Francisco de Orellana nació en el año 1511 y vivió en Trujillo, su ciudad natal, hasta el año 1527, fecha en la que se marcha a América. Durante estos 16 años, Trujillo es una próspera Ciudad –título que recibe desde el año 1430- con 3961 vecinos , domina su tierra, donde se extienden aldeas, lugares, ermitas y conventos.
Francisco de Orellana nació en el año 1511 y vivió en Trujillo, su ciudad natal, hasta el año 1527, fecha en la que se marcha a América.
Durante estos 16 años, Trujillo es una próspera Ciudad –título que recibe desde el año 1430- con 3961 vecinos , domina su tierra, donde se extienden aldeas, lugares, ermitas y conventos. La mayoría de la población es campesina, con la excepción de hidalgos, que posee en donación real algún lugar o población como es el caso de las dos Orellanas. Trujillo se incluía en el reino de Castilla, en la conocida Extremadura-Leonesa. Trujillo es una ciudad enclavada en la penillanura trujillano-cacereña, situada entre las cuencas de los ríos Tajo y Guadiana, centro neurálgico de importantes núcleos poblacionales como Plasencia, Mérida, Cáceres o Guadalupe.
El territorio y los lugares que configuraban jurisdiccionalmente la tierra de Trujillo desde la Baja Edad Media la convirtieron en la segunda comunidad de Villa y Tierra más extensa de Extremadura; con una superficie de más de 300.000 hectáreas y un número importante de aldeas y lugares, que estaban supeditados política, fiscal y económicamente a la Ciudad de Trujillo.
Un amplio territorio en el que existían las siguientes aldeas y lugares en 1485: Herguijuela, La Zarza (Conquista), Garciaz, Berzocana, Cañamero, Logrosán, Navalvillar de Pela, Acedera, Madrigalejo, El Campo, Alcollarín, Zorita, Santa Cruz, Abertura, El Puerto, Búrdalo, Escorial, Ibahernando, Robledillo, La Cumbre, Plasenzuela, Ruanes, Aldea del Pastor (Santa Ana), y pequeños lugares llamados Huertas, Berrocal y Aguijones.
A lo largo de la Baja Edad Media, Trujillo fue concentrando bajo su poder numerosos lugares de su tierra, que frecuentemente eran visitados por los alguaciles y por señores que ocupaban importantes cargos en la Corte y llegaron a tener la posesión de la Ciudad –tal es el caso de Pedro de Stúñiga-. Trujillo se había librado en escasas ocasiones de la señoralización pese a las promesas e incumplimientos de los reyes que aseguraron no enajenarlas de su patrimonio. No obstante, en 1474 habrá una desmembración de la ciudad y su tierra. En el año 1475, Logrosán, Garciaz, Cañamero, Acedera, Navalvillar y Zorita se las elevó a rango de villas y fueron entregadas con pleno señorío a Gutierre Álvarez de Toledo que después permutaría por Coria, siendo la ciudad entregada ese mismo año al Marqués de Villena, don Juan Pacheco, pero al fallecer éste por un absceso a la garganta, Trujillo y su tierra cayó en manos de su hijo Diego López Pacheco, durante el reinado de los Reyes Católicos el dominio de Trujillo y su tierra entrará en una serie de oscilaciones entre los nobles Pacheco, Zúñiga, Chaves y Monroy. A partir de la paz en Castilla, los monarcas Católicos administrarán y gobernarán sus ciudades, Trujillo será ciudad realenga de Castilla.
