver un fondo paisajístico. Catalina de Alejandría, de familia noble, fue virgen y mártir. Sufrió varios tormentos y, en pública discusión, confundió a los filósofos paganos, por lo que es patrona de la Filosofía30. Murió decapitada por orden de Majencio en el año 307.
Viste túnica y manto de las doncellas romanas. Al igual que el cuadro anteriormente estudiado, un ángel separa el cortinaje en un extremo del cuadro para abrir paso a un paisaje –con ruinas romanas- que se aprecia tras un ventanal. Un ángel se apresura a depositar la corona de princesa en la cabeza de la mártir como las vírgenes más ilustres.
Lleva su distintivo más habitual, la rueda rota con púas aceradas y la palma del martirio, la espada de martirio está en el suelo sobre unos libros, símbolos de la sabiduría. El anillo que lleva en un dedo alude a los místicos desposorios de la santa.
Debajo de este cuadro de Santa Catalina había estado colgado hasta la restauración ejecutada en los últimos años, un Cristo de marfil (67 x 64 cms) de estimable valor artístico, que actualmente se encuentra en clausura.
SACRISTÍA
La sacristía está  presidida por un Crucificado en madera policromada (47 x 34 cms.) con la representación de un Cristo muerto, con tres clavos.
La figura presenta una estudiada anatomía, a la que presta noble expresividad la presencia de llagas y moraduras. El perizoma, movido y de bien resueltos pliegues, se ata a la derecha; la cabeza está caída hacia la derecha, lleva cabello largo recogido y corona de espinas, marcándose en el rostro una ponderada expresión de dolor.
Podemos situar esta talla hacia 1700. En la misma sacristía se encontraba hasta su restauración, un cuadro de la Virgen de Belén (70 x 54 cms.). Pintura de primera calidad en su género, y  más fácil de acomodar en la escuela madrileña de la segunda mitad del siglo XVII, centrada por la figura de la Virgen con el Niño y circundado totalmente por un cúmulo de flores.
Esta obra resalta por la cuidada factura y la belleza de las carnaciones de María y Jesús, que constituyen el foco de luz de la obra. La Virgen aparece representada de medio cuerpo, en posición frontal, con el rostro inclinado hacia el Niño, al que estrecha contra su pecho.
La popularidad de que gozó esta advocación propició la aparición de un modelo estereotipado y casi inmutable durante el siglo XVII, con la excepción de algunos ejemplares firmados, y de mayor calidad. Existen numerosos modelos de este mismo tema en la región e incluso en el mismo Trujillo (ejemplo, iglesia del arrabal de Belén.
ICONOGRAFÍA
El tema iconográfico que aquí nos ocupa ha de inscribirse dentro del tipo con el que la historiografía artística ha denominado a la Virgen Madre con el Niño, como “Virgen de Ternura”o “Mater Amabilis”, y que, dependiendo de la relación que establece entre Madre e Hijo, se puede concretar como “Eleousa”, en la que Jesús acaricia la barbilla de María.
En el 431, durante la celebración del Concilio de Éfeso, tuvo lugar la proclamación como artículo de fe de la Maternidad Divina de María (Agía Kai Theotokos), circunstancia que condujo a que se definiera y multiplicara la iconografía de la Virgen María bajo distintas advocaciones.
En este contexto se debe encuadrar la representación de la “Virgen de Belén”, tema que alude no sólo a los momentos posteriores al alumbramiento divino en la aldea de Judea, sino que presenta conexiones con otras advocaciones marianas relacionadas con toda la infancia de Jesús.
Este título mariano debió de hacer su aparición en Europa –según una antigua tradición sarda- a través de la isla de Cerdeña, concretamente desde la ciudad de Sássari.
Cuenta la leyenda que dos frailes franciscanos llegaron desde Tierra Santa al puerto de Torres, cercano a la citada ciudad, a comienzos del siglo XIV. Con ellos viajaba una pequeña imagen de la Virgen a la que los religiosos habían dado el nombre de Santa María de Belén, efigie que quedó en la capital de la provincia sarda donde se hizo levantar un santuario con dicha advocación.
La Orden franciscana se encargará durante las siguientes centurias de difundir el título mariano y la devoción de los fieles en torno a él en sus iglesias y monasterios.
La fortuna de esta iconografía trascendió pronto los límites de la Orden protectora, convirtiéndose en versión pictórica y en uno de los temas más repetidos en las clausuras femeninas españolas.
En el coro bajo se encuentra la talla gótica del Crucificado y una del Ecce-Homo  (52 x  40 cms.), en madera policromada excepto la túnica que es de papelón.
Es obra  del siglo XVIII y responde al modelo de busto; la talla es correcta, aunque parecen excesivamente duros los pliegues de la clámide; el  rostro de patetismo algo afectado nos recuerda obras andaluzas. La Virgen de la Consolación, obra de bastidor, del siglo XVIII,
El Crucificado gótico  (135 x 120 cms) es obra31 de estimable valor artístico, fechable en el último cuarto del siglo XIV, dentro de la corriente gótico-dolorosa de los Crucifijos castellanos. Responde a unos caracteres anatómicos parecidos al Crucificado de la parroquia de San Francisco, anteriormente estudiado.
Es un Cristo muerto, clavado a una cruz (no es la original, a las  dominicas le hicieron ésta hace algunos años), tiene la cabeza inclinada hacia el hombro derecho pero le cae sobre el pecho.
Presenta un rostro alargado, con una exuberante cabellera partida en el centro, la melena le cae sobre los hombros y la espalda. La corta barba bífida se apoya en el pecho. Tiene los ojos cerrados y la boca muy abierta. Presenta un modelado suave del tórax y el vientre algo abultado dando lugar a redondeados perfiles y contornos que han perdido los rasgos de dolor de otros Cristos anteriores, como es el caso del Cristo de las Aguas. Se cubre con un perizoma que forma amplios plegados, dejando libre la rodilla izquierda.
Por encima de la reja  del coro bajo destaca el magnífico cuadro de la Anunciación (267 x 196 cms), destacando airosa la figura del Arcángel. Es una composición muy parecida a las obras ejecutadas por Mera, un esquema compositivo equilibrado, los personajes se nos ofrecen en primer plano, variada gama cromática y amplias manchas habituales en Mera, la disposición ajedrezada de las baldosas del suelo y los ángeles que vuelan sobre el Arcángel Gabriel.
La obra, de calidad artística notable, muestra todo el arrebato y el sentido dinámico de las composiciones de Mera. La estancia de Nazaret se representa inundada de la luz poderosa del Espíritu Santo que centra el cuadro.
A ambos lados de la composición, con un magnífico equilibrio,  están la Virgen arrodillada –junto a una mesa con el libro y el jarrón de azucenas simbólico- y al otro lado el ángel anunciador. María une los brazos en oración, contraponiendo su postura a la del ángel y equilibrando así la movida composición.
En la luz intensa que emana del rompimiento de gloria –con la aparición de la paloma representando al Espíritu Santo- varios querubines  y serafines rodean a los protagonistas. El artista ha puesto todo su esmero en la decoración del conjunto y en la cuidadosa descripción de las vestiduras. El colorido adquiere una gran belleza. Es obra de los inicios del siglo XVIII.      

No hay comentarios:

Publicar un comentario