En tiempos de Francisco de Orellana (1511-1527) la población, en su mayoría, vivía en la villa amurallada, donde se conservaban los vestigios medievales, la alcanzaba amurallada, casas fuertes, iglesias y ermitas. Intramuros de la ciudad vivía la sociedad estamental que estaba integrada por una oligarquía formada por una nobleza local bien considerada la ciudad y en su tierra, agrupada esencialmente en tres linajes: Altamiranos, Añascos y Bejaranos. Tenían prestigio y poder político y económico. Como ya hemos indicado, la mayoría de la población era campesina, pecheros, dedicados a una economía familiar o al servicio de la oligarquía, una agricultura que se combinaba con la ganadería, destacando los cereales y el viñedo. Una economía eminentemente de subsistencia con desarrollo comercial desde que se celebraba los jueves en la zona del llano (futura plaza mayor), mercado semanal concedido por el rey Enrique IV en el año 1465 y una feria los últimos quince días de mayo, donde se abastecían de los productos que no existían en el término municipal. La ciudad gozó de este privilegio y franquicia hasta que los Reyes Católicos la abolieron en las Cortes de Toledo de 1480 como hicieron con otros mercados del reino. El 1 de marzo del año 1526 -un año antes de la partida de Francisco de Orellana a América- el Emperador Carlos V estuvo en Trujillo dos días, camino a Sevilla para desposarse con Isabel de Portugal. Trujillo fue Ciudad realenga, incluso durante el movimiento comunero entre los años 1517 y 1522, la ciudad se mantuvo fiel a la corona como quedó puesto de manifiesto en la reunión celebrada por el concejo el 2 septiembre del año 1520 donde todos los reunidos acordaron apoyar a la corona como “ fieles e leales servidores e vasallos de sus Altezas y celosos del bien y pacificación de su ciudad e para defendimiento de la justicia de su Majestad”. El Emperador confirmó el Mercado Franco a la Ciudad, que había sido revocado por los monarcas católicos. Firmó el Privilegio Real el 22 septiembre de 1524 y lo confirmó el 9 de octubre concediendo el mercado franco todos los jueves del año por su fidelidad en la sublevación comunera. Este mercado de los jueves fue licitado franco de alcabalalas para todas las mercancías que se vendieran, no pagarían alcabala y para 120 hortelanos que tuvieran sus huertas cerca de la ciudad, se inscribirían el día 1 de enero de cada año, los restantes sí pagarían alcabalas. Entró en vigor en el año 1525 y fue de gran trascendencia para la actividad económica de Trujillo y su tierra. También existía, por supuesto, el comercio diario de productos básicos. El comercio estaba regulado por el Concejo debido a la carencia de ciertos productos en el término y para evitar abusos en los precios. También existía una importante actividad artesanal dedicada al consumo doméstico, de útiles y aperos de labranza, destacando sobre todo la artesanía del cuero.
En el Trujillo de la época de Orellana los ciudadanos convivían pacíficamente, regidos por unas ordenanzas que regulaban rígidamente la explotación agropecuaria y el comercio. Existían en la Baja Edad Media unas ordenanzas (las más antiguas corresponden al siglo XV), que fueron redactadas anualmente entre los años 1514 y 1516, revisando las anteriores y actualizándolas. Son las normas locales por las que se rige el concejo, si se infringen las ordenanzas había que pagar multa o cumplir pena, incluso penas físicas como azotes, cárcel o destierro.Estas ordenanzas eran legisladas por el Concejo (formado por el corregidor, ocho regidores y dos fieles pertenecientes a la oligarquía), aprobadas por los oficiales reunidos en cabildo, después el pregonero tenía que publicarlo en la plaza para que toda la ciudad se enterase de las leyes que iban a regular la vida social, política y económica.
La economía en los años de niñez y adolescencia de Francisco de Orellana en Trujillo, 1511-1527, era eminentemente rural. La principal fuente de riqueza era la tierra. También destacó la ganadería, el tipo de explotación fue la dehesa donde pastaban grandes rebaños de ganado ovino, en una vegetación de abundantes encinas y un sotobosque rico en matorrales. La tierra estaba en poder de los grandes hacendados como los nobles, el concejo y los conventos (dehesa boyal, ejidos, montes y el aprovechamiento del resto de los campos). La posesión de la tierra daba prestigio, la oligarquía estaba formada por la baja nobleza y los funcionarios del concejo, que detentan el poder económico y social; cuya administración estaba dirigida por el concejo y cuyo funcionamiento estaba regulado en las ordenanzas. Lo más característico de este Concejo fue la forma de repartirse los cargos entre los tres principales linajes: Altamiranos, Añascos y Bejaranos. Estos linajes conforman una estructura de poder que extiende su actuación a todos los niveles en que se organiza gobierno local. Las demás familias se unen a uno de los linajes, formando los bandos-linajes, uniéndose en lazos sanguíneos. Las diferencias que en el control del concejo tienen cada uno de los tres linajes tienen su origen en la reconquista definitiva del año 1232 en el posterior repartimiento de la tierra de los que se beneficiarán aquellos caballeros principales que por su origen y actuación en dicha reconquista se distinguieron, los oficios del concejo quedaron así ligados a las tres principales familias cuyos escudos campean en el Arco del Triunfo, lugar por el cual consiguieron las tropas cristianas entrar en la entonces Villa agarena. En tiempos de Francisco de Orellana, los regidores del gobierno de la ciudad y su tierra, son elegidos de entre los citados linajes consiguiendo de esta manera el control de la ciudad y, por tanto, el poder. Cuando las tierras pertenecientes a Trujillo son anexionadas a la corona Castellano-leonesa, el concejo abierto que había imperado en Castilla va dejando paso a un concejo reducido, de esta manera, los nobles pertenecientes a los linajes Añascos, Bejaranos y Altamiranos aglutinan bajo su poder el desarrollo político, económico y social de Trujillo y su tierra, desde el gobierno local de la villa.
La población campesina vivía gracias a los grandes espacios que poseía la comunidad, eran las tierras concejiles para la explotación de sus habitantes. Las zonas baldías pertenecían al Concejo, así como la explotación forestal, la casa y los bienes comunales que sólo podían disfrutar los vecinos de la ciudad.
En los años en los que vivió Francisco de Orellana en Trujillo, la ciudad comienza a vivir su momento histórico artístico culminante caracterizado no sólo por su contribución a la aventura americana, sino también por su expansión urbana, convirtiéndola en una de las ciudades más importantes del panorama artístico nacional del Renacimiento. Conociendo un gran fervor constructivo, teniendo como principales protagonistas a los canteros trujillanos, que determinarán con la construcción de casas, palacios e iglesia la actual fisonomía de la Plaza Mayor y de sus principales vías urbanas. En el centro de la Plaza se ubicó el Rollo o picota, testimonio ha autorizado de una ciudad, garantía de orden.
Por tanto, Trujillo vive en el siglo XVI su momento histórico destacado, definido por su expansión urbana, que la ha convertido en una de las ciudades más interesantes del panorama artístico nacional. En los años finales del XIV y principios del XV, la población se despliega muros abajo de la villa, buscando el llano y fijando la expansión y el esplendor demográfico y económico que para Trujillo tendrá el siglo XVI. A mediados del siglo XV, se citan en las Actas municipales y en otros documentos concejiles los nombres de calles radiales que parten de la Plaza, y las peticiones de los vecinos a la ciudad para el empedrado de las calles se harán cada vez más continuas: calle Garciaz (hoy, García de Paredes), San Miguel, la Lanchuela, Olleros, hasta los moros de la calle Nueva accederán a las Casas Consistoriales solicitando el arreglo de sus respectivas calles.
Conoce la ciudad en el siglo XVI un gran fervor constructivo, en el que van a ser protagonistas los canteros trujillanos, determinando la actual fisonomía de la Plaza, apenas alterada posteriormente, así como las calles adyacentes. El trazado de la plaza alcanzará ahora una importante mutación de apariencia, que no de espacio urbanizado, configurándose en su forma actual algunos de sus edificios más singulares, como demuestran los documentos del ayuntamiento, al acometerse en el siglo XVI la obra de los soportales, bajo el corregimiento de don Juan Pacheco de Lodeña. Cierra este espacio por el Nordeste la iglesia de San Martín, construida en la bifurcación del camino de Castilla que por la derecha subía a la villa por la calle de Ballesteros y por la izquierda desembocaba en la plaza. El punto de separación de ambas vías, conformaba una pequeña plazoleta al ábside de la iglesia, bajo la advocación de Nuestra Señora del Reposo.
No es preciso indicar que todo lo construido en los siglos XIV y XV casi ha desaparecido por completo. El actual templo de San Martín es obra del siglo XVI, y los restantes edificios de la plaza se deben a los siglos XVI y XVII, con algunas modificaciones aún más tardías. Todo el siglo XV pugna Trujillo por defender su autonomía jurídica frente a las ambiciones señoriales, hasta el reinado de los Reyes Católicos, que definitivamente la vincularán a la corona.
Aunque estaba ya suficientemente desarrollado el mercado en esta primera mitad del siglo, el privilegio –ya citado- vendría a darle el definitivo espaldarazo hasta tal punto que desde entonces podemos considerar a este espacio urbano como punto nodal, desde el que se desarrollará por irradiación la futura ciudad. Sin embargo, desde el punto de vista organístico y a pesar de ser el centro dinámico de la población, sigue siendo un espacio nacido de la encrucijada de caminos. En la planimetría de la ciudad extramuros de la villa nos parece mejor, más ajustado a la realidad, considerar una estructura ramificada, nacida desde las puertas de la muralla.
Las primeras calles que se implantarían serían Ballesteros, Garciaz, Mingo Ramos, Sillería, Carnicerías y alguna otra. Tenemos noticias de la existencia de algunos nuevos arrabales: en la calle de Tiendas y Nueva, camino de Medellín, asientan respectivamente la judería y morería, población que se nos presenta muy activa, dedicada a sus menesteres artesanales. Se asientan también los dominicos y franciscanos, y se citan ya tres nuevos arrabales: el Campillo, San Miguel y Sancti Spiritus. La época del reinado del reinado de Isabel y Fernando (Reyes Católicos) fue decisiva para la ciudad y nadie desconoce la importancia que para la historia de España supuso a su vez Trujillo, particularmente en la campaña de la guerra contra Portugal.
Por lo que atañe al desarrollo urbanístico, las Casas Consistoriales, que desde el año 1428 ya estaban situadas en "La Facera de la plaza", en tiempos de los monarcas católicos se van a reformar por indicación de la Reina Isabel I. En 1485, trabajaban en ellas el maestro Juan Martínez Tostado el viejo.
Su estructura inicial, pese a las múltiples obras posteriores, no defiere mucho del actual, en la que se colocaron elementos procedentes de otros edificios. En este mismo año de ejecución de 1485 estaban acabados los arcos del cuerpo inferior y en los inicios de la centuria siguiente se hace referencia en los documentos de que se conserva en la fachada de la casa de esquina, y ante ella una pequeña construcción de piedra, conocida por el "Pesillo": un templete de cuatro columnas sobre un podio, con entablamento y techo, que conocemos su diseño por los dibujos de Laborde, y que fue derribado por mandato del Ayuntamiento en 1884.
El Palacio de Marquesado de Piedras Albas, entre el Corral de los Toros y la calle de Sillería, conserva la primitiva fachada del XVI. Mantiene intacta su fachada, en la que se dan cita elementos platerescos y tardo-góticos, escoltando su amplia galería central, rematada por una crestería. No desaparecieron las bellas forjas, que protegen las ventanas laterales y sólo hemos de lamentar la sustitución del soportal adintelado por bóvedas de aristas, que ocultan los blasones de la puerta principal. Los cuatro arcos del piso inferior -el quinto de paso a la calle de Sillería- enlazan con los portales del Pan, que cierran por el Este el espacio de la Plaza.
La Plaza quedó configurada en el siglo XVI, como símbolo de una ciudad que en esta centuria alcanzó su máximo esplendor, gracias a las obras arquitectónicas llevadas a cabo por los maestros trasmeranos, Vergara, García de Padiermiga, Diego de la Maza, los Hermosa, Juan Montañés, etc., que aparecen licitando en la obra de los corredores de las Casas Consistoriales en 1518. El resto de edificios palaciegos importantes se realizarían varios años después, interviniendo ya en las obras los hermanos Dávalos, Chaves, Aguilar y Soto, destacando entre ellos el maestro trujillano Sancho de Cabrera, se deben diversas obras encargadas por el Ayuntamiento. De las que realizó como maestro mayor Sancho de Cabrera para la Plaza, citamos la iglesia de San Martín, en la que interviene eficazmente, y la Torre del Reloj, cuya ejecución llevaría a cabo con Diego de Solís, otro apellido ilustre de canteros trujillanos. Sancho de Cabrera es autor asimismo de la Cárcel y sus informes sobre diversas obras públicas son continuos en los documentos municipales. Sin olvidar a Los Becerra, Alonso y Francisco. Estos son los principales canteros, a quienes debemos la ejecución de la Plaza Mayor de Trujillo. Quedan múltiples edificios sin paternidad reconocida. Basten sus nombres para recordar a estos maestros provincianos, que fueron capaces, desde la humildad de su oficio y con los materiales que les brindaba el berrocal trujillano, de erigir una de las más hermosas plazas del XVI, que ha llegado hasta nosotros en un estado casi original de perfección, testimonio de una ciudad que vivió en el siglo XVI su momento histórico.
La Plaza Mayor de Trujillo, pertenece al tipo de espacio público denominado plaza Espontánea o de evolución, a diferencia de aquellas otras generadas mediante un trazado geométrico regulador. En, este caso se trata de un espacio urbano conformado a partir de una actividad (el comerciante de mercancías), que tiene lugar en una zona originariamente del extrarradio de la ciudad.
De lo que no cabe duda es que el carácter espontáneo ha marcado la evolución y transformaciones de la plaza a lo largo de su historia. En un proyecto firmado en el año 1975, Hernández Gil definió a la plaza como “artesana, modesta y rural” y como resultado de la amalgama de un conjunto de edificaciones que no ha buscado la unidad formal, sino que simplemente agrupa a importantes palacios (San Carlos, Conquista, Piedras Albas y Justicia) con las casas y corrales.
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